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León de Greiff cuando niño Foto de Melitón Rodriguéz, 1896, cortesía de la autora |
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Al cumplirse treinta años de su muerte, no podría mos pasar por alto el recordar a uno de los hombres más destacados y originales de la literatura colombiana e hispanoamericana, mi padre, el Maestro León de Greiff. Nacido en Medellín, descendiente de escandinavos y alemanes. Cuando lo iban a bautizar —en la iglesia de la Veracruz en Medellín, Antioquia— con los nombres de Francisco de Asís León Bogislao de Greiff Haeusler, el cura, al escuchar que dentro de los nombres que había escogido don Luis De Greiff, padre del niño, estaba el de León, le mencionó insolen-temente que ese nombre era de animal, a lo que don Luis exclamó ofendido: “El animal es usted, que no sabe que el Papa se llama León XIII.”
En un intento de desprovincializar a Antioquia (“Gente necia, / local y chata y ro-ma,” según De Greiff), el Maestro fundó la revista Panida, que publicó artículos y poemas de nuevos escritores nacionales y extranjeros desconocidos en el medio, como Manuel Machado, Francis James, Paul Fort y Juan Ramón Jiménez, que más tarde serviría de inspiración para el nacimiento del piedracielismo. La sala de redacción, donde se reunía el grupo artístico de los trece panidas, era el café El Globo de Medellín. En esa su revista De Greiff publicó La balada de los búhos estáticos . Su obra se inició dentro del modernismo, adoptando luego posiciones estéticas acordes con el surrealismo francés y con el creacionismo de Vicente Hui-dobro, hasta adquirir un sello definitivamente personal y propio.
De Greiff, autor de novela policíaca Más tarde, ya en Bogotá, fue fundador, con Jorge Zalamea, del grupo literario Los Nuevos y publicó su primer libro de poemas, Tergiversaciones (dedicado precisamente a los 13 panidas), al que luego le siguieron Cuadernillo poético, Libro de signos, Prosas de Gaspar, Variaciones alrededor de nada , Semblanzas y comentarios, Fárrago, Bárbara charanga, Bajo el signo de Leo , Nova et vetera , Libro de relatos, Lexicón de Mr. Grey, dedicado exclusivamente a la voces por él usadas en sus poesías . Pero la obra de D e Greiff no solamente comprendió poesía: también escribió una novela policíaca titulada: El misterio del cuarto 215 ó la pasajera del Hotel Granada.
Inventor de una estética literaria particular De Greiff empleó palabras de poco o ningún uso, utilizó formas totalmente innovadoras en el verso, creo vocablos sustentados por las últimas acepciones del diccionario de la Real Academia y combinaciones de raíces latinas, griegas y otros idiomas. Sonatas, preludios, fantasías, rapsodias, cancioncillas, nocturnos, suites, fugas, fuguetas, sonatinas, constituyen “el sinfonismo greiffiano,” con el cual el escritor intenta interpretar o igualar las normas de la música clásica en poesía, como en Fantasía cuasi una sonata dond e que sigue muy de cerca la estructura de la sonata Claro de luna de Beethoven.
Parte de su imaginario se asocia con felinos, briosos corceles, una gran variedad de aves como el búho, el cuervo, el pingüino, el albatros. El mar evoca tiempos remotos y los metales simbolizan profundas emociones, al igual que algunos nombres de mujer recuerdan aventuras de novelas de caballería: Mor-gana, Bibiana, Melusina, Salomé, Cleopatra y la reina de Sheba evocan, referidas a lo bíblico, la historia y la leyenda. El tema del amor lo insinúa desde la seducción con Altaclara, Xatli, Xeherazada, Carlota, Oriana Cloe, Agnés , entre otras.
Dos poemas de León de Greiff |
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Señora Muerte! |
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Por los amigos muertos
Señora Muerte que se va llevando todo lo bueno que en nosotros topa!… Solos —en un rincón— vamos quedando los demás… ¡gente mísera de tropa! Los egoístas fatuos y perversos de alma de trapo y corazón de estopa; manufactores de fugaces versos; poetas de cuadrícula y balanza, a toda pena, a todo amor adversos…; los que gimen patética romanza; lacrimosos que exhiben su película; versistas de salón y contradanza—; cantores de la “tórrida canícula,” del “polo frío,” “del canoso invierno…” ¡líricos de alma exánime y ridícula! Bardos que prostituyen el eterno jardín, y que florecen madrigales de un olor soporífero y externo… Vates ultra–sensible y banales que ningún vaho de verdad anima… Gramáticos solemnes y letales… ¡Malabaristas de estudiada esgrima! …¡Oh tristeza perenne de las cosas que no tienen sabor, —hechas a lima! …En un rincón quedamos las tediosas gentes sin emoción, huecas y vanas… ¡Lléguense las nocturnas mariposas fúnebres, y que lloren las campanas…! Este fastidio que me está matando… ¿dónde las almas íntimas, hermanas…? ¡Señora Muerte se las va llevando!
Cancioncilla Quise una vez y para siempre —yo la quería desde antaño— a ésa mujer, en cuyos ojos bebí mi júbilo y mi daño... Quise una vez —nunca así quise ni así querré, como así quiero— a ésa mujer, en cuyo espíritu fundí mi espíritu altanero. Quise una vez y desde nunca ya la querré y hasta que muera— a ésa mujer, en cuya boca gusté —otoñal— la Primavera. Quise una vez —nadie así quiso ni así querrá, que es arduo empeño— a ésa mujer, en cuyo cálido regazo en flor ancló mi ensueño. Quise una vez —jamás la olvide vivo ni muerto— a ésa mujer, en cuyo ser de maravilla remorí para renacer... Y ésa mujer se llama... Nadie, nadie lo sepa —Ella sí y yo—. Cuando yo muera, digas —sólo— ¿quién amará como él amó?
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El cuarto del búho: su “biblioteca refugio” En la estética hegeliana, las artes se desarrollan desde la arquitectura hasta la poesía, integrando así lo universal y lo particular. Un asunto de suma importancia para Humboldt, es la búsqueda de un elemento común en las distintas lenguas. Estos dos sencillos ejemplos son fácilmente percibidos en la conformación de la biblioteca del Maestro de Greiff, quien, en la organización de sus libros, las temáticas contribuyen a un todo estructural . La inclusión o eliminación de un ejemplar suponía una reestructuración a todo lo demás. A León de Greiff le bastaba una habitación modesta donde se encontraba su biblioteca “el cuarto del búho” que le propiciaba una relación de intimidad con sus libros. En ella no había aparentemente el menor indicio de clasificación, pero el Maestro conocía y sabía exactamente dónde se encontraba cada libro, ordenadamente numerado. En aquel lugar, el escritor buceaba en la literatura, la historia, la música, la política, la filosofía…
Montaigne concebía su “biblioteca–refugio” como un espacio textualizado, en el que se desenvolvía plenamente su personalidad de humanista y escritor, y en esto hay un parecido entre el noble ensayista y el Maestro León: sus libros se encontraban en estantes, en los poyos de las ventanas y en el suelo. Un espacio ensamblado por y para aquella singular personalidad creadora. Lo importante aquí es tratar de dilucidar lo que aquel conjunto de libros significó como construcción textual, y la función que ésta desempeñó en el imaginario del escritor, como campo semántico.
Pero dejemos que el poeta mismo nos describa cómo era exactamente “el cuarto del búho,” pues su biblioteca era solamente frecuentada por sus “otros yoes”: Leo Legris, Ramón Antigua, Matías Aldecoa, Nico de la Farádula, Sergio Stepansky, Alipio Falopio, Dídimo el Máximo, Pantollo Bandullo y Baruch, entre otros muchos.
“Lo que ha dado en llamarse el cuarto del búho, a juzgar por informaciones no totalmente desprovistas de verosimilitud, barrunto que es ese barajustado aposento donde se arrumbó —de antaño— cuanto estorbaba en otro sitio: catálogo no catalogado, de las más diversas antiguallas y novelerías: la inutilería en stock... Quizá no para él: para las otras gentes; y él, no es el búho, sino el inquilino.”
Para cerrar este brevísimo homenaje, referiremos cómo el Maestro hablaba de sus múltiples reconocimientos:
“Las condecoraciones se pueden usar sin frac” Burlonamente, alguna vez el poeta contestó respecto a sus condecoraciones, enumerando: la de La Cruz del Sur, el Dragón enfermo, el Grillo Desolado, el Gato que Pelotea, la Foca Sitibunda, el Oso Polar, el Asno de Burilan, el Cisne de Pésaro, la Cacatúa Melancólica y la del Último Nacido del Viejo Cisne y Leda.
Mucho se ha dicho y se dirá sobre este hombre que, hace 111 años, nacía un 22 de julio y, paradójicamente, moría en Bogotá en el mismo mes, hace ya 30 años, a la madrugada de un lluvioso domingo. Esta celebridad del medio literario, fue postulado en diversas ocasiones, por diferentes organismos nacionales e internacionales, al Premio Nobel de Literatura, a lo que él afirmó siempre: “El Nobel no me interesa, y si me lo concedieran no lo aceptaría.”
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