El asesinato de Ignacio Uría es sobre todo la respuesta de ETA a la detención de Garikoitz Aspiazu, alias 'Txeroki'. El mensaje es claro: en la organización terrorista no puede haber duros y blandos y el lenguaje unificado de la banda es el terror.
El haber escogido a un empresario que está trabajando en la “Y” vasca a la que se opone la organización terrorista es sólo un aspecto colateral en la estrategia del terror. ETA tiene que demostrar que sigue activa, que tiene capacidad de matar, que los relevos con las detenciones se producen rápidamente y que la sucesión no ha caído en manos de ningún terrorista pusilánime a la hora de ordenar el tiro en la nuca o en la frente.
Foto: ETA, bomba y tiro en la nuca
Cada nuevo asesinato de ETA es un tiro en el corazón de todos los españoles. Las condenas deben ser ya sobreentendidas y no hace falta escenificar la repulsa con una liturgia reiterativa que al final parece una rutina.
Lo importante es la renovación constante de los parámetros desde los que se construye la esperanza. En primer lugar, un apoyo sin fisuras al legítimo Gobierno de España en su labor de persecución del terrorismo. La unidad forjada alrededor del Gobierno por todos los españoles. La colaboración ciudadana para conseguir cuanto antes la detención de los autores materiales de este crimen. Renovar la convicción de que en ETA no hay ningún sector con carácter para imponerse al terror y que es una organización monolítica en la que siempre toman el mando quienes tienen lar armas y el dinero.
Video: Eta mata a Ignacio Uría
Lo ocurrido debiera reafirmar definitivamente que la vía policial y la acción internacional son el único camino para acabar con ETA. Que matar a sangre fría es demasiado fácil para garantizar la protección de todos los amenazados que pueden ser cualquier español que se cruce en el camino de estos criminales. Pero que la victoria es incuestionable.
Nadie puede garantizar que Ignacio Uría sea el último asesinado por ETA. Pero si se puede prometer que todos y cada uno de sus miembros irán a parar a la cárcel en donde es necesario que se pudran de por vida.
Carlos Carnicero es periodista y analista político