-Documento de la Oficina del Secretario de Defensa bajo el título: "Pretextos para Justificar la Intervención Militar de los Estados Unidos en Cuba", (9 de marzo 1962). Se somete a la consideración de la Junta de Jefes de Estado Mayor un paquete de medidas de hostigamiento que tenían por objetivo crear las condiciones para justificar la intervención militar en Cuba. Entre las medidas consideradas estaban las siguientes:
• "Una serie de incidentes bien coordinados se planificarían para que ocurriesen en la base naval de Guantánamo o sus alrededores, a fin de crear una apariencia verosímil de que fueron realizados por fuerzas cubanas hostiles."
• "Los Estados Unidos responderían con la ejecución de operaciones ofensivas destinadas a asegurar los suministros de agua y energía, destruyendo los emplazamientos de artillería y morteros que amenazan a la base. Comenzarían operaciones militares norteamericanas en gran escala."
•"Pudiéramos hacer volar un barco norteamericano en la bahía de Guantánamo y culpar a Cuba."
• "Pudiéramos desarrollar una campaña terrorista cubano-comunista en el área de Miami, en otras ciudades de la Florida y en Washington. La campaña de terror podría estar encaminada contra los refugiados cubanos que buscan asilo en los Estados Unidos."
• "Pudiéramos hundir una embarcación llena de cubanos en ruta hacia la Florida (real o simulada)."
• "Pudiéramos promover intentos contra las vidas de los refugiados cubanos en los Estados Unidos, incluso hasta el punto de herir a algunos de ellos en casos que serían ampliamente divulgados."
• "Hacer explotar unas cuantas bombas de plástico en lugares cuidadosamente escogidos, y dar a la publicidad documentos preparados que fundamenten el comprometimiento cubano”
• "Pudiera simularse una expedición `desde territorio cubano y apoyada por Castro' contra una nación caribeña vecina de Cuba.". "El uso de aviones tipo MIG tripulados por pilotos norteamericanos pudiera ofrecer causas adicionales de provocación."
El documento es mucho más largo y continúa con otras ideas o propuestas similares…
Ahora bien, más allá de hechos y documentos que refieren casos específicos, en esta nota es mi interés dar una visión global del modo como se ha presentado el problema de los derechos humanos en nuestro subcontinente, y también el modo de enfrentarlos y superarlos:
Empezaré diciendo que América Latina es un mosaico de naciones con diversos niveles de educación y desarrollo, distintos grados de modernización, distintas nacionalidades, diversidad de costumbres, tradiciones, etc. No obstante, sus diferencias, subsisten problemas comunes: dependencia política, económica, social y cultural respecto de los países altamente desarrollados, explotación sistemática del trabajo de nuestros trabajadores y un abismo social cada vez más marcado entre ricos ypobres. Por lo demás, si exceptuamos algunos pocos países (Cuba, Argentina, Uruguay y Costa Rica), el resto presenta un racismo y biclasismo irritante, respecto de su población negra, indígena y mestiza.
Un legado de poco más de 500 años de historia de dominación, una historia plagada de conflictos y contradicciones, en que lo único que ha cambiado ha sido el carácter de los dominadores, los que han perpetuado la pobreza y marginalidad de la mayor parte de nuestra población, tendencia que hasta hoy se reproduce y profundizado bajo nuevas modalidades.
De poco más de 500 años de historia, los países de América Latina bien han sabido lo que significa la palabra “Derechos Humanos” (DDHH) y Autodeterminación de los Pueblos en boca de los países más ricos y desarrollados, fundamentalmente, del norteamericano. Ha tenido que sufrir una interminable serie de intervenciones directas o veladas. De ello, una historia plagada de intervenciones de los EEUU en nuestra región se encuentra bien documentada.
Hablar de la pérdida de la soberanía política en América Latina es hablar de la pérdida de nuestras riquezas materiales, porque la violencia dominadora estuvo, como siempre en la historia, al servicio de la apropiación de nuestros recursos más vitales. Esta fue la lógica que trajo a los conquistadores europeos, en siglos pasados, y lo que atrae hoy al moderno conquistador norteamericano. No obstante, hoy, el colonialismo no tiene razón de ser, pues las intervenciones operan de otro modo: a través de la ciencia y tecnología, la comunicación, la ideología, la cultura, etc., que como métodos de sometimiento han resultado ser más eficaces que los modos coloniales tradicionales.
En este cuadro, los EEUU nos ha trasladado, no sólo su sistemas de operación mercantiles y la imposición de su sistema político (binominalismo), sino también, los productos ideológicos propios de una sociedad del capitalismo avanzado. Esta exportación ha sido sumamente exitosa, del momento en que no hay otro ejemplo, en que la dominación y control cultural de un país imperialista, sobre una zona del mundo, se haya desarrollado tan bien entre estos dos polos.
Por eso, no ha sido suficiente, como se pensaba, que una vez terminadas las dictaduras militares pudiéramos haber llegado a un estado feliz respecto de la situación de los DDHH, puesto que, en las nuevas condiciones impuestas por la fase económica neoliberal, las dictaduras se han hecho innecesarias para aquellos que las impulsaron: el gran capital financiero y el nuevo ideologismo venido desde los estados imperiales. Por eso, se habla mucho de los DDHH en nuestro subcontinente sin tenerse una noción muy clara de la amplitud de su significado.
En efecto, el común de la gente acostumbra a asociar los DDHH exclusivamente con aquellos hechos que afectan la vida y las libertades individuales, emplazando el problema en su variable puramente civil y política. La mayoría de las agrupaciones que defienden estos derechos no han sido capaces de plantearse en términos de las estructuras que dan lugar a esos males. Por ello, el debate del tema en nuestra región ha sido muy limitado, estacionándoselo en aproximaciones muy superficiales que sólo tocan las manifestaciones finales del problema sin entrar a profundizar en las estructuras del sistema que dan origen a nuestros males. De allí, que se hace necesario devolver al fenómenos de los DDHH toda su amplitud y su realidad más profunda y general.
En primer lugar, decir que las violaciones de los DDHH en nuestra región encuentran su fundamento en la imposición de una política y una ideología proveniente, fundamentalmente, del Departamento de Estado norteamericano y sus organismos afines, quienes a caballo de las dictaduras militares lograron una férrea imposición de las nuevas prácticas políticas e ideológicas para dar sustento a un brutal neoliberalismo económico. En nuestro país, por ejemplo, el hecho mismo del golpe militar sólo constituyó la puntada final, el último eslabón de toda una trama anterior previamente concertada por grupos económicos nacionales y extranjeros. Es decir, que el golpe militar y la consecuente ruptura del orden institucional y democrático, sólo fueron el efecto, el resultado último de una causa original, en donde los poderes imperiales decidieron abortar el proceso de cambios que se venía generando en las estructuras de la sociedad chilena. Por ello, en el nuevo cuadro geopolítico, debemos tener presente que con o sin dictadura nuestros derechos nos seguirán siendo negados, en tanto sigamos siendo países dependientes y el neoliberalismo despiadado siga acentuando su fase depredadora y explotadora con más vigor que antes.
En este cuadro, resulta una gran contradicción que la Declaración Universal encargue al Estado el papel de mediador para asegurar el cumplimiento de los derechos declarados. Porque bien sabemos lo que significa el Estado, en tanto su naturaleza clasista lo lleva a atender los derechos de la clase dominada sólo en forma derivada y subalterna, no logrando universalizar la práctica efectiva de éstos. Ello, por cuanto estos derechos se encuentran estructuralmente violentados por la forma en que el Estado organiza la sociedad clasista: privilegio del capital sobre el trabajo, macroeconomía sobre la microeconomía, explotadores sobre explotados, etc. Y no podría ser de otro modo, porque el componente básico del Estado lo constituye el poder. Quién tiene el poder controla el Estado. Y en nuestras sociedades capitalistas el poder siempre ha estado en manos de la clase minoritaria, dueños de los medios de producción, productores de su propia ideología.
Así, el Estado, en último término, no es otra cosa que la expresión del Poder de una clase social sobre otra para generar tales o cuales derechos. Es decir, que explotados y explotadores son portadores de sus propios derechos, colmados para los últimos y negados para los primeros. Si a ello agregamos que nuestros documentos constitucionales, en su origen, sólo fueron copias de la constitución norteamericana y de los principios de la Revolución Francesa, se comprende mejor el por qué la defensa del individuo y de la propiedad privada logran ocupar un lugar de privilegio. De esta realidad cabe preguntarse si las estructuras legales heredadas han servido o no a nuestros pueblos. Por cierto, en su primer momento su utilidad queda fuera de toda duda, mas en las actuales condiciones estas se muestran insuficientes y, más aún, causa de muchos de nuestros males. Documentos producto de elucubraciones de las élites criollas, que se preocuparon por reglamentar los cambios, pero cuidándose de salvaguardar sus privilegios.
Por ello se hace necesario levantar una nueva alternativa para los DDHH cuyo fundamento no sea el asistencialismo liberal, sino un conjunto de sistemas y modalidades que permitan un real proceso de liberación para los pueblos de nuestra región. Quizás, en esta última idea sea alentador constatar el hecho que desde el año 1992, en adelante, se han estado realizando reuniones de los jefes de Estados de los países miembros, en las llamadas "Cumbres Iberoamericanas". Este hecho aparece relevante, porque nunca antes nuestros países pudieron sentarse a tratar sus problemas sin dejar de tener la presencia y presión del gobierno norteamericano. Desde la primera reunión en Guadalajara (1992), y las siguientes, el tema de los DDHH no ha dejado de estar presente en sus declaraciones, insertándose párrafos específicos en la perspectiva de comprometerse en el respeto de los mismos tomando las medidas necesarias para optimizar su preservamiento.
Sin embargo, debemos reconocer, estos intentos han sido más formales que reales. La globalización de la política y el comercio, entre otros, han terminado por despojarnos de las últimas defensas que nos quedaban en resguardo de nuestras autonomías nacionales. Con la intervención de instituciones como el FMI, OMC, Banco Mundial, BID, Grupo de los Siete, la misma Naciones Unidas y los nuevos tratados comerciales, toda posibilidad de preservar nuestras mínimas soberanías han terminado por esfumarse. Si a ello, agregamos, la intervención indirecta y velada de las multinacionales, el cuadro se presenta más desolador aún.
Sin duda, los nuevos fenómenos de globalización, han debilitado los DDHH en nuestra región, lo que llevó, en su oportunidad, a que 33 onGs vinculadas con la promoción de los mismos, enviaran el año 1994 una carta a los jefes de Estado participantes en la Cumbre de Cartagena de Indias, en Colombia, para denunciar el incumplimiento de los acuerdos sobre DDHH acordadas en cumbres anteriores. Hacen presente que no se han tomado los debidos resguardos para evitar flagrantes violaciones a los DDHH en sus más distintas manifestaciones. No sólo se denuncia de que junto a la caída de las dictaduras militares, persisten en la región situaciones que atentan contra la dignidad humana y la democracia, cometidas por Gobiernos reconocidos como democráticos. Más que eso, se trata también de que la dinámica del proceso económico vigente no puede reducirse a la creación de áreas de libre comercio y zonas de libre inversión que sólo benefician a grupos minoritarios de poder económico. Solicitan aplicar las normas internacionales sobre derechos económicos, sociales y culturales en la formulación y ejecución de las políticas y acuerdos económicos regionales. Expresan también su rechazo a la "violación del derecho a la autodeterminación de los pueblos y de los principios de igualdad soberana de los Estados y de no injerencia de un Estado en los asuntos internos de otro, que se expresa en la agresión militar, la invasión y la ocupación territorial, la práctica de la presión económica y los bloqueos financieros, comerciales y económicos para imponer la voluntad de un país sobre otro y provocar cambios en el interior de éste". Estas mismas denuncias han seguido haciéndose en las “Cumbres Sociales Alternativas” paralelas a las de jefes de Estado.
Estas acciones tienen el mérito de poner al descubierto un hecho que generalmente pasa desapercibido, esto es, que la defensa a ultranza de políticas que tienen a la vista el preservamiento del modelo neoliberal, privilegiando por encima de cualquier cosa las relaciones puramente mercantiles y de negocios, implica un severo revés para la aplicación de principios y derechos establecidas en la Declaración Universal.
Así entonces, la historia de nuestra América Latina se ha contado ya muchas veces bajo el mismo libreto y el mismo escenario, sólo han cambiado los sujetos que ejercen el poder. ¿Estaremos condenados a que esto se siga repitiendo? No podríamos asegurarlo. Sí podemos asegurar, de que todo lo hecho en nuestra región, ha sido copia y calco de políticas impuestas desde otros lugares. Tanto el liberalismo como el neoliberalismo no han sido invenciones nuestras y, aún, los débiles y efímeros intentos socialistas, no han sido otra cosa que malas copias de experiencias extraídas también de otros lugares. Con la sola excepción de nuestros libertadores, no hemos sido capaces de pensar por nosotros mismos para crearnos modelos propios de Progreso; modelos verdaderamente conscientes con lo que hemos sido, con lo que somos y lo que queremos ser.
Parecemos no darnos cuenta que así como hemos tenido una política balcanizada, fracturada, sistemas económicos fallidos y enormes desigualdades sociales, al mismo tiempo, hemos logrado conservar una asombrosa continuidad cultural que se ha logrado mantener en pie aún en medio de la debacle generalizada de nuestro sistema. Un punto de referencia concreto a partir del cual podemos ser capaces, no sólo de crear una política y una economía consecuente con nuestra propia idiosincrasia, sino que también, una política sobre DDHH que sea fiel expresión de las mismas. Para ello tenemos de todo: obreros, campesinos, profesionales, empresarios, intelectuales, organizaciones femeninas, comunidades científicas, federaciones sindicales, Universidades, y sobre todo, una gran variedad de recursos y riqueza naturales que nos dejan en inmejorable posición para plasmar políticas propias que sean auténticamente nacionales. ¡En fin!...todo un mosaico capaz de convertirse en los protagonistas activos de nuestra historia. Ya no sólo el Estado, la élite política, la Iglesia, o el ejército ordenándolo todo desde arriba, sino el conjunto de la sociedad participando y actuando desde abajo.
Ello requerirá de parte nuestra de un compromiso geopolítico, que tenga presente que la causa de los DDHH es la causa y la lucha por los pueblos oprimidos que en la organización actual del mundo tienen una posición subordinada a los dictados de los países imperiales. Y que esta subordinación se ejerce ahora en forma más hipócrita y velada. Se trata, de la intervención económica, que impone políticas que nos obligan a producir más para obtener menos retornos. Como ejemplo, ahí están el comercio desigual, políticas arancelarias desfavorables, políticas de cambios, sistemas de dumping, fugas de capitales, lavados de dinero, sistemas de préstamos, bloqueos económicos, imposiciones del FMI, del Banco Mundial, etc.
Un compromiso geopolítico que nos permita comprender que, en las actuales circunstancias, la dependencia y explotación y la vida gris y miserable de muchos millones de seres que pueblan nuestra región, conforman todavía parte de la trama sombría y lacerante de nuestro continente. En fin, comprender también que hablar de los DDHH en nuestra región debe mantener como referencia obligada la situación de relación y dependencia de nuestros países respecto de los países del Primer Mundo y lo que significa el neoliberalismo impuesto a nuestro continente.
Por ello, todo análisis que pretenda mediatizar el problema de los DDHH sin tomar en cuenta el marco de relación y de dependencia a que hemos estado sometidos desde siempre, querrá decir que sólo está eludiendo el problema de base, lo cual implica, que el problema en si no se aborda seriamente.
Pero, este compromiso geopolítico, para que se haga real y efectivo, tiene que comprometer a su vez, una acción revolucionaria. Opción revolucionaria, entendida, no en el sentido tradicional, sino como un profundo cuestionamiento que debemos hacernos de la organización que impera en nuestro continente. Opción revolucionaria en el sentido de tomar partido por una lucha, pero no cualquier lucha, ni cuestionamientos sólo de algunos u otros aspectos de la sociedad, sino de su estructura fundamental.
Subversión en fin, en un doble sentido, esto es, por una parte, una lucha contra el tutelaje extranjero que atenta contra nuestra libre determinación y soberanía y, por otra, una lucha que implique el propósito de cambiar las estructuras del sistema capitalista. Es decir, tener presente que un sistema que caracteriza a la sociedad por disensiones profundas y desgarradoras, que mantiene en pie instituciones represoras múltiples y diversas, es en si misma negadora de derechos fundamentales. Entonces, necesidad de revolución, en tanto la subversión consista en desenmascarar las tantas codificaciones que operan en las complejas estructuras de la sociedad, y sientan la base para inspirar procesos que busquen una nueva expresión transformadora que lleven a una nueva posición histórica a los Derechos Humanos.
Si han habido muchas revoluciones en el mundo, ello no invalida que para las nuevas condiciones imperantes sea necesario una nueva revolución social, que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, de una nueva revolución política, que modifique las estructuras del poder, de una nueva revolución material y económica que permita la distribución de la riqueza social en forma más proporcional y justa y, en definitiva y, sobre todo, una revolución humana que pueda crear sus propios paradigmas en reemplazo de los decadentes valores actuales. Es decir, como lo dijo Leonardo Boff: "necesitamos una revolución mundial en nuestras mentes, una revolución mundial en nuestros hábitos, una revolución mundial en nuestras sociedades, para que este clamor sea efectivamente oído y entendido".
Está claro, que para poder lograrlo en esta parte del mundo debemos dejar atrás el capitalismo. Y si es esa la meta, aceptar el reto de poder algún día diseñar un nuevo pensamiento programático que traspase el horizonte capitalista y anticipe los rasgos y contornos principales de una sociedad superior y posterior al capitalismo que sea válido para nuestra región. Muchos debemos confesar que, a esa alternativa diferente, la continuamos llamando socialismo. Desde luego, el modelo del socialismo derrumbado no es la alternativa.
Por último, hacerse carne del consejo de José Saramago, quien en una de sus ultimas entrevistas en España, en lo tocante al tema de de los DDHH ha dicho: “Te doy una respuesta más larga. Le diría a los partidos de izquierda que todo lo que se le puede proponer a la gente está contenido en un documento burgués que se llama Declaración de los Derechos Humanos, aprobado en el año 1948 en Nueva York. No se casen con más propuestas. No se casen con más programas. Todo está dicho allí. Háganlo. Cúmplanlo”.
Hernán Montecinos .