© Immanuel Wallerstein 1997.(Iwaller@binghamton.edu)
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[Conferencia magistral en el XX° Congreso de la Asociaciòn Latinoamericana de Sociología, México, 2 al 6 de octubre de 1995]
Celebramos el XX° Congreso de ALAS y discutimos las perspectivas de la reconstrucciòn de la América Latina y del Caribe. No es un tema nuevo. Se lo discute en América Latina desde 1945, si no desde el siglo XVIII. ¿Qué podemos decir ahora que sea diferente de lo que ya se ha dicho?
Creo que nos encontramos en un momento de bifurcaciòn fundamental en el desarrollo del sistema-mundo. Pienso que, no obstante, lo discutimos como si se tratara de una transiciòn ordinaria en el cauce de una evoluciòn cuasi-predestinada. Lo que debemos hacer es "impensar" no sòlo el desarrollismo neoclássico tradicional, sino también el desarrollismo de sus críticos de izquierda, cuyas tesis resurgen regularmente a pesar de todos sus rechazos, pero que en realidad comparten la misma epistemología.
Yo voy elaborar dos tesis principales en esta ponencia. Tesis No. 1: Es absolutamente imposible que la América Latina se desarrolle, no importa cuales sean las políticas gobernamentales, porque lo que se desarrolla no son los países. Lo que se desarrolla es únicamente la economía-mundo capitalista y esta economía-mundo es de naturaleza polarizadora. Tesis No. 2: La economía-mundo capitalista se desarrolla con tanto éxito que se está destruyendo y por lo cual nos hallamos frente a una bifurcaciòn històrica que señala la desintegraciòn de este sistema-mundo, sin que se nos ofrezca ninguna garantía de mejoramiento de nuestra existencia social. A pesar de todo, pienso que les traigo a Vds. un mensaje de esperanza. Veamos.
Empecemos con la Tesis No. 1. Las fuerzas dominantes del sistema-mundo han sostenido, desde por lo menos los comienzos del siglo XIX, que el desarrollo econòmico fué un proceso muy natural, que todo lo que se requiere para realizarlo es liberar las fuerzas de producciòn y permitir a los elementos capitalistas crecer rápidamente, sin impedimentos. Evidementemente, también fué esencial la voluntad. Cuando el estado francés empezaba a reconstruir la vida econòmica de sus colonias a principios del siglo XX, se llamaba a esta política "la mise en valeur des territoires" ("la valorizaciòn de los territorios"). Eso lo dice todo. Antes los territorios no valían nada, y luego (con el desarrollo impuesto por los franceses) valen algo.
Desde 1945, la situaciòn geopolítica cambiaba fundamentalmente con el alcance político del mundo non- "europeo" o non-occidental. Políticamente el mundo nooccidental se dividía en dos sectores, el bloque comunista (dicho socialista) y el otro denominado el Tercer Mundo. Desde el punto de vista del Occidente, y evidentemente sobre tudo de los Estados Unidos, el bloque communista fué dejado a su propia cuenta, para que sobreviviera econòmicamente como pudiera. Y este bloque eligiò un programa estatal de industrializaciòn rápida con el objetivo de "superar" al Occidente. Jruschov prometía "enterrar" a los Estados Unidos en el año 2000.
La situaciòn en el Tercer Mundo fué bastante diferente. En los primeros años después de 1945, los Estados Unidos concentrò todos sus esfuerzos en ayudar a Europa occidental y al Japòn a "reconstruirse." Al principio, ignorò largamente al Tercer Mundo, con la excepciòn parcial de la América Latina, campo de preferencia para los Estados Unidos desde largo tiempo antes. Lo que predicaba los Estados Unidos en América Latina era la tradicional canciòn neoclásica: abrir las fronteras econòmicas, permitir la inversiòn extranjera, crear la infraestructura necesaria para fomentar el desarrollo, concentrarse en las actividades para las cuales tienen estos países una "ventaja comparativa." Una nueva literatura científica comenzaba a aparecer en los Estados Unidos sobre el "problema" del desarrollo de los países subdesarrollados.
Los intelectuales de la América Latina fueron muy recalcitrantes a esta prédica. Reaccionaron bastante ferozmente. La primera reacciòn importante fué la de la nueva instituciòn internacional, la CEPAL, presidida por Raúl Prebisch, cuya creaciòn misma fué contestada enérgicamente por el gobierno estadounidense. La CEPAL negaba los beneficios de una política econòmica de fronteras abiertas y afirmaba en contra un rol regulador de los gobiernos a fin de restructurar las economías nacionales. La recomendaciòn principal fué la de promover la sustituciòn de importaciones por la protecciòn de las industrias nacientes, una política ampliamente adoptada. Cuando resumimos las acciones sugeridas por la CEPAL, vemos que lo esencial fué que si el Estado seguía una política sabia podría asegurar el desarrollo nacional y, en consecuencia, un aumento serio en el producto nacional bruto per capita.
Hasta cierto punto, las recomendaciones de CEPAL fueron seguidas por los gobiernos latinoamericanos y efectivamente hubo una mejoría econòmica, aunque limitada, en los años cincuenta y sesenta. Sabemos ahora que esta mejoría no perdurò y fue, en primer término, consecuencia de la tendencia general de las actividades econòmicas a nivel mundial en un período Kondratieff-A. En todo caso, la mejora de la situaciòn media en América Latina parecía insignificante para la mayoría de los intelectuales latinoamericanos que decidieron radicalizar el lenguaje y los análisis de la CEPAL. Hemos llegado a la época de los dependentistas, primera versiòn (entre otros Dos Santos, Marini, Caputo, Cardoso de los años 60, y Frank, lo mismo que Amin fuera de América Latina).
Los dependentistas pensaban que tanto los análisis como los remedios preconizados por la CEPAL eran muy tímidos. De un lado, pensaban que para desarrollarse, los gobiernos de los países periféricos deberían ir mucho más allá de una simple sustituciòn de importaciones; deberían, en las palabras de Amin, desconectarse definitivamente de la economía-mundo capitalista (según, implícitamente, el modelo de los países comunistas).
De otro lado, los análisis de los dependentistas fueron mucho más políticos. Incorporaron a sus razonamientos las situaciones políticas presentes en cada país y en el sistema-mundo. Consideraban en consecuencia las alianzas existentes y potenciales y en fin los obstáculos efectivos a una restructuraciòn econòmica. Por supuesto, aceptaban que el rol de las sociedades transnacionales, de los gobiernos occidentales, del FMI, del Banco Mundial y todos los otros esfuerzos imperialistas, eran negativos y nefastos. Pero, al mismo tiempo, y con una pasiòn igual, si no más vigorosa, atacaban a los partidos comunistas latinoamericanos y detrás de ellos a la Uniòn Soviética. Dijeron que la política abogada por estos partidos, una alianza entre los partidos socialistas y los elementos progresistas de la burguesía, equivalía a fin de cuentas a las recomendaciones de los imperialistas, de un reforzamiento del rol político y social de las clases medias, y una tal política no podría lograr una revoluciòn popular. En suma, eso no era ni revolucionario, ni eficaz, si el objectivo era una transformaciòn social profunda.
Los dependentistas escribían en un momento de euforia de la izquierda mundial: la época del Che y del foquismo, de la revoluciòn mundial de 1968, de la victoria de los vietnamitas, de un mao‹smo furioso que se expandía a prisa a través del mundo. Pero el Oriente no era ya tan rojo como se proclamaba. Todo eso no tomaba en consideraciòn los comienzos de una fase Kondratieff-B. O mejor dicho, la izquierda latinamericana y mundial pensaba que el impacto de un estancamiento de la economía-mundo afectaría en primer lugar las instituciones políticas y econòmicas que sostienen el sistema capitalista. En realidad, el impacto más inmediato fué sobre los gobiernos llamados revolucionarios en el Tercer Mundo y en el bloque comunista. Desde los años setenta, todos estos gobiernos se hallaron en dificultades econòmicas y presupuestarias enormes que no podían resolver, inclusive parcialmente, sin comprometer sus políticas estatales tan publicitadas y sus retòricas tan acariciadas. Comenzaba el repliegie generalizado.
A nivel intelectual fue introducido el tema del desarrollo dependiente (Cardoso de los añs 70 y otros). Es decir, un poco de paciencia, compañeros; un poco de sabiduría en la manipulaciòn del sistema existente, y podremos hallar algunas posibilidades intermedias que son al menos un paso en la buena direcciòn. El mundo científico y periodístico iniciaba el concepto de los NICs (New Industrial Countries). Y los NICs eran propuestos como los modelos a imitar.
Con el estancamento mundial, la derrota de los guevarismos, y el repliegue de los intelectuales latinoamericanos, los poderosos no necesitaban más las dictaduras militares, no mucho más en todo caso, para frenar los entusiasmos izquierdistas. ¡Olé!, viene la democratizaciòn. Sin duda, vivir en un país pos-dictadura militar era inmensamente más agradable que vivir en los cárceles o en el exilio. Pero, visto con más cuidado, los "vivas" para la democratizaciòn en América Latina fueron un poco exageradas. Con esta democratizaciòn parcial (incluídas las amnistías para los verdugos) venían los ajustes à la FMI y la necesidad para los pobres de apretarse los cinturones aún mas. Y debemos notar que si en los años 70 la lista de los NICs principales incluía normalmente México y Brasil, al lado de Corea y Taiwan, en los años 80 México y Brasil desaparecían de estas listas, dejando solos a los cuatro dragones de Asia Oriental.
Vino después el choque de la caída de los comunismos. El repliegue de los años 70 y 80 pasò a ser la fuga desordenada de los años 90. Una gran parte de los izquierdistas de ayer se convertían en heraldos del mercado y los que no seguían este camino buscaban ansiosamente senderos alternativos. Rechazaban, sin duda, los senderos luminosos, pero no querían renunciar a la posibilidad de alguna, cualquier luminosidad. Desgraciadamente, no fué fácil encontrarla.
Para no desmoronarse frente al júbilo de una derecha mundial resucitada, que se felicita de la confusiòn de las fuerzas populares en todas partes, debemos analizar con ojos nuevos, o al menos nuevamente abiertos, la historia del sistema- mundo capitalista de los últimos siglos. ¿Cuál es el problema principal de los capitalistas en un sistema capitalista? La respuesta es clara: individualmente, optimizar sus beneficios y, colectivamente, asegurar la acumulaciòn continua e incesante de capital. Hay ciertas contradicciones entre estos dos objetivos, el individual y el colectivo, pero no voy discutir eso aquí. Voy a limitarme al objetivo colectivo. ¿Còmo hacerlo? Es menos obvio de lo que se piensa a menudo. Los beneficios son la diferencia entre los ingresos para los productores y los costes de producciòn. Evidentemente, si se amplía el foso entre los dos, aumentan los beneficios. Luego, ¿si se reduce los costes, aumentan los beneficios? Lo parece, a condiciòn de que no afecte la cantidad de ventas. Pero, sin duda, si se reduce los costes, es posible que se reduzcan los ingresos de los compradores potenciales. De otra parte, ¿si se aumenta los precios de venta, aumentan los beneficios? Lo parece, a condiciòn de que no afecte la cantidad de ventas. Pero, si se aumenta los precios, los compradores potenciales pueden buscar otros vendedores menos caros, si existen. ¡Claro que las decisiones son delicadas!
No son, además, los únicos dilemas. Hay dos variedades principales de costes para los capitalistas: los costes de la fuerza de trabajo (incluso la fuerza de trabajo para todos los insumos) y los costes de transacciones. Pero lo que reduce los costes de fuerza de trabajo podría acrecentar los costes de transacciones y vice versa. Esencialmente, es una cuestiòn de ubicaciòn. Para minimizar los costes de transacciones, es menester concentrar los actividades geográficamente, es decir, en zonas de altos costes de fuerza de trabajo. Para reducir los costes de fuerza de trabajo, es útil dispersar las actividades productivas, pero inevitablemente eso afecta negativemente los costes de transacciones. Por lo tanto, desde hace por lo menos 500 años, los capitalistas reubican sus centros de producciòn de acá para allá, cada 25 años más o menos, en correlaciòn esencial con los ciclos de Kondratieff. En los fases A, priman los costes de transacciones y hay centralizaciòn, y en los fases B, priman los costes de fuerza de trabajo y hay la fuga de fábricas.
El problema se complica aún más. No es suficiente ganar los beneficios. Debe hacerse lo necesario para guadarlos. Son los costes de protecciòn. ¿Protecciòn contra quienes y contra qué? Contra los bandidos, por supuesto. Pero también, y sin duda más importante, contra los gobiernos. No es tan obvio còmo protegerse contra los gobiernos si se es capitalista de un nivel un poco interesante, porque necesariamente un tal capitalista trata con múltiples gobiernos. Podría defenderse contra un gobierno débil (dònde se úbican fuerzas de trabajo baratos) por la renta (colectiva, es decir los impuestos; e individual, es decir el soborno) y/o por la fuerte influencia de los gobiernos centrales sobre los gobiernos débiles, pero por ella los capitalistas tienen que pagar una otra renta. Es decir, a fin de reducir la renta periférica, deben pagar una cierta renta central. Para protegerse contra el robo de los gobiernos, deben sostener financieramente los gobiernos.
Finalmente, para hacer ganancias mayores y no menores, los capitalistas necesitan monopolios, por lo menos monopolios relativos, al menos monopolios en ciertos rincones de la vida econòmica, por algunas décadas. ¿Y còmo obtener estos monopolios? Claro que toda monopolizaciòn exige un rol fundamental de los gobiernos, sea legislando o decretando, sea impidiendo a otros gobiernos legislar o decretar. De otro lado, los capitalistas deben crear los canales culturales que favorezcan tales redes monopolísticas, y para eso necesitan el apoyo de los creadores y mantenedores de patrones culturales. Todo esto resulta en costes adicionales para las capitalistas.
A pesar de todo esto (o tal vez a causa de todo esto), es posible ganar magníficamente, como puede verse estudiando la historia del sistema-mundo capitalista desde sus principios. Sin embargo, en el siglo XIX aparecía una amenaza a esta estructuraciòn, que podía hacer caer el sistema. Con una centralizaciòn de producciòn acrecentada, emergía la amenaza de "las clases peligrosas," sobre todo en Europa Occidental y en la primera mitad del siglo XIX. En el lenguaje de la antigedad, que fué introducida en nuestra armadura intelectual por la Revoluciòn Francesa, hablamos del problema del proletariado.
Los proletariados de la Europa Occidental comenzaron a ser militantes en la primera mitad del siglo XIX y la reacciòn inicial de los gobiernos fué de reprimirlos. En este época el mundo político se dividía, principalmente, entre conservadores y liberales, entre los que denegaban por completo los valores de la Revoluciòn Francesa y los que trataban, en el seno de un ambiente hostil, de recuperar su empuje para continuar la construcciòn de un estado constitucional, laico y reformista. Los intelectuales de izquierda, denominados demòcratas, o republicanos, o radicales, o jacobinos, o algunas veces socialistas, no eran más que una pequeña banda.
Fué la revoluciòn "mundial" de 1848 lo que sirviò como choque para las estructuras del sistema-mundo. Mostrò dos cosas. La clase obrera era verdaderamente peligrosa y podía desbaratar el funcionamento del sistema. En consecuencia, no era sabio ignorar todas sus reinvindicaciones. De otro lado, la clase obrera no era lo bastante fuerte para hacer caer el sistema con sublevaciones casi espontáneas. Es decir, el programa de los reaccionarios fué autodestructor, pero lo mismo era el programa de los partidarios de conspiraciones izquerdistas. La conclusiòn a derecha y a izquierda fué esencialmente centrista. La derecha se decía que sin duda algunas concesiones deberían hacerse frente a las reclamaciones populares. Y la izquierda naciente se decía que debería organizarse para una lucha política larga y difícil a fin de llegar al poder. Entraba en escena el conservadurismo moderno y el socialismo científico. Seamos claros: el conservadurismo moderno y el socialismo científico son o llegaron a ser dos alas, dos avatares del liberalismo reformista, intelectualmente ya triunfante.
La construcciòn del estado liberal "europeo" (europeo en sentido amplio) fué el hecho político principal del siglo XIX y la contrapartida esencial de la ya consumada conquista europea del mundo entero y basada sobre el racismo teorizado. Llamo a esto la institucionalizaciòn de la ideología liberal como geocultura de la economía-mundo capitalista. El programa liberal para los estados del centro, estados en los cuales la amenaza de las clases peligrososas aparecía como inminente, sobre todo en el período 1848- 1914, fué triple. Primero, dar progresivamente a todo el mundo el sufragio. La lògica era que el voto satisfaría el deseo de participaciòn, creando para los pobres un sentido de pertenencia a la "sociedad" y, de ese modo, no exigirían mucho más. Segundo, aumentar progresivamente los ingresos reales de las clases inferiores a través del bienestar estatal. La lògica era que los pobres estarían tan contentos de cesar de vivir en la indigencia, que aceptarían quedar más pobres que las clases superiores. Los costes de esas transferencias de plusvalía serían menores que los costes de insurrecciones y en todo caso serían pagados por el Tercer Mundo. Y tercero, crear la identidad nacional y también trans-nacional blanco-europea. La lògica era que las luchas de clases serían sustituídas por las luchas nacionales y globales raciales y de esa manera las clases peligrosas de los países del centro se ubicarían en el mismo lado que sus elites.
Debemos reconocer que este programa liberal fué un éxito enorme. El estado liberal logrò la doma de los clases peligrosas en el centro, es decir, de los proletariados urbanos (incluso si éstos estaban bien organizados, sindicalizados y politizados). El célebre consentimiento de éstos a las políticas nacionales de guerra en 1914, es la más evidente prueba del fin de la amenaza interna para las clases dominantes.
Sin embargo, en el momento mismo en que se resolvía ese problema, para los poderosos surgía una otra amenaza de otras clases peligrosas, las clases populares del Tercer Mundo. La revoluciòn mexicana de 1910 fué una señal importante, pero seguramente no la única. Pensemos en las revoluciones en Afghanistan, Persia y China. Y pensemos en la revoluciòn de liberaciòn nacional rusa, que fué esencialmente una revoluciòn por pan, por tierra, pero ante todo, por la paz, es decir, con el fin de no seguir una política nacional que servía principalmente los intereses de las grandes potencias de Occidente.
¿Se diría que todas estas revoluciones, incluso la mexicana, fueron ambiguas? Cierto, pero no existen revoluciones no ambiguas. ¿Se diría que todas estas revoluciones, incluso la mexicana, fueron finalmente recuperadas? Cierto, pero no existe revoluciones nacionales que no fueran recuperadas al seno de este sistema-mundo capitalista. No es esta la cuestiòn interesante.
Desde el punto de vista de los poderosos del mundo, la posible sublevaciòn global de los pueblos periferizados y descuidados constituía una grave amenaza para la estabilidad del sistema, al menos tan grave como la posible sublevaciòn europea de los proletariados. Tenían que tomar cuenta de eso y decidir còmo hacerle frente. En especial, porque los bolcheviques en Rusia se presentaban, para la izquierda mundial, como un movimiento de vuelta hacia una posiciòn verdaderamente antisistémica. Los bolcheviques afirmaban que la política de "centrificaciòn" de los socialdemòcratas debería ser descartada. Querían encabezar una sublevaciòn global renovada.
El debate derecha-centro sobre el método de combatir las clases peligrosas se repetía. Como lo hizo en el caso de los proletariados europeos en la primera mitad del siglo XIX, la derecha de nuevo favorecía la represiòn, pero esta vez en forma racista-popular (es decir, el fascismo). El centro favorecía la reforma recuperadora. El centro fué encarnado por dos líderes sucesivos en los Estados Unidos, Woodrow Wilson y Franklin Delano Rossevelt, que adaptaron las tácticas decimonònicas del liberalismo a la nueva escena mundial. Woodrow Wilson proclamò el principio de la autodeterminaciòn de los pueblos. Este principio fué el equivalente global del sufragio nacional. Una persona, un voto; un pueblo, un país soberano. Como en el caso del sufragio, no se pensaba dar todo a todos inmediatemente. Para Wilson, esa fue, más o menos, la salida para la desintegraciòn de los imperios derrotados austro-húngaro, otomano y ruso. No intentò aplicarlo al Tercer Mundo, como es obvio, pues el mismo Wilson fue quien intervino en México para vencer a Pancho Villa. Pero en 1933, con la Política del Buen Vecino, Roosevelt incluyò, al menos teòricamente, la América Latina. Y en la Segunda Guerra Mundial, extendiò la doctrina a los imperios oeste-europeos en desintegraciòn, aplicándolo primeramente al Asia y más tarde al Africa y al Caribe.
Además, cuando Roosevelt incluía en sus Cuatro Libertades "la libertad de la necesidad" ("freedom from want"), hablaba de la redistribuciòn de la plusvalía. Pero no fué muy específico. Unos años después, su sucesor Truman proclamò en su Discurso Inaugural cuatro prioridades nacionales. El único que recordamos fué el celebre Punto Cuatro, que dijo que los Estados Unidos debe "lanzarse en un programa nuevo y audaz" de ayudar a los países "subdesarrollados." Comenzò lo que era el equivalente del estado de bienestar a nivel nacional, esto es, el desarrollo del Tercer Mundo a través de un keynesianismo mundial.
Este programa liberal mundial patrocinado por los Estados Unidos, poder hegemònico, fué también un éxito enorme. Sus razones se remontan a 1920, al Congreso de Bakú, convocado por los bolcheviques. En el momento en que Lenin y los otros vieron que era imposible impulsar a los proletariados europeos hacia una verdadera vuelta a la izquierda, decidieron no esperar a Godot. Giraron hacia el Oriente, hacia los movimientos de liberaciòn nacional del Tercer Mundo como aliados para la supervivencia del regímen soviético. A las revoluciones proletarias las substituían efectivamente las revoluciones anti-imperialistas. Pero con eso aceptaron lo esencial de la estrategia liberal-wilsoniana. El anti- imperialismo fué un vocabulario más fanfarroneado y más impaciente que la misma autodeterminaciòn de los pueblos. Desde este momento, los bolcheviques se transformaron en el ala izquierda del liberalismo global. Con la Segunda Guerra Mundial, Stalin prosiguiò este camino más allá. En Yalta aceptò un rol limitado y consagrado en el seno del sistema que los Estados Unidos pensaba crear en el período de posguerra. Y cuando en los años cincuenta y después, los soviéticos predicaban la "construcciòn socialista" de esos países, en el fondo utilizaban un vocabulario más fanfarroneado y más impaciente para el mismo concepto de desarrollo de los países subdesarrollados, predicado por los Estados Unidos. Y cuando, en Asia y Africa, una colonia después de otra podía obtener su independencia, con luchas de una facilidad variable, fue con el consentimiento tal vez oculto y todavía prudente, pero no obstante importante, de los Estados Unidos.