Comparte tus conocimientos, tus sueños, tus pensamientos, tus sentimientos. Si te los guardas,
los estancas y enmohecen, si los expresas germinan, suscitan nuevas emociones, despiertan
inquietudes, cobran movimiento, crecen, estremecen.
Compartir no es restarte, compartir es multiplicar, compartir es prolongar tu ser, es causar
sensaciones, es irradiar, dejar huellas que perduren en la memoria y en los corazones de los
demás.
Compartir es engarzar tu propio eslabón en una cadena que propague una corriente de
generosidad, esperanza, gratitud, alegría, energía, aprecio, aceptación y perdón.
Compartir ayuda a recomponer los pedazos desintegrados por la soledad, a cicatrizar las
heridas de la desdicha, a amortiguar los golpes del destino, a tapar las grietas de la
desconfianza, a asentar los cimientos de la amistad.
Compartiendo ganas mucho más de lo que puedas recibir a cambio, porque el afán de tener
algo que ofrecer, te lleva a nutrirte tú mismo, a elevarte, a enriquecerte.
Para poder compartir te esfuerzas en mejorar, en aprender, en potenciar la imaginación, en
alertar tus sentidos, en cultivar tus valores, en engrandecer tus virtudes, en fortalecer tu
espíritu, en emanar vitalidad.
El anhelo de compartir te esculpe con un martillo y cincel guiados por la minuciosidad de la
sensibilidad, por la belleza de entregar, por la magia de emocionar.
Brinda tu sonrisa, ofrece una palabra amable, siembra ilusiones, contagia entusiasmo, provoca
palpitaciones, reparte consuelo, inspira confianza, derrocha ternura, transmite comprensión,
estimula comunicación, motiva complicidad.