Cuando la pena de no realizar un sueño encuentra sosiego en la certeza de haber cumplido con honor, entonces el pulso, alterado por el fragor de la porfía, reposa. El dolor se mitiga y halla nido en la aprobación de lo hecho.

Digamos que nuestros corazones —y los de millones de cubanos— agitaron su palpitar ayer mientras a los voleibolistas cubanos les exigían ecuanimidad sobre el terreno. Quizá más de una vez golpeamos la mesa tras una pifia, o saltamos hasta el cielo al verlos atacar con acierto, en tanto ellos debían controlar su regocijo para continuar adelante.

El sexteto salió a buscar la medalla de bronce, con el peso lógico de varias semanas de competencia sin par, entre los mejores del mundo... entre los cuatro mejores del mundo, y aunque no la lograron, dejaron una indeleble huella en la afición, aquí y en Córdoba.

Es propio de sencillos caballeros de nuestra época —siempre lo han sido los deportistas cubanos— reconocer las virtudes de un rival que también vivió, sufrió y se desgarró para ganar esa presea. Por eso el gesto noble —una vez concluida la tensa lucha— de saludar a sus adversarios, los mismos que vinieron a prepararse en La Habana, días antes de comenzar el evento.

Lejos de cualquier alabanza baldía, reconozcamos el mérito de estos muchachos que, aún distantes de dominar la maestría deportiva, se han adelantado a su momento. Si son ciertas las opiniones de los expertos, un voleibolista necesita de cinco a ocho años —jugando casi a diario— para madurar, y a los alumnos de Orlando Samuels les ha tocado apurar el paso, caminar a la batalla aunque todavía no posean una reserva que alivie la intensidad de trabajo a la que están sometidos los seis regulares.

Fue difícil clasificar para la final de esta Liga con 11 victorias y una derrota, balance solo igualado por el multicampeón Brasil. Tampoco resultó cómodo descansar el primer día de la lid en Córdoba para luego encarar a Rusia, Italia, Brasil y Serbia sin una fecha de descanso.

Jugaron partidos emocionantes, como el del tie break perdido a manos de los rusos; la blanqueada fulminante a Italia, con sus estrellas reconocidas; los compromisos frente a Brasil y Serbia. Hubo espíritu de equipo entre los seis estelares, y los jóvenes del banco también ofrecieron su apoyo, sin celos por no salir al terreno.

Es cierto que Cuba, por segundo año consecutivo, concluye cuarta, pero esta actuación ha mostrado a una selección que va dejando de ser una promesa para establecerse en la cumbre. Tiempo habrá de comprobarlo en el Campeonato Mundial de Italia, en septiembre.

La Federación Internacional de Voleibol tiene a más de 200 naciones afiliadas. ¿Acaso significa poco que Cuba ocupe el cuarto lugar en el evento anual más importante de este deporte, por el cual a lo largo de su historia han desfilado 24 países?

Los tres líderes Brasil, Rusia y Serbia, por el orden en que concluyeron, siempre se han mantenido en la cima, avalados por canteras de hombres acostumbrados a jugar torneos largos de altísima calidad.

Entonces, con más razón, reconozcamos la extirpe de los cubanos.