Medio siglo después de que la Administración Eisenhower adoptara las primeras medidas del embargo comercial, económico y financiero contra la incipiente dictadura comunista, los estantes de las llamadas «shopping» por el cubano de la calle —las tiendas en las que se compra con divisas— están llenas de los refrescos, pastas dentífricas o salsas de tomate americanas que desaparecieron de su vista a principios de los 60. Pero sólo al alcance de la minoría que tiene pesos convertibles, explica la disidente Martha Beatriz Roque.
La reforma agraria emprendida pocos meses después del triunfo de la «revolución de los barbudos», el 1 de enero de 1959, y la confiscación de las petroleras cuando se negaron a refinar un crudo soviético de calidad dudosa, intercambiado por la cuota azucarera que Washington había rechazado, fueron los detonantes de las primeras medidas de un embargo que Naciones Unidas condena cada año de modo más unánime.
Pero cinco décadas después de que la Casa Blanca se viera abocada a responder a las expropiaciones y a un régimen cada vez más radical a 90 millas de sus costas (145 kilómetros), Estados Unidos se ha convertido en el quinto socio comercial de Cuba por la compra de mercancías, principalmente alimentos. En la primera década del siglo XXI, EE.UU. ha exportado alimentos a Cuba por valor de más de 3.200 millones de dólares. En concreto, el 45% del 80% de los alimentos que importó en 2009 procedía de ese país. El 90% de las remesas las envían cubanoamericanos, la segunda fuente de turistas por detrás de Canadá, y ya hay más de 40 vuelos semanales entre los dos países, según datos de los expertos consultados por ABC.
Único país del mundo
Al mismo tiempo que aumentan estos intercambios —no así las inversiones— son más las voces entre la disidencia interna, el exilio de Florida, la clase política de EE.UU. o los analistas que rechazan la estrategia que Washington comenzó a aplicar el 19 de octubre de 1960 para provocar la caída de la dictadura. «La larga vida del régimen indica que el objetivo inicial no ha funcionado, desde el punto de vista comercial ha sido una medida más propagandística que real», apunta el investigador principal de América Latina del Real Instituto ElCano, Carlos Malamud, que recuerda que EE.UU. ya sólo aplica contra Cuba la llamada «ley de comercio con el enemigo». Después de calificar el embargo como una «política desacertada», el economista independiente cubano Óscar Espinosa Chepe destaca que «Fidel Castro ha sido un maestro en utilizar lo que él llama bloqueo como coartada para radicalizar su revolución y justificar la represión y el desastre nacional. EE.UU. ha aportado el enemigo que necesita para convertir a Cuba en plaza sitiada».
«Devastador en el futuro»
La estrategia estadounidense también ha servido a sus sucesivos gobiernos para mostrar firmeza frente a un régimen que no respeta los derechos humanos y las libertades ante el poderoso «lobby» cubano. Después de recordar su pasado «en la ultraderecha del exilio», Carlos Saladrigas, copresidente del Grupo de Estudios de Cuba —«think-tank» con sede en Washington—, explica que «poco a poco fui dándome cuenta de lo ilógico de la política a favor de un embargo que ha tenido un efecto contraproducente al ayudar a legitimar al régimen». Saladrigas teme sus «efectos devastadores» cuando parece que la economía cubana se abre al sector privado.
Aunque la poco fiable contabilidad del Gobierno cubano cifra en más de 100.000 millones de dólares los estragos del embargo a su economía, sus efectos se notaron en la isla durante los primeros años y después de la caída de la Unión Soviética. Entre mediados de los 60 y los 90 la economía cubana sobrevivía subsidiada totalmente por la URSS. «El embargo no fue efectivo hasta que cayó el Muro, Cuba perdió la ayuda soviética y Castro volvió a hablar de él. Durante los primeros 30 años sólo decía que era un orgullo nacional que no nos mandaran nada», señala Zoé Valdés, escritora cubana exiliada en Francia.
A Fidel Castro, «el más interesados en que no desaparezca para cultivar el nacionalismo», según Chepe, no le afecta precisamente. Juan Juan Almeida, hijo del fallecido número tres del castrismo Juan Almeida Bosque, sabe que a «los llamados gobernantes nunca les ha afectado ni les afectará». Después de insistir en su levantamiento, el disidente Oswaldo Payá concluye que «quien lo sufre no es el grupo de privilegiados en el poder, que viven como ricos desde el principio, sino el pueblo pobre».