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General: MARTÍ : SU CARTA INCONCLUSA A MANUEL MERCADO ...( SU TESTAMENTO POLÍTICO )
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 15/08/2012 14:46

Martí: su carta inconclusa a Manuel Mercado

Mayo 18, 2011 por Narciso

 

Cuadro del pintor mexicano Diego Rivera (José Martí al lado de Frida Khalo y detrás del propio Rivera)

En la histórica carta inconclusa, convertida por circunstancias posteriores en su testamento político, José Martí escribió a “mi hermano queridísimo”, —el mexicano Manuel Mercado—, fechándola el 18 de mayo de 1895 en el Campamento de Dos Ríos e iniciándola con estas palabras: “Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esta casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”.

 

Gonzalo de Quesada y Aróstegui publicó la carta inconclusa a Mercado en la primera edición de las obras de Martí, a inicios del siglo XX, tomándola del facsímil que, a su vez, había reproducido el oficial y escritor español Enrique Ubieta en su libro cronológico sobre la Revolución Cubana. Según expresa este autor, la había recibido de manos del General Salcedo, entonces jefe de la plaza de Santiago de Cuba. Su original se considera hoy desaparecido.

Como sabemos, la historiografía burguesa cubana, en sus incursiones sobre el pensamiento del Apóstol, se encargó de ocultar cuidadosamente o minimizar la esencia de la idea martiana en este sentido. Nada le será más ajeno y peligroso que proyectar y difundir estas y otras apreciaciones semejantes de José Martí que fijaban su profunda convicción antiimperialista, así como las que recogió sobre sus vivencias dentro de la sociedad norteamericana (Viví en el monstruo y le conozco las entrañas… ), incluidas las intervenciones, como representante del Uruguay, ante las conferencias interamericanas de Washington.

No abundaron, ciertamente, los estudiosos martianos que en los años de la República mediatizada abordaron estos temas y les concedieron la importancia central en el pensamiento y la acción del Apóstol. Quienes fuimos alumnos de primaria y estudiantes de secundaria en las décadas del 40 y 50 podemos así corroborarlo.

Agradezcamos pues a figuras ilustres y prestigiosas de nuestra intelectualidad que hicieron desde entonces especial énfasis en la historia patria, como Julio Antonio Mella, Emilio Roig de Leuchsenring, Juan Marinello, Raúl Roa, Carlos Rafael Rodríguez o José Antonio Portuondo, quienes fueron desbrozando el camino desde el sitial de su magisterio y en medio de las condiciones nada favorables de la dominación neocolonial, desentrañaron verdades y mostraron a los cubanos la génesis de sus orígenes y de su historia. Cintio Vitier se destacó en la valoración ética del antiimperialismo martiano.

El 19 de mayo de 1895, en la confluencia de nuestros ríos Cauto y Contramaestre, se produjo la más grande e infausta tragedia de la historia de Cuba. La caída en combate de José Martí —según se aprecia a lo largo de todos los acontecimientos posteriores—, torció fatalmente los destinos de la Patria que surgiría a fuerza de sangre y coraje en la guerra necesaria e impidió que la República martiana se hiciera realidad.

Paradójicamente, la visión genial de José Martí —expresada en la carta a Mercado—, quedó plenamente confirmada con el desenlace de la contienda y la intervención yanki. Faltaría aún un duro y largo camino por recorrer.

La misiva inconclusa, junto a otros documentos y cartas personales, la llevaba Martí encima —en sus bolsillos—, durante el desgraciado instante de Dos Ríos, y fue ocupada en esos momentos por los militares españoles que se apoderaron de su cadáver.

El destino caprichoso quiso unir en la historia de Cuba a estas dos fechas que estrechamente se relacionan en la palabra y en la acción. Dentro del párrafo inicial ya citado hay expresiones que echan por tierra cualquier tergiversación o intriga: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber “(… )” de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.

El 1º de Enero de 1959 la Revolución Cubana rompió definitivamente aquel “silencio martiano”.

Tomado de periódico Granma



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De: Ruben1919 Enviado: 15/08/2012 14:56
 
 
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Manuel Mercado
Información sobre la plantilla

Abogado Mexicano amigo íntimo de Martí
Nombre Manuel Antonio Mercado y de la Paz
Nacimiento 28 de enero de 1838
La Piedad de Cabadas, Michoacán, México Bandera de los Estados Unidos Mexicanos
Fallecimiento 9 de junio de 1909
Ciudad de México, México Bandera de los Estados Unidos Mexicanos
Nacionalidad Mexicana
Ocupación Abogado
Manuel Antonio Mercado y de la Paz. Abogado mexicano, amigo de José Martí, fue su más fiel e íntimo confidente por más de 20 años. Mantuvieron una correspondencia avalada por más de 140 cartas donadas por el hijo de Mercado luego de la muerte de este. La última de estas cartas conocida como Carta inconclusa a Manuel Mercado, se considera el Testamento Político de Martí.

Contenido

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Datos biográficos

Nació en La Piedad de Cabadas, Michoacán, México, el 28 de enero de 1838. En 1861 termina la carrera de Licenciado en Leyes en la capital de México y retorna a su ciudad natal, donde más tarde se le confiere el cargo de Oficial Mayor de la Secretaría de Gobierno del Estado, y es posteriormente elegido diputado al Congreso de la Unión en representación de dicho Estado.

Cargos ocupados

Desempeñó diversos cargos en los Tribunales de Justicia y en el gobierno de México. En 1882 fue nombrado por el Presidente de la República como Subsecretario de Gobernación, cargo que mantuvo durante largos años, además fue Vicepresidente de la Academia Mexicana de Jurisprudencia, Secretario del Colegio Nacional de Abogados y Secretario del Gobierno del Distrito Federal. Fue, según sus contemporáneos, humano, bondadoso y afable.

Su relación con José Martí

Durante más de 20 años José Martí sostuvo una fructífera relación amistosa con Manuel Mercado, a quién conoció desde su llegada a Ciudad México el 10 de febrero de 1875 cuando en unión de su padre, Mariano Martí, fue a recibirlo cuando arribó a la capital mexicana en un tren procedente de Veracruz. Mercado tenía entonces 37 años y era Secretario del Distrito Federal. Desde ese instante se inició entre ambos una amistad que continuó desarrollándose aún después de Martí residir fuera de México.

Más de 140 cartas avalan esto puesto que le escribió a Mercado desde los diferentes países donde residió y en sus misivas trató desde cuestiones personales de índole familiar hasta consideraciones de tipo político e incluso criterios sobre los países donde vivió y personas con que se relacionó.

Las cartas de Martí a Mercado, con excepción de la última que comenzó a escribirla el 18 de mayo de 1895 y que quedó inconclusa por producirse su muerte al día siguiente y que resultó ocupada por las autoridades españolas, permanecieron en el anonimato durante muchos años pues fueron celosamente guardadas por Manuel Mercado. No es hasta 1946 que las cartas fueron publicadas por primera vez por la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando Alfonso Mercado, hijo de Manuel Mercado, dio a conocer 129 misivas conservadas amorosamente por él y sus hermanos.

Enlacesexternos

Fuentes


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 15/08/2012 15:02

LA CARTA INCONCLUSA DE MARTI A SU AMIGO MANUEL MERCADO

“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”

José Martí, el Héroe Nacional cubano, escribió el 18 de mayo de 1895, un día antes de su caída en combate por la independencia de la Isla, esta carta inconclusa a su entrañable amigo mexicano Manuel Mercado, considerada su testamento político, donde argumenta su antimperialismo y su lucha por “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.


Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.

Sr. Manuel Mercado

Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos —como ese de Vd. y mío,—más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los Imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia,—les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.

Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas:—y mi honda es la de David. Ahora mismo, pues días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron nuestra salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la expedición catorce días, el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,—la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país,—la masa inteligente y creadora de blancos y de negros.

Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson:—de un sindicato yanqui—que no será—con garantía de las aduanas, harto empeñadas con los rapaces bancos españoles, para que quede asidero a los del Norte;—incapacitado afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la idea como obra de gobierno. Y de más me habló Bryson,—aunque la certeza de la conversación que me refería, sólo la puede comprender quien conozca de cerca el brío con que hemos levantado la Revolución,—el desorden, desgano y mala paga del ejército novicio español,—y la incapacidad de España para allegar en Cuba o afuera los recursos contra la guerra, que en la vez anterior sólo sacó de Cuba.—Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos.—Y aún me habló Bryson más: de un conocido nuestro y de lo que en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual Presidente desaparezca, a la Presidencia de México.

Por acá yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que sólo daría relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para evitar, aún contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana.

Y México, ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende? Sí lo hallará,—o yo se lo hallaré.— Esto es muerte o vida, y no cabe errar. El modo discreto es lo único que se ha de ver. Ya yo lo habría hallado y propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quién la tiene, antes de obrar o aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país; pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella. Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle;—alzamos gente a nuestro paso; —siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son nuestros sin disputa, a tal punto, que en un mes sólo he podido oír un fuego; y a las puertas de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo parecido al fuego religioso, a tres mil armas; seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas. La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios. Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros.

Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí, ya que sólo la emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que Nájera no vive donde se le vea, mejor lo conoce y acaricia como un tesoro en su corazón la amistad con que Vd. lo enorgullece.

Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda nuestra alma, y callado él! ¡Qué engaño es éste y qué alma tan encallecida la suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día!

Hay afectos de tan delicada honestidad...

Al día siguiente, 19 de mayo de 1895, Martí cae en combate en Dos Ríos.



 
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