Debo confesar que hace un tiempo —en un foro de Facebook que ha pasado a la historia por la triste circunstancia de ser “culpable” de la expulsión de un alumno de la Facultad de Periodismo de La Habana— me quedé estupefacta al leer, de “boca” de estudiantes de dicha Facultad, algunos argumentos que me parecieron imposibles en jóvenes veinteañeros de la Cuba de hoy.
En el calor de los debates, algunos estudiantes (con acceso a internet) nos acusaban, a los que vivimos “fuera”, de habernos vendido “por dinero”. Nuestro delito consiste, pues, en cobrar por nuestro trabajo todos los meses un sueldo en euros, en dólares, en quetzales, en bolívares o en francos de Burundi.
Los argumentos partían del análisis del fenómeno de la bloguera Yoani Sánchez, a quienes todos los oficialistas acusan de “escribir por dinero”.
Cada vez que algún disidente cubano se hace visible, el primer insulto que se le ocurre a las autoridades es el de “mercenario al servicio del enemigo”. “Lo hacen por dinero”, vociferan.
Cuando algún dirigente quiere ser “tronado” enseguida aparece el argumento del “enriquecimiento ilícito”. No los “truenan” por corruptos, pues corrupta es toda la cúpula militar-empresarial que maneja las grandes empresas de incorporación de divisas al país. Los dejan ser corruptos mientras son fieles, para poder quitarlos con el pretexto de la corrupción cuando se vuelven “infieles”.
El dinero es la “gran sombra” de la Revolución Cubana. La relación de amor-odio-ignorancia que el sistema cubano ha establecido con el dinero es patológica. El discurso de la Revolución se ha construido a favor de los “pobres”, y la obra principal de la Revolución ha sido, supuestamente, la de distribuir equitativamente la pobreza.
Tener o poseer dinero, o simplemente ganar un sueldo trabajando, es en Cuba un delito.
Por la misma razón, la gente ha dejado de tener pudor en pedir abiertamente dinero (la “limosna” es el deporte nacional) y han perdido toda noción de lo que cuestan las cosas, suponiendo —alentados en parte por cierto tipo de emigrantes que vuelven a Cuba a presumir— que todo el que vive en otro país es “rico”, y tiene el “deber” de regalar su dinero.
La realidad es que el sistema económico de la “propiedad social” se ha demostrado en todas partes absolutamente improductivo. Las empresas e industrias cubanas no generan riqueza. Como dice un chiste “el cubano se hace el que trabaja, y el Estado se hace el que paga”. Ni se produce, ni se cobra. El salario promedio de un ingeniero o un médico en Cuba no supera los 20 euros mensuales. El de un trabajador no cualificado no supera los 10.
Podríamos preguntarnos entonces, en un sistema económico así, de dónde puede salir el dinero y los recursos para mantener los cacareados “logros de la Revolución”: a saber, la educación y la sanidad universal y gratuitas.
Quienes vivimos en los países desarrollados sabemos bien lo costosos y difíciles de gestionar que son los sistemas educativos y sanitarios públicos (que existen y funcionan bastante bien en toda Europa). ¿Cómo puede un país pobre como Cuba, con un sistema económico absolutamente improductivo, presumir de modelos de servicios públicos que son tan caros y difíciles de mantener?
En primer lugar, porque las condiciones en que permanecen los hospitales y las escuelas en Cuba hoy en día son tan penosas, que cualquier inspector sanitario los cerraría a cal y canto nada más entrar por la puerta.
En segundo lugar, porque los principales renglones productivos de Cuba, las principales fuentes de divisas, son externas al sistema: el turismo y las remesas de los emigrantes.
Eso es normal en muchos países del llamado “Tercer Mundo”. Las remesas de emigrantes son un recurso fundamental, incluso en países grandes como México o Argentina, y se han llegado a considerar “el primer ingreso de América Latina”. Se trata, por supuesto, de una fuente justa —y aún insuficiente— de reparto de riqueza a escala mundial.
Lo que no es tan normal es que, encima de constituir el primer recurso económico del país, a los emigrantes se nos denigre, se nos acuse de “gusanos” y enemigos, se nos prive de nuestros derechos en nuestro país de origen y se nos extorsione constantemente para que, si queremos volver a entrar a Cuba a visitar a nuestras familias, tengamos que pagar considerables cantidades de dinero al Estado en permisos e impuestos absolutamente injustos.
Perdonen que me detenga en describir algunos de esos altísimos impuestos que tenemos que pagar los cubanos del exterior si queremos volver a ver a nuestras familias —pagos desconocidos por la mayoría de la gente del mundo “normal”.
Para que se les permita salir del país, los cubanos residentes en Cuba deben pagar al Estado cubano un permiso llamado “tarjeta blanca” que cuesta 150 dólares, y una carta de invitación que cuesta 250. Además, los cubanos que salen de visita al extranjero deben pagar al Estado cubano 40 euros ¡por cada mes! que permanezcan en el exterior (dinero que pagan casi siempre sus familiares o amigos en el exterior).
El pasaporte español, por ejemplo, cuesta 20 euros cada 10 años. El pasaporte cubano cuesta 90 euros (¡¡¡sí!!!, 90 euros que se hacen 115 si es un “trámite no personal”, o sea si no te personas en el Consulado) cada dos años, y 150 cada seis años.
Los cubanos “con la categoría de emigrados”, aunque tengamos otros pasaportes, si queremos entrar a Cuba debemos hacerlo con el pasaporte cubano, y debemos pagar además 80 euros de permiso de entrada ¡a nuestro propio país! Los precios pueden comprobarlos en la página web de la Embajada de Cuba en España, en la sección de Servicios Consulares.
Recientemente se ha establecido, además, la obligatoriedad de pagar un seguro médico privado para entrar al país a partir de mayo de este año, que es un impuesto solapado. Además de las propinas que sin rubor piden todos los funcionarios con que tropiezas en esos avatares burocráticos.
En Cuba, las tiendas de productos básicos (higiene y alimentación: los supermercados comunes y corrientes) venden sus productos en una moneda que no es la misma con la que los cubanos cobran sus salarios. En esas tiendas (todas propiedad del Estado) los precios se fijan arbitrariamente, fuera de toda ley de oferta y demanda, y un litro de aceite de girasol cuesta mucho más caro que en cualquier supermercado de Europa.
Esa moneda artificial, llamada peso cubano convertible (CUC) es de valor semejante al euro. El salario promedio mensual en Cuba sería de 20 CUCs, lo suficiente para comprar en esas tiendas 1 kg de carne de res ó 3 litros de aceite de oliva. Por tanto, la inmensa mayoría del dinero que se recauda en esas tiendas proviene igualmente de los turistas y de las remesas de emigrantes. También tienen supermercados on-line donde los emigrantes pueden encargar productos para regalar a sus familiares.
Los turistas, esos perversos ciudadanos capitalistas que acuden a votar en sus países cada cuatro años a partidos conservadores o socialdemócratas; y los emigrantes, esos “gusanos” anti-patriotas que se venden por dinero y que difaman la Revolución, sostienen con su trabajo remunerado en una economía que genera riqueza, la exánime economía “socialista” del país.
Y no sólo con nuestro trabajo, sino con nuestra sensibilidad y nuestro alto peaje emocional, que no nos permite dejar en la estacada a nuestras familias ni dejar de visitar nuestra tierra.
Nada de esto es noticia, por supuesto. Pero encontrarme en Facebook con gente que todavía mantiene esas consignas indecentes y estúpidas, fascistas y excluyentes, gente que muerde con su retórica la misma mano que le alimenta, me indigna y me entristece.
Ileana Medina Hernández
Tenerife, España
http://www.penultimosdias.com/2010/03/10/el-dinero-del-enemigo/