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General: LOS ANCIANOS - BELLO CUENTO
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: ♥ SuaveQuel ♥  (Mensaje original) Enviado: 28/05/2012 21:35

ELMAGO.jpg picture by MONTSE_028

 

LOS ANCIANOS

(Cuento popular japonés)

 

 

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, una pequeña región montañosa dónde tenían la costumbre de abandonar a los ancianos al pie de un monte lejano. Creían que cuando se cumplían los sesenta años dejaban de ser útiles, por lo que no podían preocuparse más de ellos.

En una pequeña casa de un pueblecito perdido, había un campesino que acababa de cumplir los sesenta años. Durante todos estos años había cuidado la tierra, se había casado y había tenido un hijo. Después había enviudado y su hijo también se casó, dándole dos preciosos nietos. A su hijo le dio mucha pena, pero no podía desobedecer las estrictas órdenes que le había dado su señor. Así que se acercó a su padre y le dijo:

- Padre, los siento mucho, pero el señor de estas tierras nos ha ordenado que debemos llevar a la montaña todos los mayores de sesenta años.

- Tranquilo hijo, lo entiendo. Debes hacer lo que el señor diga -, contestó el anciano lleno de tristeza.

Así que el joven se cargó al viejo a la espalda, ya que a su padre ya le era difícil caminar por el bosque, e inició el viaje hacia las montañas. Mientras iban caminando, el joven se fijo que su padre dejaba caer pequeñas ramas que iba rompiendo. El joven creyó que quería marcar el camino para poder volver a casa pero cuando le preguntó, el anciano le dijo:

- No lo estoy haciendo para mi, hijo. Pero vamos a un lugar lejano y escondido, y sería un desastre que te desorientases y no pudieses volver. Así que he pensado que si iba dejando ramitas por el camino seguro que no te perderías.

Al oír estas palabras el joven se emocionó con la generosidad de su padre. Pero continuó caminando porqué no podía desobedecer al señor de esas tierras.

Cuando finalmente llegaron al pie de la montaña, el hijo, con el corazón hecho pedazos, dejó allí a su padre. Para volver decidió utilizar otra ruta, pero se hacía de noche y no conseguía encontrar el camino de vuelta. Así que retrocedió sobre sus pasos y cuando llegó junto a su padre le rogó que le indicara por dónde tenía que ir. Se volvió a cargar a su padre a la espalda y, siguiendo las indicaciones del anciano, empezó a cruzar el valle por el que habían venido.

Gracias a las ramitas rotas que el viejo había dejado por el camino, pudieron llegar a su casa. Toda la familia se puso muy contenta cuando vieron de nuevo al anciano. Entonces, el joven decidió esconderlo debajo los tablones del suelo de su cabaña para que nadie lo viese y no le obligasen a llevárselo otra vez.

El señor del país, que era bastante caprichoso, a veces pedía a sus súbditos que hiciesen cosas muy difíciles. Un día, reunió a todos los campesinos del pueblo y les dijo:

- Quiero que cada uno de vosotros me traiga una cuerda tejida con ceniza.

Todos los campesinos se quedaron muy preocupados. ¿Cómo podían tejer una cuerda con ceniza? ¡Era imposible! El joven campesino volvió a su casa y le pidió consejo a su padre, que continuaba escondido bajo los tablones.

- Mira -, le explicó el anciano-, lo que tienes que hacer es trenzar una cuerda apretando mucho los hilos. Luego debes quemarla hasta que solo queden cenizas.

El joven hizo lo que su padre le había aconsejado y llevó la cuerda de ceniza a su señor. Nadie más había conseguido cumplir con la difícil tarea. Así que el joven campesino recibió muchas felicitaciones y alabanzas de su señor.

Otro día, el señor volvió a convocar a los hombres de la aldea. Esta vez les ordenó a todos llevarle una concha atravesada por un hilo. El joven campesino se volvió a desesperar. ¡No sabía cómo se podía atravesar una concha! Así que, cuando llegó a casa, volvió a preguntar a su padre lo que debía hacer y éste le contestó:

- Coge una concha y orienta su punta hacia la luz- explicó el anciano-. Después coge un hilo y engánchale un grano de arroz. Entonces dale el grano de arroz a una hormiga y haz que camine sobre la superficie de la concha. Así conseguirás que el hilo pase de un lado al otro de la concha.

El hijo siguió las instrucciones de su padre y así pudo llevar la concha ante el señor de esas tierras. El señor se quedó muy impresionado:

- Estoy orgulloso de tener gente tan inteligente como tú en mis tierras. ¿Como es que eres tan sabio? – le preguntó el señor.

El joven decidió contestarle toda la verdad:

- Veréis señor, debo ser sincero. Yo debería haber abandonado a mi padre porqué ya era mayor, pero me dio pena y no lo hice. Las tareas que nos encomendó eran tan difíciles que solo se me ocurrió preguntar a mi padre. Él me explicó como debía hacerlo y yo os he traído los resultados.

Cuando el señor escuchó toda la historia, se quedó impresionado y se dio cuenta de la sabiduría de las personas mayores. Por eso se levantó y dijo:

- Este campesino y su padre me han demostrado el valor de las personas mayores. Debemos tenerles respeto y por eso, a partir de ahora, ningún anciano deberá ser abandonado.

Y a partir de entonces les ancianos del pueblo continuaron viviendo con sus familias aunque cumplieran sesenta años, ayudándolos con la sabiduría que habían acumulado a lo largo de toda su vida.

¿Por que abandonamos a nuestros mayores? ellos no lo han hecho con nosotros.

 

 

 


ELMAGOSELLO.jpg picture by MONTSE_028





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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 28/05/2012 22:17
Verdaderamente un cuento hermoso ....Gracias Raquel .-
 

La gratitud

 
"Gratitud siempre al favor es un deber justo y grato, y por eso el hombre ingrato es un monstruo que da horror"

Estos versos de José Joaquín de Olmedo son para la reflexión. Si, porque hablar de gratitud es también hablar de ingratitud.

Olmedo quiso con su poesía condenar a quienes acostumbran morder la mano que les alarga el pan.



Gratitud es correspondencia de lo bueno: si me das, mi deber es darte. Mi deber es ayudarte, si me ayudas. Salvarte, si me salvas.

No hagamos excepción con nadie, si de ser agradecidos se trata. Lo mismo que nuestros prójimos, merecen gratitud nuestros padres. Sin embargo, con frecuencia nos hartamos de los tesoros que estos nos ofrecen cada dia, y no solo que no les decimos "gracias", si no que asumimos una actitud insolente. A los padres ya no se les da: se les pide, y no como antes, respetuosa y amorosamente, si no con escopeta en mano.

Ellos, nuestros progenitores, por el colmo de ternura que nos ofrecen y por su amor que estalla en besos de pasión dulcísima, deben palpar, en cada uno de nuestros actos, la gratitud a la que estamos obligados. No abandonarlos, no negarlos, no atormentarlos con nuestra conducta desafiante o indiferente. Mirarlos con cariño, servirlos con solicitud. Levantarlos si caen. Coronarlos si triunfan. De rodillas besar sus manos. Mejor si con ellas nos castigaron con los ojos puestos en nuestra dicha futura!

Dicen que los maestros son los segundos padres. si esto es así, sobra decir a qué estamos obligados con respecto a ellos, a fin de que no vivan lamentándose de la ingratitud de sus discípulos.

Agradecer es recordar. Recordar no lo que dimos, si no lo que nos dieron. no lo que nos deben, si no lo que debemos. Los buenos cobradores suelen ser malos pagadores. Tengamos siempre en la memoria el mendrugo que mató nuestra hambre, el laurel que materializó la gloria en nuestra frente, el vaso de agua que mitigó nuestra sed de caminantes, el brazo que e ofreció espontáneo para que cruzáramos sin tropiezos por una senda escabrosa. Tengamos allí la mirada piadosa, el beso amoroso, la palabra lisonjera, el consejo sabio.

Si somos desmemoriados, olvidemos los malos actos de vuestros prójimos, que no es bueno ser coleccionista y conservador de las infamias y vilezas de los otros. Que todo se borre de nuestro cerebro, menos lo que hemos recibido de los demás para nuestra salud, para nuestra seguridad, para nuestra independencia, para nuestra ilustración, para nuestra comodidad, para nuestra honra. Y aceptemos como cierta esta proposición: "favores hay que no se pagan nunca".

Simón Bolivar recomendando al Mariscal Sucre que sirviese y complaciese a don Simón Rodriguez, su guía, mentor y maestro, representa el más certero ejemplo de la gratitud que los discípulos deben a sus modeladores, a aquellos sin los cuales el mármol no habría sido muy diferente de las otras piedras de la cantera, y el oro no se habría liberado de la escoria que lo rodea en la mina.



De todas las miserias que pueden atacar el corazón humano, ninguna me inspira más repugnancia que la ingratitud, en la cual no irrumpen ni los animales. De tiempos de los Césares romanos, se cuenta de un león que en la selva se quejaba con una gruesa espina clavada en una de sus patas. Con todas las seguridades hijas del temor, un aldeano compasivo se acercó a la bestia para extraerle aquel cuerpo extraño que le hacia sufrir. Años después, al ser llevados uno y otro al circo, el uno para devorar y el tro para ser devorado, la bestia que salió del cubil rugiendo se detuvo, estremecida de súbito, ante el infeliz condenado. Depuso su fiereza, le lamió los pies con sus rojos labios hambrientos y se retiró vencida. La gratitud del felino había salvado al sin ventura.



Decía Adolfo Hitler a su biógrafo Herman Rausching (en le libro "Hitler habla"):..."que a los hispanoamericanos suele conquistárselos fácilmente con dinero, mujeres o condecoraciones". Qué bien nos conocía el satánico Führer!...Más yo diré que hay una manera mucho más eficz que estas para encadenarme, para esclavizarme. Hacedme un servicio, así sea el más pequeño, y tendréis atadami gratitud para toda la vida.

Si un banco nos concede un préstamo por el cual pagamos anticipadamente un crecido interés, al margen de la garantía que se nos exige, nos da un servicio... no nos hace un favor. Pero, si al cabo de 3 meses, yo voy a la ventanilla y pago, no debo nada, pues el préstamos es una operación natural de las instituciones de crédito. Hemos hecho un negoicio mutuo, de beneficio mutuo!

En cambio, si váis a consolarme en la prisión y derramáis una lágrima sobre un muerto de mi familia, y defendéis mi nombre de la dentellada de los infames, de los envidiosos, de los frustrados, de aquellos que solamente usan su lengua para enlodar la honra ajena, me comprometéis en forma que nunca dejaré de atormentarme buscando la manera de llegar con mis frases y mis acciones limpias y nobles hasta el fondo del alma de mis espontáneos y sinceros benefactores.

Seamos agradecidos, aunque sea para impedir que se ciegue el manantial de donde brotan las obras de misericordia.

Original de Pedro Vincent Bowen para El Diario, de Portoviejo, Ecuador


 
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