Inútil amenaza, tú seguirás jugando, y romperás los vidrios, si quiere el pelotazo, y harás mal los deberes, si asciende por tu mente, airoso y desplegado, tu sueño en barrilete.
-Cuando venga tu padre...
Mas tu padre comprende, y escuchará los cargos fingiéndose enojado, hasta que tú te alejes. Después, dirá en voz baja, que así como ésta tuya, fue traviesa su infancia. Y en tendido descanso, desandará dichoso los ojos entornados, los días de "rabona", los juegos en tejado, el rostro de la madre y aquel padre tan hombre que los dejó temprano. Y sentirá de pronto el terror de perderte, o de que tu lo pierdas, y buscará tus pasos, e irá con tu recuerdo trepando hasta la rama lejana de aquel árbol, follaje, como entonces, refugio de ese miedo de suelo de los pájaros.
-Cuando venga tu padre...
Y quien llega es un niño adormecido en hombre, que en vez de reprenderte, se enternece añorando.
Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el plazer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Y pues vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio porque todo ha de pasar por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros, medianos y más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos.