Marcos Roitman
La Jiribilla
Mi vida, como la de muchos latinoamericanos, se entrecruza con la Revolución Cubana. A los nueve años presencié mi primera campaña presidencial. Lo significativo de estos recuerdos fue la campaña anticomunista desplegada por la Democracia Cristiana.
Bajo el portal de casa había un cartel que sobresalía por su fuerza. Imposible no prestar atención a su mensaje tanto como a sus imágenes. De no ser así no hablaría de ello. No hubo de pasar mucho tiempo para medir el alcance de dicha campaña en la mente de los chilenos. Tras el triunfo de la Unidad Popular brota la siembra anticomunista.
En 1964, los demócrata-cristianos bautizaron su campaña electoral con el eslogan: “revolución en libertad”. Se trataba de crear distancias con un hecho significativo. El 1ro. de Enero de 1959 se producía el triunfo de la Revolución Cubana. Un ejemplo que atraía a las clases explotadas y dominadas en su lucha contra el imperialismo y en su proyecto nacionalista. Los deseos de reforma agraria y los anhelos de justicia social se propagaron bajo la fórmula de movimientos insurreccionales. Tras Cuba, sirva de ejemplo, se produce, entre otros, el nacimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua. La Revolución Cubana creó simpatías y desplegó el sentimiento de un nacionalismo popular, antimperialista. El texto de Fidel Castro, La historia me absolverá circula entre la izquierda y se proyecta en el debate intelectual. Es un alegato contra la injusticia social y la guerra justa contra las tiranías. Los nombres de Camilo Cienfuegos, Haydée Santamaría, El Che, cobran vida épica en el continente y se unen a José Martí o Maceo, entre otros.
Fue el inicio de una etapa que cambió el curso de la historia de América Latina para siempre. Nada será igual desde su declaración como primer estado socialista. La I y II Declaración de La Habana son un punto de no retorno. Dentro de la Guerra Fría y la concepción de seguridad hemisférica, los EE.UU. dieron un vuelco a su estrategia. El recién elegido presidente John Kennedy siguió la linea de Eisenhower con sus programas de frenar el impulso cubano en el resto de la región. Desde la invasión de Bahía de Cochinos, conocida como operación Pluto orquestada desde Guatemala, y los planes de sabotaje, hasta la invención de la Alianza para el Progreso forman parte de una política intervencionista y de desestabilización.
Lo que no pudo hacer Kennedy lo continúa su vicepresidente Johnson. El bloqueo económico y la expulsión de la Organización de Estados Americanos. Así ha sido la historia. Tras la salida de Johnson de la Casa Blanca, los presidentes estadounidenses han mantenido la agresión. Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo. Con mayor o menor intensidad, se han desarrollado estratagemas de acoso y derribo.
En América Latina y el mundo somos muchos quienes mantenemos intacto el apoyo al proyecto revolucionario en Cuba. Lo cual no supone callar las discrepancias. Cuba, en estos 50 años representa una solución a los problemas endémicos del subdesarrollo, plasmados en la mayor desigualdad, insalubridad, pobreza, explotación o analfabetismo. Expresa la dignidad y la fortaleza de un pueblo que mantiene alto la insignia de recuperar el derecho de autodeterminación y soberanía en medio de un bloqueo que dura tanto como la propia Revolución.
Así, lo realizado por el Movimiento 26 de Julio transciende las barreras nacionales. No resulta extraño que un cartel, editado en 1964, estuviese perfectamente diseñado y pensado para configurar el rechazo a una revolución. Se desplegó en todas las calles de Santiago y cubrió la mayoría de las paredes de Chile. Seguramente muchos jóvenes despertaron a la política con tales imágenes. Eran desgarradoras, sintetizaban toda una experiencia y daban miedo.
El golpe de Estado contra Jacobo Árbenz en 1954 en Guatemala inauguraba las actuaciones de la CIA bajo la batuta de Allen Dulles. Eran las llamadas acciones encubiertas. Así, se concretó la invasión desde Honduras a cargo del coronel Carlos Castillo Armas. La unidad entre las fuerzas armadas y las clases dominantes para implementar los golpes de Estado, las invasiones y los regímenes de la doctrina de la seguridad nacional descubren el concepto del enemigo interno y la frontera ideológica. En tiempos de Guerra Fría, los enemigos se transformaban en amigos. Nazis, camisas azules, negras y falangistas se organizaban en torno del anticomunismo. Japón, Alemania, Italia y el resto de estados europeos se coaligaban contra el bloque socialista. El anticomunismo prosperaba.
En la región, el fin de los años 50 abre una década convulsa. Un símbolo de las dictaduras, junto con Batista en Cuba, era Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. Tras su asesinato en 1961 se organiza un proyecto democrático y popular bajo la dirección de Juan Bosch. Su triunfo terminará desencadenando otro de los sucesos más sórdidos de la intervención norteamericana, cuyo acto final será el desembarco de 22 mil marines en 1965. El plan golpista se realizó en 1963 y dejó sin efecto la reforma agraria, la ley de transformación de la propiedad, de partidos políticos y de defensa nacional. Se impuso un gobierno represivo en manos de un viejo colaborador del dictador Balaguer. La represión posterior trajo la muerte de más de ocho mil militantes de la izquierda dominicana. Así se frenaba la revuelta cívico-militar del coronel Caamaño. En esta línea, en Ecuador las Fuerzas Armadas toman el poder. Era el cuarto gobierno de Velazco Ibarra. Una vez derrocado, su vicepresidente Carlos Julio Arosemena rompe las relaciones con Cuba. Meses más tarde será destituido por una junta militar. Su proclama del 11 de noviembre de 1963 fue clara: “Les digo que estamos en el poder en virtud de un imperativo superior de la seguridad nacional que obligó a las fuerzas armadas a salirse de sus específicas funciones para salvar al país del deshonor, el comunismo y el caos.”
Los golpes de Estado son la opción para evitar que se propague el ejemplo cubano. La destitución del presidente brasileño Joao Goulart será parte de esta estrategia. Igualmente, el golpe aflora en la Bolivia del MNR, en 1964, Barrientos y más tarde Ovando serán los militares que rompen el orden constitucional. Ellos se sumaban a la lista de dictaduras anticomunistas de la Guerra Fría: Stroessner en Paraguay (1954), la dinastía Somoza en Nicaragua, Lemus en El Salvador (1960), Oswaldo López Arellano en Honduras (1963), entre otras.
Surgían con fuerza los países no alineados. África despertaba, si alguna vez estuvo dormida y en Asia la guerra de Vietnam parecía tomar cuerpo. Y en medio de todo ello, la campaña chilena de 1964 invitaba a pensar el mundo bajo un cartel donde la “revolución en libertad” era la contrapartida de la Revolución Cubana. América Latina se dividía, Cuba se proyecta en todas las discusiones. Su reforma agraria, sus políticas educativas, de salud, culturales, antirraciales, de género, configuran un nuevo horizonte. Sus dirigentes son venerados y su entereza para resistir los embates del imperialismo considerados triunfos frente a la dependencia, y el imperialismo. Sus logros son visibles. Es la otra cara del continente. Se elige a sus representantes y se construye una sociedad con valores diferentes, participando activamente de sus objetivos, la transformación socialista. Se produce una toma de conciencia y un deber ético-moral hacia la comunidad. El trabajo voluntario es la muestra más noble de la entrega a la sociedad. Cuba avanza entre aciertos y errores. Desde fuera es difícil conocer la realidad, una campaña de desprestigio y descalificación cubren el horizonte. Así durante 50 años.
Guerra Fría, caída del muro de Berlín, estancamiento, crisis del neoliberalismo y emergencia de nuevos movimientos políticos y sociales. En este mar de cambios, ¿dónde queda la Revolución Cubana? Su lucha ha sido anticapitalista, por la liberación, la democracia, la justicia social. La batalla es ardua y llena de contratiempos. Los medios de información y disuasión pertenecientes a la razón cultural de occidente han ridiculizado a Cuba y a los defensores del socialismo, no aceptan su existencia. Pareciera ser un objeto imposible plantearse que Cuba vive un régimen democrático, y socialista donde no hay lugar para el conformismo social.
Sus detractores emplean la estrategia del sofista: el parloteo y descalificar al interlocutor. No hay lugar para un debate sosegado. La decisión está tomada previamente. No hace falta conocer la historia de Cuba, su estructura económica, social, y política. Menos aún conocer su cultura y encuadre regional. Se soslaya la realidad bajo una soflama de adjetivos donde resalta una máxima: Cuba es una dictadura comunista. A partir de aquí todo se vuelve transparente.
Los argumentos son siempre los mismos. Los llevo escuchando desde que tengo uso de razón. No hay elecciones y se encarcela a los disidentes políticos. No hay libertad de expresión. En vano podrá usted adelantar una respuesta en sentido contrario. No intente dar explicaciones. Los juicios están previamente formateados. Le dirán que las cárceles están llenas de buena gente y de intelectuales. Para aderezarlo, se añaden el turismo sexual y el conjunto de males del socialismo. Caos y represión, ese es el juicio final sobre la realidad en Cuba. Aquí no faltan las visiones fantasiosas acerca de las grandes colas, el hambre, la miseria y las telúricas enseñanzas del anticomunismo. ( aquí se ha fotografiado lo que son los foristas nuestros de extrema derecha ) Eso sí, quienes dicen hablar en nombre de la democracia y las libertades no puedan explicar cómo y qué es Cuba en realidad. Solo hablan de oídas y sus fuentes son la CNN, los politólogos estadounidenses, la socialdemocracia y los conversos.
El cartel que de niño pude contemplar sin la malicia ya tiene sentido. Unos pueden sentirse interpretados en sus imágenes y palabras. Adormecer su conciencia y dar por buena esa versión. Cuesta pensar, abrir los ojos y cuestionar el mundo orquestado por el gran hermano. Es difícil no caer en las tentaciones del capitalismo. En eso consiste su atractivo y su debilidad. Requiere de idiotas sociales, fácilmente manipulables, así se sostiene un orden de dominación fundado en la explotación del hombre por el hombre.
Una sociedad culta es libre y democrática, no se puede engañar a sus ciudadanos, ellos no se transforman en idiotas sociales. Aquí se establece la diferencia. Cuba ha sido capaz de articular la libertad personal y social con la democracia política, económica, étnica y cultural. Es cierto que existen limitaciones y que los cambios deben ser analizados en profundidad, por sus gentes y decidiendo en cada momento cuál es el camino. La soberanía es parte del hecho democrático, tanto como el respeto a decir sin presiones ni bloqueos ni descalificaciones. Por ello el cartel que tanto me impresionó ya puede desvelarse. Se trataba de un montaje publicitario. Unos guerrilleros de verdeolivo, empuñan fusiles apuntando a sacerdotes arrodillados pidiendo clemencia. Tras de ellos el paredón. No había duda, los ejecutarían. El mensaje complementaba el cuadro: “Chile no es Cuba. No permitas que esto ocurra. Vota Frei. Vota democracia cristiana”.
En estos 50 años, las campañas se han sofisticado, ya no hacen falta montajes fotográficos. El control de los medios de comunicación y disuasión distorsionan la realidad a favor de una visión totalitaria en la cual no hay espacio para la crítica, ni la libertad de expresión. Pero Cuba sigue en pie, dignificando la persona humana. Por este motivo es necesario estudiar, aprender y conocer de la realidad de Cuba. Solo así se podrá convencer en la batalla de las ideas y apoyar la digna lucha del pueblo cubano contra el imperialismo. En estos 50 años, Cuba es una experiencia inigualable. Las nuevas generaciones vivirán a su sombra. Cobijo necesario para seguir adelante, pese a quien le pese.