Faltan algunas horas para que su vuelo de regreso a Jerusalén despegue de Ezeiza, pero
Daniel Mandler, que gracias a un subsidio del Programa Raíces-Milstein acaba de pasar un
mes en Buenos Aires, ya está planeando otro período de trabajo con sus colegas argentinos.
"Creo que si podemos convencer a nuestros respectivos ministros de Ciencia para que
establezcan una colaboración institucional entre Israel y la Argentina, ambos países se
beneficiarán”, dice, entusiasmado, este doctor en química que reside en Israel, pero que
también es ciudadano argentino, ya que nació en Buenos Aires en 1958”. Visité la Comisión de
Energía Atómica, el Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (Inifta), en
la Universidad de La Plata... Estuve trabajando aquí, en el Instituto de Química Física de los
Materiales, Medio Ambiente y Energía (Inquimae), del Conicet y la UBA, y pude ver que la
ciencia argentina es de primer nivel."
Para Mandler y su anfitrión, el doctor Ernesto Calvo, director del Inquimae, una colaboración de
este tipo permitiría sumar fuerzas en el escenario cada vez más competitivo de la ciencia
mundial. "Mi grupo tiene muchos programas de cooperación”, dice Calvo. Tanto con otros
equipos de la Argentina como con científicos de América latina, de Europa y de los Estados
Unidos. Hoy, no se pueden abarcar todas las especialidades y destrezas, y trabajar en
colaboración permite acceder a conocimientos o equipos de los que carecemos."
Esta "vuelta a casa" de Daniel Mandler, emigrado en 1963 y que no había regresado al país
desde entonces, conjugó tanto productivas jornadas de trabajo como experiencias
genuinamente conmovedoras.
"Me encontré con familiares argentinos; estuve en la que fue nuestra casa, en Olazábal y
Melián, y hasta pude tener en mis manos la tesis de mi madre, que se recibió de doctora en
química con medalla de oro aquí, aquí mismo”, insiste, en esta misma facultad [de Ciencias
Exactas y Naturales de la UBA]."
Para entender la emoción que encierran sus palabras, hay que remontarse a los meandros de
su historia familiar. "Mi padre, que había nacido en Viena, Austria, a los 17 años tuvo que
escapar del ejército hitleriano y debió inmigrar a lo que entonces era Palestina. Pero tuvo que
hacerlo solo, sin su familia, que de algún modo obtuvo una visa para venir a la Argentina”,
recuerda. Mi mamá, nacida en Checoslovaquia, se mudó de chiquita a Italia; creció en Milán y
en los años treinta llegó aquí escapando de Mussolini."
Tras la Segunda Guerra Mundial, el padre de Mandler quiso venir a visitar a sus padres, para lo
cual tuvo que quedarse nueve meses en Milán, a la espera de una visa.
"Por esa época“, prosigue, mi madre terminaba su carrera de química y se graduaba con
honores, según su diploma con firma de Risieri Frondizi. En 1950 obtuvo una beca para ir a
Israel a hacer un posdoctorado en el Instituto Weizmann. Empezó a buscar un maestro de
hebreo... y así se encontró con mi padre."
Recién casados, los Mandler debieron hacerse cargo de las compañías de la familia paterna y
materna, una dedicada a revestir volantes de automóviles con baquelita y la otra, a la venta de
piedra de esmeril.
"Les iba muy bien, pero mi padre creía que su lugar estaba en Israel”, recuerda el científico. En
1963, después de realizar un viaje muy largo para visitar a parientes de Nueva Jersey, Estados
Unidos, y las ciudades de nacimiento de mi padre y mi madre, empezamos de nuevo en Israel."
La vocación por la química
Eran tiempos de recesión en el país de Medio Oriente, y Vera Hahn, como se llamaba la madre
de Daniel Mandler, no pudo encontrar trabajo en una industria, de modo que se empleó como
profesora de química en la escuela secundaria.
"Por eso perdí mi castellano”, explica el investigador. Mi madre no había aprendido mucho
hebreo de mi papá; entonces, quería que nosotros, que como éramos chiquitos lo absorbíamos
muy rápido, lo habláramos con ella en lugar de utilizar el español. De hecho, en casa se
hablaban muchas lenguas: mi papá dominaba seis, y mi madre, siete; entre ellos hablaban en
alemán."
Ya instalados, Daniel, que, además de su hermano mellizo, tiene una hermana un año y medio
mayor, exhibió su vocación por la química desde muy chico. "Tenía un laboratorio en mi casa y
hacía experimentos”, dice. Después, tuve a mi madre de profesora durante tres años en la
escuela secundaria, y me doctoré en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde ahora soy
profesor desde hace algunos años."
Cuando conoció a Calvo y éste lo invitó a su laboratorio, Mandler pensó que le encantaría
volver a visitar la Argentina y juntos decidieron presentarse al programa Raíces-Milstein para
científicos y tecnólogos argentinos residentes en el exterior que desean venir a investigar entre
uno y cuatro meses al país.
"Les conté a mis hermanos y ellos quisieron venir conmigo”, cuenta. A mi hijo mayor, que había
estado aquí hace un año, le gustó tanto la Argentina que cuando supo que veníamos a Buenos
Aires dijo «yo también voy». Y el hijo de mi hermano también se sumó. Así que fuimos cinco."
El domingo, hace una semana, se juntaron con un primo que todavía vive en el país y
decidieron ir a visitar su antigua casa armados de algunas fotos de su niñez.
"La casa todavía está allí”, se sorprende Mandler. Golpeamos a la puerta y después de un rato
una mujer miró hacia afuera un poco sospechosa. Entonces le preguntamos si vivía en la casa
y cuándo la había comprado. Nos dijo que hacía unos quince años, pero que antes vivía en la
casa vecina. Me acordé de que la familia de nuestros vecinos también tenía mellizas, Diana y
Betina... ¡y la señora era una de ellas! ¡Incluso se reconoció en una de las fotos que traíamos!"
Entre sus investigaciones, Mandler desarrolló una forma de depositar finísimas capas de
hidróxido de silicio. "Inventó una forma muy práctica de hacerlo para recubrir los stents
[dispositivos para apuntalar la pared de las arterias] ?cuenta Calvo?. Y nos dimos cuenta de
que nosotros tenemos un método para poder ver en tiempo real cómo ocurre esa deposición.
No pensábamos hacer un experimento durante este mes, pero lo probamos y ahora tenemos
resultados para publicar en una revista internacional importante. Ninguno de nosotros
podríamos haberlo hecho separadamente."
Mucho más que una temporada de trabajo, este mes fue para Daniel Mandler la oportunidad de
enhebrar fibras sueltas de su historia.
"Este programa es maravilloso”, dice. Dar clases en el mismo lugar en el que mi madre obtuvo
su doctorado, hace sesenta años... es como cerrar un círculo. Ella falleció en 2002, pero me
hubiera gustado que hubiera podido verme volviendo al lugar donde se graduó. Aquí me siento
como en una segunda casa. Y el trabajo que estamos haciendo está resultando excelente