Ya sé que las encuestas son favorables a la derecha española. Veo eufóricos a sus líderes porque se sienten a unos centímetros del poder. Ya nadie cuestiona a su candidato porque será quien reparta puestos y prebendas. Después de ocho años de espera, le ha llegado a la derecha, probablemente, el momento de la victoria. Pero yo votaré a la izquierda, estaré al lado de los hipotéticos perdedores y voy a explicar por qué.
Pero yo votaré a la izquierda, estaré al lado de los hipotéticos perdedores y voy a explicar por qué.
Diré, antes de justificar mi voto, que iré a votar. Creo que es una obligación ciudadana a la que no se debe renunciar. Ni todos los políticos son malos ni todos son iguales. El ejercicio de votar es el único que permite decidir quiénes van a tener la responsabilidad y el honor de gobernar a un pueblo. No votar es dejar las decisiones en manos del azar o de los demás. Y reconocer implícitamente que sería mejor que un caudillo o un salvador nos gobernase.
Votaré a la izquierda, aunque parezca torpe apuntarse al caballo perdedor. Y aunque parezca equivocado no sumarse al coro de críticas (unas fundadas, otras no tanto) a quien ha gobernado en los últimos ocho años. La moda es criticar. Pero criticar no es demoler, es discernir.
La gestión que Zapatero ha hecho de la crisis ha sido amplia y duramente criticada. Y a, veces, con razón. No vio venir el tsunami, actuó cuando ya estaba encima, con lentitud, titubeos y a bandazos. Leí hace poco en un periódico de Buenos Aires cómo la crisis había barrido a muchos gobernantes. Rajoy probará, si es elegido, una buena dosis de ese brebaje envenenado. La persona de Zapatero (a la que respeto y admiro como la de un político honesto y bienintencionado) ha sido vapuleada sin piedad por una parte de la sociedad y por la oposición. Ha sido el chivo expiatorio de una situación catastrófica. (Tengo la lista de calificativos que el señor Rajoy le ha dedicado en las dos legislaturas, entre los que merecen citarse: ”bobo solemne”, “cobarde sin límites”, “irresponsable”, “grotesco”, “inexperto”, “antojadizo”, “veleidoso”, “inconsecuente”, “indigno”, “perdedor complacido”, “sectario”, “radical”, “agitador”, “ambiguo”, “impreciso”, “débil”, “incapaz”, “frívolo”, “que da coces”, “que chalanea con los terroristas”, “que tiene de adorno la cabeza”… ). Demasiada agresividad gratuita.
La oposición (que debería llamarse alternativa para no caer en el error de que su deber es oponerse a todo, incluso a lo que es favorable para el país) ha criticado el no tomar medidas contra la crisis y, cuando se han tomado, no las ha apoyado. A mi juicio ha actuado de forma incoherente e irresponsable.
Se han hecho muchas atribuciones interesadas que, al repetirse como slogans, han acabado por convertirse en verdades para una buena parte de la ciudadanía: “los cinco millones de parados que ha generado Zapatero”, “la división que su política ha producido en el país”, “la pérdida de valores que ha provocado”, “la dilapidación de la herencia recibida”, “el fracaso de la educación”, “la venta del país a los nacionalistas”, “la radicalización de las actitudes”, “la fragmentación de España”, “la cesión ante los terroristas” …
Es probable que todo el dolor, toda la rabia, toda la , indignación, todo el descontento caigan sobre quien ha gobernado durante la crisis. Como si el cambio de gestores garantizase automáticamente el hallazgo de las soluciones. Se verá pronto que no es así.
Sé que han existido en la política nacional, en la autonómica y en la local comportamientos torpes e, incluso, torticeros concebidos en la mente y salidos de las manos de políticos de izquierdas. Y he de decir que esos comportamientos me parecen deleznables en una democracia porque suponen un abuso de la confianza entregada por la ciudadanía. Comportamientos que me duelen más y desapruebo con más contundencia cuando se producen en la izquierda.
Voy a tratar de explicar las razones por las cuales depositaré mi confianza de nuevo en la izquierda. Es una obligación meter en la urna un voto argumentado, un voto racional.
Votaré a la izquierda porque, en todas las cuestiones esenciales de la vida pública, encarna lo que considero un ideario más elevado, más progresista, más cercano a los desfavorecidos, más abierto de mente, más sensible a los problemas de la sociedad. Concretaré.
Cuando se trata de defender la enseñanza pública, la izquierda se muestra más sensible, más cercana a una concepción del sistema educativo de calidad para todos y para todas.
Cuando se dirime la cuestión de lo público y lo privado, la izquierda se muestra más preocupada por quienes no tienen nada o tienen poco y rehuye la filosofía de que quien tenga dinero tendrá enseñanza, quien tenga dinero tendrá sanidad, quien tenga dinero, tendrá seguridad…
Cuando se trata de separar el poder de la Iglesia y del Estado, la izquierda está por la labor de que cada poder mantenga su parcela sin interferencias de la Jerarquía en la ordenación de la vida y costumbres de la ciudadanía.
Cuando se procede a repartir los bienes, abundantes o escasos, tiene una mayor sensibilidad para los desfavorecidos, para los pobres, para quienes Paulo Freire denominaba “los desheredados de la tierra”.
Cuando se legisla sobre el aborto es más sensible con el problema de las mujeres. Y no manipula la realidad con frases huecas y consignas tramposas. Nadie está a favor de la muerte. Nadie está a favor del asesinato. Nadie está contra los inocentes indefensos. Se pretende estar del lado de la libertad y de lado de la dignidad. Me gustaría saber cuántos votantes de la derecha, indignados contra la ley del aborto, han acudido luego a practicarlo a escondidas.
Cuando se trata de defender los derechos de los homosexuales, está más cerca de quienes sufren que de quienes han ejercido la violencia xenófoba durante siglos y de quienes siguen ejerciéndola ahora de forma más sutil. Les reconoce su dignidad y sus derechos a emparejarse y a ejercer de padres y madres.
Cuando se revisa la historia, pretende recuperar el derecho de quienes fueron destruidos por la violencia y pasaron cuarenta años de silencio y de oprobio, Pretende reconocer derechos, no abrir heridas.
Cuando se pretendía acabar con ETA pedía la autorización del Parlamento para sentarse a negociar, reconociendo que la palabra podía aportar más que las armas y las cárceles. Pensaba que era malo matar, pero que era bueno sentarse con quien mata para conseguir que no lo siga haciendo.
Cuando se plantean adhesiones o decisiones sobre la guerra, la izquierda es más reticente y, a la vez, más propensa a la negociación y a la palabra.
Cuando se proponen acciones sociales, la izquierda tiene más sensibilidad para atender a quienes tienen necesidades apremiantes, como ha sucedido en el caso de la Ley de dependencia.
Cuando se plantea la decisiva cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres, la izquierda crea un Ministerio de Igualdad (lamentablemente desaparecido) que es objeto de brutales descalificaciones y de inadmisibles bromas por parte de la oposición.
Cuando hay conflictos laborales está más cercana a los trabajadores que a los empresarios. Es decir, está más cerca de quienes tienen menos dinero y menos poder.
Cuando se legisló sobre el matrimonio, legalizó el divorcio, que hoy nos parece a todos un derecho sin el cual estaríamos condenados a mantener una relación desgraciada de por vida. La derecha, que se opuso, tiene entre sus militantes y admiradores, no pocos separados y separadas, divorciados y divorciadas que rehicieron oportunamente sus vidas.
Lo mismo sucede con otras cuestiones de capital importancia: la eutanasia, el medio ambiente, la cadena perpetua, la gratuidad de la enseñanza… Es otro modo de ver la vida, de ver la sociedad. No es igual una posición que otra, como algunos sostienen.
Votaré a la izquierda. Sin decir que de un lado estén los buenos y del otro los malos. No. No lo digo. Porque esa dicotomización es un grave error y una lamentable injusticia.
Enhorabuena a quien gane. Aunque sería más certero poder felicitar a la sociedad por el hecho de que quien salga ganador garantice mejor la defensa de los intereses de todos y de todas en una sociedad libre y justa