Los experimentos del profesor Biderman
Fue con una perspectiva muy diferente que el profesor Albert D. Biderman, siquiatra de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, estudió para la Rand Corporation el acondicionamiento de los prisioneros de guerra estadounidenses en Corea del Norte.
Mucho antes de Mao y del comunismo, los chinos habían perfeccionado refinados métodos destinados a quebrar la voluntad de un detenido e inculcarle el deseo de hacer confesiones. Su uso durante la guerra de Corea dio ciertos resultados. Prisioneros de guerra estadounidenses confesaban con toda convicción ante la prensa crímenes que quizás no habían cometido. Biderman presentó sus primeras observaciones durante una audiencia en el Senado, el 19 de junio de 1956, y más tarde, al año siguiente, ante la Academia de Medicina de Nueva York (Ver documentos disponibles en línea a través del vínculo que aparece al final de este artículo). Biderman definió 5 estados a través de los cuales transitan los «sujetos».
1. Al principio el prisionero se niega a cooperar y se encierra en el silencio.
2. Mediante una mezcla de brutalidades y gentileza, es posible hacerlo pasar a un segundo estado en que se le induce a defenderse de las acusaciones que se le hacen.
3. Posteriormente el prisionero empieza a cooperar. Sigue proclamando su inocencia pero trata de complacer a sus interrogadores reconociendo que quizás ha cometido alguna falta sin querer, por accidente o por descuido.
4. Cuando transita por la cuarta fase, el prisionero está ya completamente desvalorizado a sus propios ojos. Sigue negando las acusaciones de que es objeto, pero confiesa su naturaleza criminal.
5. Al final del proceso el prisionero admite ser el autor de los hechos que se le imputan. Incluso inventa detalles complementarios para acusarse a sí mismo y reclama que se le castigue.
Biderman examina también todas las técnicas utilizadas por los torturadores chinos para manipular a los prisioneros: aislamiento, monopolización de la percepción sensorial, cansancio, amenazas, gratificaciones, demostraciones del poder de los carceleros, degradación de las condiciones de vida, formas de sometimiento. La violencia física tiene un carácter secundario, la violencia sicológica se hace total y tiene carácter permanente.
Los trabajos de Biderman sobre el «lavado de cerebro» adquirieron una dimensión mítica. Los militares estadounidenses empezaron a temer que el enemigo pudiera utilizar contra Estados Unidos a los propios soldados estadounidenses ya acondicionados para decir cualquier cosa y quizás para hacer también cualquier cosa. Concibieron entonces un programa de entrenamiento destinado a los pilotos de caza estadounidenses para lograr que éstos se volvieran refractarios a aquella forma de tortura y evitar que el enemigo pudiera “lavarles el cerebro” si caían prisioneros.
Dicha forma de entrenamiento se denomina SERE, siglas que corresponden a Supervivencia, Evasión, Resistencia, Escape (Survival, Evasion, Resistance, Escape). En sus inicios, este curso se impartía en la Escuela de las Américas, pero hoy se ha extendido a otras categorías del personal militar y se imparte en varias bases. Este tipo de entrenamiento se ha implantado además en cada uno de los ejércitos que forman parte de la OTAN.
La decisión de la administración Bush, después de la invasión de Afganistán, fue utilizar esas técnicas para lograr inducir a los prisioneros a hacer confesiones que demostrarían, a posteriori, la implicación de Afganistán en los ataques del 11 de septiembre, validando así la versión oficial sobre los atentados.
Se procedió a construir nuevas instalaciones en la base naval estadounidense de Guantánamo y comenzó allí la realización de experimentos. La teoría del Albert Biderman se completó con los aportes de un psicólogo civil, el profesor Martin Seligman, conocida personalidad que fue presidente de la American Psychological Association.
Seligman demostró que la teoría de Ivan Pavlov sobre los reflejos condicionados tenía un límite. Se pone un perro en una jaula cuyo suelo está divido en dos partes. De forma aleatoria, se envían descargas eléctricas a uno u otro lado del suelo. El animal salta de un lado a otro para protegerse. Hasta ahí no hay nada sorprendente. Posteriormente, se electrifican los dos lados de la jaula.
El animal se da cuenta de que nada puede hacer para escapar de las descargas eléctricas y que sus esfuerzos son inútiles. Y acaba entonces por rendirse. Se acuesta en el suelo y cae en un estado de indiferencia que le permite soportar pasivamente el sufrimiento. Se abre entonces la jaula y… ¡sorpresa! El animal no huye. En el estado psíquico en que se encuentra ya ni siquiera es capaz de hacer oposición. Permanece acostado en el suelo electrificado, soportando el sufrimiento.
La Marina de Guerra estadounidense formó un equipo médico de choque. Esta envió al profesor Seligman a Guantánamo. Conocido por sus trabajos sobre la depresión nerviosa, Seligman es una vedette. Sus libros sobre el optimismo y la confianza en sí mismo son best-sellers mundiales. Y fue él quien supervisó experimentos realizados con personas como conejillos de indias. Algunos prisioneros, al ser sometidos a terribles torturas, acaban sumiéndose espontáneamente en el estado psíquico que les permite soportar el dolor, y que los priva también de toda capacidad de resistencia. Al manipularlos de esa forma, se les lleva rápidamente a la fase 3 del proceso de Biderman.
Basándose también en los trabajos de Biderman, los torturados estadounidenses, bajo la guía del profesor Martin Seligman, realizaron experimentos con cada una de las técnicas coercitivas y las perfeccionaron. Para ello se elaboró un protocolo científico que se basa en la medición de las fluctuaciones hormonales. Se instaló un laboratorio médico en la base de Guantánamo y se recogen muestras de saliva y de sangre de los “conejillos de indias” a intervalos regulares para evaluar sus reacciones. Los torturadoras han ido refinando sus métodos. Por ejemplo, en el programa SERE se monopolizaba la percepción sensorial impidiendo, mediante una música estresante, que el prisionero pudiese dormir.
En Guantánamo se han obtenido resultados muy superiores con los gritos de bebés reproducidos durante días enteros. Antes, el poderío de los carceleros se demostraba mediante golpizas a los prisioneros. En la base naval estadounidense de Guantánamo se creó la Immediate Reaction Force. Se trata de un grupo encargado de castigar a los prisioneros. Cuando esta unidad entra en acción sus miembros portan corazas de protección al estilo de Robocop. Sacan al prisionero de su jaula y lo meten en una pieza de paredes acolchadas y recubiertas de madera enchapada.
Proyectan al “conejillo de indias” contra las paredes, como para romperle los huesos, pero el tapizado amortigua parcialmente los golpes de forma que el prisionero queda atontado sin que se produzcan fracturas.
Pero el principal “adelanto” se ha logrado con el suplicio de la bañera [6]. Antiguamente, la Santa Inquisición sumergía la cabeza del prisionero en un tina llena de agua y lo sacaba justo antes de que muriera ahogado. La sensación de muerte inminente provoca una angustia extrema. Pero se trataba de un procedimiento primitivo y los accidentes eran frecuentes. Actualmente, ni siquiera hace falta una tina llena de agua sino que se acuesta el prisionero en una bañera vacía. Se le ahoga entonces vertiendo agua sobre su cabeza, con la posibilidad de parar inmediatamente. Ahora hay menos accidentes.
Cada “sesión” se codifica para determinar los límites soportables. Varios ayudantes miden la cantidad de agua utilizada, el momento y la duración del ahogamiento. Cuando esta se produce, los ayudantes recogen el vómito, lo pesan y lo analizan para evaluar el gasto de energía y el agotamiento provocado.
En resumen, como decía el director adjunto de la CIA ante una Comisión del Congreso de los Estados Unidos: «Eso no tiene nada que ver con lo que hacía la Inquisición, con excepción del agua» (sic).
Los experimentos de los médicos estadounidenses no se hicieron en secreto, como los del doctor Josef Menguele en Auschwitz, sino bajo el control directo y exclusivo de la Casa Blanca.
Todo se informaba a un grupo encargado de tomar las decisiones, grupo que se componía de 6 personas: Dick Cheney, Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld, Colin Powell, John Ashcroft y George Tenet. Este último atestiguó que había participado en una docena de reuniones de trabajo de dicho grupo.
Pero el resultado de esos experimentos no es satisfactorio. Son pocos los “conejillos de indias” que han resultado receptivos. Se logró imponerles lo que debían confesar, pero su estado se mantuvo inestable y no ha sido posible presentarlos en público ante una contraparte.
El caso más conocido es el del seudo Khalil Sheikh Mohammed. Se trata de un individuo arrestado en Pakistán y acusado de ser un islamista kuwaití, aunque es evidente que no se trata de la misma persona.
Al cabo de un largo periodo de torturas, durante las cuales fue sometido 183 veces al suplicio de la bañera sólo durante el mes de marzo de 2003, el individuo dijo haber organizado 31 atentados diferentes a través del mundo, desde el atentado cometido en 1993 en Nueva York contra el WTC hasta los del 11 de septiembre de 2001, pasando por la explosión de una bomba que destruyó un club nocturno en Bali y la decapitación del periodista estadounidense Daniel Pearl. El seudo Sheikh Mohammed mantuvo sus confesiones ante una comisión militar, pero los abogados y jueces militares no pudieron interrogarlo en público porque se temía que, ya fuera de su jaula, se retractara de lo que había confesado.
Para esconder las actividades secretas de los médicos de Guantánamo, la Marina de Guerra estadounidense organizó viajes de prensa a Guantánamo para periodistas complacientes. El ensayista francés Bernard Henry Levy se prestó así para desempeñar el papel de testigo moral visitando lo que quisieron enseñarle. En su libro American Vertigo, Bernard Henry Levy asegura que el centro de detención de la base naval estadounidense de Guantánamo no se diferencia de las demás penitenciarías estadounidenses y que los testimonios sobre las torturas «han sido más bien inflados» (sic) [7].
- Una de las cárceles flotantes de la US Navy. Se trata del navío USS Ashland. La cala de fondo aplanado fue modificada para recibir las jaulas con prisioneros y disponerlas en varios niveles.
Las prisiones flotantes de la US Navy
En definitiva, la administración Bush estimó que era muy reducido el número de individuos que podían ser “acondicionados” al extremo de creer que habían cometido los atentados del 11 de septiembre. Concluyó entonces que una gran cantidad de prisioneros debían ser puestos a prueba para seleccionar a los más receptivos.
Teniendo en cuenta la polémica que se desarrolló alrededor de Guantánamo y para garantizar que fuese imposible cualquier acción legal en su contra, la Marina de Guerra de los Estados Unidos creó otras prisiones secretas y las situó fuera de toda jurisdicción, en aguas internacionales.
17 barcos de fondo plano, como los que se destinan al desembarco de tropas, fueron convertidos en prisiones flotantes con jaulas como las de Guantánamo. Tres de esos navíos han sido identificados por la asociación británica Reprieve. Se trata del USS Ashland, el USS Bataan y el USS Peleliu.
Si se suman todas las personas que han sido hechas prisioneras en diferentes zonas de conflicto o secuestradas en cualquier lugar del mundo y transferidas a ese conjunto de prisiones durante los 8 últimos años, resulta que un total de 80,000 personas deben haber pasado por ese sistema, entre ellas por lo menos un millar pudieran haber sido llevadas hasta las últimas fases del proceso de Biderman.
A partir de todo lo anteriormente mencionado, el problema de la administración Obama se resume de la siguiente manera: No será posible cerrar Guantánamo sin que se sepa lo que allí se hizo. Y no será posible reconocer lo que allí se hizo sin admitir que todas las confesiones recogidas son falsas y que fueron inculcadas de forma deliberada a través de la tortura, con las consecuencias políticas que ello implica.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el tribunal militar de Nuremberg actuó en 12 juicios. Uno de ellos estuvo dedicado a 23 médicos nazis. Siete de ellos fueron absueltos, 9 fueron condenados a penas de cárcel y otros 7 fueron condenados a muerte. Desde entonces existe un Código Ético que rige la medicina a nivel mundial. Ese Código prohíbe precisamente lo que los médicos estadounidenses hicieron en Guantánamo y en las demás cárceles secretas.
Documentos adjuntos