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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 05/04/2011 16:29

viernes 25 de febrero de 2011

¿LA IZQUIERDA MEXICANA VIVE SIEMPRE EN EL THERMIDOR?

 
Juan María Alponte

Cuando es más necesaria, cuando su presencia, cuando su organización se considera más indispensable, la izquierda mexicana juega permanentemente, como otras izquierdas mundiales, con su Thermidor, es decir, con su aniquilación o desmembración. Siempre, desde las nieblas de su historia, surge la sombra dramática de Dantón, alto al índice conminatorio, señalando a Robespierre: “Tú me seguirás”. Quería decir, sin más, que el Dantón condenado por Robespierre al patíbulo sería, a su vez, el final mismo de Maximiliano Robespierre, bautizado el Incorruptible.
El partido de la izquierda en la Revolución Francesa, la Montaña, expresión que abunda en lo colosal y lo monolítico terminó siendo un tejido de tensiones que dividieron la Revolución Francesa y por peripecia infantil el radicalismo verbal convirtió la Montaña en la Llanura.
Su incapacidad para vivir con los girondinos incitó a la Montaña a un proceso de exterminio generalizado entre el 3 y el 10 de Brumario, esto es, entre el 24 y 31 de octubre de 1793. De los girondinos se salvó una figura legendaria de América Latina: Francisco de Miranda, el Precursor de las Insurgencias latinoamericanas y, sin embargo, casi desconocido en México. Las veces que he preguntado por él en mis clases en la Universidad la respuesta ha sido “no sé, no sabemos”. Ese autismo es típico de la Montaña que ignora que las fuerzas sociales son muy complejas y requieren una visión fundada en el logos, en la razón y no en la condena que, se quiera o no, se traduce, en la praxis, en conflictos internos entre los puros, como Robespierre y los hombres como Dantón y Francisco de Miranda.
Recuerdo que en una ocasión quedé citado para cenar, con Regis Debray, en París, accidentalmente, ante el Monumento a Dantón. Mientras el compañero en Bolivia del Ché Guevara miraba aquel bronce oscuro e impávido, me parecía recordar el grito profético de Dantón a Robespierre: “Tú me seguirás”. Stalin resolvió el problema de la Montaña liquidando toda oposición y convirtiendo a Lenin en un fantasma momificado. Siempre que le he visto en Moscú sentía en mí la misma indignación: “No merecía ese destino”. Pero allí estaba, vacío por dentro, con su traje nuevo negro, ante la muralla del Kremlin, en su monumento en la Plaza Roja, palabra, en ruso, que también significa bella.
La Montaña rusa terminó siendo Stalin. Todavía Lenin, antes de morir, (gravemente enfermo como relato en la biografía que hice para Grijalbo y que titulé “Lenin, Vida y Verdad”) pudo escribir (los médicos le prohibían hacerlo o sólo unos minutos al día) lo que se bautizó su Testamento. Obviamente prohibido. Entre otras cosas decía que un hombre “tan grosero y brutal (la traducción es exacta) como Stalin no podía ser el Secretario General del Partido aunque entre camaradas fuera posible ese trato”. Es impresionante esa breve frase de que entre camaradas era posible la grosería y la brutalidad y no en la vida de un dirigente a escala.
Los mejores de la Montaña rusa, como el magnífico y deslumbrante Dantón y otros muchos más, fueron conducidos a los campos de la muerte o al fusilamiento. Existe en esa tradición una mezcla, casi teológica, de los “puros” y los “impuros”. Mezcla que, generalmente, conduce al dogmatismo y al entierro de la crítica. Bien entendido que la crítica NO es, como en el caso de México, la tentación de buscar “culpables” y exhibirlos en nombre de una moral que, aunque no se quiera, tiene mucho de inquisitorial y persecutoria. La idea de la “culpa” y los “culpables” debe ser eliminada del lenguaje de la izquierda porque posee una connotación religiosa mientras la crítica es, antes que nada y por encima de cualquier otra cuestión, la lucha (no la “condena” que tiene la misma connotación teologal) contra todo dogmatismo, venga de donde venga.
El fracaso, repetido de la Montaña, reside en que el sectarismo (exento de toda autocrítica), un sectarismo que, a veces, es infantil, termina siempre, no se olvide, en la autodestrucción. Maximiliano Robespierre, el “Incorruptible” terminó por conducir la revolución a la barbarie de la Ley Prairial que posibilitaba conducir a la guillotina a cualquiera bajo una simple acusación eliminando toda proposición objetiva de defensa o esclarecimiento.
Cuando se aprobó la Ley Prairial (Ley 22) año segundo (10 de junio de 1794 en el calendario pre-revolucionario, toda la Asamblea sufrió un estremecimiento. Presentado por Couthon y apoyada por Robespierre (el incorruptible que violaba la ley) se produjo un estremecimiento general. Todo el mundo se sentía amenazado y, por tanto, se produjo una reacción de supervivencia. A esa etapa, corta, se la apellidó el Gran Terror que superaba la etapa del Terror revolucionario.
La consecuencia fue que la Montaña, agobiada, dividida, fragmentada reaccionó el 9 de Thermidor (esto es, el 27 de julio de 1794) ante los excesos, con un grupo que, aun cuando en modo alguno podía ser exculpado de la etapa previa del Terror (antes del Gran Terror de la Ley Prairial) ese grupo tomó la decisión de defenderse denunciando a Robespierre como el líder de una nueva tiranía. La consecuencia fue dura: colocar a Robespierre fuera de la ley y el 10 del Thermidor (28 de julio de 1794) Maximiliano de Robespierre, su hermano Agustín y otros más (22 en total) fueron ejecutados.
Francisco de Miranda, líder y Precursor de la Independencia en Venezuela que había sido oficial del rey de España combatiendo en África y en América, regresó a Francia, donde llegó a ser general de la Revolución y por pocas ejecutado con los girondinos, para exigir salarios atrasados en tanto que se convertía en Londres (después de pasar, en Rusia, por alguna cama regia y conversar en Estados Unidos con Washington) en el portavoz de las independencias latinoamericanas. Isidro Favela señala que también fue representante de la insurgencia mexicana en Londres. Por tanto, desconocido.
Pero ese trágico desmembramiento de la Montaña y de todas las montañas (cuando no terminan en una tiranía “revolucionaria” que niega la revolución) está siempre amenazada o amenazadas por el Thermidor en su propio seno con lo cual se esteriliza la fértil, indispensable y decisiva presencia de una izquierda que no puede depender de Robespierre o de Saint-Just.
Lenin, antes de morir todavía supo que Stalin había tratado, brutalmente, a su esposa. Le escribió una carta, a Stalin, pidiéndole que diera disculpas inmediatamente. Le añadió, a su secretaria, que no abandonase el despacho de Stalin hasta que, por escrito, le diese disculpas. Fue inútil, estando allí, se supo que Lenin había sufrido otro ataque mortal de su enfermedad y que había fallecido.
En las calles de Moscú corría la voz de que la esposa de Lenin había protestado del embalsamamiento de Lenin señalando que era algo que a Lenin, le hubiera horrorizado. En las calles de Moscú corrió la voz (vox populi) que Stalin la dijo: “que si ella no aceptaba le inventaría otra esposa que ‘sí’ accedería”. La Montaña siempre tiene, en la memoria viva de la inteligencia más noble y generosa de la izquierda, la memoria del Thermidor. ¿Se aprende? ¿Quién lo diría?
Nota: en mi último libro “A la Vera de las Independencias de la América Hispánica. Perfiles de la Historia”, editado por Océano, cuento las portentosas aventuras de Francisco de Miranda que murió en una prisión española y que vivió, antes, las luchas inacabables de la otra Montaña: la de los caudillos latinoamericanos. No se aprende de todo ello y, por tanto, permite la existencia de una clase política que avergüenza, porque la historia oficial es un insulto a la inteligencia.

E-mail: alponte@prodigy.net.mx
 

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