El médico Jack Kevorkian, célebre por ser el máximo defensor del suicidio asistido, murió ayer en un hospital de Estados Unidos. Así lo confirmó Geoffrey Feiger, el abogado que lo representó durante varios de sus juicios en los años 90. Los medios locales informaron que sufría de trastornos respiratorios y renales . Tenía 83 años y vivía en Bloomfield Hills, Michigan.
Kevorkian, cuya especialidad era la patología, desafió los tabúes sociales sobre la enfermedad y la muerte, enfrentó obstinadamente a los fiscales, buscó activamente la fama a nivel nacional y pasó ocho años en prisión después de ser condenado por homicidio en segundo grado en la muerte de los últimos 130 pacientes terminales cuyas vidas ayudó a terminar. Desde junio de 1990, cuando ayudó a realizar el primer suicidio, hasta marzo de 1999, cuando fue condenado a cumplir entre 10 y 25 años en una prisión de máxima seguridad, Kevorkian fue una figura polémica. De todos modos, tanto sus críticos como los que lo apoyaban están de acuerdo en que como resultado de su aguerrida y por momentos desmedida defensa del derecho de los enfermos terminales a elegir cómo morir, los centros para pacientes terminales florecieron en Estados Unidos.
Los médicos, además, se volvieron más sensibles frente a su dolor y más dispuestos a recetarles medicación para aliviarlo.
En 1997, Oregon se convirtió en el primer estado en promulgar una ley que establecía que era legal que los médicos recetaran drogas letales para ayudar a que los pacientes terminales pusieran fin a sus vidas. En 2006, la Corte Suprema de Estados Unidos ratificó el fallo de un tribunal inferior que dijo que la Ley de Muerte con Dignidad de Oregon protegía una práctica médica legítima.
Durante los nueve años que pasaron entre la aprobación de la ley y la ratificación de la Corte, la estrategia de confrontación de Kevorkian ocupó miles de centímetros de columnas de diarios.
Hombre de firmes principios y muy inflexible, Kevorkian nunca se casó; llevaba una vida austera, comía muy poco, evitaba toda manifestación de lujo y se vestía con ropa del Ejército de Salvación.
En 1987 visitó Holanda, donde estudió las técnicas que permitían a los médicos de ese país asistir en los suicidios de pacientes terminales sin intervención de las autoridades. En una oportunidad mostró a los periodistas el simple estante de metal del que colgaban frascos con tiopental, un sedante, y cloruro de potasio, que paraliza el corazón, que permitían a los pacientes poner fin a sus vidas.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)