¿Cuantos le dicen "pinocho"?
Recientemente, en una de sus canciones, los Aldeanos se refieren a Fidel Castro con el mote de “pinocho”, un mote que mis amigos y yo solíamos usar hace muchos años, indudablemente, aduciendo a la pinochezca característica de nuestro viejo dictador. Lo que me llamó la atención fue el hecho de que este mote no ha desaparecido con los años, sino que las nuevas generaciones lo han adoptado. Desde que tengo uso de razón, los cubanos hemos estado condenando con chistes (en voz baja) a la “revolución” y a sus “líderes”, poniéndoles motes que los definen negativamente… y yo me pregunto: ¿podemos sacar alguna conclusión, en claro, de este fenómeno?
Los cubanos nos preciamos de que cualquier situación, por trágica que sea, nunca pierde su lado humorístico. Sin embargo, como cualquier manifestación humana, nuestro humor, no deja de ser una expresión cultural y cognitiva. Es decir, los chistes son exitosos solo en la medida que concuerdan con las creencias y convicciones de los receptores y en el caso particular del humor político o religioso esta afirmación es doblemente evidente. Es por eso, por ejemplo, que un exiliado cubano se muere de la risa con chistes en los que los “comunistas” lucen como tarados, pero apenas esboza una mueca si le hacen un chiste en que los comunistas terminan siendo los listos del cuento. Siguiendo el mismo principio un seguidor de Fidel Castro considerará de mal gusto un chiste en el que las capacidades o la entereza moral del dictador se vean afectadas, y viceversa.
Este principio, al que algunos estudiosos del tema llaman “principio de complicidad”, demuestra que podemos conocer la opinión de los pueblos a través de su humor. Los incontables chistes que fuertemente condenan al gobierno cubano y en especial a su máxima figura, son una prueba fehaciente del consenso popular acerca de la disfuncionalidad del sistema imperante en la isla y de la falta de apoyo hacia sus dirigentes por parte del pueblo. Obviamente, tal conclusión se basa, no en chistes suaves sin trascendencia, sino en críticas profundas a los cimientos del proceso o la capacidad moral o intelectual de sus dirigentes. Millones de cubanos no llamarían pinocho a Fidel castro si no les pareciera deshonesto, ni le llamaran barbatruco si no les pareciera un gran manipulador.
¿Cuántos cubanos tendrían que haber llamado “pinocho” a pinocho, desde que yo era un niño, para que ahora, después de treinta años los Aldeanos puedan hacerlo en una de sus canciones? ¿Cuántos cubanos tendrían que haber concordado con la idea de que Fidel Castro es un mentiroso para que este mote haya sobrevivido con éxito durante tantos años? Esta realidad contrasta con las cifras oficiales de que más del noventa por ciento de la población cubana apoya el régimen imperante en la Isla. Definitivamente “pinocho” sigue haciendo de las suyas.
El gobierno puede censurar los medios informativos, puede limitar el acceso a internet, puede negarse a realizar sondeos de opinión, puede crear elecciones manipuladas para mostrar un apoyo irreal, o marchas involuntarias para aparentar popularidad, puede, en fin, tratar de esconder la verdad cual un prudente asesino, pero la verdad se manifiesta de algún modo y el humor en este caso es la pista que dejó el asesino. El gobierno no puede arrebatarle el “látigo, con cascabeles en la punta” que el humor es para los pueblos.
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