Por Hugo Chinea Cabrera*
Una de estas tardes, entre el estruendo de un aguacero olímpico que hacía subir de tono las voces de una conversación, escuché decir a un niño: “…pero todo es muy pobre aquí, mamá…”, seguido de la voz de la madre: “…sí, pero tienen más igualdad…”.
Eran dos extranjeros, refugiados bajo un techo, que veían caer y correr el agua por el contén.
Me pareció sustancial ese simple diálogo que encerraba contenidos afectivos en los que están involucradas personas de carne y hueso, cubanos, y no meras abstracciones sobre las cuales se suelen organizar discursos, campañas mundiales de crítica y otras enjundias contra nuestro país con ínfulas, dicen ellos, “liberadoras, democráticas”, y demás…
En entrevistas concedidas a cierta prensa extranjera, crónicas y otros textos que ensayan sobre nuestra circunstancia, no es difícil advertir hoy en día, en algún autor del patio, la falta de equilibrio y la desmesura en la crítica, tanto de la realidad cotidiana que vive el país como de acontecimientos que, a lo largo de los años transcurridos, han sido la revolución cubana.
Alguno miente y tergiversa, y las intenciones no están inclinadas, precisamente, para ayudar al país.
Súmese la oportunista manera de ciertos periodistas de ocasión, que no son cubanos, al enfocar nuestra cotidianidad, sesgándola, no pocas veces orientando qué deben hacer nuestras autoridades, echando en sus trabajos una de cal y otra de arena, pero con predominio de la cal, a veces sin arena, y siempre sin cemento, como aquello de “bañarse y guardar la ropa”.
Leyendo sobre el tema de la pobreza, uno se encuentra con abundante bibliografía y rápidamente con la generalización que refiere a ese concepto o categoría de la economía poblacional.
El patrón que determina la pobreza, a partir del cual se miden sus diferentes gradaciones, lo establece el “estilo de vida”, cuyo nivel más alto corresponde, en cada país, a las clases y capas más adineradas o favorecidas.
En un país muy rico, puede ser considerado pobre aquel que carece de un automóvil o de una segunda casa de descanso o veraneo u otro bien suntuoso por el estilo. En consonancia con la posesión, se es clase rica, media, media alta o pequeña burguesía.
De carecer de automóvil, de acceso a la salud, a medicinas, comida, vestido, educación, vivienda, y sí también está privado del servicio eléctrico y agua potable, se situaría en el estrato más bajo de la pobreza, esto es, en la miseria.
La pobreza es resultado de un dilatado proceso histórico que, en cada periodo del desarrollo humano y país, se expresa con rasgos propios, siempre asociada a la desigualdad entre clases y capas sociales.
No es una enfermedad social que deba ser tratada como tal para combatirla con exhortaciones a los ricos, campañas universales para erradicarla ni otras apelaciones supuestamente medicinales.
La única cura posible, reconocida y probada hasta el momento en que vivimos, es una revolución social que transforme el orden de las cosas con el objetivo de alcanzar el bienestar de las mayorías, la suma de la mayor cantidad de bienestar y felicidad posibles. Mucho de Latinoamérica hoy, es un buen ejemplo.
A tal proyecto, con independencia de las diferentes formas y maneras en que se ejerza el poder para alcanzarlas, denominamos comúnmente socialismo, al margen de los más rigurosos juicios teóricos.
En Cuba, pese a la presencia de errores y distorsiones en las que trabaja el país para erradicarlas, la Revolución ha propiciado un progreso sin precedentes de igualdad, verificable en la redistribución de la riqueza: un sistema de salud, educación y cultura gratuitos para todas las personas sin distinción de su situación económica y social, raza, filiación política y creencia religiosa; la electrificación (alrededor del 98 por ciento) y un techo.
Pese al déficit de viviendas respecto a las necesidades, sus delicadezas y complejidades, ninguna familia cubana vive en las calles, carece de agua potable, ni se muere de hambre.
Otros beneficios están presentes en la protección y seguridad social, la igualdad de derechos de hombres y mujeres al empleo y su remuneración (en proceso de cambios para mejor), la ocupación de responsabilidades, e incluso en la administración de las tareas del hogar, entre otras.
Las cifras confirman la extraordinaria desigualdad existente entre seres humanos que en el mundo no disponen de los recursos básicos de la vida moderna como lo es la salud, considerada requisito fundamental por las organizaciones mundiales más calificadas, para asegurar el estado físico y psíquico de las personas y su propia sobrevivencia, incluso por encima de la satisfacción de los bienes materiales.
Unos 1,000 millones en el mundo carecen del servicio básico de salud y de acceso al agua potable, y 2,000 millones de los medicamentos esenciales. El 80% de la población mundial vive en la pobreza y miseria.
La globalización se ha encargado de mostrar las diferencias entre los niveles de vida alcanzados por países altamente desarrollados -como los Estados Unidos, el más cercano, difundido y conocido por los cubanos-, con las realidades de otros países de menor desarrollo, dejando instalada la ilusión del presumido “sueño americano” en el país del Norte.
Los cubanos no escapamos de esa influencia tan cercana y perniciosa. Eso es cierto. Y también lo es que el cubano, históricamente, ha asimilado y asimila esas diferencias que nos llegan a través de películas y otros medios provenientes de países con mejores condiciones de vida. Pero no por eso dejamos de sentir los efectos subterráneos de una lógica y humana aspiración al disfrute de un nivel de vida superior, en la que influyen y operan esos factores para comparar nuestra pobreza acentuada por el bloqueo y los errores cometidos en la política interna, especialmente en la economía, durante tantos años de penuria acumulada.
Los medios de difusión globalizados -en los que predomina la lógica de la ideología del capitalismo más desarrollado- se ocupan de que los recibidores no dispongan o estén dispuestos a utilizar sus facultades, para discernir y asimilar las diferencias y encontrar las explicaciones, ni tampoco observar, en la avalancha mediática, la coexistencia de los segmentos pobres y hasta miserables que comparten la población de los países supuestamente desarrollados.
Conversando sobre el tema, y especialmente sobre el carácter relativo de la pobreza, como lo es todo, un amigo me decía que si damos un corte en la historia y nos vamos a la Edad Media, tardía, por ejemplo, nos encontramos que un Rey carecía de muchos de los medios de confort de los que disfrutan, en nuestro caso, a pesar de todo, la inmensa mayoría de los cubanos.
Si desestimáramos como ejemplo tal comparación, no carente de una atractiva simpleza, en la que resulta que un cubano pobre vive hoy mejor que un rey, y relacionáramos la situación de un cubano pobre de ahora con uno de aquellos de los años anteriores al triunfo revolucionario, encontraríamos muchas y notables diferencias en la calidad de vida a favor de estos tiempos. Y una buena dosis de dignidad.
Recordando y recordando, recuerdo una respuesta al cuestionario de una publicación extrajera que se interesaba en saber el por qué defendíamos nuestro socialismo. “Antes, éramos cinco hermanos, todos vivíamos en una misma casa, sin refrigerador, ni televisor, con un filtro de agua y una fiambrera como bienes más preciados. Hoy cada uno tiene televisión, refrigerador y otros artefactos de la comodidad moderna. Incluso alguno dispone de aire acondicionado y otros de automóvil y, como si fuera poco, bien que mal, cada cual tiene su vivienda y trabajo”, respondí.
Es cierto, pobres, sí, pero disfrutamos de una igualdad más equitativa. Y también de una confiada esperanza de que las reformas (no hay que temerle a la palabra) en curso nos permitan perfeccionar nuestro socialismo y la vida de cada uno de los cubanos.
Una percha: es curioso cómo nos hemos asimilado el concepto de comunicación por parte de los medios, cuando únicamente lo que hacen es difundir y, algunos, mal informar.
Toda comunicación, para que sea válida, implica la presencia de tres elementos: el emisor, el receptor y la retroalimentación, esto es, la relación biunívoca. Dicho de otro modo: la respuesta del sujeto. Y no se cumple en el caso de los medios, salvo a través de encuestas, sufragios u otra modalidad que la propicie.
Los medios capitalistas globalizados salen ganadores. Ellos “comunican”, es decir, se dan por auto-confirmados de la asimilación de sus mensajes por parte de los destinatarios. ¿No valdría la pena procurar revertir esto, al menos en nuestro lenguaje y referencias escritas?
No he visto, en los textos de Fidel Castro, una sola alusión en este sentido que no sea “medios de difusión”…
¿Pura imprecisión del Comandante?
*Sociólogo cubano; ejerció como periodista y dirigió algunos órganos de prensa nacionales fundamentalmente en su arista cultural. Jurado de diversos premios e instituciones culturales, significativamente podemos señalar el Premio Casa de las Américas. Durante casi una década, dirigió la Sección de Cultura del Departamento de Ciencia, Cultura y Centros Docentes del Comité Central. Parte de su obra narrativa ha sido publicada en antologías cubanas, latinoamericanas y en otros países. Recientemente obtuvo el Premio de Teatro del Concurso Literario Benito Pérez Galdós, auspiciado por el Gobierno de Canarias y la Asociación Canaria de Cuba.
Enviado por su autor a Cubacoraje