Las máscaras cayeron. Las cartas están sobre la mesa.
Durante más de un año, los egipcios se han estado preguntando quién estaba al frente de los esfuerzos para frustrar y destruir su incipiente revolución, lo que los medios locales venían denominando el “tercer partido” o el “bandido oculto”.
Pero ya se acabó el misterio.
No era otro que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), el mismo órgano que tomó el poder del depuesto presidente Hosni Mubarak con el pretexto de dirigir el período transitorio hacia la democracia. Una obra maestra de arte político.
El acto final se escenificó el jueves 14 de junio de 2012, cuando el Alto Tribunal Constitucional de Egipto (ATC) no solo dictaminó contra la prohibición de que se presentara el candidato del ejército y último Primer Ministro de Mubarak, el General Ahmad Shafiq, sino que también disolvió el Parlamento, la única institución que representaba la voluntad política del pueblo en el Egipto post-revolucionario. Es importante señalar que todos los jueces del ATC habían sido nombrados por Mubarak, y que a la mayoría, cuando no a todos, se les consideraba leales al régimen.
Por cierto, el pasado mes de marzo, el portavoz del Parlamento y líder de los Hermanos Musulmanes (HM), el Dr. Saad Katani, declaró que le habían dicho, en presencia del subcomandante del CSFA, el General Sami Anan, y del Primer Ministro designado por el CSFA, el Dr. Kamal Ganzouri, que la orden para la disolución del parlamento estaba en el cajón y que ya se sacaría en el momento adecuado.
Este terrible anuncio fue por tanto seguido de la aprobación por el parlamento de una ley que desterraba de la política a la mayoría de los antiguos altos cargos del régimen de Mubarak (incluido Shafiq) por haber estado corrompiendo durante décadas la vida y las instituciones políticas egipcias. Sin embargo, poco después, la Comisión Electoral para las Presidenciales (CEP), aunque no tenía siquiera jurisdicción en la materia, rehabilitó a Shafiq. Quizá sea importante señalar que el jefe de la CEP es también el juez principal del ATC. Ese mismo día declaró que la ley que regulaba las elecciones parlamentarias (que acabó con la victoria de los partidos islámicos, con los Hermanos Musulmanes (HM) al frente, que consiguieron el 75% de los escaños) era anticonstitucional. Era la misma ley de la que varios de esos mismos jueces habían asegurado a todos los partidos políticos el verano del pasado año que había superado con éxito el filtro constitucional.
Con ese descarado acto destinado a frustrar la voluntad política del pueblo egipcio, se ha despojado totalmente a los partidos emergentes islámicos y revolucionarios de su ventaja política menos de cinco meses después de haber llegado al poder. Esto se ha logrado simplemente utilizando las instituciones del estado profundo labradas por un régimen controlado durante décadas por funcionarios corruptos, altos oficiales del ejército y agencias de inteligencia. Para colmo, un militar de la era Mubarak está ahora a punto de salir “elegido” utilizando las diversas herramientas del proceso democrático.
Una de las principales exigencias de la revolución era poner fin a la ley de emergencia impuesta a lo largo de tres décadas, que permitía a las agencias de seguridad y al ejército arrestar arbitrariamente y abusar a voluntad de los derechos humanos y civiles de cualquier activista. Debido a las enormes presiones del pueblo a lo largo del pasado año, consiguieron revocar esas leyes a finales del pasado mayo. Pero lo que se echó por la puerta se coló por la ventana. El Ministro de Justicia de Egipto anunció esta semana, menos de dos semanas después de que entrara en efecto la revocación, que otorgaba poderes a todos los oficiales del ejército y personal de inteligencia para que pudieran arrestar indefinidamente a cualquier persona que representara una amenaza para la seguridad y el orden público.
Con total transparencia y coordinación, antes de que el parlamento pudiera reaccionar a este descarado desafío a la esencia misma de la revolución, el Tribunal Supremo lo disolvió en 24 horas. Por si no fuera poco, a los veinte minutos de anunciar la decisión de disolver el parlamento, cientos de fuerzas militares y de seguridad ocuparon sus edificios, impidiendo que cualquier miembro entrara siquiera para llevarse sus pertenencias. En resumen, Egipto ha completado el círculo, se ha abortado la transición a la democracia, se ha secuestrado el proceso y a su notable revolución se le han arrancado los soportes vitales.
El acto final, matando calladamente las esperanzas de la juventud egipcia y las aspiraciones de su pueblo, se escenificará este domingo cuando las elecciones presidenciales lleguen a su punto último declarando presidente a Shafiq. El otro candidato en esta farsa es el Dr. Muhammad Mursi, el representante de los Hermanos Musulmanes. Durante semanas, los HM han estado lanzando advertencias contra el fraude electoral perpetrado por las instituciones del estado profundo y dirigido por sus servicios de seguridad e inteligencia.
Por ejemplo, la Comisión Electoral se ha negado a entregar las listas de votantes, algo que no tuvo problema en hacer el pasado invierno durante las elecciones parlamentarias. Pero el problema es que esas mismas listas se han visto últimamente incrementadas con la friolera de 4,5 millones de votantes, levantando la sospecha de registros múltiples de leales al régimen que podrían votar varias veces en las diferentes provincias en los dos días que dura el proceso electoral (por ejemplo, 200.000 leales al régimen votan en veinte distritos electorales diferentes). Además, los funcionarios que supervisan las elecciones anunciaron que no iban a permitir que los observadores electorales permanecieran en las mismas salas donde se guardaban las urnas durante las doce horas que transcurren entre el primer y segundo día de las elecciones, aunque en las anteriores elecciones parlamentarias del pasado invierno se les permitió estar y vigilar las urnas.
Por otra parte, el gobierno anunció que iba a dar a todos sus seis millones de empleados públicos dos días de vacaciones y transporte público gratuito para fomentar la participación (una forma de presión indirecta a los empleados públicos y a sus familias para que voten por Shafiq). En flagrante violación de las leyes electorales, se han gastado cientos de millones de libras egipcias en propaganda en los medios para promover al candidato del CSFA, así como diversos pagos a funcionarios locales, especialmente en la región del Delta, para asegurar los votos de los campesinos.
En pocas palabras, la intensa implicación del estado de seguridad ha quedado claramente establecida. Pero la mayoría de los egipcios están frustrados y sienten que les han robado la posibilidad de hacer una elección coherente con sus dieciséis meses de levantamiento popular. Están viendo con sus propios ojos cómo el régimen de Mubarak ha ido lentamente reinventándose al contar con el total apoyo de las instituciones estatales bajo la égida del CSFA, el mismo ejército que prometió cumplir los objetivos de la revolución.
La mayor parte de los grupos, activistas e intelectuales a favor de la revolución han pedido al candidato de los HM, Mursi, que se retire de las elecciones presidenciales para que el candidato del ejército no pueda proclamar legitimidad alguna una vez “elegido”. Pero en su desesperado intento por mostrar algún tipo de logro en su alianza de un año con el CSFA, parece que los HM están dispuestos a que las elecciones sigan adelante. Una vez más el grupo islámico ha demostrado su incapacidad para incorporarse, y mucho menos dirigir, cualquier senda revolucionaria, aunque sus dirigentes son perfectamente conscientes de la determinación del CSFA y de las instituciones estatales de manipular las elecciones y forzar la victoria de su candidato por encima de la voluntad de la gente.
Durante una entrevista final antes de las elecciones, Mursi comprendió todo lo que está en juego y sus largas probabilidades electorales aunque las elecciones estén siendo manipuladas. Aunque creía que podría ganar fácilmente en unas elecciones justas y libres, admitió que era muy probable que se produjera un fraude electoral. Dijo además que recientemente el Presidente Jimmy Carter le había comentado que Mubarak llevaba décadas “durmiendo en la cama de Israel” y que “Shafiq seguiría sus pasos”. El ex Presidente, que expresó sentir mucha preocupación en la primera ronda electoral, había afirmado antes que no creía que el ejército estuviera dispuesto a traspasar el poder a un gobierno civil.
Mientras tanto, Shafiq, que no oculta su admiración por Mubarak y le considera el modelo a imitar, ha declarado descaradamente que su primera visita como presidente sería a Estados Unidos en señal de que él era su candidato preferido. Asimismo, dijo que no solo mantendría el tratado de paz con Israel, sino que lo profundizaría.
Así pues, quedará patente el espejismo de los HM al pensar que el CSFA le permitirá impugnar el poder. Tarde o temprano, el grupo comprenderá que, por su cuenta, ni puede competir ni puede ganar al ejército o al estado profundo de seguridad. Tendrá que cambiar fundamentalmente sus opciones estratégicas y adoptar de forma sincera la senda revolucionaria para derrotar los arraigados intereses del estado profundo. Incluso si por algún milagro su candidato gana las elecciones, los sucesos del año pasado han demostrado que en todas las instituciones bajo control estatal, incluido el poder judicial, nada cambiará a menos que se purguen todos los elementos contrarrevolucionarios, un concepto que el liderazgo del HM descuida y que suele aprovechar para ralentizar las reformas o, tras las bambalinas, llevar a cabo tratos muy discutibles a fin de preservar sus intereses.
Decepcionados, una vez más, con la actitud de los HM de ignorar el consenso, la mayoría de los grupos revolucionarios se han comprometido a seguir adelante con su revolución, una revolución que ha sido profundamente, pero aún no letalmente, herida. El ex candidato presidencial Dr. Abdel Moneim Abul Futuh, el favorito entre muchos de los grupos de revolucionarios y jóvenes, ha declarado que las últimas decisiones del Tribunal Supremo permitiendo la candidatura de Shafiq y la disolución del parlamento no eran más que un golpe de estado suave pergeñado por el ejército. Pidió el establecimiento inmediato de un consejo revolucionario integrado por todos los grupos y dirigentes a favor de la revolución para desafiar la usurpación del poder por el ejército y la inevitable presidencia de Shafiq.
Al percibir estas amenazas, docenas de esos grupos, que tanto han sacrificado desde los primeros días de la revolución, se han comprometido a unirse y proseguir la difícil lucha para desalojar al ejército del poder y conseguir el principal objetivo de la revolución estableciendo un estado civil verdaderamente democrático y poniendo fin a la cultura del estado profundo de seguridad. Miles de personas han tomado las calles, cientos de ellas han iniciado una sentada en la Plaza Tahrir.
Todos ellos admiten ahora con calma que han aprendido una lección muy dura. Esta vez su consigna no va a ser “el pueblo y el ejército son uno”, ahora su grito será: “Esta vez vamos en serio, no dejaremos la revolución en manos de cualquiera”.
Esam Al-Amin es un escritor independiente colaborador de numerosas páginas en Internet. Puede contactarse con él en: alamin1919@gmail.com
Fuente:
http://www.counterpunch.org/2012/06/15/the-true-face-of-egypts-military/