Es alto y delgado, de voz y mirada firme. Lo conocí en la celebración de la llegada de una familia compuesta por padre, madre y dos hijas adolescentes, procedentes de Cuba, a su casa en Florida. El padre es su nieto y las chicas sus bisnietas, tenía 11 años que no los veía, desde que él mismo llegó a Estados Unidos pedido por su hijo, que a su vez tenia 20 años que no veía a esta descendencia y ni siquiera conocía a sus nietas. El bisabuelo resumió su emoción con breves palabras: "finalmente tengo a toda la familia junta de nuevo, ya puede pasar cualquier cosa". Asistí a la reunión porque quería ver y sentir la emoción humana del rencuentro de una familia que sufre, como centenares de miles, el drama de la separación por años y la lucha por salir de la pobreza y la miseria que reinan en Cuba.
La familia recién llegada está embargada de emociones encontradas, por una parte la sensación de haber salido de una prisión, de hecho aún se muestran dominados por el miedo a hablar ante mi curiosidad por saber detalles de la vida diaria en su pueblo natal, y por otra parte, el dolor de la separación de su gente, su terruño, sus amigos y compañeros, sentido especialmente por las niñas. Los padres me confiesan su temor e incertidumbre frente a la necesidad de encontrar trabajo y ganarse la vida en un país extraño y la continuación de los estudios de las adolescentes en un idioma que aún no poseen. Compartirán los cuatro una sola habitación hasta que puedan trabajar y tener la posibilidad de alquilar una vivienda. En fin, noto la mezcla de emociones por una libertad tan desconocida que aún no pueden entenderla y sentirla, y los temores frente a un futuro incierto que saben lleno de dificultades y retos a vencer. La esperanza surge de las palabras mágicas: "si otros lograron hacerse de una vida digna y confortable aquí con su trabajo, nosotros también lo haremos".
Ya avanzada la noche, habiéndose retirado la mayoría de los invitados y el bisabuelo ya durmiendo, me siento con la familia, exhausta del viaje y las emociones, a compartir un cafecito cubano, que a esa hora de la madrugada lo siento aún más concentrado para mi gusto venezolano, pero nos estimula para mantenernos despiertos. Me cuentan la enorme impresión que fue para todos montarse en un avión por primera vez, y aterrizar en ese enorme aeropuerto, y salir a deslumbrarse con las instalaciones, el trajín de tantos pasajeros y empleados, y luego el tráfico raudo en las impresionantes autopistas que parecen salidas de una película. Y no es para menos, en su pueblo natal solo está asfaltada la calle principal y se pueden contar los vehículos con los dedos de la mano, siendo el más nuevo de 1955.
Me hablan con palabras rápidas y emocionadas del "montón de dinero" que tuvo que invertir la familia para sacarlos de Cuba: la "carta blanca" o autorización de salida 150 CUC, impuesto de salida 25, y el pasaje 270, más 20 por debajo de cuerda para asegurar el cupo; pero lo realmente injusto, según ellos, fue el llamado examen médico: 400 CUC por un examen de sangre para descartar el SIDA y una radiografía de pulmón; de manera que sumando algunas menudencias adicionales fueron un total de unos 900 CUC por persona y 3.600 para los cuatro, equivalentes a unos 3.700 dólares. Como mi cara aparentemente no reflejó todo el asombro que ellos esperaban, me explicaron que un CUC, la moneda cubana equivalente a poco más de un dólar, cuesta 25 pesos y que el padre, aun siendo profesional, ganaba 700 pesos al mes, el equivalente a 28 CUC. Es decir, el costo de la salida de Cuba de la familia equivale a su sueldo durante 129 meses, ¡más de 10 años! Ahora sí me asombré. Y ellos sonrieron sin poder borrar su profunda tristeza por las increíbles condiciones de su país, ¡Ya por más de medio siglo!
A pesar del cansancio, mientras las niñas se probaban emocionadas algunos vestidos que les habían regalado, les pregunto por el acceso a los alimentos. Me explican que hay dos tipos de tiendas, la que expende según la libreta de racionamiento y que permite pagar en pesos, que casi no tiene nada que ofrecer, donde por ejemplo pueden obtener kilo y medio de azúcar, la cuarta parte de un pollo, un litro de aceite y libra de café ¡para un mes!, y las tienditas más equipadas pero donde se paga con CUC, es decir, dividiendo el sueldo entre 25. Todas las tiendas son del gobierno y los que las atienden son empleados. El renovado flujo de dólares con las facilidades de visitar a la isla desde Estados Unidos debe convertirse por ley en CUC. Con el ingreso de estos dólares y lo que deben pagar los familiares de los que logran aprobación para salir, el gobierno cubano está recibiendo un ligero alivio a su desgastada y reducida economía, complemento del sustento harto conocido que envía el gobierno de Chávez cada día en petróleo, turistas oficiales y "convenios" y la industria turística impulsada por empresas españolas.
También me contaron que algunas familias están mejorando sus arruinadas casas con las remesas que reciben de parientes y amigos desde Estados Unidos, y que muchos jóvenes de ambos sexos se esfuerzan en estudiar con dos metas: salir de la isla a otro país o entrar a trabajar en algún hotel o instalación turística para extranjeros, donde con la propina en CUC reciben más que con su sueldo en pesos, mientras intentan hacer realidad el sueño de contraer matrimonio con alguna persona extranjera que los saque de allí. Muchos lo han logrado, me dicen.
Finalmente me mostraron fotos de su pueblo, donde se observa un ambiente que parece detenido en el tiempo en los años 50, y donde las inclemencias del tiempo y la falta de recursos, y ánimo para mejorar y mantener, muestran un pueblo arruinado, y, peor aun, almas que perdieron la esperanza en su propio país. A la vista de una plaza pública en ruinas, por cierto con un muro que pretende deslindar a la iglesia, hago la pregunta lógica. ¡Para qué mejorar algo si todo es del Estado y nadie te va a pagar por ello!, responden categóricamente. Me despedí agradeciendo la oportunidad de haber vivido su emocionante trasplante social, lleno de dolor por el arranque de su origen, pero igualmente lleno de renovadas esperanzas y bríos por alcanzar una mejor calidad de vida y un futuro promisorio para las niñas, algo inexistente en su vida cubana. Ante su pregunta, ya a la hora del apretón de manos, sobre Venezuela, respondí instantáneamente: Venezuela se librará de la pesadilla de ser otra Cuba el 7 de Octubre! Me miraron con la mirada del cubano que ha vivido más de medio siglo bajo la dictadura comunista, con cierta compasión, y la expresión: ¡Dios los oiga, los proteja y los encamine!
¡Ahora rezo más por Venezuela y todos los venezolanos sin distingos, cada día!
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