Fue, sin duda, el mejor partido de tenis femenino en años. Duró 4h44m, más que ningún otro del cuadro femenino en la historia de los torneos grandes. Enfrentó a dos campeonas de citas del Grand Slam, Francesca Schiavone, vencedora por 6-4, 1-6 y 16-14, contra Svetlana Kuznetsova. Tuvo el drama de ver a la italiana cojeando, con una pierna vendada y la fisioterapeuta trabajando; la tensión de que ella levantara seis puntos de partido y de que la rusa le rompiera el saque las dos primeras veces que sirvió por el encuentro. Tuvo, también, constantes cambios de guión, golpes y momentos legendarios, además de una decisión del juez de silla, el español Enric Molina, que entrará en los anuarios: con el pase a cuartos en el alambre, anuló un break de la italiana a la rusa porque esta tocó la red tras el golpe definitivo.
Venció Schiavone, que ganó menos puntos que su rival (177 por 181), pero el gran triunfador fue el tenis femenino, necesitado de un gran partido en un gran escenario. Solo el último set, pleno de intensidad, de magia, sudor y gritos, duró 180 minutos, igual que dos partidos de fútbol. Kuznetsova puso los grandes tiros, la creatividad a raudales y el miedo a la victoria. Schiavone, ese revés maravilloso suyo y el anhelo de sobrevivir a toda costa, dijese lo que dijese el marcador del partido. El encuentro acabó decidiéndose fuera de la pista, jugándose en la mente de las dos contrincantes. Ahí prevaleció la tozuda Schiavone, que lleva una semana remontando marcadores, y que desaprovechó, sin embargo, dos puntos decisivos antes de cerrar su triunfo. Nadie quería ceder su sitio en los cuartos.
Ahora, la italiana se enfrentará a la danesa Wozniacki, la número uno. Tras un partido tan largo, maratoniano es poco para definirlo, su futuro en el Abierto de Australia pende de un hilo. Eso, sin embargo, no importa ahora, con su triunfo aún tan fresco. Simplemente, fantástico.