De la fuerza que dan las ideas es que los pueblos
se vuelven invencibles
Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la Facultad de Derecho, Buenos Aires, Argentina, 26 de mayo del 2003, "Año de gloriosos aniversarios de Martí y del Moncada".
(Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado)
Queridos hermanos estudiantes, trabajadores y, estoy por decir, compatriotas argentinos (Aplausos).
He vivido algunos años, pero nunca ni siquiera imaginé un acto tan azaroso y tan increíblemente emocionante como este (Aplausos y exclamaciones).
Quiero comunicarles que a esta misma hora millones de cubanos estarán presenciando también este espectáculo (Aplausos y exclamaciones de: "¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!"). En nombre de nuestro pueblo se lo agradezco infinitamente, porque de la fuerza que dan las ideas, que da la verdad y que da una causa justa es que los pueblos se vuelven invencibles (Aplausos).
Habíamos concebido un acto, o habían concebido, según me explicaban los estudiantes y las autoridades universitarias, una actividad en esta escuela de Derecho, un programa modesto. Comenzaría a las 7:00 de la noche y participarían algunos estudiantes sentados en una sala y, por si acaso venían más, tenían una pantalla para que pudieran presenciar el acto.
Yo podría hacer una crítica —no a ustedes— a nuestros compañeros y decirles: "Ustedes subestimaron al pueblo argentino" (Aplausos). Comenzaron a llegar noticias de que había llenado el salón, que había el doble de los que podían allí sentarse, y que en los laterales tampoco ya cabían, y que el pasillo se había llenado y que la escalinata se venía llenando, y decían que eran
1 000, que 2 000, que 3 000. En un momento dado también las emisoras de televisión hablaban y explicaban ya lo que estaba ocurriendo aquí, y, de repente, veo algunas imágenes —tenemos cierto hábito de calcular el número de personas que hay en una concentración— y esto parecía la Plaza de la Revolución en Cuba. (Aplausos).
Todas las comunicaciones y vías de acceso cortadas; menos mal los aparaticos esos que tanto fastidian y tanto ruido hacen, pero en momentos como este —me refiero a los celulares— sirven para comunicarse y conocer la situación.
Nuestro embajador, que forma parte del grupo de culpables de la subestimación (Risas) —sé que ustedes lo van a defender, porque tiene un gran cariño por el pueblo argentino (Exclamaciones)— se comunicaba con su familia en la sala de la facultad donde debía realizarse el acto —había hasta unos niños allá, ellos creían que este iba a ser el más pacífico de los actos, y lo es, ¿no?—, no se imaginaba lo capaz que es la multitud de organizarse; pero no podía moverse, todo el mundo estaba aislado, comunicándose solo por los celulares. No había entrada por ninguna parte, ya se había declarado que era imposible entrar, y yo no me resignaba a la idea de incumplir mi compromiso, que por circunstancias físicas, obstrucción por multitudes, no pudiera tener el honor y el orgullo de saludarlos.
Se había declarado ya que era imposible, y realmente insistí en que nada era imposible (Aplausos), que era un problema que debía resolverse, que no podía resignarme a la idea de quedarme allá esperando noticias. Toda mi vida he tenido el hábito de moverme, ir hacia donde haya cualquier dificultad, y no me podía adaptar a la idea de tomar ese avión, a la hora en que lo tome, sin venir a esta universidad.
Claro está que yo soy un visitante y, primero que todo, debo respeto a la ley, al orden; no tengo el derecho a hacer absolutamente nada que en lo más mínimo viole un reglamento o una orden de sus autoridades.
Hay que decir que, realmente, las autoridades cooperaron el máximo en su deseo de encontrar una solución.
De la escuela de Derecho me continuaban comunicando y nos decían: "Nadie se mueve de la sala." Avanzaban un poquito en los laterales, llega un momento en que se rompe no sé qué cosa por algún lugar —creo que vamos a tener que asumir también, que compartir con alguien o pagar nosotros los daños que se puedan derivar de una ventana rota, alguna brecha abierta por esta tropa patriótica y revolucionaria de argentinos (Aplausos).
Entonces acudimos a un cuadrito joven de nuestra delegación, el Ministro de Relaciones Exteriores, que ustedes vieron y escucharon, y le dije: "Tienes que salir para allá, entra por donde puedas, habla con los que están dentro de aquella sala y explícales la situación real, objetiva y como fuera posible que no diéramos el acto allí", porque había un justificado temor de que si el acto se daba allí y las pantallas por allá, algunos que habían salido voluntariamente entraran otra vez, había que plantear la necesidad real de moverse hacia la escalinata y dar el acto en ese lugar.
Impacientes estuvimos esperando, escuchamos a nuestro enviado por doble vía, por la televisión, ya que algunas cadenas estaban transmitiendo sus palabras y hasta por un teléfono celular, y vimos cuando él trataba de persuadir a los que estaban dentro de la sala para que se movieran hacia acá.
Una vez más se probó la capacidad de los pueblos de comprender, de cooperar, de reaccionar, porque a los pocos minutos me dice: "Ya están moviéndose hacia la escalinata."
Pero había otro obstáculo que vencer y eran las cámaras de la televisión y los micrófonos (Exclamaciones). Fíjense, no se peleen con las cámaras ahora, déjenlo para mañana, si quieren (Le dicen algo). Ya sé, ya sé, pero no, yo estuve escuchando, hubo realmente interés en informar lo que estaba ocurriendo, así que no tengo quejas; pero había que instalarlas o si no solo ustedes se enteran de lo que se está diciendo aquí.
Por ejemplo, nuestro pueblo, sin las cámaras, sin los medios técnicos no estaría viendo lo que en este momento estaba ocurriendo, y entonces eso era lo que tardaba una hora. ¿Ustedes saben lo que es una hora de impaciencia? Ustedes y nosotros hemos conocido esa larga, interminable, e infinita hora de impaciencia, porque había que poner esto, los micrófonos y los altoparlantes, los equipos e instalaciones de la prensa, que todo estaba ajustado al acto anterior, y la verdad es que ha sido un récord el tiempo en que pudieron hacerlo.
Preguntábamos, eran las 8:40, y nos dicen: "Está todo listo, lo conveniente es que vengan rápido, porque está el frío, por otro lado, pero un frío que no pueda ser superado por el calor de ustedes (Aplausos).
Bueno, a mí me han puesto esto que no lo necesito realmente, voy a renunciar a él, porque es que me da vergüenza andar poniéndome aquí algo (Se quita el abrigo).
Rápido partimos hacia acá, a fin de llegar más o menos a la hora en que se había calculado; pero como milagro fue la proeza organizativa realizada por la masa (Aplausos). Jamás olvidaré lo que ustedes hicieron esta noche, permitiéndonos marcharnos felices y eternamente agradecidos.
Buenos Aires está enviando un mensaje a aquellos que sueñan con bombardear nuestra Patria
Alguno podrá preguntarse, si acaso es vanidad nuestra por los inmensos honores que ustedes nos han concedido. No, no es eso en lo que pienso. Cuando hablo de gratitud eterna es porque este pueblo de Buenos Aires está enviando un mensaje a aquellos que sueñan con bombardear nuestra Patria, nuestras ciudades (Aplausos y exclamaciones de: "¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!" "¡Bush, fascista, vos sos el terrorista!"); a aquellos que sueñan con destruir ya no solo la Revolución, destruir al pueblo que fue portador de esa Revolución y que fue capaz de resistir más de 40 años de bloqueos, de agresiones y de amenazas contra nuestro país (Aplausos).
En circunstancias como esas no se pueden calcular solo los niños muertos, o las madres que han muerto, o los ancianos que han muerto, o los jóvenes y adultos que hayan muerto. Hay ocasiones en que quedan los sobrevivientes tan mutilados y tan destrozados, que uno se pregunta si estando en esas circunstancias no preferirían cien veces más morir que seguir viviendo de aquella forma, como consecuencia de algo que se realizaba sin razón de ninguna clase, ley ni justificación, que no fuese la violación de las normas internacionales, la violación de las leyes que creíamos que regían este mundo; aunque muchos de nosotros sospechábamos que este era un mundo donde lo que menos se respetaba era la ley y donde se estaba estableciendo el principio de la fuerza como única justificación para cometer cualquier tipo de crímenes, para someter a nuestros pueblos, para conquistar nuestros recursos naturales, para imponernos lo que ustedes decían, una tiranía nazifascista mundial (Abucheos).
No es exageración, ni uso excesivo de palabras, por nuestra parte, cuando escuchamos un día decir que 60 países o más podían ser blanco de ataques sorpresivos y preventivos; nadie jamás en la historia, ningún imperio, hizo semejante amenaza (Abucheos).
Cuando se hablaba de estar preparados para lanzar cualquier ataque a cualquier oscuro rincón del mundo, no recuerdo haber escuchado jamás esas palabras.
Cuando se dijo que cualquier arma podía ser utilizada, lo mismo armas nucleares, que armas químicas, que armas biológicas, aparte de las supersofisticadas armas que ya no tienen nada de convencional, porque son capaces de causar cualquier tipo de destrucción, recordábamos eso: ¿Qué derecho tiene alguien para amenazar de esa manera a los pueblos?
Me pregunto si también aquí, en este acto, porque no hay mucha luz, hay que encender muchos más bombillos para que no seamos un oscuro rincón del mundo que atacar sorpresiva y preventivamente (Aplausos).
Claro que esta plaza y esta escalinata que aquí vemos no es un oscuro rincón, es un rincón lleno de luz, lleno de millones de luces. Esta plaza y esta escalinata es como un sol, como el sol ese que vimos al llegar aquí o vimos esta mañana cuando visitábamos la estatua de Martí para colocar una ofrenda floral en aquel punto (Aplausos). (Del público le dicen algo.) Sí, pero en la de San Martín era todavía un poquito más temprano, pero ya el sol era muy fuerte, y razoné: ¡Caramba!, nuestro sol es fuerte, es sobre todo caluroso, y pensaba: Este sol no es tan caluroso, es decir, el clima es frío, pero el sol era superresplandeciente.
Se le veía una gran fuerza al sol; porque aquí hay dos soles en este momento: el sol que vimos esta mañana y el sol que hemos visto a nuestra llegada a este país, y el sol que estamos viendo aquí en esta escalinata y en esta plaza. Son las ideas, son las ideas las que iluminan al mundo (Aplausos), son las ideas, y cuando hablo de ideas solo concibo ideas justas, las que pueden traer la paz al mundo y las que pueden poner solución a los graves peligros de guerra, o las que pueden poner solución a la violencia. Por eso hablamos de la Batalla de Ideas.
Pienso —porque soy optimista— que este mundo puede salvarse, a pesar de los errores cometidos, a pesar de los poderíos inmensos y unilaterales que se han creado, porque creo en la preminencia de las ideas sobre la fuerza (Aplausos y exclamaciones), y eso es lo que estamos observando aquí.
Yo no tenía el propósito esta noche de pronunciar una arenga, más bien me sentía en el deber de ser cuidadoso en mis palabras. Claro, pensaba hablar principalmente de nuestro país y del mundo, y es lo que estoy haciendo, pero no puedo hacerlo sin verlos a ustedes aquí, sin estarlos presenciando en este acto.
Mi idea más bien, ya que me hicieron soñar también con un salón tranquilito y sentaditos allí, pues pensaba en una cuestión que es la siguiente, decía: "¿De qué debo hablarles a los argentinos?" Pronunciar un discurso en cualquier lugar siempre es complejo, no es fácil, hay que evitar decir una palabra que pueda lastimar a alguien o que parezca alguna injerencia —y no creo que haya pronunciado una sola que parezca la más mínima injerencia en los problemas internos del país hospitalario en que me encuentro—; pero decía: "¿De qué debo hablar?" Y me planteaba una cuestión: Los oradores suelen imponerles a los que los escuchan el tema, piensan hablar de tal cosa y más cual cosa, y entonces yo tenía una idea: no plantear ningún tema, sino preguntarles a los estudiantes, que suponía sentaditos allí, que me dijeran qué temas les interesaban: Pregúntenme de cualquier tema que a ustedes les interese, sean ustedes los que me impongan el tema y no sea yo el que les diga el que mejor me parezca; me parecía más democrático y más justo.
Eso es lo que pensaba antes de que ocurriera el terremoto este, el maremagno, el huracán que se produjo alrededor de esta universidad en las horas del anochecer. Al llegar aquí miraba si aquella técnica sería posible, y ya no era posible. No obstante, creo que alguien dijo por ahí..., oí una voz que me dijo: Hábleme de algo (Le dicen que del Che); la vida del Che (Aplausos).
Extenso no podría ser, no tendría sentido en estas circunstancias, pero algunas cosas puedo decir. Me han preguntado por el Che (Exclamaciones), hablé de él esta mañana ante la estatua de San Martín, porque lo recuerdo siempre como una de las personalidades más extraordinarias que he conocido.
El Che no se unió a nuestra tropa como soldado, era médico. Estaba en México casualmente, había estado antes en Guatemala, había recorrido muchos lugares de América; había estado por minas, donde el trabajo es más duro; había estado, incluso, en el Amazonas en un leprosorio trabajando allí como médico.
Pero les voy a decir una de las características del Che y una de las que yo más apreciaba, entre las muchas que apreciaba mucho: él todos los fines de semana trataba de subir el Popocatépetl, un volcán que está en las inmediaciones de la capital. Preparaba su equipo —es alta la montaña, es de nieves perpetuas—, iniciaba el ascenso, hacía un enorme esfuerzo y no llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo subir el "Popo" —como le decía él— y no llegaba; pero volvía a intentar de nuevo subir, y se habría pasado toda la vida intentando subir el Popocatépetl, aunque nunca alcanzara aquella cumbre (Aplausos y exclamaciones). Da idea de la voluntad, de la fortaleza espiritual, de su constancia, una de esas características.
¿Cuál era la otra? La otra era que cada vez que hacía falta, cuando éramos un grupo todavía muy reducido, un voluntario para una tarea determinada, el primero que siempre se presentaba era el Che (Aplausos).
Uno de los hombres más nobles, más extraordinarios, más desinteresados que he conocido
Él se quedaba, como médico, con los enfermos, porque en determinadas circunstancias en la naturaleza, montañas boscosas y perseguidos desde muy diferentes direcciones, la fuerza que pudiéramos llamar principal, era la que tenía que moverse, dejar un rastro bien visible para que en alguna zona más cercana pudiera permanecer el médico con los que estaba asistiendo. Hubo un tiempo en que el único médico era él, hasta que otros médicos se acercaron, y allí estaba.
Puedo recordar, ya que ustedes me piden anécdotas, una acción que fue sumamente riesgosa para todos, sencillamente porque habían llegado las noticias a un lugar donde estábamos en las montañas de un desembarco que se había producido por el Norte de la provincia. Nos acordamos de nuestras peripecias, de nuestros sufrimientos en los primeros días y, como acto de solidaridad a favor de aquellos que habían desembarcado, decidimos realizar una acción bien audaz que no era, desde el punto de vista militar, correcto hacerlo, y fue sencillamente atacar una unidad que estaba bien atrincherada en la orilla del mar.
No voy a dar más datos. Como resultado de aquel combate que duró tres horas, y tuvimos bastante suerte, porque habíamos logrado neutralizar las comunicaciones, y después de tres horas, cuando terminó aquel combate en que él tuvo, como siempre, una actitud destacada, estaban muertos o heridos una tercera parte de los combatientes que participaron en esa acción, cosa no muy usual; entonces él, como médico, atendió a los adversarios heridos —había adversarios que estaban vivos y no estaban heridos, pero había un número elevado de heridos y él los atendió— y atendió a los compañeros que estaban heridos (Aplausos).
¡No se imaginan ustedes la sensibilidad de aquel argentino! (Aplausos). Y hay algo que me viene