Toma tus propias decisiones
Alguna vez te habrás encontrado en la siguiente situación: te invitaron a una reunión en una casa en la cual solamente habías estado antes una vez, y que además estaba ubicada en un barrio que no conocías muy bien. Cuando llegó el momento, partiste muy confiado en que no ibas a tener problemas en hallar la casa porque, después de todo, ¡ya habías estado allí! Cuando llegaste al barrio, comenzaron las primeras dudas. Las cosas no eran exactamente como las recordabas y, además, algunos recuerdos resultaron estar más borrosos de lo que creías. ¿Era esta calle o aquella? ¿Había que doblar en la plaza o más allá? Para complicar más la situación, si ibas acompañado, tus acompañantes comenzaron a emitir sus propias opiniones. Uno decía: "Yo creo que era por acá". El otro: "No, a mí me parece que era por allá". Como ninguno estaba muy seguro, decidieron preguntar a la primera persona que encontraran. Esto, sin embargo, no solucionó demasiado las cosas porque el consultado no se acordaba bien del nombre de las calles o de si la casa tenía rejas verdes o negras. Al final, felizmente, consiguieron encontrar la casa y llegar, si bien un poco tarde, a la reunión. Entonces fue que te prometiste: "Esto no me vuelve a ocurrir. La próxima vez que me ocurra algo parecido, averiguaré bien cómo llegar antes de salir." Si cumpliste o no tu promesa, no nos interesa ahora. Lo que importa es darse cuenta de que la vida nos coloca muchas veces en situaciones similares, donde tenemos que llegar a un lugar que no sabemos exactamente donde queda, por caminos que tampoco conocemos bien. Lo que es más, esto ocurre con tanta frecuencia que se diría que es la característica misma de la vida colocarnos en tales situaciones. Cuando dejamos atrás la infancia y la adolescencia, ya nuestros pasos dejan de estar bajo la dirección de nuestros padres y nos encontramos con que tenemos que decidir por nuestra cuenta hacia dónde los encaminamos. Es entonces que nos asaltan las primeras dudas, que no nos abandonarán por el resto de nuestra vida. ¿Cómo orientarnos en el camino de la vida? Muchas veces resulta difícil, pero sin embargo debemos hacerlo, debemos tomar una decisión: vamos hacia aquí o hacia allí. La esencia de la vida es el movimiento; si algo se mueve es porque tiene vida. La inmovilidad es sinónimo de muerte, por lo que no podemos quedarnos inmóviles: tenemos que movernos. El problema es hacia dónde nos movemos. A menudo la información de que disponemos es muy precaria: vagos recuerdos, suposiciones, datos que no son muy confiables. Tenemos que evaluar cada elemento del que disponemos y determinar qué confianza le vamos a otorgar. Buscaremos la información que nos falta, ya sea preguntando a otras personas o investigando en los libros o revistas. Y al final, tendremos que tomar una decisión. Esa decisión que tomes, marcará, en menor o mayor medida, el rumbo de tu vida. Puede ser una cosa de poca importancia, como el lugar donde pasarás tus vacaciones, o algo realmente significativo, como la elección de una carrera o de la persona con la que te vas casar. Lo que debes darte cuenta es de que, en gran medida, la orientación que tome tu vida dependerá de las decisiones que hagas. Por supuesto que pueden ocurrir sucesos fuera de tu control que te obliguen a seguir un determinado rumbo, acontecimientos en la sociedad o en tu familia que te coloquen en una situación que tal vez no hubieras elegido. Pero aún en ese caso, siempre habrá algún aspecto en el cual puedas y tengas que ejercer tu decisión personal. Si bien no puedes hacer de tu vida lo que quieras, porque hay factores condicionantes que están más allá de tu capacidad, lo cierto es que la vida misma te está pidiendo constantemente que tomes decisiones que afectarán tu futuro. Reconocerlo es el primer paso para tomar el control de tu vida, ya que si lo ignoras, lo que en realidad estás haciendo es dejar que los otros decidan por ti. Debes ser consciente de que gran parte de lo que te ocurre cae dentro de tu capacidad de decisión. Si renuncias a tomar el control en aquellos casos en que sí puedes hacerlo, también estás tomando una decisión: la de dejar que algún otro se ocupe de lo que tú no quieres hacer, es decir, determinar que será de tu vida. Decidir es una tarea angustiante, ya que pocas veces se tiene la información necesaria o la seguridad de que lo que uno decida podrá llevarse a cabo. Por eso es que muchas personas escapan a esta responsabilidad, dejando que el azar u otras personas decidan por ellas. Están en su derecho al hacerlo, pero después no deben quejarse si las cosas no salieron como querían. Por más doloroso que sea el tener que tomar una decisión, es conveniente que seas tú el que lo hagas si la misma afecta tu futuro. Existen técnicas que te pueden ayudar a que tu decisión sea mejor y que pueden reducir la incertidumbre y, por consiguiente, la angustia. Aprender esas técnicas es, en cierta manera, aprender a vivir, ya que la vida consiste en eso: en tomar decisiones. Recuerda siempre que si tú no tomas el control de tu vida, alguien lo hará por ti. Piensa cuántas calamidades que la humanidad ha sufrido se habrían evitado si las personas no hubieran renunciado a su calidad de seres humanos capaces de decidir el destino de sus vidas.
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