El 25 de octubre (según el antiguo calendario juliano, aún vigente en la Rusia zarista) de 1917, a las 10 y 45 minutos de la noche, el II Congreso de los Soviets de toda Rusia abrió sus sesiones en el Palacio del Smolny (antiguo instituto para muchachas de la nobleza, donde el Partido Bolchevique había instalado la sede de su Comité Central). Horas antes, la insurrección armada del pueblo había triunfado sobre el gobierno contrarrevolucionario pequeñoburgués, instaurado poco después de la victoria sobre el zarismo. Los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, obtuvieron una aplastante victoria sobre los mencheviques y los socialistas de derecha. Comenzaba así una nueva era: La creación del primer estado socialista en la historia de la humanidad. Para el resto del mundo, bajo el calendario gregoriano adoptado posteriormente por la Revolución Socialista, la fecha sería la del 7 de noviembre de 1917.
En febrero (marzo) de ese mismo año, se había dado ya el primer paso hacia la construcción de un estado de obreros y campesinos, cuando la insurrección armada del pueblo derrotó al zarismo, en plena primera guerra mundial, y se constituyeron los soviets (consejos) de diputados obreros, campesinos y soldados. Muchos de los dirigentes del Partido Bolchevique se encontraban desterrados o prisioneros, entre ellos Lenin, razón por la cual los partidos pequeñoburgueses lograron imponerse en la dirección del Soviet, con una línea política que se pronunciaba por continuar la guerra imperialista en Europa y no entregar el poder a los obreros y campesinos. Se estableció así un gobierno provisional pequeñoburgués.
El 27 de marzo Lenin salía de suiza, donde había permanecido desde 1914 bajo la persecución zarista, y regresaba a Rusia para encabezar la lucha revolucionaria. La situación era compleja, pues el gobierno provisional, los eseristas y los mencheviques, sostenían que no era posible avanzar en la revolución socialista: Eran partidarios de mantener un entendimiento con la burguesía. Por otro lado, el pueblo ruso había conformado ya sus propios órganos de poder, los soviets de obreros y campesinos.
Es cuando el Partido Bolchevique (después, Partido Comunista), lanza la consigna de ¡Todo el Poder a los Soviets!, esencia del discurso que Lenin, en la noche del 3 de abril, subido a un blindado, expuso a la masa de obreros, campesinos, soldados y marineros que le había ido a recibir, y que pasó a la historia como la Tesis de Abril. En el VI congreso del Partido Bolchevique, la orientación fue la de la insurrección armada contra el gobierno provisional encabezado por Kerensky.
La revolución definitiva comenzaba. Lenin es perseguido nuevamente, debiendo pasar a la clandestinidad durante más de tres meses. El 7 de octubre regresa a Rusia, desde Finlandia. Dirige y escribe sin cesar. Tres días después, el 10 de octubre, en la gloriosa sesión del Comité Central del Partido Bolchevique, se acordó dar comienzo a la lucha armada. Algunos miembros, entre ellos Trotsky, eran partidarios de esperar más tiempo para iniciar las acciones, lo cual habría dado muchas oportunidades al gobierno de Kerensky. Se enviaron delegados del partido a todo el país, para dar a conocer el plan insurreccional. Las grandes masas de obreros y campesinos se preparaban para la lucha por el socialismo, que finalizó con la gran victoria popular el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917. La consigna: ¡Todo el Poder a los Soviets!, había triunfado.
Dentro de pocos días, conmemoraremos 94 años de aquella gesta histórica. El mundo actual, signado por un capitalismo voraz que pisotea los derechos laborales de la población trabajadora, que invade y masacra pueblos enteros, que siembra la desmoralización y la muerte, nos señala que el camino de la esperanza es aquél que señalaban los obreros y campesinos rusos: el socialismo. Por eso rendimos un homenaje no sólo a los héroes de 1917, sino a una nación entera que posteriormente, en la segunda guerra mundial, entregó más de veinte millones de vidas en la gran victoria sobre el fascismo; a un país que mostró una solidaridad nunca vista con los pueblos oprimidos del mundo.
Hoy están más vigentes que nunca los principios de la Revolución de Octubre: La lucha contra el imperialismo, por la liberación de los pueblos y por la construcción del socialismo. Para los y las comunistas, la vida tiene sentido en las palabras de Nikolai Ostrovski, hijo de aquella revolución: “Lo más preciado que posee el hombre es la vida, se le otorga una sola vez y hay que saber vivirla de modo que al final de los días no se sienta pesar por los años pasados en vano, para que no exista una angustia por el tiempo perdido y para que al morir se pueda exclamar ¡toda mi vida y todas mis fuerzas han sido entregadas a la causa más noble en este mundo, la lucha por la liberación de la humanidad!".
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