SE REFIERE que cuando José Martí vino por primera vez a Venezuela, en 1881, al llegar a Caracas impulsado por lo que consideraba un imperioso deber, y casi sin quitarse el polvo del camino, dirigióse a la Plaza Principal, donde con fervorosa emoción rindió su tributo a Bolívar, al gran padre de la libertad americana, cuyos pasos, obra y pensamiento él se disponía a continuar con firme voluntad y total desprendimiento.
Nacido a mitad del siglo XIX, exactamente el 18 de enero de 1853, y guiados sus primeros pasos por un maestro de primaria que supo infundir en él un profundo amor por su patria, por los desposeídos y por la libertad -llamábase el maestro y patriota Rafael María de Mendive-, pudo Martí en su niñez lúcida y alerta tener mucha información acerca de las guerras que por la independencia continental librara Bolívar. Los dolores y glorias de esas luchas, el eco de los triunfos, los alientos que de ella llegaban para animar a la juventud cubana, necesariamente obligaban al niño Martí a comparar la situación colonial que aún pesaba sobre su patria, Cuba, y sobre la hermana Puerto Rico, y a acercarse para nutrirse de cuanto hermoso, grande y heroico emanaba de aquellas gestas y de su conductor genial, Simón Bolívar, quien comenzó a ser para Martí ejemplo, cantera y manantial ideológico revolucionario.
Confluyen en Martí la América que viene de librar grandes combates no concluidos y la América que ha de continuarlos. Por eso ha de proclamar él alguna vez: «Lo que Bolívar no hizo está por hacer en América». Y él se entregó a ese hacer, iniciando un nuevo ciclo de luchas políticas, sociales y culturales en América Latina, algunas de cuyas etapas se han cumplido y otras continúan avanzando por el camino de la historia bajo el signo luminoso que Bolívar y él, genios de la Revolución de nuestros pueblos, señalaran.
Pero busquemos en la historia para tocar con nuestros propios pensamientos esa identidad que vincula en tiempo, espacio y acción revolucionaria a Bolívar y Martí.
Desarrollados los acontecimientos y transformada la lucha política en contienda armada, el carácter de ésta con sus victorias y derrotas, avances y retrocesos, fue exigiendo cada vez más la unidad de acción y que los líderes civiles y militares del movimiento vieran sus luchas locales como parte de la lucha continental. Es por ello que Bolívar no vacila, caída la primera República de Venezuela, en marchar a la Nueva Granada y ofrecer sus servicios a los patriotas de aquel territorio y pedirles a la vez ayuda para redimir a Venezuela.
Bolívar hace ver que la seguridad de la Nueva Granada dependía, en gran medida, de la Independencia de Venezuela y que este país, tomado por las armas españolas, constituía un peligro para la seguridad neogranadina. Por otra parte, al combatir en territorio neogranadino; Bolívar se consideraba como un americano que cumplía con su deber y que estaba ligado a la causa de su país, como lo estaba a todo el territorio de América. Su victoriosa campaña en los valles del Magdalena y Cúcuta constituyeron una valiosa ayuda para la seguridad de Cundinamarca, afirmando el prestigio del caraqueño y facilitando el éxito de su pedimento para marchar sobre territorio venezolano acompañado de oficiales de uno y otro país. Se concretaba así mucho de lo expuesto por el futuro Libertador en el Manifiesto de Cartagena, donde Bolívar se dirige a los neogranadinos como uno de sus conciudadanos. En efecto les dice en el célebre escrito:
Yo soy granadino, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos estados.
Bolívar reafirmaba así, al iniciar su exposición, su condición de hombre americano que consideraba a todo el Continente como su Patria y para quien era un deber luchar por la libertad de éste en cualquiera de sus territorios. Para él los neogranadinos eran, por eso, sus conciudadanos.
Este sentimiento va a ser expresado con mayor amplitud mediante un análisis de sus causas históricas, en la Carta de Jamaica, fechada en Kingston el 6 septiembre de 1815; en ella el Libertador anotaba:
Nosotros somos un pequeño género humano, poseemos un mundo aparte cercado por dilatados mares... Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande Nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria... Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola Nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo... ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! ¡Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las Naciones de las otras tres partes del mundo!
Era la anunciación del papel que en la política universal le tocaría jugar a este Continente.
Cambiando el curso de la lucha por la Independencia -favorable hasta entonces a los realistas-, con la toma de Angostura por los ejércitos patriotas y debido a la incorporación de las masas populares al lado de los independentistas, Bolívar acentúa su preocupación en el desarrollo de la política internacional, pues comprende cómo el curso de ella puede afectar al logro definitivo de la independencia del continente latinoamericano o bien favorecerlo. Igualmente comienza a mirar cuidadosamente hacia el Norte y a sacar conclusiones ante la dubitativa política de los gobernantes de Estados Unidos hacia la lucha que libraban los pueblos de nuestros países por alcanzar su libertad. No se escondía al Libertador la posibilidad de que el vecino del Norte en creciente poderío, quisiese, como en efecto lo quería, transformarse en el heredero de España en estos territorios, cuyo destino político hasta esos momentos era incierto. Numerosos indicios permitían a Bolívar suponer las ambiciones que el Norte y en Europa se estaban moviendo hacia este nuevo mundo que aún libraba su guerra de liberación, lo cual iba a ponerse cada vez de manifesto en la medida que los triunfos patriotas acercaban un desenlace.
Las reservas y retardos para reconocer al Gobierno de Colombia; las maniobras encaminadas a obstaculizar la llegada de tropas y pertrechos que, procedentes de Europa y dirigidos a los ejércitos patriotas, ejecutaban barcos de guerra y mercantes estadounidenses, así como la entrega por las mismas naves de auxilios a los bloqueados ejércitos de España, eran hechos que indicaban sin eufemismos cuál iba a ser la política futura de los grupos predominantes en Estados Unidos respecto a América Latina. Los incidentes significativos ocurridos territorio venezolano, concretamente en Angostura el año 18, provocados por barcos estadounidenses, determinan el cruce de varias cartas entre Bolívar y el agente norteamericano B. Irvine, obligando al Libertador a formular airados párrafos como los que transcribimos:
Angostura, agosto 6 de 1818
Al señor B. Irvine,
Agente de los Estados Unidos de América cerca de la República de Venezuela.
Señor Agente:
Tengo el honor de responder a la nota de V.S. del 25 julio próximo pasado relativa a las indemnizaciones pedidas por las condenas hechas de las goletas americanas Tigre y Libertad, apresadas por las fuerzas marítimas de Venezuela... Desde los primeros días de enero de 1817 las plazas de Guayana y Angostura (en poder de los españoles) fueron sitiadas hasta el mes de agosto del mismo año. En ese tiempo las goletas Tigre y Libertad han venido a traer armas y pertrechos a los sitiados y por eso cesan de ser neutrales, se convierten en beligerantes y nosotros hemos adquirido el derecho de apresarlas por cualquier medio.
Más adelante Bolívar, en otra fechada en Angostura el 20 de agosto, le dice al mismo Irvine:
Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de las leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiéramos procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa que equivale a la muerte, contra los virtuosos ciudadanos que quisieron proteger nuestra causa, la causa de la justicia y de la libertad, la causa de la América.
Si el libre comercio de los neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer la guerra, ¿Por qué se prohíbe en el Norte? ¿Por qué a la prohibición se añade la severidad de la pena sin ejemplo en los anales de la República del Norte? ¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el derecho de neutralidad les permite exigir? La prohibición no debe entenderse sino directamente contra nosotros que éramos los únicos que necesitábamos protección. Los españoles tenían cuanto necesitaban o podían proveerse en otras partes, nosotros sólo estamos obligados a recurrir al Norte, así por ser nuestros vecinos y hermanos, como porque nos faltaban los medios y relaciones para dirigirnos a otras potencias… Negar a una parte los elementos que no tienen y sin los cuales no pueden sostener su pretensión cuando la contraria abunda en ellos, es lo mismo que condenarla a que se someta, y en nuestra guerra con España es destinarnos al suplicio, mandamos a exterminar. El resultado de la prohibición de extraer armas y municiones califica claramente esta parcialidad. Los españoles que no la necesitaban las han adquirido fácilmente, al paso que las que venían para Venezuela se han detenido.
Y en otra, fechada también en Angostura el 7 de octubre de 1818, dirigida al mismo Irvine, Bolívar, irritado, le dice:
Quisiera terminar esta nota desentendiéndome del penúltimo párrafo de la de V.S. porque siendo en extremo chocante e injuriosa al Gobierno de Venezuela, sería preciso para contestarlo usar del mismo lenguaje de V.S. tan contrario a la modestia y decoro con que por mi parte he conducido la cuestión. El pertinaz empeño y acaloramiento de V.S. en sostener lo que no es defendible sino atacando nuestros derechos, me hace extender la vista más allá del objeto a la que sería nuestra conferencia. Parece que el intento de V.S es forzarme a que reciproque los insultos: No lo haré; pero sí protesto a V.S que no permitiré que se ultraje ni desprecie al Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual suerte, lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero si todo el mundo la ofende.
Mientras esto ocurría, la política de los Estados Unidos se iba orientando hacia el aprovechamiento de condiciones internacionales que le permitiera adelantar la política de expansión hacia Latinoamérica.
Es por eso que la posición asumida por Bolívar, sus planes y anhelos de unidad continental y la incorporación, como pueblos libres de Hispanoamérica, de Cuba y Puerto Rico, encontraron oposición cerrada por parte de los gobernantes del Norte y de aquellas oligarquías locales que en estos países aspiraban ya la toma del poder, parcelando territorios, creando divisiones y procurando desde entonces aliarse y servir al gran vecino. Del enfrentamiento de Bolívar con semejantes fuerzas éste iba a salir vencido, pero el continente y sus pobladores, en particular los desposeídos; los patas en el suelo, iban a ser las víctimas. Frente a los poderosos Estados Unidos, orgánicamente cohesionados; la América Latina se iba mostrar desunida, balcanizada y propicia para su desmantelamiento y explotación. Ese proceso en marcha lo halló Martí cuando inicia su vida política y su lucha. Y por eso comprendía, y así lo anotó, que «Cuba debe ser libre de España y de los Estados Unidos». A esa tarea va a entregar su acción, su talento, su vida: ese amor a la patria Cubana intensamente sentido, va a extenderse hacia toda América, hacia la humanidad, hacia los humildes.
En su poema dramático «Abdala», en el cual apunta ya su genial precocidad, proclama:
El amor, madre, a la patria,
No es el amor ridículo a la tierra,
Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
es el odio invencible a quien la oprime
es el rencor eterno a quien la ataca;
Y tal amor despierta en nuestro pecho
el mundo de recuerdos que nos llama
a la vida otra vez.
Prodigiosamente se conjugan en Martí un conjunto de capacidades que han de conformarlo como una de las personalidades más extraordinarias de su tiempo: Poeta, prosista, estadista, periodista de pluma encendida y vigorosa, revolucionario cabal; todo en él se manifestaba con excelsa elevación.
En sus Versos sencillos hállase todo un cuadro de su sentir y de su existir. Su tránsito de revolucionario, político y poeta desterrado por América, intensificará en él su concepto de ciudadano continental y su profundo amor por todos aquellos a quienes consideraba sus hermanos y por la deslumbrante geografía de este mundo nuevo.
Como Bolívar y otros libertadores sabía Martí la importancia de ligar la lucha por la independencia de Cuba y Puerto Rico al ideal de la unidad latinoamericana. Sabía también que a la independencia de esas islas y a sus vinculaciones posteriores al resto del Continente se opondrían, como ya lo hicieran en los países continentales, las oligarquías locales y la voracidad de los grupos predominantes en Estados Unidos, cuya política expansionista era conocida de Martí. Por eso insistía -avanzada y concretada su lucha- en señalar a sus compatriotas la actitud que se debía adoptar en el proceso revolucionario de liberación frente a los Estados Unidos. De allí que, con motivo de la celebración de la Primera Conferencia Panamericana que tanto lo inquietara, dirigida y controlada por Washington, lanzará a Cuba y a América su alerta:
En ese congreso de naciones americanas -dice-, donde por grande e increíble desventura, son tal vez más los que se disponen a ayudar al Gobierno de los Estados Unidos a apoderarse de Cuba que los que comprenden que les va su tranquilidad y acaso lo real de su independencia en consentir que le quede la llave de la otra América en estas manos extrañas. Llegó ciertamente para este país (EE.UU.) apurado por el proteccionismo la hora de sacar a plaza su agresión latente, y como ni sobre México ni sobre Canadá se atreve a poner los ojos, los pone sobre las islas del Pacífico y sobre las Antillas, sobre nosotros.
No escapaban a Martí tampoco las maniobras del vecino norteño desarrolladas entre ciertos grupos cubanos para alentar la idea del anexionismo; en tal sentido eleva su palabra:
En Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla. Esa clase de hombres, ayudados por los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos tímidos, todos irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la riqueza, tienen tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa y fácil. Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de serlo verdaderamente. Pero como esa es la naturaleza humana, no hemos de ver con desdén estoico sus tentaciones, sino de atajarlas.
Y al soñar con la integración de nuestra América proclama la necesidad de que ésta encuentre sus propias raíces y sobre ellas construya su genuina fisonomía:
La historia de América, desde los incas a acá ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas.
Habitaban en Martí el aliento y los sueños de Bolívar, como para aquél levantar a América hacia la conciencia de su propia dignidad, hacerla volver los ojos a sí misma tarea fundamental, y era necesario dentro de esa tarea enseñarle a mirar a Bolívar en su justa estatura de héroe muy nuestro. Martí lo hacía con la comprensión que era necesario apoyarnos en su ejemplo grandioso para continuar en América lo que quedaba por hacer:
Pensar en él -dijo-, asomarse en su vida, leerle una arenga, verlo deshecho y jadeante en una carta de amores, es como sentirse orlado de oro el pensamiento. Su ardor fue el de nuestra redención, su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente: su caída para el corazón. Dícese Bolívar, y ya se ve delante del monte al que, más que la nieve, sirve el encapotado jinete de corona, ya el pantano en que revuelven con tres repúblicas en el morral, los libertadores que van a rematar la redención de un mundo. ¡Oh no! en calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella: ¡De Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño y la tiranía descabezada a los pies...! Ni a la justa admiración ha de tenerse miedo, porque esté de moda continua en ciertas especies de hombres el desamor a lo extraordinario; ni el deseo bajo del aplauso ha de ahogar con la palabra hinchada los decretos del juicio; ni hay palabra que diga el misterio y fulgor de aquella frente cuando en el desastre de Casacoima, en la fiebre de su cuerpo y la soledad de sus ejércitos huidos, vio claro, allá en la cresta de los Andes, los caminos por donde derramaría la libertad sobre las cuencas del Perú y Bolivia. Pero cuanto dijéramos y aun lo excesivo, estaría bien en nuestros labios esta noche, porque cuantos nos reunimos hoy aquí somos los hijos de su espada.
Y hasta el fin de su existencia habría de acompañar a Martí el ideario que lo Identificaba a Bolívar y a los mejores hombres de la liberación de América. Por eso, iniciada la guerra decisiva por la liberación de su patria y ya en los campos donde se libraban batallas, escribe para el mundo:
Plenamente conocedor de sus obligaciones, con América y con el Mundo, el pueblo de Cuba sangra hoy a la bala española, por la empresa de abrir a los tres continentes en una tierra de hombres, la República independiente que ha de ofrecer casa amiga y comercio libre al género humano.
Y el día antes de su muerte, 18 de mayo de 1895, en Dos Ríos, escribe a Manuel Mercado:
Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlos- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Carta que fue testamento y una premonición... Pero así como Martí comprendió la necesidad de ir adelante con la obra de Bolívar, otros comprendieron igualmente el deber de proseguir con esfuerzos y sacrificios a la obra martiana revolucionaria en América Latina.
Y ese es el sentido de la respuesta de Fidel Castro, cuando, apresado luego del asalto al Moncada e interrogado acerca de quién lo había instigado a tal acción, respondió: «José Martí... Tras Martí alumbra la mirada firme, serena y decidida de Simón Bolívar».
Julio, 1975