NA // Jul 19, 2011 at 17:41 Que los cubanos que están fuera viajen a Cuba por razones humanitarias, por ejemplo para ver a un familiar enfermo, es algo absolutamente defendible. Que vayan por otras razones también humanas, buscar una novia digamos, es algo que uno entendería. Incluso ciertas miserias, como el trapicheo de las mulas, no me importan demasiado, porque allí donde hay una carencia o una necesidad inevitablemente surgen enseguida las vivezas y los cambalaches.
Pero sí tengo muy en cuenta el hecho de que el régimen muerde como un perro rabioso la mano del exilio, el mismo que con sus remesas mantiene a flote la economía de la Isla.
Aparte de la mordida económica, en concepto de tasas abusivas que por lo sabidas a ningún cubano hay que explicarle, lo que más duele es el zarpazo a la yugular de la dignidad ciudadana. El cubano tiene que humillarse y pedirle permiso a la mafia de los consulados para poder visitar su país durante un par de semanas. Es como si uno tuviera que pedir autorización para entrar a su propia casa solo por un rato y además pagando peaje. Maticemos también que no es tan condenable el cubano que se humilla rogando un permiso de viaje como el régimen que se esmera en degradarlo como ciudadano y convertirlo en un súbdito sin autoestima.
Dejémonos de historias. No son los yanquis ni los legisladores cubanoamericanos quienes le coartan al emigrante cubano un derecho a viajar a Cuba que en realidad no existe. Es la mafia castrista la que no reconoce ese derecho, pues para ir a la Isla hay que solicitar –previo pago– un permiso de entrada, una especie de visado en el pasaporte cubano, que por cierto es el más caro del mundo. ¿Es eso un derecho?
Nos tratan como si fuéramos extranjeros y sin la cortesía que a estos les dispensan. Eso es, a mi juicio, lo primero que un disidente o exiliado debiera exigir; eso, en primer lugar, más que dedicarse a defender ridículamente el derecho del pueblo norteamericano a viajar a Cuba, como en ocasiones han hecho, incluso mediante una carta al Congreso.
Sin embargo, lo más oneroso no es el permiso de entrada a Cuba, ni las tasas desproporcionadas que supone, sino el alto costo político y moral que implica esa autorización de viaje que además puede ser denegada. El cubano que quiera viajar a Cuba sabe bien que debe mantener en el extranjero un bajo perfil, casi comportarse como un cederista. No puede tener un activismo destacado ni participar en actividades opositoras que trasciendan. De ahí lo difícil que resulta reunir cuatro gatos para ir a protestar frente a una embajada o consulado cubano.
La mafia consular castrista, con sus prerrogativas para otorgar o negar el permiso de viajar a Cuba, controla políticamente a una gran parte de los cubanos que viven fuera. Y eso sí que es doloroso. Cómo no vamos a entender que el pueblo de Cuba viva aterrorizado, si es que muchos cubanos en el extranjero no acaban de quitarse el miedo y se someten al chantaje. Por el viajecito, claro.
http://www.penultimosdias.com/2011/07/19/la-caldera-y-los-calderos/