|
General: CUBA: EL SABLE DEL GENERAL OCHOA
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: Rene Gomes (Mensaje original) |
Enviado: 10/05/2010 00:31 |
Madrid, 28 de julio/ El País/ Pero el grado de insatisfacción de los
cubanos es cada vez mayor. El Gobierno teme que se produzca una
revuelta popular como el maleconazo de 1994, sólo que esta vez no sería
para pedir democracia y libertad, sino el final del permanente periodo
especial en que vive la isla desde el hundimiento de la Unión
Soviética, y que se ha agravado en los últimos meses por la escasez de
alimentos y los cortes de luz. En las calles de La Habana han comenzado
a aparecer carteles con la leyenda “Abajo Raúl”.
El dilema es
cómo van a responder las FAR en el caso de que miles de personas se
lancen a la calle para pedir alimentos. Salvo la cúpula militar que
goza de las mismas prebendas que la nomenclatura, los oficiales del
Ejército cubano y sus familias sufren las mismas penalidades de la
población civil. Por si fuera poco, no se han recuperado todavía del
malestar que les produjo el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el
militar más popular, el más condecorado, el vencedor de la guerra de
Angola, distinguido con el galardón de Héroe de la República de Cuba,
que fue ejecutado como un delincuente hace 20 años, el 13 de julio de
1989.
El general Ochoa y tres altos oficiales, el coronel
Antonio de la Guardia, el mayor Amado Padrón y el capitán Jorge
Martínez Valdés, fueron procesados en un juicio sumarísimo por el
delito de alta traición a la patria y a la revolución y ajusticiados.
La conmoción que produjeron aquellas ejecuciones y las subsiguientes
purgas que se llevaron por delante, entre otros, al poderoso ministro
del Interior, el general José Abrantes, permanece en el inconsciente
colectivo. Con aquellas muertes, los hermanos Castro reforzaron su
poder al matar dos pájaros de un tiro: por
un lado, borraron las huellas que implicaban al Gobierno cubano en el
narcotráfico; y por otro, se deshicieron de un rival en un momento muy
peligroso para la revolución, tres meses después de la visita a la isla
de Mijaíl Gorbachov, cuando la perestroika se discutía abiertamente en
los cuarteles.
En 1975, Cuba desplegó el primer contingente de
los más de 40.000 soldados que fueron enviados a luchar a la lejana
Angola. La muerte del Che Guevara en Bolivia y el fracaso de la
insurgencia apoyada por Cuba en América Latina llevaron a Fidel Castro
a dirigir a otras tierras el concurso de sus “modestos esfuerzos”. Las
legiones cubanas se desplegaron en el Congo, Eritrea y sobre todo en
Angola. Pero el Gobierno cubano, a pesar de la ayuda soviética, no
contaba con los recursos necesarios para financiar esas guerras. El
coronel Antonio de la Guardia dirigía entonces el Departamento MC
(Moneda Convertible) del Ministerio del Interior. Desde Panamá, donde
operaba, había tejido una compleja trama de sociedades comerciales para
aprovisionar a Cuba de equipos y tecnología, difíciles de conseguir
debido al bloqueo estadounidense.
Todo ese entramado sirvió de
sostén a las tropas expedicionarias en Angola, que se autofinanciaron
con el contrabando de oro, diamantes, marfil y también con droga, algo
común en las guerrillas de América Latina.
En
su libro Dulces guerreros cubanos, Norberto Fuentes asegura que Fidel
Castro estaba al tanto de las operaciones de narcotráfico y pone en
boca de su hermano Raúl estas palabras: “Fidel dice que en definitiva
todas las guerras coloniales en Asia se hicieron con opio. Entonces
nada más justo que los pueblos devolvamos la acción, como venganza
histórica”.
En 1983, el presidente de Estados Unidos
Ronald Reagan afirmó que funcionarios cubanos de alto rango estaban
involucrados en el narcotráfico. Fidel Castro dio la callada por
respuesta. Pero seis años después, a comienzos de 1989, la DEA, la
agencia antidroga del Gobierno estadounidense, descubrió que el
departamento MC del Ministerio del Interior cubano estaba implicado en
una operación del cartel colombiano de Medellín, dirigido por Pablo
Escobar, para enviar un cargamento de cocaína a Estados Unidos. La
bomba tanto tiempo oculta podía estallar de un momento a otro. Fidel
Castro podía ser acusado de complicidad en el tráfico de drogas. El
comandante tenía que hacer algo sonado para despejar cualquier duda
sobre su honorabilidad.
El 12 de junio de 1989 el general
Arnaldo Ochoa y sus más próximos colaboradores fueron detenidos y
acusados de narcotráfico. La sorpresa, sobre todo en los cuarteles, fue
general. Sólo unos pocos enterados estaban al tanto de los hechos y se
imaginaron que era una maniobra de distracción. Dariel Alarcón Ramírez,
alias Benigno, superviviente de la guerrilla del Che en Bolivia,
entonces muy cercano al poder, escribió en su libro Memorias de un
soldado cubano. Vida y muerte de la Revolución que “corría el rumor por
todo el Palacio de que iban a juzgar a Arnaldo (Ochoa), Tony (Antonio
de la Guardia) y los demás para aplacar a los norteamericanos y, sobre
todo, para sacar a Fidel del atolladero. Después los escondería en
algún sitio, bien protegidos. Se habló mucho de Cayo Largo para Ochoa.
La verdad es que no estábamos preocupados”.
Durante el juicio,
retransmitido por televisión, el propio Ochoa se mostró despreocupado
al principio y luego arrepentido. “Creo que traicioné a la patria y, se
lo digo con toda honradez, la traición se paga con la vida”, le dijo a
su conmilitón, el general Juan Escalona Reguera, fiscal de la causa.
La
autoconfesión del general Ochoa, algo común en todos los procesos
estalinistas, como ha ocurrido recientemente con Carlos Lage y Felipe
Pérez Roque, formaba parte de la farsa. Pero contra todo pronóstico,
Arnaldo Ochoa y sus compañeros de armas fueron condenados a muerte y
fusilados. La sorpresa fue mayúscula. Brian Latell, analista de la CIA
en temas cubanos, escribió en su libro Después de Fidel. La historia
secreta del régimen cubano y quién lo sucederá que Fidel Castro urdió
la crisis. “El único crimen de Ochoa -escribe Latell- fue cuestionar la
autoridad de Castro (…) Fidel pensó que Ochoa debía ser condenado por
crímenes realmente horribles (…) para así excluir toda posibilidad de
alguna reacción violenta de los militares (…). Los cargos de
narcotráfico eran una cortina de humo”.
Durante los 20 años que
han transcurrido desde aquellas ejecuciones, los oficiales del Ejército
cubano, principalmente los capitanes y comandantes educados en los
ideales que encarnó el general Ochoa, han visto cómo los hermanos
Castro y los altos oficiales de las FAR han seguido celebrando el
banquete de la victoria, mientras el pueblo cubano iba de peor en peor.
Ahora que la fiesta toca a su fin, los oficiales jóvenes temen perder
su derecho de primogenitura sin la esperanza de poder ocupar las
vacantes que inexorablemente van a dejar los viejos generales. Asisten,
como el resto de la población, a los funerales de una revolución que
les ha condenado a vivir miserablemente en casas ruinosas, castigados
por los apagones y la falta de agua; padecen las deficiencias de un
sistema de salud seriamente enfermo, y hacen largas colas en las
bodegas para comprar los productos cada vez más escasos de la libreta
de racionamiento. Y tienen también que resolver, es decir tienen que
robar como los civiles para poder sobrevivir. En medio de esa debacle
crece cada vez más la posibilidad de un estallido social o de un nuevo
éxodo hacia Estados Unidos, y con ello la probabilidad de que les
ordenen salir a la calle para “defender” a la revolución de las
víctimas que ha creado la propia revolución.
El general Arnaldo
Ochoa murió fusilado hace 20 años, sin que su sable hubiera sido
utilizado nunca contra la población civil. Los que llegado el caso se
vean obligados a empuñarlo tendrán que decidir en qué dirección van a
dirigir el mandoble.
|
|
|
Primer
Anterior
Sin respuesta
Siguiente
Último
|
|
|
|
|
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|