A Ion Tiriac, 'capo' del Masters 1.000 de Madrid, se le veía encantado por tener a Na Li en las semifinales de su torneo. El empresario rumano siempre cosechó mejores resultados en los negocios que con la raqueta y calculaba unos 200 millones de chinos frente al televisor para seguir la evolución de su rostro favorito en el tenis femenino. Visto así, en Roland Garros deben sentirse contentos tras la victoria ante Sharapova de la segunda jugadora asiática con mejor 'ranking' de todos los tiempos y que igualará a la primera, la japonesa Kimiko Date (cuarta), de ganar el torneo el sábado.
En los últimos años, ningún otro deporte ha progresado en China tan rápido como el tenis de mujeres. Si el baloncesto hace tiempo produjo a Yao Ming y el atletismo a Liu Xiang, el gigante asiático aporta ahora a Na. Los tres representan, cada uno en su medida, la independencia de los deportistas en aquel país, su capacidad para liberarse de un Estado proteccionista en exceso, hasta hace poco enfocado principalmente en materia deportiva al éxito olímpico, una manera más de exaltación nacionalista.
"Antes de la apertura del país, las generaciones pasadas no tenían la oportunidad de emigrar", valoró Yao en el 'China Daily'. "Yo me marché a EEUU en 2002, y desde entonces los norteamericanos conocen mejor la cultura china". "Muchos niños en mi país habrán visto el partido y pensarán que pueden hacer lo mismo que yo, o incluso superarme", declaró Na tras tumbar a Sharapova. "Espero que esto ayude a desarrollar este deporte en China".
Aliada con las hadas, Na pidió una doble falta de la rusa, la décima, cuando disponía de punto de partido. Le fue concedida. Así firmó su clasificación para su segunda final consecutiva de Grand Slam tras perder ante Clijsters la de Australia. Antes de ella, ningún chino, hombre o mujer, había alcanzado la última ronda de un torneo tan grande.
En París dispondrá de una segunda oportunidad para completar el trabajo, sobre una superficie que no le gusta, sobre la que nunca ha alzado un trofeo, pero que ha llegado a dominar gracias a su excelente movilidad, probable herencia del bádminton -su primera relación con la raqueta-, y a su voluntad por adaptarse al tempo del juego lento y aprender a deslizar sobre la 'arcilla'.
Na, como Yao o Liu, ya no depende del favor gubernamental. Su progresión le permite hoy administrar su vida. También se ha 'independizado' de su marido Jiang Shan, que sigue acompañándola tras la barrera. Juntos alcanzaron el éxito, pero hoy, por el bien de su relación, decidieron concederse un poco de oxígeno tras la derrota en Australia. "Pasábamos 24 horas juntos, dentro y fuera de la pista. Necesitábamos un descanso. Además, después de Melbourne los resultados empeoraron", comentó esta semana la jugadora Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en la China central.
Na contrató al danés Michael Mortensen en abril y desde el torneo de Madrid no se ha perdido una semifinal. "Mi marido ahora hace de 'sparring'", asegura. "Después de cambiar el equipo, todo ha mejorado. Michael ha sabido transmitirme su confianza en mí y quisiera seguir con él, pero tiene familia y debemos hablar después del torneo para ver cuántas semanas al año podría viajar conmigo".
Con 29 años y una final de Grand Slam en la maleta, Na ha aprendido a manejarse en situaciones límite, a superarse. Así derrotó a Petra Kvitova, su verdugo en Madrid. 3-0 abajo en el tercer set, fue abandonar la pista su marido y darle la vuelta al marcador. Al final, 2-6, 6-1, 6-3. "Ahora sé que sin él puedo ganar seis juegos seguidos", declaró después, siempre sonriente, casi siempre dispuesta a la broma.
Na prefiere enfrentarse a un estilo de juego como el de Sharapova, potente pero recto, sin demasiados cambios de ritmo y dirección, con pocos efectos. Asegura que le incomoda más el modelo español, más variado. El que propone Francesca Schiavone, la italiana defensora del título y de nuevo favorita el sábado. "Sí", admite Na, "pero yo ahora ya sé cómo jugar una final de Grand Slam".