No los quieren. Les gritan insultos en los actos públicos a los que asisten. Encuentran improperios en su contra cuando abren los periódicos por la mañana, y cada caricatura que hacen de ellos es más pesada que la anterior. Mientras que en América Latina existen casos como el de Luis Inácio Lula da Silva o Michelle Bachelet, que han dejado sus respectivas presidencias con altísimos niveles de popularidad (ambos superiores al 80 por ciento), los líderes de países desarrollados ven, angustiados, cómo su prestigio se va a pique mientras los grupos de oposición ganan terreno en los sondeos. ¿Qué les pasa a los dirigentes del primer mundo, independientemente de si son de derecha, de izquierda o de centro? La respuesta es sencilla: se metieron con el bolsillo de la gente. Y la gente, a su vez, les devuelve hiel en las encuestas.
En 2009, Barack Obama dijo que Lula da Silva era el "político más popular de la Tierra". Es posible que ya no admire al brasileño sino que lo envidie, pues el Presidente de Estados Unidos recuerda cada vez con más nostalgia el 70 por ciento de popularidad que lo recibió cuando llegó a la Casa Blanca en 2008. Hoy la aceptación del entusiasta del "Yes we can" apenas llega a un 44 por ciento, mientras el Partido Demócrata se devana los sesos pensando en cómo se va a recuperar de lo perdido tras las elecciones legislativas del 2 de noviembre, en las que se quedaron sin mayoría en la Cámara de Representantes. Los comicios fueron un verdadero referéndum si se tiene en cuenta que además del éxito que se apuntaron los republicanos, votaron 30 millones de personas menos que en las elecciones de 2008. "Su voto fue no votar", explicó a SEMANA Richard Wolff, profesor emérito de la Universidad de Massachusetts Amherst y autor del libro Capitalism Hits the Fan. "Obama ganó las elecciones en 2008, entre otras cosas, gracias a la situación económica que dejaba el gobierno anterior, con poco trabajo y mucha deuda -explicó-. Pero ahora la población castigó al Presidente y su partido porque la economía no ha mejorado".
En Estados Unidos, el desempleo asciende a 9,7 por ciento de la capacidad laboral: más de 15 millones de personas están paradas. "Si esa tasa bajara un par de puntos, la popularidad de Obama podría dispararse", reconoció hace poco Bruce Barlett, analista económico de la Casa Blanca durante el gobierno de Ronald Reagan. Este último Presidente es una referencia alentadora para Obama de cara a las elecciones presidenciales de 2012, pues Reagan también sufrió una derrota en las midterms, pero dos años después fue reelegido por un margen generoso. Así mismo le ocurrió a Bill Clinton. No obstante, tanto este último como Reagan se beneficiaron de una recuperación económica. Obama no avizora ninguna.
Pero si el Presidente gringo anda cabizbajo, los dirigentes europeos están al borde de un ataque de nervios. Con 4,6 millones de personas sin trabajo y un déficit que sobrepasa el 10 por ciento del PIB, el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, enfrenta la peor crisis económica de su país en 30 años. Y esta lo ha convertido en el político peor valorado del Viejo Continente: 74 por ciento de los españoles tienen de él una imagen desfavorable. Su partido, el Psoe, está 12 puntos por debajo del opositor Partido Popular (PP) en intención de voto. El Presidente español, de talante socialista, ha golpeado a la clase media española: eliminó subsidios, subió el IVA del 16 al 18 por ciento, redujo en un 5 por ciento los salarios de los funcionarios estatales y planea recortar el gasto público en un 7,9 por ciento en 2011. Además, se ha debido bajar del bus de sus iniciativas progresistas, como el Ministerio de Igualdad, cuya disolución firmó en octubre.
Zapatero, así, no solo ha logrado que el PP gane terreno. También se ha convertido en blanco para los partidos de izquierda. "El Presidente fue elegido por los trabajadores, pero no para que los castigara", dijo en una entrevista Cayo Lara, coordinador federal de la Izquierda Unida, la tercera fuerza política en España. Lara dijo que los múltiples relevos que recientemente hizo Zapatero en su gabinete ministerial alegando que contribuirían a "completar las reformas para la recuperación de la economía" no fueron sino "un barnizado mas no una reparación en profundidad. Seguimos el camino marcado por los poderes financieros: el del ajuste duro que pagarán las capas populares".
Otro que esta semana le dio un revolcón a su equipo de ministros para tratar de salir de la picota estadística es Nicolas Sarkozy, cuya popularidad no sube del 29 por ciento. El Presidente francés sacó a todo lo que oliera a centro o a izquierdas en su gabinete y le dio a este un giro a la derecha. Sabe que, como en Estados Unidos, los más godos están cobrando potencial electoral. A pesar de lo que debió soportar con las inmensas manifestaciones contra la reforma pensional que aumentó de 60 a 62 años la edad mínima de jubilación, 'Sarko' también congelará el gasto público por los siguientes tres años. En el Palacio del Elíseo se miran nerviosos cuando abren la billetera oficial y encuentran un déficit del 8 por ciento del PIB. Pero el Presidente francés, sobre quien pesa aún el escándalo de corrupción por la presunta financiación ilegal de su campaña, no se ayuda con su actitud retadora. Hace poco le atribuyó su baja popularidad a la belleza de Carla Bruni, su esposa. "Ella es demasiado bella y los franceses son envidiosos", dijo a Le Nouvel Observateur.
Pero si de actitudes irreverentes se trata, el Premier italiano se lleva el premio mayor. La popularidad de Silvio Berlusconi pasó del 62 al 35 por ciento desde que fue elegido en 2008. En este caso son más sus escándalos sexuales y la crisis política en la que lo tiene sumido su pelea con Gianfranco Fini, ex aliado político, lo que tiene tambaleando al gobierno. 'Il Cavaliere' espera, además, una moción de censura que, el 14 de diciembre, podría dar fin a su gobierno. Sin embargo, en Italia la economía también ha desempeñado un papel fundamental, ya que Berlusconi ha adoptado medidas de recorte similares a las de sus homólogos, en un intento por reducir el déficit italiano, que sobrepasa el 5 por ciento del PIB.
Angela Merkel también pertenece al combo de los rechazados, pues su partido, el CDU, cuenta solo con un 32 por ciento de aceptación. Al que le va menos mal, a pesar de los recortes que anunció hace unas semanas, los más drásticos desde la Segunda Guerra Mundial y que incluyen medio millón de despidos en el sector público, es a David Cameron, el primer ministro británico. Su popularidad se ha mantenido en el 41 por ciento. Aunque es mayor que el 39 que esgrimen los laboristas, tampoco es alto.
Lo peor es lo que se viene tras el desplome de las economías de Irlanda y Portugal, que amenazan con arrastrar las de varios países vecinos. Para algunos analistas, está claro que los gobernantes de turno no tienen exclusivamente la culpa de los problemas sino la perversidad del modelo capitalista, que hoy cosecha los frutos de los errores del pasado. Richard Wolff le atribuye la crisis global al alto endeudamiento en que incurrieron los Estados para sacar al sector privado de la quiebra. Y continúan haciéndolo: solo este año, el gobierno estadounidense ha intervenido 146 bancos.
Pero ¿sabrá la ciudadanía identificar las culpas en el capitalismo más que en los individuos que vienen y se van? "Es muy difícil, pero para allá vamos -comenta Wolff-. Le han dicho a la gente, generación tras generación, que el capitalismo produce crecimiento económico y garantiza calidad de vida. Pero ahora estamos al frente de un sentimiento masivo de traición". Lo que sí queda confirmado es que a la gente le importa más su bolsillo que la ideología.