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General: Hecha la Ley, hecha la trampa.
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De: Matilda (Mensaje original) |
Enviado: 25/01/2010 14:03 |
Dinero y campañas en EEUU
La Corte Suprema asesta un duro golpe al corazón de la democracia republicana
"La
igualdad implica… en lo que concierne a la riqueza, que ningún
ciudadano pueda ser tan rico como para poder comprar a otro, ni tan
pobre como para estar forzado a venderse…" (Jean-Jacques Rousseau, El Contrato Social)
La
Corte Suprema de Estados Unidos, con su reciente decisión de invalidar
una ley federal que ponía límites a los gastos electorales de las
empresas, acaba de debilitar la ya vapuleada democracia estadounidense.
La sentencia, pronunciada por la mayoría conservadora de la Corte, se
alinea con otras de los últimos años que también refuerzan el poder de
las corporaciones.
La actividad política cuesta dinero. Los
candidatos deben asegurarse de que sus proyectos lleguen a los
votantes. Para eso deben utilizar los modos que estimen más efectivos.
Un siglo atrás, las ideas políticas se daban a conocer –casi
exclusivamente- mediante panfletos de baja circulación y en mítines
públicos. Los candidatos viajaban y exponían sus puntos de vista en
pueblos y ciudades correspondientes a sus distritos electorales. La
aparición de la radio –primero– y la televisión –luego– alteró
dramáticamente esta situación. La gente, así, se acostumbró a escuchar
ideas por estos medios, movilizándose gradualmente menos que antes,
especialmente ayudada por sistemas políticos que no incentivan una
participación popular activa.
Un minuto en televisión resulta
muy costoso, y por eso los candidatos necesitan reunir ingentes sumas
de dinero. La irrupción de internet y otras manifestaciones de la
revolución digital cambió en parte esta realidad, bajando los costos de
la comunicación y haciéndola más fluida. La campaña presidencial de
Barack Obama, basada en un uso óptimo de la tecnología disponible, es
el ejemplo más claro de este punto. Con todo, su impacto sigue siendo
limitado, en parte porque mucha gente carece de acceso a internet u
otros medios digitales, y porque la popularidad de la televisión sigue
y seguirá siendo enorme.
En las sociedades democráticas
actuales, entonces, el dinero ejerce una influencia significativa sobre
la política en general, y sobre el acceso a los cargos en particular.
Un aspecto central en la relación entre el dinero y la política gira en
torno a la oportunidad efectiva que cada ciudadano tiene de influir (de
hacerse oír) en la toma de decisiones. El principio democrático según
el cual cada persona vale un voto (no más y no menos que eso) resulta
burlado cuando grandes disparidades económicas hacen, por un lado, que
ciertos individuos tengan un acceso asegurado a la arena política
(mediante contribuciones a los fondos de campaña o, incluso,
auto-financiando una postulación), mientras que aquellos con menores
recursos ven significativamente disminuidas sus posibilidades de
lograrlo.
En pocos lugares se ha debatido tanto sobre el tema
del financiamiento de las campañas políticas como en Estados Unidos.
Esta semana, en el caso Citizens United, la Corte Suprema resolvió la
cuestión del peor modo posible, permitiendo a las corporaciones gastar
de manera ilimitada a la hora de promover a un candidato. Al hacerlo,
el alto tribunal invalidó buena parte de la ley federal sobre
financiamiento político McCain-Feingold (aprobada en 2002, y llamada
así por el nombre de los legisladores que la promovieron; el primero de
ellos sería luego el rival político de Obama). La sentencia mostró la
división aguda existente puertas adentro de la Corte, entre los cinco
jueces conservadores que firmaron el voto de mayoría (redactado por
Kennedy, y secundado por Scalia, Roberts, Alito y Thomas) y los cuatro
disidentes, progresistas moderados (Stevens escribió el agrio voto
minoritario, acompañado por Breyer, Ginsburg y Sotomayor).
La
decisión sobre la validez de la ley fue gratuita, pues el caso no
exigía una opinión sobre ella. Su argumento principal fue que los
límites a los gastos de las corporaciones o de los sindicatos
promocionando a un candidato violan el derecho de aquéllos a la
libertad de expresión (en cambio, los límites a las contribuciones
directas a una campaña son válidos). Algo similar había insinuado la
propia Corte en 1976, en el famoso caso Buckley v. Valeo [424 U.S. 1
(1976)]. En el caso Buckley se discutía la validez de una ley de 1974,
aprobada con el objeto de disminuir el peligro de corrupción en el
sistema político, pero también de mejorar las condiciones de igualdad
en el acceso al poder, para que la mayor riqueza de los candidatos o su
mayor capacidad para recaudar fondos no constituyeran circunstancias
excluyentes y definitorias en una campaña. Entre otros puntos, la ley
establecía –de manera algo similar a la ley McCain-Feingold– un límite
a las contribuciones políticas a favor de candidatos a cargos a nivel
federal, y fijaba un tope a los gastos por parte de individuos o grupos
"relacionados con un candidato claramente identificable".
En su
decisión en el caso Buckley, la Corte equiparó las contribuciones a
favor de los candidatos con el propio discurso político (protegido por
la Primera Enmienda), de especial importancia en un sistema
democrático. Al reducir la cantidad de expresiones, los límites en los
gastos y contribuciones sólo podían resultar válidos si podían superar
un escrutinio especialmente estricto: si se demostraba que la
restricción al discurso era absolutamente necesaria debido al especial
peso de las razones para adoptarla. El alto tribunal convalidó las
restricciones a las contribuciones, afirmando que las limitaciones
sobre los montos que alguien puede donar a un candidato o comité
importan sólo una restricción marginal sobre la capacidad del individuo
en cuestión de involucrarse en un libre juego discursivo. Pero invalidó
casi totalmente las limitaciones a los gastos de campaña, rechazando
como fin legítimo de la ley el de tender a "igualar la capacidad
relativa de los individuos y grupos de influir en el resultado de las
elecciones". En su frase más controvertida, la Corte sostuvo que "el
concepto de que el gobierno puede restringir el discurso de algunos
miembros de la sociedad con el fin de ampliar la voz relativa de otros
es completamente ajeno a la Primera Enmienda, la que fue diseñada para
'asegurar la más amplia diseminación posible de información a partir de
fuentes diversas y antagónicas.'"
Uno de los aspectos más
criticables de Buckley es que la Corte reconoció que las asociaciones y
corporaciones –y no sólo los individuos— gozan del derecho a la
libertad de expresión. Este criterio es el que reforzó ahora el alto
tribunal en el caso Citizens United, dejando a un lado varias
decisiones adoptadas luego de Buckley, en las que había convalidado
límites semejantes (especialmente los casos Austin y McConnell). La
Corte afirmó que los topes a los gastos corporativos (o de los
sindicatos, que evidentemente cuentan con menor capacidad económica que
las grandes empresas) durante las campañas son inválidos, hiriendo con
ello de muerte los inusuales intentos por parte del Congreso de poner
un coto al poder que las empresas ejercen sobre la política.
Las
contribuciones de dinero, en efecto, podrían constituir una forma de
expresión pública de las preferencias de los ciudadanos, o un modo de
comunicar ideas, y gozar por ello de alguna protección. Esto se vio
tal vez del modo más claro en 2008, durante la campaña presidencial de
Estados Unidos, cuando una enorme cantidad de estadounidenses manifestó
su entusiasmo por Barack Obama donando dinero a su campaña, en general
muy pequeñas sumas. Sin embargo, la noción de que aquellos mejor
posicionados económicamente puedan tener una voz casi infinitamente
mayor que el resto resulta antidemocrática. Como dijo el juez J. White
en su disidencia en el caso National Conservative Political Action
Committee [470 U.S. 480, 508 (1985)], en el que la mayoría de la Corte
invalidó ciertos límites, "los gastos producen un discurso (protegido
por) la Primera Enmienda... Pero éste es precisamente el punto: ellos
producen tal discurso, no constituyen discurso por sí mismos."
Al
sostener ahora que los topes a los gastos violan la Constitución, la
Corte insinuó (al igual que en Buckley) que la garantía de la libertad
de expresión fue establecida para asegurar la más amplia diseminación
posible de información a partir de fuentes diversas y antagónicas. Pero
esta afirmación es doblemente tramposa en estos casos. La posibilidad
de oír voces diversas y antagónicas se encuentra fuertemente
condicionada por razones económicas. Aquellos que menos tienen
enfrentan dificultades casi insuperables para comunicar sus ideas. La
libertad de expresión no sólo se ve amenazada por parte del Estado sino
también por la situación de poderío económico de la que gozan ciertos
individuos y grupos en relación con el resto de la sociedad.
Paradójicamente, es la propia Corte la que impide el cambio de esta
situación.
Por otra parte, reconocer que las empresas tienen
derechos constitucionales o humanos (derechos que en ciertos casos son
tan fuertes como los de las personas físicas) es ignorar una realidad
obvia: las empresas, a diferencia de los seres humanos, son una mera
creación del Estado, y logran constituirse, crecer y construir su poder
gracias a las facilidades que el propio sistema legal les brinda.
Hacerlas gozar de derechos es, entonces, beneficiarlas artificialmente,
por partida doble. Las corporaciones, ahora, tienen derecho a gastar
enormes sumas de dinero para beneficiar a un candidato; mejor dicho,
para beneficiarse a sí mismas al apoyar a un candidato en condiciones
de llevar adelante sus propias propuestas. Como sostuvo la minoría en
su disidencia, "[l]a diferencia entre vender un voto y vender acceso es
una cuestión de grados…, y la venta de acceso por parte de un candidato
no es algo cualitativamente diferente a que éste brinde una preferencia
especial a quienes gasten dinero en su nombre."
Con su
decisión, la Corte estadounidense asestó un fuerte golpe al proyecto
democrático. Lo hizo en un momento en que, además de padecer otros
problemas graves, el sistema político estadounidense está asediado por
el poder de las corporaciones. La sentencia refuerza esta dominación,
subordinando potencialmente las plataformas políticas de un partido o
de un candidato a sus designios, y contradiciendo el ideal democrático
de la igualdad entre los ciudadanos. Convierte a la política en una
réplica burda del ya disfuncional mercado económico, en el que el valor
de una obra o idea se mide por el precio que otros quieren cobrar o
pagar por ella, aunque sólo unos pocos puedan cobrar o pagar lo que
consideran que esa obra o idea genuinamente vale. Citizens United
arroja el juego político a las fuerzas del mercado. Que, como sabemos,
es cualquier cosa menos igualitario.
Juan González-Bertomeu es un constitucionalista argentino radicado en Nueva York.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3054
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Bendito Estados Unidos donde no hay partido unico, como en CUBA
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De: Matilda |
Enviado: 26/01/2010 04:20 |
Sí, bendito,oh! bendito! y sigue postrándose...jaja
mati
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De: Quico º |
Enviado: 26/01/2010 22:43 |
Estados Unidos donde hay dos partidos; el del elefante y el del burro. |
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