Ahora hablaré mucho más extensamente de Egipto,
porque encierra muchas maravillas, y, mucho más
que las de cualquier otro país, sus obras desafían
toda descripción (Heródoto, 11, 25)
“Me sentí profundamente dolido cuando llegué esta mañana al Museo Egipcio y encontré que algunos habían tratado de asaltar el museo por la fuerza anoche", comentó el 29 de enero a Reuters el polémico arqueólogo Zahi Hawass, Director del Consejo Supremo de Antigüedades. Parecía imposible, y acaso lo era, pero el Viceministro de Cultura que se encargó personalmente de servir de guía cultural a Obama durante su viaje a Egipto en 2009, ha confesado su preocupación ante lo que puede ocurrir en los próximos días debido a los disturbios crecientes (100 muertos en 5 días) por el descontento social y político que ha provocado la negativa del Presidente Hosni Mubarak a abandonar la presidencia que disfruta desde 1981.
Lo que sorprende, lo que impacta, en este intento de saqueo del Museo Nacional de Egipto, es que se trata del ataque a una institución que alberga una colección de 130.000 piezas sobre los inicios y 4.000 años de la Historia. Los saqueadores, que tal vez no eran tan ingenuos como se ha dicho, arremetieron y arruinaron dos momias en la sala dedicada al tema funerario; no contentos con esto, su codicia los llevó a arremeter contra 14 vitrinas y objetos que pertenecieron al faraón Tutankamón. Por suerte a estas horas los soldados del ejército custodian con escepticismo las instalaciones y se ha formado una gigantesca cadena humana de defensores de este importante patrimonio cultural egipcio y, al mismo tiempo, mundial. Nadie, sin embargo, puede asegurar que el museo, enclavado en un área políticamente activa, quedará fuera de peligro en una situación tan inestable.
Un nuevo saqueo cultural masivo del país más expoliado culturalmente del mundo no puede dejarnos indiferentes, porque el número de hallazgos arqueológicos ha sido pródigo en las tierras del antiguo valle de Egipto. No se conoce nada semejante: todavía en el año 2000 se anunciaba que se habían encontrado dos ciudades portuarias perdidas bajo el agua, devastadas por un terremoto.
Pensemos sólo en los aspectos del problema que supone un desastre cultural en Egipto, cuya civilización data del 3.100 a.C., casi simultánea a la sumeria, y gestora de un poderoso imperio sostenido por una eficaz organización dinástica en la que la cadena iniciada con el faraón Menes se mantuvo hasta Cleopatra, quien prefirió suicidarse en el año 30 después de sus amores ingratos, como son todos los amores, con Marco Antonio. En esta civilización desarrollada en los márgenes del río Nilo, un total de 30 Dinastías de faraones conformaron tres etapas de un imperio asombroso: sólo el Reino Antiguo, mejor conocido por las Pirámides que se construyeron en la Dinastía IV, fue un proceso de 955 años y uno de sus cientos de monumentos, la Gran Pirámide, se mantuvo 4.500 años como el edificio más alto de la tierra y la única de las 7 maravillas del mundo antiguo que sobrevivió.
Increíblemente, los egipcios concibieron algo que hoy nos parece común y no lo es: la idea de que además del cuerpo hay un alma (el ka era el doble y el ba era el alma, representada entonces con dos alas), pero no sólo eso: el Libro de los Muertos expuso uno de los rituales más interesantes sobre la muerte. El legado egipcio debe incluir su arte hierático inconfundible, la escritura jeroglífica, el uso de papiro que marcaría a los griegos, las represas, los barcos de madera y vela, las necrópolis, las hojas para cortar la piedra, las plomadas o la propia momificación.
En 1567 a.C., con la expulsión y exterminio de los hicsos, nace el Imperio Nuevo, período fructífero en la construcción de templos como los de Karnak o los de Luxor y Hatsheput en Deir-ar-Bahari. Finalmente sobrevino el período de conquistas y Egipto pasó primero a manos de Ptolomeo, luego de Roma y finalmente de los árabes en el siglo VII. La civilización egipcia fue saqueada dese el primer momento y ahora en los inicios del siglo XXI se encuentra otra vez en peligro inminente.
Una catástrofe, quiero advertirlo, anunciada, que pone en riesgo museos como los de Luxor y monumentos como las Pirámides, cuyo primer inventario riguroso hizo Karl Richard Lepsius (1810 –1884), un profesor de la Universidad de Berlin que convenció al sabio Alexander von Humboldt y al monarca Friedrich Wilhelm de la necesidad de indagar sobre las exploraciones que hicieron los franceses en Egipto durante la campaña de Napoleón Bonaparte. En su viaje de 1842 fundó la egiptología moderna con erudición y métodos poco ortodoxos como dinamitar la columna de Setos I con el propósito de adular al regente de Prusia con un regalo ostentoso. Sin embargo, la expedición mostró sus resultados en los 12 volúmenes de la Denkmäler aus Ägypten und Äthiopen, donde puede leerse la descripción de un reino fabuloso.
En 2010, pese al debate entre especialistas que difieren de los criterios, se estima que hay 140 pirámides localizadas en Egipto, todos saqueadas y a punto de ataques masivos en los actuales momentos. Entre otras, sobresalen las de Userkaf, Sahure, Neferirkare, Shepsekare, Neferefre, Niuserre Ini, Menkauhor Ikauhor, Djedkare Isesi, Unas, Pepi I, Pepi II, Senuseret II y Senuserer III.
Pero además está Alejandría, como indica su nombre, denominada así en honor al conquistador Alejandro Magno, quien tuvo una visión durante su paso por Egipto y quiso desplazar la aldea de Racotis para fundar la nueva ciudad el año 331 a.C. en el oeste del delta del Nilo, junto al Lago Mareotis. Hoy corren riesgo los asentamientos arqueológicos y la Nueva Biliotheka Alexandrina, construida con el apoyo de la Unesco. Es tanto el terror que reina en las calles de esta ciudad egipcia que he recordado esos versos memorables de Cavafis donde pedía a sus lectores despedirse de Alejandría para siempre.
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“Aquí el pasado es una calle ciega”, escuché comentar a un viejo amigo palestino cuando visité el Museo Nacional de El Cairo en 2010, a modo de despedida, y quise decirle entonces algo que no dije. Por suerte, cada uno es dueño de sus silencios y salí enmudecido ante sus sabias palabras que me dejaron frente a un ritual impostergable, presa de esa nostalgia melancólica que concede la sabiduría del mundo árabe, casi invicto en ese día interminable de vigilia y también de memoria en el que descubrí que ese Museo, hoy en peligro, era una de las encrucijadas más secretas de la historia. Egipto ha sido y será la bisagra entre el Medio Oriente y Occidente.
Fernando Báez es el autor de La destrucción cultural de Iraq, Octaedro, 2005.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.