Tiene Álvaro Mutis un porte gallardo y antiguo, como de héroe de escudo y lanza recién escapado de una novela de caballerías. Uno cierra los ojos y es capaz de imaginarlo también ataviado a modo de barón o vizconde, noble estampa, rindiendo pleitesía a un rey de cualquier otra época. Lo que menos le cuadra a sus 73 años, canosa juventud, es ese jersey de punto y esos pantalones vaqueros que algún día heredarán sus nietos, pobrecitos, condenados a vivir en unos tiempos "siniestros, aterradores y sórdidos".
No se siente de este siglo Álvaro Mutis, lo dice él mismo. Se autodefine como "reaccionario, legitimista y monárquico". Debió haber nacido hace doscientos, o tal vez quinientos años, y no precisamente en Colombia. Le inquieta mucho más la caída de Constantinopla que los retos de la economía global, el fracaso del dieciocho brumario que el papel de Latinoamérica en el nuevo orden mundial.
Y no concibe la literatura como compromiso, sino como fuga o "negación de toda orilla".
Álvaro Mutis, hombre de mirada afable y sonrisa obsequiosa, procede remotamente de los Mutis de Cádiz, que tienen calle y estatua en el jardín botánico de la Tacita de Plata. Se crió entre los cafetales colombianos y las brumas de Flandes, y fue en Bruselas, destino de su padre diplomático, donde bebió del veneno francés de la literatura.
De Colombia se marchó, definitivamente, allá por el año 56: "Yo trabajaba en una compañía petrolera y dispuse de algunos fondos para cosas que me parecían más urgentes. A eso parece que se le llama fraude. Tuve un proceso y decidí irme a México". Allí casó con una catalana, "que es lo mejor que uno puede hacer si quiere vivir tranquilo y seguro el resto de su vida", aunque su corazón quedó por siempre en la tierra donde ahora viven sus hijos, que también es la de García Márquez.
Antes de ser quien es, Mutis fue locutor de radio, y actor de doblaje para la Columbia Pictures. Lo pudimos escuchar en blanco y negro, poniendo voz engolada de fondo a la serie televisiva Los intocables: "Chicago, año mil novecientos veintiocho...".
Entonces ya escribía, lo lleva haciendo toda la vida, aunque ni antes ni ahora ha comido de la palabra impresa.
Durante cuarenta años fue o le consideraron poeta. De pronto un día, cumplidos los sesenta, un puñado de versos se le trocaron mágicamente en narración, La nieve del almirante... "Luego ya me dije: bueno, pues parece que me salió una novela, y no voy a escribir más novelas... Ya van siete seguidas".
En todas ellas, como personaje insistente, Maqroll el gaviero, "un tipo que ya sabe que el mundo se parece todo, que Singapur tiene calles absolutamente exactas a las de Guayaquil, y por eso no va buscando experiencias nuevas: lo que de verdad le impulsa es el placer del desplazamiento, el desplazamiento como experiencia profunda e íntima".
Pese al Príncipe de Asturias de las Letras, Mutis se sabe no del todo conocido ni reconocido en nuestra tierra: "Mis libros no son lo que los lectores españoles quieren en este momento". Y no le duele porque, entre sus muchas virtudes, está la de la paciencia: un hombre con tantos siglos puede esperar tranquilamente a que pasen algunos años...
Pregunta.-¿Por qué está tan convencido de que sus libros no interesan en España?
Respuesta.-Bueno, quizás no me expliqué bien. Lo que quería decir es que los españoles están leyendo ahora un tipo de literatura muy distinta a la mía, un tipo de novela muy actual y digamos light, contra la que no tengo nada... En fin, lo que siento es que el ánimo, el gusto del lector español actual no encaja mucho con lo que yo estoy escribiendo. Siento que la apetencia del público va por otro camino. Pero eso no es grave, es lo normal... Los libros no nacen universales. Los libros van buscando su lugar y su momento. Y tendré lectores españoles o no los tendré nunca, eso se verá con el tiempo.
P.-¿No tiene la sensación de que España ha sido ingrata con usted, que se ha tardado demasiado tiempo en reconocer su valía?
R.-No, no, por Dios. Y eso no lo digo por conveniencia ni por nada. Estoy muy feliz de haber recibido un premio de esta categoría en España, y no me importa el hecho de que antes me hayan distinguido en Francia o Italia. Tenga en cuenta que mi primera colección completa de poesía la publicó aquí Carlos Barral, en el 73. La crítica española siempre ha sido muy benévola conmigo.
P.-¿Dónde encaja una rareza como usted dentro de la narrativa latinoamericana?
R.-Yo me siento yo, lo primero. Si algo he procurado evitar es que me encasillen dentro del llamado realismo mágico, y no porque tenga nada en contra, no. Cuando lo ejerce alguien como García Márquez o Miguel Ángel Asturias, pues salen libros bellísimos, pero yo no sé hacerlo, me resulta ajeno, tan ajeno casi como el naturalismo o el realismo social. Estoy convencido de que cada escritor tiene un destino, y ha de hacer cuanto pueda por evitar desviarse de ese sendero. Yo, por ejemplo, he quemado dos novelas completas. Una se titulaba El último rostro, de 360 páginas, y era sobre los últimos años de Bolívar; la otra se llamaba Cuando Dios bajó a Nagaima, sobre la violencia en Colombia. Las quemé porque no las sentía como mías, no era sincero. Hay una sinceridad interior que... en fin, uno sabe perfectamente cuándo está mintiendo. Acuérdese de aquel verso de Neruda: "Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando"... Jamás me arrepentí de quemar las dos novelas. Además, la de Bolívar la escribió magníficamente mi amigo Gabriel García Márquez. Él no creía que había quemado mi novela. Cuando lo convencí, me dijo: "Pues mira, ahora la voy a a escribir yo". Y fíjate qué maravilla le quedó.
P.-Los hay que califican su literatura como escapista, le critican por no estar nada comprometido con su tiempo...
R.-Ay, qué bueno, me parece formidable. Yo soy un gran lector del Quijote porque a través de él me escapo de la rutina diaria, de lo gris y neutro de la vida que vivimos en este siglo. Que la gente se valga de la literatura para escaparse de todo esto me parece magnífico.
"No he votado jamás: la políticano me interesa" |
P.-A usted, por lo que se ve, no le apasionan en exceso estos tiempos que corren.
R.-No sólo no me apasionan, sino que me produce hastío esta época siniestra de barbaridad, de violencia, de crímenes organizados y masivos, de holocaustos aterradores... Más de una vez me he definido como un medieval perdido en este siglo. Tengo una gran admiración por la Edad Media. No es que fuera desde luego una era paradisíaca, pero había al menos una noción del individuo, y la gente se comunicaba de persona a persona. No era esta cosa masiva de ahora en donde el hombre no existe, y por eso lo matan hoy tan fácil. "Dispararon sobre la masa". ¿Cuántas veces lo habremos leído en el periódico? Se acabó el hombre. Es aterrador. Y vamos hacia esa otra cosa, la famosa palabrita que me pone la piel de gallina, que es la globalización... Sí, en el Medioevo encuentro cosas interesantes como objeto de meditación y un camino de salvación para el hombre... Ahora bien, el siglo que me hubiera gustado vivir es el XVIII, con toda su carga de cinismo, de libertinaje, de elegancia, de bien escribir... Esta época de ahora es exactamente la época en la que no hubiera querido vivir jamás, y me duele que la vivan mis hijos, y me da mucho coraje por mis nietos.
P.-¿Cómo ve desde lejos la situación de Colombia?
R.-Desde cerca, la veo desde muy cerca, mi querido amigo, porque allá están mis hijos. Es una realidad aterradora, muy triste, y lo malo es que no me explico muchas de las cosas que pasan. Pero en Europa tampoco hay que mirar muy lejos: vea usted lo que está pasando en Bosnia, esa guerra macabra que ya nadie entiende. Hay una vocación de masacre realmente espeluznante en este siglo. Estamos en pleno apocalipsis, como decía Julien Green. Pienso, con Cocteau, que el infierno existe, y es la historia.
P.-Tengo entendido que usted no ha votado nunca, ni en México ni en Colombia...
R.-No he votado jamás: la política no me interesa. Hay hechos de la política que pertenecen ya a la historia y que me siguen preocupando mucho. La caída de Constantinopla, por ejemplo, es un hecho que me da mucho que pensar todavía. El por qué falló el 18 brumario y sí resultó, sin embargo, el 19 brumario es algo que me sigue llamando enormemente la atención. Pero lo de hoy no me interesa para nada. Ni voto para nada. Soy gibelino, monárquico y legitimista... Eso produce risa siempre que lo digo, ya lo sé, y lo toman como una especie de desafío o de boutade, como dicen los franceses. Pero yo lo digo muy en serio: estoy pensando en un momento que se perdió en el tiempo, cuando el poder venía como una fuerza mítica, casi trascendente. Ese poder yo lo acepto y lo obedezco. El poder que resuelve entregar una inmensa mayoría a una persona, sinceramente, me parece siniestro. Decía Ortega y Gasset que cuando muchas personas están de acuerdo es sólo para una bellaquería o una sandez.
"Me produce hastío esta época siniestra de barbaridad, de violencia, de crímenes..." |
P.-Creo que también era Ortega quien decía que mientras el voto del portero de su casa valiera lo mismo que el suyo, no se dignaba a ir a las urnas...
R.-Yo no lo pienso exactamente así, porque eso es un punto de vista aristocratizante que me parece inhumano. Vamos a ver: el portero de la casa tiene una serie de problemas que son tan graves y urgentes como los que pueda tener yo. El que yo tenga una cierta cultura no quiere decir nada. Ahora bien, que un grupo inmenso de personas, movidas por una propaganda mentirosa, vayan y voten por una persona, convencidos de que esa persona les va a arreglar todos los problemas, cuando se sabe que ningún problema lo arregla la política... Ahí está el crimen. El portero y yo salimos mal con este sistema.
P.-¿La democracia le parece una sandez o una bellaquería?
R.-Pues mírelo usted... Decía con mucha razón Borges: "La democracia es un engaño de la estadística". Ahora bien, no nos engañemos, no vamos a pensar que yo estoy por una dictadura. Las dictaduras son una consecuencia de la democracia. No olvidemos que Hitler sube al poder y es nombrado canciller en Alemania en unas elecciones. Olvidamos siempre que la peor bestia que ha tenido en siglos la humanidad, este asesino loco, ser mediocre y delirante, ese señor fue votado por uno de los países más cultos de la Tierra, el país de Goethe, de Hegel, de Beethoven.
P.-Si le llamo reaccionario, ¿se lo toma como un elogio?
R.-Soy reaccionario, sí. Desde luego, lo que no soy es progresista tal y como hoy se entiende. Detesto la idea del progreso material que se ha instalado desde el racionalismo, me parece de una idiotez absoluta... El progreso debería ir mucho más allá de la invención de la penicilina o del automóvil. El único progreso que me interesa es el progreso interno, el de los sentimientos, aprender a compartir con el hombre, sabiendo que el hombre es un animal peligrosísimo... En este sentido estamos retrocediendo, cada vez más. Mire usted, el tipo de criminalidad que hay hoy en día es tan inhumano que yo creo que se ha perdido ya por completo la compasión. Se terminó, no la veo en ninguna parte del mundo... Ese suicidio masivo que hubo en California, se me hace hasta natural en esta época, fíjese lo que le digo.
P.-En la cumbre de Zacatecas, por cierto, se desmarcó usted con un durísimo alegato contra los medios de comunicación...
R.-Medios de incomunicación los llamaría yo. Comunicarse es sentir el calor de la otra persona, compartir un estado de ánimo, y así se entendió en la Grecia clásica, o en la Edad Media. El gran fallo de estas máquinas electrónicas es que no pasan un solo sentimiento. Detesto todos los medios electrónicos de comunicación: el Internet me parece un invento del diablo. El teléfono ya me parece una cosa sospechosísima... Yo, por teléfono, lo único que puedo dar son mensajes cifrados, muy cortos. Ahora, hablar sobre algo esencial o entrañable de mi vida por teléfono no puedo, no me sale. Yo soy partidario de la vuelta al diálogo, del cara a cara, porque ahí sí que es mucho más difícil la posibilidad de engaño. Hasta la palabra escrita es una trampa, una trampa terrible, fíjese lo que le digo. Tengamos mucho cuidado con la palabra escrita, y no la magnifiquemos tanto.
"Los medios de comunicación electrónicos no transmiten sentimientos" |
P.-Volviendo a Zacatecas, ¿qué opinión le merece la propuesta de su compatriota García Márquez de simplificar la ortografía?
R.-Las palabras de García Márquez fueron transcritas maliciosamente por los medios de comunicación. Lo que hizo García Márquez fue un elogio absolutamente maravilloso del idioma. Y luego al final sugirió la posibilidad de que se simplificara un poco la ortografía. A modo de broma, agregó dos párrafos en donde mostraba el caso extremo de una simplificación, pero lo hizo con un sentido de humor negro que evidentemente lo malinterpretaron... Yo, pese a la entrañable amistad y admiración que siento por él, pienso que no hay tal necesidad, que hablamos un idioma de una gramática y una ortografía muy sencilla si la comparamos con el francés o con los idiomas eslavos. No deberíamos preocuparnos tanto por el idioma: nuestro idioma es más viejo, sabio e inteligente que todos los millones de personas que lo hablamos.
P.-¿Se pelea usted mucho con el idioma?
R.-Uf, si yo le contara... Sufro muchísimo escribiendo, y más que escribiendo, corrigiendo y reescribiendo. Una de mis novelas, Amirbar, la reescribí cuatro veces, por cuestiones de estilo y ritmo.
P.-¿Se ve más como poeta o como novelista?
R.-¿Por qué trazar fronteras? Me considero poeta, sí, y también narrador. Novelista no. Galdós, Dickens o Tolstói, ésos sí que son novelistas.
P.-¿Vive con lo que escribe?
R.-Sigo sin vivir de la literatura, mi querido amigo. Ahora estoy pensionado, vivo retirado por la Columbia Pictures... Mis libros me dan algún dinero, que me llega siempre cuando más lo necesito, da la casualidad. Pero ni son grandes sumas ni es el dinero que me sostiene en la vida.
P.-¿Qué anda tramando Maqroll en estos momentos?
R.-No lo sé. De momento estoy madurando ideas. Cuando sienta que no puedo más, que Maqroll me hace la vida imposible, que no me deja dormir y me tortura, sabré que ha llegado el momento de liberarme y sentarme a escribir.