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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: mambi  (Mensaje original) Enviado: 26/04/2011 01:51
 
Nueva York, Septiembre 2 de 1886
Señor Director de La Nación:
 
Aquellos anarquistas que en la huelga de la primavera lanzaron sobre los policías de Chicago una bomba que mató a siete de ellos, y huyeron luego a las casas donde fabrican sus aparatos mortíferos, a los túneles donde enseñan a sus afiliados a manejar las armas, y a untar de ácido prúsico, para que maten más seguramente, los puííales de hoja acanalada; aquellos que construyeron la bomba, que convocaron a los trabajadores a las armas, que llevaron cargado e! proyectil a la junta pública. que excitaron a la matanza y el saqueo, que acercaron el fósforo encendido a la mecha de la bomba, que la arrcjaron con sus manos sobre los policías, y sacaron luego a la ventana de su imprenta una bandera roja; aquellos siete alemanes, meras bocas por donde ha venido a vaciarse sobre América el odio febril acumulado durante siglos europeos en la gente obrera; aquellos míseros, incapaces de llevar sobre su razón floja el peso peligroso y enorme de la justicia, que en sus horas de ira enciende siempre a la vez, según la fuerza de las almas en que arraiga, apóstoles y criminales; aquéllos han sido condenados, en Chicago, a muerte en la horca.
 
Tres de ellos ni entendian siquiera la lengua en que los condenaban.
 
El que hizo la bomba, no llevaba más que unos nueve meses de pisaresta tierra que quería ver en ruinas.
 
Uno solo de los siete, casado con una mulata que no llora, es norteamericano, y hermano de un general de ejército: los demás han traido de Alemania cargado el pecho de odio. Desde que llegaron, se pusieron a preparar la manera mejor de destruir.
 
Reunían pequeñas sumas de dinero; alquilaban casas para hacer experimentos; rellenaban de fulmicoton trozos pequeños de cañería de gas: iban de noche con sus novias y mujeres por los lugares abandonados de la costa a ver cómo volaban con esta bomba cómoda los cascoa de barco: imprimían libros en que se enseña la manera fácil de hacer en Ia casa propia los proyectiles de matar: se atraían con sus discarsos ardientes la voluntad de los miembros más malignos, adoloridos y obtusos de los gremios de trabajadores: “pudrian” dice el abogado como el vómito del buitre, todo aquello a que alcanzaba su sombra”.
 
Aconsejaban los barbaros remedios imaginados en los paises donde los que padecen no tienen palabra ni voto, aquí, donde el más infeliz tiene en la boca la palabra libre *que denuncia la maldad, p en la mano el voto que hace la ley que ha de volcarla: al favor de su lengua extranjera, y de las leyes mismas que desatendían ciegamente, llegaron a tener masas de afiliados en las ciudades que emplean mucha gente alemana: en Nueva York, en Milwaukee, en Chicago.

En libros, diarios y juntas adelantaban en organización armada y predicaban una guerra de incendio y de exterminio contra la riqueza y los que la pòseen y defienden, y contra las leyes y los que las mantienen en vigor. Se les dejaba hablar, aun cuando hay leyes que lo estorban, para que no pudiesen prosperar so color de martirio, ideas de cuna extraña, nacidas de una presión que aquí no existe en la forma violenta y agresiva que del otro lado del mar las ha engendrado.

Prendieron estas ideas lóbregas en los espíritus menos racionales y más dispuestos por su naturaleza a la destrucción; y cuando al fin, como enseña de este fuego subterráneo, saltó encendida por el aire la bomba de Chicago, se vio que la clemencia equivocada había permitido el desarrollo de una cría de asesinos.
 
Todo eso se ha probado en el proceso. Ellos que, salvo el norteamericano,tiemblan hoy, pálidos como la cal, de ver aerca la muerte, manejaban en calma los  instrumentos más alevosos que han sugerido nunca al hombre la justicia o la venganza.
 
No fue que rechazasen en una hora de ira el ataque violento de la policia armada: fue que, de meses atrás, tenían fábricas de bombas, y andaban con ellas en los bolsillos ‘en espera del buen momento”, y atisbaban al paso a los grupos de huelguistas para enardecerles con sus discursos la sangre, y tenian concertado un alzamiento en que se echasen sobre la ciudad de Chicago a una hora fija las carretadas de bombas ocultas en las casas y escondites donde los mismos que ayudaron a hacerlas las descubrieron a la policía.
 
No embellece esta vez una idea el crimen.

Sus articulos y discursos no tienen aqud calor de humanidad que revela a los apóstoles cansados, a las victimas que ya no pueden con elpeso del tormento y en una hora de majestad infernal la echan por tierra, a los espíritus de amor activo nacidos fatalmente para sentir en sus mejillas la vergüenza humana, y verter su sangre por aliviarla sin miramiento del bien propio.

No: todas las grandes ideas de reforma se condensan en apóstoles y se petrifican en crímenes, según en su llameante curso prendan en almas de amor o en almas destructivas. Andan por la vida las dos fuerzas, lo mismo en el seno de los hombres que en el de la atmósfera y en el de la tierra. Unos están empeñados en edificar y levantar: otros nacen para ahatir y destruir. Las corrientes de los tiempos dan a la vez sobre unos y otros; y así sucede que las mismas ideas que en lo que tienen de razón se llevan toda la voluntad por su justicia, engendran en las almas dañinas o confusas, con lo que tienen de pasión estados de odio que se enajenar la voluntad por su violencia.
 
Así se explica que los trabajedores mismos temblaron al ver qué delitos se criaban a su sombra; y como de vestidos de llamas se desasieron de esta mala compañía, y protestaron ante la nación que ni los más adelantados de los socialistas protegían ni excusaban el asesinato y el incendio a ciegas como modos de conquistar un derecho que no puede ser saludable ni fructífero si se logra por medio del crimen, innecesario en un país de república, donde puede lograrse sin sangre por medio de la ley.
 
Así se explica cómo hoy mismo, cuando los diarios fijaron en sus tablillas de anuncio el veredicto del jurado, no se oia una sola protesta entre los que se acercaban ansiosamente a leer la noticia.
 
iAy! iaquí los corazones no son generalmente sensibles! iaquí no hace temblar la idea de un hombre muerto por el verdugo a mano fria! laquí se habitúa el alma al egoísmo y la dureza! pero se suele ver, como en los días de la agonía de Garfield, el corazón público,-se suele sentir, como en los días del abolicionista Wendell Phillips, la pujanza con que se revela la conciencia nacional contra la injusticia o el crimen,--se ve creoer en un instante, como en los días de las huelgas de carros, la ira de la clase obrera cuando se cree injuriada en su decoro o su derecho.
 
Y esta vez, ni un solo gremio de trabajadores en toda la nación ha mostrado simpatía, ni cuando el proceso, ni cuando el veredicto, con los que mueren por delitos cometidos en su nombre.
 
Y es porque esos miseros, dandose a sí propios como excusa de su necesidad de destrucción las agonias de la gente pobre, no pertenecen directamente a ella, ni están por ella autorizados, ni trabajan en construir, como trabaja ella; sino que son hombres de espíritu enfermizo o maleado por el odio, empujados unos por el apetito de arrasar que se abre paso con pretexto público en todas las conmociones populares, pervertidos otros por el ansia dañina de notoriedad o provechos fáciles de alcanzar en las revueltas,-y otros, los menos culpables, los más desdichados! endurecidos, condensados en crimen, por la herencia acumulada del trabajo servil y la cólera sorda de las generaciones esclavas.

Aquí, a favor de la gran libertad legal, de lo fácil del escape en esta población enorme, de la indulgencia que envalentonó la propaganda anarquista, se reunieron naturalmente para su obra de exterminio esos
elementos fieros de todo sacudimiento público: los fanáticos, los destructores, los charlatanes. Los ignorantes los siguieron. Los trabajadores cultos se retrajeron de ellos con abominación. Los obreros norteamericanos miraron como extraños a esos medios y hombres nacidos en países cuya organización despótica da mayor gravedad y color distinto a los mismos males que aquí los hábitos de libertad hacen llevaderos.
 
El silencio amparó la obra siniestra.
 
Y cuando llegaron para Chicago las horas de inquietud que en su justa revuelta por su mejoramiento está causando en todo el pafs la gente obrera, saltaron a .su cabeza los hombres tenebrosos, vociferando, ondeando pañuelos rojos,
 
Saltaron en pedazos los hombres rotos: murieron miembro a miembro desesperados en los hospitales: repudió roda la gente de trabajo a los que a sangre fría mataban en su nombre. Y hoy, cuando se anuncia el veredicto que los condena a muerte, se siente que en esta masa de millones hay todavía rincones vivos donde se hacen bombas, se reúnen en Nueva York dos mil alemanes a condolerse de los sentenciados, se sabe que no han cesado en Chicago, ni en Milwaukee, ni en Nueva York los trabajos bárbaros de estos vengadores ciegos; pero las grandes masas no han alzado la mano contra el veredicto, ni el curioso indiferente que se acercara hoy a las tablillas de los diarios hubiera podido ofr a un solo trabajador ni comerciante, ni una palabra de condenación o de ira contra el acuerdo del jurado.
 
Ya se sabe que el jurado aquí, como en todas partes, no es como los jueces, que viven de la justicia y pueden afrontar los peligros que les vengan de ejercerla con la protección y paga del orden social que los necesita para su mantenimiento.
 
El que más, el extranjero de alma compasiva, el pensador que ve en las causas, se entristecían y callaban. azuzando  a los desesperadose, chando al aire la bomba encendida.
 
Estos doce jurados, traidos muy contra su voluntad a juzgar a los jefes de una asociación numerosa de hombres que creen glorioso el crimen, y criminales a todos los que se les oponen, habían de temer con razón que los anarquistas, enfurecidos por la  sentencia de sus jefes, llevasen a czbo las amenazas que esparcían abundantemente, mientras se estaba eligiendo el jurado.
 
Treinta y seis días tardó el jurado en formarse. Novecientos ochenta p un jurados hubo que examinar para poder reunir doce.

Reunidos al fin, siguió por todo un mes la sombría ‘vista.

De noche reposaban los jurados en sus cuartos en el hotel, vigilados por los alguaciles que debían librarles de toda comunicación o amenaza: deliberaban: comentaban los sucesos del día: iban concentrando el juicio: se distraían tocando piano, banjo y violin. De día eran las sorpresas.

Ya era el norteamericano Parsons, a quien la policía no podia hallar, y se presentó de súbito en la sala del proceso, desaseado. barbón, duro, arrogante: ya era que iban perdiendo su seguridad aparente los presos, conforme el fiscal público presentaba en el banquillo como testigos 2 los cómplices mismos de los anarquistas, al regente de la imprenta del periódico que incitaba a la matanza, al dueño de la casa donde el recién llegado alemán hacía las bombas.

Una joven repartía un día a los presos ramilletes de flores encarnadas. La madre del periodista Spies oía día sobre día las declaraciones contra su hijo. El fiscal presentó en su propia mano una bomba cargada, de las que se hallaron en un escondite, fabricadas por uno de los presos. con ayuda del cómplice que lo denunciaba desde el banquillo.

Cada día se veían crecer las alas de la muerte, y ae scntian más aquellos infelices bajo su sombra.

Todo se fue probando: la premeditación, la manufactura de los proyectiles, In conspiración, las excitaciones al incendio y el asesinato. la publicación de claves en el diario con este fin, el tono criminal de los discursos en la junta de Haymarket, la preparación y lanzamiento de la bomba desde la carreta de los oradores.

Los restos de la bomba eran iguales a las que los cómplices de Ios presos entregaron a la policia, y a las que tenia el periodista en su imprenta y enseñaba como una hazaña.

Los testigos de la defensa se contradijeron y dejaron en pie la acusación. Los testigos de la acusación eran amigos, compuñeros, empleados,cómplices de los presos.

Sin miedo hablaron el fiscal y su abogado. Sin fortuna ni solidez hablaron los defensores. El juez dijo al jurado en sus indicaciones que el que incita a cometer un delito y a prepararlo es tan culpable de él como el que lo comete.

Anodaba tanta prueba. Estremecía Io que re había oído y visto. Trascendía aI tribunal el espanto público.

El jurado deliberó poco, y a la mañana siguiente los presos fueron llamados a oír el veredicto.

Las Pobres mujeres!. La viejecita Spies, la madre del periodista, estaba en su rincón, mirando como quien no quiere ver. Alli su hermana joven. Allí la novia lozana de uno de los presos. Alli la mujer de Schwab, daadichada y seca criatura, el cuerpo como roido, de rostro tépeo y manos angulosas, extraña en el vestir, los ojõs vagos y ansiosos, como de quian viviese en compañia de un duende: Schwab ea asi: desgarbado, repursivo, de funesta apariencia; la mirada caida bajo los espejuelos, la barba silvestre, el pelo en rebeldía, la frente no sin luz, el conjunto como de criatura subterránea.

Allí la mulata de Parsons, implacable e inteligente como él, que no pestañea en los mayores aprietos, que habla con feroz energia en en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera. Los noticieros de los diarios se le acercan, más para tener qué decir que para consolarla. Ella aprieta el rostro contra su puño cerrado.

No mira; no responde; se le nota en el puño un temblor creciente;se pone en pie de súbito: aparta con un ademán a los que la rodean, y va a hablar de la apelación con su cuñado.

La viejecita ha caído en tierra. A la novia infeliz se la llevan en trazos. Parsons se entretenía mientras leían el veredicto en imitar con Jos cordones de una cortina que tenía cerca el nudo de la horca, y en ,echarlo por fuera-de la ventana, para que lo viese la muchedumbre de la plaza.

En la plaza, llena desde el alba de tantos policías como concurrentes,hubo gran conmoción cuando se vio salir del tribunal, como si fuera montado en un relámpago, al cronista de un diario,-el primero de todos. Volaba. Pedía por merced que no lo detuviesen. Saltó al carruaje que lo estaba esperando.

-“iCuál es, cuál es el veredicto?“-voceaban por todas partes.- “iCulpables!“-dijo, ya en marcha. Un hurra, itriste hurra!, llenó la plaza. Y cuando salió el juez, lo saludaron.

JOSÉ MARTÍ

La Nación. Buenas Aires. 21 ile octubre de 1886


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: algoporalgo Enviado: 26/04/2011 02:19

Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: mambi Enviado: 26/04/2011 03:02
Gracias,
 
no sabia que habian publicado ese escrito de Marti y ese de ahi esta genial!

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: algoporalgo Enviado: 27/04/2011 23:00
Estados Unidos, pionero en derechos humanos
 
 

11.2 Tres claves fundamentales: Libertad de expresión, Derecho a la intimidad, Propiedad Intelectual

La preocupación por el respeto a los ciberderechos tiene su origen en los movimientos en pro de los derechos civiles, muy activos en los Estados Unidos, país pionero en comunicaciones telemáticas, y en consecuencia, en los conflictos sociales derivados del uso de las nuevas tecnologías. Organizaciones pioneras en este ámbito fueron la Electronic Frontier Foundation y Computer Profesional for Social Responsibility. Sus principales objetivos siempre han sido equiparar el ejercicio de los derechos civiles dentro y fuera de la Red, de forma que lo que es legal o ilegal, lo sea en ambos escenarios por igual, sin que pueda existir discriminación en el ejercicio de la libre expresión o el derecho a la intimidad por el hecho de que dicho ejercicio se produzca o no en el ciberespacio.

Las agrupaciones de defensa de los ciberderechos, encuadradas en la Global Internet Liberty Campaign, consiguieron avances históricos, como la sentencia de Pennsylvania, por la que se declaró inconstitucional la Ley de Decencia en las Telecomunicaciones, mediante la que el gobierno americano pretendía censurar Internet en vía administrativa.

La lucha, con todo, es permanente, tanto a nivel jurídico como político, en los tribunales y en las tribunas de opinión, puesto que son continuos los intentos de gobiernos o empresas por controlar Internet y el libre ejercicio de los derechos fundamentales en su ámbito.

A lo largo del año 2000, publiqué en la revista electrónica Kriptópolis una serie de reflexiones sobre los derechos fundamentales, en el convencimiento de que toda la Carta Universal de Derechos Humanos es trasladable a Internet. El principio de igualdad de oportunidades, el derecho a la educación, están mediatizados por la posibilidad o no de tener acceso universal a la Red; el movimiento asociativo, y por ende el derecho de asociación, ve extraordinariamente abaratados sus costes, económicos y humanos, gracias a las nuevas tecnologías; el derecho al voto electrónico, la democracia directa instantánea, es una posibilidad de futuro... En la misma medida, mediante la Red se pueden cometer serios delitos, bien de forma directa, bien mediante la incitación o apología de los mismos.

Sin embargo, razones de operatividad nos obligan a centrarnos en los ciberderechos que generan más conflictos, y en este sentido debe reconocerse que los tres caballos de batalla fundamentales de las organizaciones de ciberderechos han sido la defensa de la libertad de expresión, del derecho a la intimidad, así como el derecho a la cultura. Son los tres derechos más amenazados en la Red, y ello porque tanto desde las empresas como desde los gobiernos se ha puesto cerco a su libre ejercicio en Internet, un cerco que se ha estrechado a partir de los hechos del 11 de septiembre de 2001.

Los tres derechos están íntimamente relacionados, y ello porque de su control depende la pervivencia del statu quo. La libertad de expresión está al servicio de aquellos que detentan el poder, de aquellos que controlan la información más íntima sobre nosotros, de aquellos a quien más interesa la supervivencia del sistema actual de distribución de la riqueza.

 

http://www.sindominio.net/biblioweb-old/telematica/republica/node40.html

 
 
 



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