Los apodos del ex-capitán de fragata de la Armada Argentina, Alfredo Ignacio Astiz, lo dicen casi todo de él. Para la historia negra de la Argentina será conocido siempre como El Ángel Rubio y El Ángel de la Muerte. Militar golpista, espía infiltrado, torturador y asesino, vive hoy en libertad en Argentina mientras existe una orden de detención internacional dictada contra él por Francia, donde se le ha condenado a cadena perpetua en rebeldía.
Es difícil adentrarse en la biografía de un sujeto como éste sin sentir de cerca la náusea que provoca un villano de tal magnitud. Baste con decir que desde los primeros momentos del golpe de estado militar argentino de 1976, Astiz fue destinado a la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada, que iba a convertirse en el mayor centro de tortura y exterminio de la dictadura. Está documentado que no menos de 5.000 personas desaparecidas pasaron por estas instalaciones; presumiblemente también por las manos de Alfredo Astiz. El 95% de las personas secuestradas en este lugar, después de ser torturadas, eran sedadas y conducidas a un aeródromo donde las embarcaban en los macabros “vuelos de la muerte“, siendo arrojadas al océano desde gran altura como método para hacer desaparecer sus cuerpos.
Astiz participaba de todas las fases de la represión fascista argentina. Infiltrado en los grupos opositores y haciéndose pasar por familiar de un desaparecido, recababa información sobre identidades y lugares de reunión para, posteriormente, secuestrar a los opositores, conducirlos a la ESMA, torturarlos y, finalmente, asesinarlos. De esta forma acabó con la vida de los componentes del grupo de derechos humanos de la Iglesia de Santa Cruz, entre los que se encontraban las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, así como algunas de las Madres de la Plaza de Mayo, un grupo compuesto por mujeres que hasta en los peores tiempos se enfrentaron a la dictadura exigiendo la devolución de sus hijos y familiares desaparecidos.
Precisamente la desaparición de las monjas francesas y de una muchacha de nacionalidad danesa llamada Dagmar Hagelin (fotografía a la derecha) fue lo que provocó que tanto Francia como Suecia se interesaran por los crímenes de Astiz. Unos crímenes por los que finalmente no ha llegado a pagar por la incompetente actuación de… el Reino Unido. Me explico:
Cuando en 1982 estalló el conflicto de las Malvinas, los crímenes de este individuo eran ya sobradamente conocidos en Europa y Estados Unidos. Su fotografía incluso había aparecido en la prensa internacional como responsable directo del secuestro y asesinato de la joven danesa Dagmar Hagelin, y los testimonios que le involucraban en otros crímenes eran abundantes. Astiz participó en la Guerra de las Malvinas, aunque no se puede decir que la “valentía” demostrada ante las tropas británicas fuese tan firme como la que exibió contra los opositores desarmados al régimen militar argentino.
Según se dice, rindió el pabellón argentino al primer disparo, y fue hecho prisionero por los ingleses. Vamos, que en cuanto tuvo que enfrentarse a alguien medianamente peligroso se comportó como lo que realmente es: un auténtico cobarde. La foto de la izquierda muestra el heroico momento en que Astiz firma su rendición.
Entonces, Astiz fue hecho prisionero por los ingleses. Aunque terminada la guerra se produjo una fuerte presión internacional para que fuera extraditado a Francia o Suecia, la entonces primera ministra Margaret Thatcher le devolvió a Argentina tomando en consideración únicamente la Convención de Ginebra. Aquel día, Europa perdió la oportunidad de juzgar por sus crímenes a un verdadero genocida.
Por suerte, la dictadura argentina no sobrevivió a la derrota en las Malvinas, pero poco después, una tímida democracia elaboró las llamadas “leyes de obediencia debida y de punto y final” por las cuales prácticamente todos los asesinos de la dictadura podrían quedar impunes de los crímenes cometidos. Astiz fue uno de los beneficiados, aunque las órdenes internacionales de detención dictadas contre él le impedirían abandonar Argentina para siempre.
Recluido en su propio país, su vida fuera de la Armada no ha sido todo lo apacible que él hubiera querido. Ya son varias las ocasiones en las que, al aparecer en un lugar público, ha sido agredido al ser reconocido por la gente. En realidad, y aunque no se encuentre físicamente en la cárcel, vive condenado al ostracismo, sin tener muy claro que un buen día pueda terminar dando con sus huesos en una prisión argentina o francesa. Esperemos que así sea, y que sea pronto.
(Imagenes: Taringa.net; BBC Mundo; Desaparecidos.org)