A finales de 2009, la organización Human Rights Watch (HRW), con razón social en Nueva York, publicó un informe titulado
Un nuevo Castro, la misma Cuba.
Basándose en el testimonio de ex presos, el informe condenaba de manera
sistemática al gobierno cubano, calificándolo de tiránico y acusándolo
de utilizar “su maquinaria represiva, leyes draconianas y juicios
arbitrarios para encarcelar a decenas de personas que osaron ejercer
sus libertades fundamentales”.
El grupo afirma que entrevistó a 40
prisioneros políticos y que analizó las leyes extraordinarias que
permiten que los cubanos puedan ser encarcelados simplemente por
expresar opiniones críticas de su sistema socialista.
A primera
vista, se nos podría perdonar por pensar que Cuba es uno de los peores
violadores de los derechos humanos en las Américas. Sin embargo, la más
somera reflexión podría llevar a cuestionar tales declaraciones
procedentes de los EE.UU., un país con miles de prisioneros mantenidos
en una red internacional de cárceles secretas, muchos de ellos
sometidos a regímenes de tortura.
¿Es creíble este informe crítico sobre Cuba? ¿A quién representa Human Rights Watch?
La
respuesta a la última pregunta es un poco más difícil que en el caso de
otras organizaciones como la National Endowment for Democracy (NED),
establecida por el gobierno de los EE.UU., o incluso Reporteros sin
Fronteras (RSF), con sede en Francia y financiada directamente por el
Departamento de Estado usamericano en algunas de sus campañas contra
Cuba. A la manera de los “periodistas empotrados” que viajan con las
tropas de EE.UU. en todo el mundo, la NED y RSF pueden ser considerados
“vigilantes empotrados” que contribuyen a legitimar o deslegitimar
determinados gobiernos en función de la política de EE.UU.
Human
Rights Watch, sin embargo, no está financiada por el gobierno de los
EE.UU., si bien obtiene la mayor parte de sus fondos de una serie de
fundaciones usamericanas a su vez financiadas por muchas de las mayores
corporaciones de este país. Estas fundaciones, privadas y adineradas,
suelen vincular sus contribuciones a proyectos específicos. Así, por
ejemplo, los informes de HRW sobre Oriente Próximo a menudo se basan en
informes de fundaciones pro israelíes y reciben financiación de las
mismas. Otros grupos piden un enfoque sobre los derechos de la mujer o
el VIH/SIDA. Más del 90% de los 100 millones de dólares del presupuesto
de HRW para 2009 estuvo “limitado” de esta manera. En otras palabras,
HRW ofrece una selección de asuntos privatizada y realizada en EE.UU.
que sirve a los intereses de los ricos.
La coordinación de
todos estos intereses se ilustra con toda claridad por medio del nuevo
presidente de HRW, James F. Hoge, Jr., editor y periodista, redactor
jefe de la publicación Foreign Affairs, de 1992 a 2009, y
miembro prominente del patrocinador de la misma, el Council on Foreign
Relations (CFR), ubicado en Nueva York. El CFR, considerado como el más
influyente think tank de la política exterior de los EE.UU.,
incluye gran parte de la elite empresarial usamericana (entre otros los
bancos y los medios de comunicación), así como líderes pasados y
presentes de los dos grandes partidos. Ex secretarios de Estado como
Henry Kissinger y Condoleezza Rice, y el actual secretario de Defensa
Robert Gates, son miembros del CFR. Su lista de miembros es realmente
un Quién es quién de las elites usamericanas.
El consejo
directivo de HRW está igualmente dominado por la elite corporativa de
EE.UU., como la banca y los grandes medios de comunicación, y algunos
académicos, aunque no por funcionarios del gobierno. El consejo
directivo incluye al ex ministro de Asuntos Exteriores mexicano Jorge
Castañeda (académico que una vez fue marxista reconvertido en político
de derecha), mientras que el abogado de origen chileno José Miguel
Vivanco es director de la División de las Américas de HRW.
Vivanco
ha sido objeto de una gran controversia en América Latina a causa de
sus ataques contra Venezuela y Cuba. Si HRW a veces parecía actuar con
cierta independencia de la política exterior de EE.UU., por ejemplo
cuando apoyó la “guerra contra el terrorismo” pero criticó las
operaciones de este país en Iraq, éste no ha sido el caso en América
Latina, donde el grupo ha seguido al pie de la letra la línea de
Washington.
De todos los informes de Human Rights Watch sobre
América Latina de los últimos años, los únicos gobiernos a los que se
les ha hecho estas críticas sistemáticas son los de Venezuela y Cuba.
Otros informes, sobre Brasil, Honduras y México, han tratado de
cuestiones mucho más concretas, como la violencia de la policía, los
derechos de los transexuales o la justicia militar. Cuando se trata de
Colombia, HRW ha publicado informes sobre el uso de minas terrestres y
sobre las “mafias paramilitares”. Este último informe de hecho recoge
que Colombia tiene un más alto nivel de violencia “que casi ningún otro
país en el hemisferio occidental.” En realidad, Colombia está por
delante de cualquier otro país latinoamericano en número de asesinatos
de sindicalistas, periodistas, abogados y personas corrientes. Los
militares colombianos y sus aliados de las milicias de extrema derecha
han sido responsables de la mayor parte de estas masacres y sin embargo
HRW culpa a la guerrilla de izquierda y a las milicias de derecha por
igual, sin implicar al régimen de Álvaro Uribe, el mayor receptor ayuda
usamericana en América Latina.
Parcialidad en los informes
Por otra parte, el informe del grupo de diciembre de 2008 sobre Venezuela, titulado Una década de Chávez,
tuvo una motivación política clara. Según Vivanco, fue escrito “porque
queríamos demostrar al mundo que Venezuela no es un modelo para nadie”.
Dicho informe fue duramente criticado por más de un centenar de
académicos por no cumplir “ni siquiera los estándares mínimos en
materia de calidad académica, imparcialidad, exactitud o credibilidad.”
Más que un informe detallado sobre los derechos humanos era un intento
de desacreditar a un gobierno, principalmente sobre la base de las
acusaciones de “discriminación política” en el empleo y el poder
judicial. La evidencia era escasa y el enfoque en absoluto sistemático.
HRW rechazó estas críticas.
El reciente informe sobre Cuba (Un nuevo Castro, la misma Cuba)
es un intento de poner en la picota todo un sistema social basándose en
algunas anécdotas. Al igual que desde hace algunos años, EE.UU. ha
centrado su enfoque sobre derechos humanos en Cuba las pocas docenas de
personas detenidas y encarceladas por lo que HRW considera que es
simplemente la defensa de sus derechos básicos. El gobierno cubano dice
que la mayoría de estas personas aceptaban dinero proveniente de los
programas de EE.UU. para derrocar el sistema social cubano. HRW ignora
el derecho de Cuba a protegerse de los programas intervencionistas de
Washington.
Con respecto a los 40 ex presos que afirma haber entrevistado en Cuba, HRW llama la atención sobre lo que denomina una ley:
“…
que permite al Estado encarcelar a personas antes de que hayan cometido
un delito, bajo la sospecha de que pudieran cometer un delito en el
futuro… Esta disposición de “peligrosidad” [se refiere] a cualquier
conducta que contradiga las normas socialistas. Es la más orwelliana de
las leyes de Cuba y refleja la esencia de la mentalidad represiva del
gobierno cubano.”
Otras leyes se han utilizado, afirma, para:
“…
tipificar como delito el ejercicio de libertades fundamentales, en
particular leyes que penalizan el desacato, la insubordinación, y las
acciones contra la independencia del Estado. En efecto, el artículo 62
de la Constitución cubana prohibe el ejercicio de cualquier derecho
básico que sea contrario a “los fines del Estado socialista”.
HRW
también afirma que en enero de 2009 algunos jóvenes de la zona oriental
de Cuba fueron acusados de “peligrosidad” simplemente por estar
desempleados. Se decía que uno de ellos había sido encarcelado durante
dos años, sólo por estar desempleado. HRW señala que Cuba vincula
algunas detenciones a “una política usamericana destinada a derrocar al
gobierno de Castro... Sin embargo, en las decenas de casos que Human
Rights Watch examinó para la elaboración de este informe, esta
afirmación no se sostiene.
Examen de algunos de los aspectos jurídicos y prácticos de estas afirmaciones.
En
primer lugar, el artículo 62 de la Constitución cubana dice
textualmente que “Ninguna de las libertades reconocidas a los
ciudadanos puede ser ejercida contra lo establecido en la Constitución
y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni
contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el
comunismo. La infracción de este principio es punible.” (1) Eso no es
lo mismo que “prohibir el ejercicio de cualquier derecho básico que
vaya en contra de 'los fines del Estado socialista’. La disidencia no
es lo mismo que atacar el orden constitucional.
Legalmente, hay
ciertamente el principio de “peligrosidad social” en la legislación
cubana, pero se trata de un concepto que tipifica las infracciones
penales y de otro tipo. Por ejemplo, la peligrosidad social puede
agravar un “acto” que sea un delito en virtud de la legislación laboral
(Ley 176). Por el contrario, en el Código Penal (art. 14) la ausencia
de “peligrosidad social” puede mitigar la pena por un delito. El
“estado peligroso”, definido por el Código Penal (art. 72) tipifica
también una serie de conductas antisociales, como la embriaguez.
En
otras palabras, el enfoque de Human Rights Watch sobre “peligrosidad”
es un montaje. No hay delito sustantivo de “peligrosidad”. Es un
calificativo a la conducta real. Asimismo, el hecho de estar
desempleado en Cuba no constituye ningún tipo de delito; es
sencillamente absurdo.
Los “disidentes”
Sin
embargo, en el caso de los famosos “disidentes” –entre los que se
incluyen muchos de los calificados de periodistas independientes y
defensores de derechos humanos, financiados por el Departamento de
Estado de EE.UU. y los programas de USAID para promover una
“transición” en Cuba— la posesión de grandes cantidades de dinero, en
una situación de desempleo, puede constituir una prueba de delito.
Por
ejemplo, el “disidente” Oscar Espinosa Chepe estaba en paro desde hacía
diez años en el momento de su detención en marzo de 2003; sin embargo,
tenía más de 7.000 dólares escondidos en el forro de su traje. Ese
dinero podía haber estado en el banco junto con sus otros ahorros, pero
lo había conseguido recientemente de un grupo vinculado a Estados
Unidos. Del mismo modo, Raúl Rivero, Héctor Palacios, Osvaldo Alfonso
Valdés y otros fueron acusados porque había pruebas (entre otras,
recibos) de que habían recibido dinero de los programas de EE.UU.
destinados a derrocar la Constitución cubana. El informe de HRW hace
caso omiso de esta evidencia.
Los mismos grupos de Miami que
enviaron el dinero a estos cubanos (aunque la mayor parte del dinero
del gobierno usamericano se queda en Miami, lo que provoca conflictos
dentro de estos grupos) eran los que habían organizado los atentados de
los hoteles turísticos en Cuba en la década de 1990. No es sorprendente
que las autoridades cubanas sean intolerantes ante este terrorismo. Las
detenciones de marzo de 2003 fueron provocadas por los temores de Cuba
de que el régimen de Bush pudiera organizar una invasión al estilo de
Iraq haciendo uso de estos agentes pagados.
Tras el informe sobre el Nuevo Castro,
HRW mantuvo su campaña en favor de los “disidentes” financiados por
Estados Unidos. En enero de 2010 ha exigido que el gobierno cubano
“ponga fin de inmediato al hostigamiento del invidente y defensor de
los derechos humanos Juan Carlos González Leiva, líder del Consejo de
Relatores de Derechos Humanos”. González Leiva encabeza el capítulo de
Camagüey de la Fundación Cubana de Derechos Humanos, un organismo que
ha sido financiado por Washington a través de Miami por lo menos
durante diez años.
Una parte de la ayuda usamericana a los
agentes cubanos pasa por alto a los cubanos de Miami. El gobierno de
EE.UU. apoya directamente a los “periodistas independientes”, sobre los
que tanto Reporteros Sin Fronteras (RSF) como Human Rights Watch
manifiestan su santa indignación. La Sección de Intereses de EE.UU. en
La Habana (la embajada usamericana de facto) imprime directamente la Revista de Cuba de la Marquez Sterling Journalist Society, mientras que la revista El Disidente se edita en Puerto Rico pero se distribuye a través de la citada Sección de Intereses.
Esta
información se publica con cierto detalle en Cuba, pero es apenas
mencionada por HRW, o en cualquier otro informe EE.UU. Dado que el
“consenso usamericano” ha descalificado de manera efectiva el sistema
cubano en su totalidad, no es preciso tener en cuenta este pequeño
detalle. Sin embargo, no puede haber ninguna duda de que los países
independientes tienen derecho a la autodefensa ante la subversión y el
terrorismo usamericanos.
HRW no condena el bloqueo de EE.UU.
HRW
afirma que los 50 años de bloqueo económico de los EE.UU. sobre Cuba
han sido un fracaso, sin embargo, a diferencia de los 187 países que
votaron en la ONU en contra del bloqueo en 2009, este grupo con sede en
Nueva York no lo condena como una violación de los Derechos Humanos.
Por
el contrario, HRW afirma que Cuba utiliza el bloqueo como un pretexto
para la represión. Propone un nuevo programa contra Cuba en el que
Europa y América Latina se unan a Washington para exigir “la liberación
incondicional de todos los presos políticos”, incluyendo “los 53
disidentes aún en prisión desde la oleada represiva de 2003.” Si estas
demandas no logran su fin, entonces estos países, incluido EE.UU.,
“deben ser capaces de elegir individualmente si procede o no imponer
sus propias restricciones sobre Cuba.” De hecho, EE.UU. es el único
país que impone tales sanciones contra Cuba.
Este tipo de
intervención con el pretexto de los derechos humanos es coherente con
la política exterior de EE.UU. en América Latina. La eliminación de
regímenes independientes molestos ha sido una práctica ad nauseam
durante todo el siglo americano y fue siempre apoyada por la elite
corporativa de EE.UU. Las campañas de deslegitimación siempre han
precedido el “cambio de régimen”, por ejemplo, en Guatemala y Chile.
Human Rights Watch, al parecer, no ve un abuso de los derechos humanos
en dichas intervenciones.
Compartiendo mesa con agentes de la CIA
José
Miguel Vivanco ha formado parte de paneles con Caleb McCarry, designado
por el gobierno de Bush como “administrador de la transición hacia una
Cuba libre”, sin decir una sola palabra acerca del terrible abuso de
los derechos humanos implícito en el hecho de que un país pretenda
organizar la “transición política” de otro. En este aspecto, HRW tiene
que hacer sus deberes en lo relativo al artículo 1 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (2), que establece:
“Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación.”
Vivanco
también ha hablado en paneles en los que formaban parte ex agentes de
la CIA como Frank Calzón y Carlos Montaner, personas que han organizado
personalmente ataques terroristas contra Cuba. En ningún momento se
sentó para condenarlos por estos ataques, sino más bien estuvo de
acuerdo con ellos sobre el apoyo a los disidentes respaldados por Estados Unidos. Así de flexibles son sus posiciones.
Como
recompensa por sus servicios, en junio de 2009 Vivanco recibió un
premio del National Endowment for Democracy por su trabajo titulado “La
democracia en Cuba”, con lo que quedó claro su vínculo con el gobierno
de EE.UU.
Las campañas de propaganda de EE.UU. contra Cuba no
han disminuido en medio siglo, y HRW es sólo uno de los colaboradores
más recientes. Respondiendo a las quejas de EE.UU. sobre los “derechos
humanos y la libertad”, un hastiado diplomático cubano respondió “Por
supuesto, EE.UU. tiene una larga historia en esta materia, con los
Batista, Somoza, Trujillo, Duvalier, Pinochet, Videla”, en referencia
al respaldo de Estados Unidos a los dictadores de Cuba, Nicaragua,
República Dominicana, Haití, Chile y Argentina.
Todos los
presos con quienes habló Human Rights Watch habían sido liberados. Uno
se pregunta qué hubiera dicho en su informe HRW de haber descubierto
una prisión secreta cubana donde cientos de personas estuvieran
detenidas sin cargos, fueran torturadas y ubicadas fuera del alcance de
cualquier sistema jurídico.
En el caso de estos prisioneros
–retenidos por los militares de EE.UU. en la Cuba ocupada, en
Guantánamo— HRW escribió (en enero de 2010) que el presidente Barack
Obama debe “renovar su compromiso” para cerrar la prisión. No hay
condena del “abusivo” régimen de Washington por esta maquinaria
represiva. Pero, ¿por qué deberíamos esperar tal sinceridad y la
autocrítica de la elite de EE.UU.?
La lección que nos enseña el
informe de derechos humanos de Human Rights Watch sobre Cuba es que
nada nos tiene que enseñar sobre la pequeña isla del Caribe –ya sea en
sus debilidades o fortaleza– una sedicente organización de derechos
humanos que representa a la elite corporativa y de política exterior
usamericana.
N.B. Algunos detalles de los cargos contra los
“disidentes” arrestados en marzo de 2003 se publicaron en su momento
por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX) y
permanecen en línea. Para más detalles véase el libro, publicado en
2003, Los disidentes, de los periodistas cubanos Luis Báez y
Rosa Miriam Elizalde. El periodista franco-canadiense Jean-Guy Allard,
el académico francés Salim Lamrani y la periodista usamericana Diana
Barahona han escrito numerosos artículos sobre la financiación por
Estados Unidos de estas organizaciones (en su mayoría con sede en
Miami, pero también con sede en París: Reporteros sin Fronteras) que
colaboran con el gobierno de EE.UU. contra Cuba. Los financiadores de
HRW aparecen en los informes anuales de esta organización, y la
financiación vinculada figura a menudo en sus informes del país.
Tim Anderson es profesor de economía política en la Universidad de Sydney (Australia).
S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.
Fuente: http://mrzine.monthlyreview.org/2010/anderson160210.html