La historia en ayuda de las futuras rebeldías
Hace cuatro décadas Roque Dalton apeló al viejo militante salvadoreño Miguel Mármol para desenterrar y desempolvar una historia de rebeldía olvidada. No reconstruyó su testimonio sobre la insurrección salvadoreña de 1932 para ganar una beca ni para coronar una tesis universitaria. Con ayuda de Mármol ―sobreviviente de aquella insurrección a pesar de haber sido fusilado―, Roque fue en busca del pasado para así iluminar el presente y cargarlo de energía. De esta manera pretendía conjurar los fantasmas del quietismo, el “realismo”, el culto de “lo posible” y la impotencia política que levanta altares paganos a la sempiterna “correlación de fuerzas objetivas”.
Atravesados por esa misma inquietud espiritual y con intenciones análogas hoy recurrimos al revolucionario y poeta Roque Dalton para pedirle socorro, inspiración, consejo y guía. Ahora le toca a él dar testimonio, aportar experiencias, reflexiones, pensamientos y sugerencias políticas, para así ayudar a una nueva generación a salir del impasse político y el desconcierto ideológico en que nos sumergió el neoliberalismo.
Lenin y el poder
Después de las derrotas insurgentes de los 60 y los genocidios militares de los 70, de la socialdemocratización y el posmodernismo de los 80, del desprecio de fundaciones y ONGs por el marxismo revolucionario y la cooptación desfachatada de los 90, Roque nos ofrece nuevamente la fruta prohibida. “Es conveniente leer a Lenin”, nos sugiere, “actividad tan poco común en extensos sectores de revolucionarios contemporáneos”.
Pero su consejo para las nuevas generaciones de militantes no queda detenido allí. Burlón, incisivo, irónico y mordaz, Dalton pone el dedo en la llaga. Luego de los relatos posmodernos y de aquellas tristes ilusiones que pretendían “cambiar el mundo sin tomar el poder”, Roque nos provoca: “Cuando usted tenga el ejemplo de la primera revolución socialista hecha por la ‘vía pacífica’, le ruego que me llame por teléfono. Si no me encuentra en casa, me deja un recado urgente con mi hijo menor, que para entonces ya sabrá mucho de problemas políticos”.
A contramano de modas académicas y mercantiles, cruzando las fronteras tanto de la vieja izquierda eurocéntrica, como de los equívocos seudolibertarios y falsamente horizontalistas de las ONGs, la propuesta radical de Roque Dalton acude presurosa a llenar un vacío. Su relectura de Lenin nos permite responder los interrogantes que a nuestro paso nos presenta la esfinge. Roque focaliza la mirada crítica y la reflexión teórica en el problema fundamental del poder, desafío aún irresuelto en los procesos políticos contemporáneos de nuestra América. Tras varias décadas de eludir, ocultar o silenciar ese nudo problemático de todo pensamiento radical, recuperar la perspectiva antiimperialista y anticapitalista de Roque puede ser de gran ayuda para someter a crítica las mistificaciones y atajos reformistas del posmodernismo, disfrazados con jerga aparentemente —solo aparentemente— libertaria.
La redacción de este libro
El puntapié inicial para la redacción de Un libro rojo para Lenin, obra iconoclasta y provocadora, responde a una invitación de un reconocido intelectual cubano, el poeta Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas. En 1970, al cumplirse cien años del nacimiento de Lenin, Fernández Retamar convoca a varios poetas a escribir sobre él. De los muchos trabajos seleccionados, se eligen dos, uno de Roque y otro del intelectual haitiano René Depestre.
Esa puntada inicial, redactada en La Habana, se fue entretejiendo posteriormente con múltiples materiales que Dalton va acumulando para su investigación sobre la obra del principal teórico de la filosofía de la praxis —según lo definiera Antonio Gramsci.
Aquella primera redacción acerca de Lenin se termina de completar recién tres años más tarde, en julio de 1973, en Hanoi, Vietnam del norte. El libro nace entonces en La Habana y concluye en Vietnam. Un itinerario geográfico que es también político, índice expresivo de lo que Roque concibe como actualidad del leninismo.
El propio autor aclara al final del último poema de su libro, el “Ensayo de himno para la izquierda leninista”, que su texto queda, adrede, inconcluso. Lo concibe como una obra abierta a los avatares de la revolución latinoamericana y a las nuevas lecturas que eventualmente se derivarán sobre Lenin en el futuro (su aclaración textual dice: “Poema inconcluso—mientras viva el autor”). Después de su irracional y cobarde asesinato, ocurrido en 1975, la obra permanece como él la concibió, abierta.
Una reflexión de madurez
Dentro del arco de variación de su propia obra ensayística y política, Un libro rojo para Lenin constituye un texto de madurez.
Una vez que culmina, en 1965, su primera investigación sociológica y política —en forma de libro monográfico— sobre la historia de El Salvador, Roque comienza su tarea de maduración ideológica y radicalización política. Intentando trazar un puente directo entre Farabundo Martí y la estrategia fidelista-guevarista continental, el poeta aprovecha su estadía en Praga durante 1966 para husmear y reconstruir los testimonios orales de Miguel Mármol sobre la insurrección comunista de 1932. Esos testimonios fueron recogidos en extensas entrevistas —en forma manuscrita, sin grabador— a lo largo de tres semanas de mayo y junio de 1966. Fruto de esa rigurosa y obsesiva tarea saldrá el texto sobre la insurrección de 1932 y la masacre que la aplastó a sangre y fuego. De ese trabajo se publicaron fragmentos por primera vez, en enero de 1971, en el Nº 48 de la revista cubana Pensamiento Crítico con el título “Miguel Mármol: El Salvador 1930-1932”. Más tarde, ya muerto Roque, se publicó el libro completo en forma póstuma. Fue en 1983. El volumen llevaba por título Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador, y fue editado por Casa de las Américas.
En una etapa posterior de este trabajo intelectual y ensayístico, Roque se mete hasta las orejas en los debates políticos abiertos por Regis Debray en la segunda mitad de los años 60. De allí saldrá el libro polémico Revolución en la revolución y la crítica de derecha, donde el salvadoreño realiza su propio balance crítico sobre las absolutizaciones y unilateralidades de Debray, mientras al mismo tiempo ajusta cuentas con lo que denomina “la derecha del movimiento comunista latinoamericano” que por entonces arremetía contra Debray como una vía indirecta, menos comprometida y con menor costo político, para atacar a Fidel y al Che e impugnar a la Revolución Cubana.
De modo que Un libro rojo para Lenin no es una obra juvenil, producto de alguien entusiasmado y con voluntad, pero inexperto y recién llegado. Por el contrario, en la trayectoria biográfica e ideológica de Roque Dalton constituye la coronación de una prolongada búsqueda teórica ―siempre nutrida y entrecruzada con experimentaciones poéticas y militancia política― que comienza investigando la propia historia insurreccional de El Salvador en los años 30 y continúa más tarde con la polémica sobre la estrategia de la lucha armada en la América Latina de los 60.
Su lectura-diálogo-collage sobre Lenin conforma entonces el punto maduro de llegada de esas indagaciones previas y el paso necesario que Roque emprende como plataforma ideológica de su incorporación activa a la lucha armada en su propio país.
El estilo de Roque: la ironía como arma
Al entablar una batalla ideológica de largo aliento contra todo un abanico de reformismos, Roque logra conjugar un contenido revolucionario con una forma de expresión que violenta las cristalizaciones habituales del discurso de izquierda. Su estilo disruptivo, heterodoxo, iconoclasta, no es ajeno al contenido que pretende transmitir. No tiene sentido congelar una forma de expresión ni atarse a un solo género si se pretende transmitir un mensaje rebelde que rompa con los clichés y lugares comunes que impidieron durante décadas aprovechar y utilizar el inmenso arsenal teórico proporcionado por Lenin. Las rebeldías deberían estar, entonces, en ambos polos de la ecuación, en la forma y en el contenido, no solo en este último. De este modo, Roque lleva a la práctica en su escritura ensayística los recursos que ya había empleado en su poesía. La cultura revolucionaria se vuelve más eficaz y adquiere mayor poder de fuego (y de convencimiento) cuanto más irónica y mordaz.
Esa ironía, tan propia y característica de su escritura, le ayuda también a reírse, o al menos, a perderle el respeto a los géneros discursivos tradicionales. En ese sentido reaparece una y otra vez, en cada página de su libro, una pregunta que no por tácita resulta menos operante: ¿por qué la polémica ideológica no puede ser poética?, ¿por qué una obra poética debe renunciar a su proyección ideológico política?
Al saltar por sobre los géneros Roque combina poemas, relatos, anécdotas y hasta documentos históricos con las instrucciones de Lenin para realizar un sabotaje, emplear una molotov, asaltar una comisaría, construir un ejército revolucionario. En su conjunto, la obra constituye un inmenso collage en el que se integran materiales ensayísticos, biográficos, documentales, poéticos y pedagógicos.
Dentro de ese collage, en la aproximación a Lenin y en la crítica del reformismo que pretendió manipularlo, deformarlo o directamente rechazarlo, intervienen numerosas voces con las que él acuerda y polemiza.
Roque lo fue construyendo como un diálogo inacabado. En sus páginas aparecen también sus oponentes, personajes inventados que, desde el horizonte de la vieja izquierda metropolitana y eurocéntrica, intentan poner en duda la lectura leninista que, en clave latinoamericana, su autor nos propone.
Si bien es innegable que los personajes del diálogo-collage son múltiples, también es evidente que ese elenco numeroso cuenta con dos protagonistas centrales e inequívocos: Lenin y Roque, Roque y Lenin. Ambos miembros activos de nuestra cofradía antimperialista y anticapitalista. Hacerlos hablar significa incorporarlos al juego, involucrarlos en la resolución de nuestros desafíos políticos actuales y nuestros interrogantes abiertos. Leer el libro implica, entonces, participar en el diálogo.
Pero el collage de Roque no es posmoderno, pues su propuesta de lectura-escritura tiene ejes y contornos netamente definidos, habitualmente despreciados y vilipendiados por el llamado “pensamiento débil”. En primer lugar, la historia, especialmente la de América Latina, aunque también la de otras revoluciones antimperialistas y anticapitalistas del mundo subdesarrollado. En segundo lugar, la ideología. En tercer lugar, el sujeto y, finalmente, en cuarto pero no en último lugar, la revolución. El collage de Dalton, repleto de retazos polifónicos, no tiene entonces nada que ver con la fragmentación entrecortada de un videoclip posmoderno, donde las partes coexisten yuxtapuestas sin un sentido articulador que las ordene y les otorgue una dirección.
En esa articulación de historia, ideología, sujeto y revolución, el relato no corre únicamente por cuenta de Roque. Junto con el suyo, se oyen también otros discursos, permaneciendo el collage abierto y expresamente inconcluso como la misma revolución continental y la propia historia del marxismo latinoamericano en los cuales este libro se inserta.
La forma collage y el traspaso permanente de género en género no son las únicas notas definitorias de esta escritura. Al mismo tiempo debemos registrar su humor, no como algo aleatorio o coyuntural, sino como un registro fundamental de toda la obra y visión de la vida de Roque Dalton.
El humor de Roque, por ejemplo, intercala sin ningún tipo de advertencia al lector, en medio de una rigurosa explicación de nuestro común amigo y compañero, el cubano Fernando Martínez Heredia sobre el marxismo ruso, los terroristas populistas, Plejanov y el joven Lenin, la frase de la canción de Carlos Puebla: “pero entonces llegó el comandante y mandó a parar”. Una irrupción sin aviso que desconcierta al lector y, como aquella viejas técnicas teatrales que utilizaba Bertolt Brecht en su dramaturgia, despiertan al espectador y lo zarandean para que tome distancia del relato y así avance críticamente en la conciencia. O también, aquella referencia a Gramsci y a su vínculo con la Internacional Comunista de su obra Un libro levemente odioso, en el que Roque, en lugar de escribir 275 páginas repletas de notas al pie y documentos de archivo, resume su explicación con frases de... ¡un bolero!: “¿Qué le dijo el movimiento comunista internacional a Gramsci? No tengo edad, no tengo edaaaad para amarte....”.
El humor de Roque se convierte así en una herramienta desacralizadora, un modo permanente de acercarse al marxismo y en particular a Lenin evitando toda momificación, alivianando hasta corroer y disolver el peso del bronce que durante décadas aplastó su mensaje rebelde.
En medio de la risa y la ironía, Roque nos invita a pensar en voz alta, a reflexionar codo a codo y fraternalmente entre compañeros, manteniendo al mismo tiempo una ácida y agria polémica con los enemigos burgueses.
¿Lenin? ¿Cuál?
Después de investigar sobre la historia remota de El Salvador, de reconstruir la insurrección comunista de 1932 y de ajustar cuentas con todo el affaire Debray, Roque se vuelca a Lenin. No es casual. Los sectores más afines a la Unión Soviética y al llamado “tránsito pacífico” al socialismo invocaban su figura —con no poco cinismo— como antídoto frente a todos los “izquierdismos”, principalmente el del Che Guevara y sus seguidores latinoamericanos.
¿Cuál es el Lenin que aquí nos acerca Roque? Pues el Lenin del trabajo clandestino, el de la insurrección, el de la revolución y el de la lucha por el poder. En esta elección no hay arbitrariedad alguna sino una perspectiva político-ideológica inequívoca. El gran presupuesto de Roque se asienta en una cosmovisión que concibe al marxismo de manera viva, inflamable, como una teoría de la rebelión y no como una doctrina académica muerta asentada en una recopilación de citas “sagradas” tranquilizadoras. Según Roque “nos interesa muchísimo más el Lenin de la toma de Petrogrado y el Lenin que nos llega a través del Che Guevara y el general Giap, que el Lenin (genial, sin duda) de la NEP o el Lenin que nos llega a través del informe sobre los éxitos de la última cosecha de trigo en Ucrania”.
La aproximación al máximo dirigente de la Revolución Rusa está dada por la historia, la del propio Lenin y la de sus lectores actuales, con problemas diversos a los de 1917, pero para los cuales el acudir al pensamiento del gran bolchevique puede resultar sumamente útil y provocador. De allí que Dalton, sucinto y económico, defina de la siguiente manera: “El leninismo es un complejo resultante de la historia, no una impenetrable bola de acero”.
En esa aproximación a Lenin, que no por ser activa y en perspectiva deja de ser objetiva, no por tomar partido deja de ser rigurosa y estricta, no por elegir un perfil de abordaje deja de tomar en cuenta los documentos y la investigación historiográfica, Roque Dalton aclara a cada paso desde dónde habla y contra quién escribe. Sus interlocutores polémicos están abiertamente mentados en el poema “Contra quien es este libro”. Además de oportunistas, allí los clasifica —una vez más, irónicamente— como “full backs de la burguesía”, aquellos que acusan de “blanquismo” a la naturaleza y a la historia o creen que la gran obra de Marx consiste en haber prevenido a la clase obrera contra el revolucionarismo excesivo.
Si está claro con quién es la polémica, también son nítidas las acusaciones que Roque pretende contestar. Están enumeradas en el poema titulado “En la polémica nos dicen”. Esto es: anarquistas, bandoleros, extremistas, terroristas, antisociales...
Si hubiera que resumir en una sola categoría de la historia política del movimiento socialista todos esos insultos, ese concepto sería el de “blanquismo”, referencia despectiva que remite al líder conspirador francés del siglo XIX Auguste Blanqui.
Roque se propone rescatar a Lenin ―y con él a todo el marxismo revolucionario que no sirve de pasto de consumo académico― de las acusaciones de “blanquismo”, pero también de otras que suelen acompañarlo: “aventurerismo”, “putshchismo”, “romanticismo”, “jacobinismo” y “babuvismo” ―referencia despectiva que remite a Graco Babeuf. Todos estos epítetos, acuñados por la socialdemocracia de fines del siglo XIX y empleados por el stalinismo prosoviético durante la década de 1960 para insultar al Che, a Fidel y a los jóvenes revolucionarios que seguían a Cuba fueron reflotados durante las décadas de 1980 y 1990 —ya muerto Roque—, por excomunistas, arrepentidos, y socialdemócratas subsidiados por fundaciones alemanas o norteamericanas. Tanto en 1890, en 1967, como en 1980-1990, el objetivo de su uso ha sido el mismo: rechazar a cualquiera que se proponga ir más allá de los límites y protestas permitidas por el sistema de dominación capitalista. Demonizar a quien quiera sacar los pies del plato.
Toda la polémica ideológica entablada por Roque Dalton se propone precisamente defender la legitimidad política del pensamiento revolucionario latinoamericano y hacer jugar a Lenin en esa disputa, no como dogmático censor que reta con el dedo autoritario en alto a los jóvenes izquierdistas, sino como ácido impugnador del reformismo, la enfermedad senil del comunismo y de los “nuevos” movimientos sociales.
El Lenin que nos aproxima Roque, a través de discursos históricos, artículos o testimonios de investigadores, es el del revolucionario que propone a los jóvenes fabricar molotov, organizar células clandestinas de combate callejero; el que recomienda pensar mejor qué hacer frente a las elecciones antes de participar en ellas con los ojos cerrados y bajo cualquier circunstancia; el que enseña el camino de la lucha frontal y armada contra los organismos de inteligencia y represión...
¡Pero Lenin, el más grande de todos, no está solo en este libro! Lo acompañan el Che Guevara, Fidel Castro, el general vietnamita Giap ―que se cansó de derrotar y humillar a varios ejércitos del imperialismo japonés, francés, yanqui...―, Ho Chi Minh, Antonio Gramsci, György Lukács. Y obviamente no podía faltar el diablo...