Ni en sí ni para sí. Nunca “clase política” me había parecido una categoría política fructífera. Generalizaba sin matiz, incluía elementos heterogéneos e incluso antagónicos, y escondía, o tendía a ocultar, el trasfondo económico, el poder en la sombra que acecha, controla y dirige por procedimientos nada democráticos (es decir, estrictamente antidemocráticos), las acciones y movimientos políticos esenciales. ¿Qué sentido tiene incluir en el mismo taxón a Francisco Fernández Buey, Belén Gopegui, Santiago Alba Rico, Antoni Domènech, Víctor Ríos, Miguel Candel, Josep Bel, Mercedes Iglesias Serrano y Julio Anguita, por ejemplo, al lado de José María Aznar, Felipe González, Álvarez Cascos, Ángel Acebes, Miguel Boyer o Esperanza Aguirre y Gil de Biedma? Un insulto a la inteligencia, una infamia político-epistémica. Sin atisbo de duda. Sin embargo…
La noción permite una depuración que acaso pueda permitir una mirada que agrupe de forma adecuada, separe lo que es justo y necesario separar y coloque a cada cual en su ubicación poliética más ajustada. ¿Qué depuración?, ¿quienes separamos? Aquellos y aquellas que no entienden la política como una profesión con calculadas y perseguidas rentabilidades (no sólo económicas, también cuenta el capital social y cultural), aquellos ciudadanos que no se sienten colegas ni confraternizan con quienes no deberían hacerlo por razones esenciales de dignidad y comportamiento públicos, y todos aquellos que no actúan como piña en peligro ante “críticas desbocadas e imprudentes”. Un contraejemplo, que vale como contraposición, que tomo de la columna de Ignacio Escolar del pasado lunes 17 de enero [1].
Una reciente rueda de prensa, de la que desgraciadamente no puedo dar muchos más detalles, contó con la presencia de tres políticos en activo y con mando en plaza: Francisco Camps, el presidente de la Generalitat valenciana; Lluís Recorder, ex alcalde de Sant Cugat y actual conseller de Política Territorial de la Generalitat de Catalunya, y Manel Villalante, todo un Director General, el de Transporte del Ministerio de Fomento, el que tiene como titular nada más y nada menos que a José Blanco, el del estado de alerta y la militarización de los trabajadores. Un periodista de Público preguntó a Camps sobre esa trama de corrupción alargada y de dimensiones aún desconocidas llamada Gürtel y su candidatura a la Generalitat, y por la marcha del PP de ese político de extremísima derecha llamado Cascos. Camps respondió al periodista felicitándole por su pregunta, sin responder a ella claro está, y soltando un rollazo insoportable de cinco minutos sobre las bondades de los trenes del corredor Mediterráneo. Lo normal; irreal como la vida misma.
Pero vete aquí que los dioses de la fortuna no descansaban esta vez y el micrófono quedó abierto. Sucede algunas veces, pocas, menos de las deseables. Un periodista, en este caso del diario Levante , tomó nota de una “conversación privada” que no era privada. De esta forma se ha sabido que sus dos colegas, los dos correligionarios de Camps, el conseller convergent y el director general “socialista” animaron y rieron la gracieta del president valenciano. Por orden de intervención y dirigiéndose a Camps: Villalante: “Has sido muy hábil”, Recorder: “Ha sido una pregunta de mal gusto” (¡de muy mal gusto!). Ji-ji-ji, ja-ja-ja, jo-jo-jo. ¡Qué risa tía Felisa, qué horror doña Leonor, qué vergüenza señor Sigüenza, qué cara dura señora Pastura! Y así siguiendo, felices de habernos conocido y hasta la siguiente rueda de prensa. A nosotros no nos tose nadie ni siquiera nos toca un pelo.
¿Clase política entonces? Clase política en y para sí, y para otros, hermanada por el servilismo más extremo, por la desvergüenza más descarada y por la infamia republicana más condenable. Nada que ver, desde luego, con ciudadanos interesados por la acción política, por ideales libertarios y comunitarios, por contribuir a generar entre todos una sociedad mejor, no una lodazal servil de mentiras, prepotencia y disparates estúpidos, aptos sólo para estúpidos.
Nota:
[1] Ignacio Escolar “Nos sobra transparencia”. Público , 17 de enero de 2011, p. 52.
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