La cancion de tus pestañas en mis mejillas tu aliento dulce en mi almohada, tu calor reconforta mis sueños tus palabras no dichas tus lucecitas por ojos Trasto, tu lenguita infatigable tu rabito de algodon tus patitas feber tu andar agil y hermoso tu elegancia cardinal las travesuras de tus juguetes tus miradas comprensivas tu instinto maternal y protector la paz con la que duermes en cualquier rincon la admiracion con que me miras la alegria con que me recibes la tristeza con la que me despides en la puerta comprendiendome tu recuerdo a cada momento en mi mente, tus ojitos mirandome el titulo ha sido modificado por moderadores debido al uso de letra capital. Gracias por su comprensión
Duendecillo de carton, espectaculo de travesuras tiovivo de emociones en un solo minuto alegria desbordada besitos de lenguita pequeña elegancia suprema peluchito travieso encantador alma social por naturaleza peleon y cabezota eterno comediante siempre me haces reir aunque tenga que regañarte tus saltos por la casa tus miradas de pena cuando me ves comer y me suplicas que te de tu valentia ante la vida tu andar soberbio y divertido el boton de tu nariz pequeñita tu perfil como dibujado tu pelo lacio y hermoso tus patitas en las escaleras tu movimiento bailarin cuando te llamo tus celos de trasto y cuando tratas de imitar todo lo que ella hace eres mi muñeco lo sabes
Con una pata colgando, despojo de una pedrada, pasó el perro por mi lado, un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros, pobres de sangre y estampa. Nacen en cualquier rincón, de perras tristes y flacas, destinados a comer basuras de plaza en plaza.
Cuando pequeños, qué finos y ágiles son en la infancia, baloncitos de peluche, tibios borlones de lana, los miman, los acurrucan, los sacan al sol, les cantan.
Cuando mayores, al tiempo que ven que se fue la gracia, los dejan a su ventura, mendigos de casa en casa, sus hambres por los rincones y su sed sobre las charcas.
Qué tristes ojos que tienen, que recóndita mirada como si en ella pusieran su dolor a media asta.
Y se mueren de tristeza a la sombra de una tapia, si es que un lazo no les da una muerte anticipada.
Yo le llamo: psss, psss, psss. Todo orejas asustadas, todo hociquito curioso, todo sed, hambre y nostalgia, el perro escucha mi voz, olfatea mis palabras como esperando o temiendo pan, caricias... o pedradas, no en vano lleva marcado un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psss, psss. Dócil a medias avanza moviendo el rabo con miedo y las orejitas gachas.
Chasco los dedos; le digo: "ven aquí, no te hago nada, vamos, vamos, ven aquí". Y adiós la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies, a tiernos aullidos habla, ladra para hablar más fuerte, salta, gira; gira, salta; llora, ríe; ríe, llora; lengua, orejas, ojos, patas y el rabo es un incansable abanico de palabras.
Es su alegría tan grande que más que hablarme, me canta. "¿Qué piedra te dejó cojo? Sí, sí, sí, malhaya".
El perro me entiende; sabe que maldigo la pedrada, aquella pedrada dura que le destrozó la pata y él, con el rabo, me dice que me agradece la lástima.
"Pero tú no te preocupes, ya no ha de faltarte nada. Yo también soy callejero, aunque de distintas plazas y a patita coja y triste voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron me dejaron coja el alma. Entre basuras de tierra tengo mi pan y mi almohada.
Vamos, pues, perrito mío, vamos, anda que te anda, con nuestra cojera a cuestas, con nuestra tristeza en andas, yo por mis calles oscuras, tú por tus calles calladas, tú la pedrada en el cuerpo, yo la pedrada en el alma y cuando mueras, amigo, yo te enterraré en mi casa bajo un letrero: «aquí yace un amigo de mi infancia».
Y en el cielo de los perros, pan tierno y carne mechada, te regalará San Roque una muleta de plata.
Compañeros, si los hay, amigos donde los haya, mi perro y yo por la vida: pan pobre, rica compaña.
Era joven y era viejo; por más que yo lo cuidaba, el tiempo malo pasado lo dejó medio sin alma.
Y fueron muchas las hambres, mucho peso en sus tres patas y una mañana, en el huerto, debajo de mi ventana, lo encontré tendido, frío, como una piedra mojada, un duro musgo de pelo, con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro muerto de las cuatro patas. Hacia el cielo de los perros se fue, anda que te anda, las orejas de relente y el hociquillo de escarcha. Portero y dueño del cielo San Roque en la puerta estaba: ortopédico de mimos, cirujano de palabras, bien surtido de intercambios con que curar viejas taras.
"Para ti... un rabo de oro; para ti... un ojo de ámbar; tú... tus orejas de nieve; tú... tus colmillos de escarcha. Y tú, -mi perro reía-, tú... tu muleta de plata".
Ahora ya sé por qué está la noche agujereada: ¿Estrellas... luceros...? No, es mi perro cuando anda... con la muleta va haciendo agujeritos de plata.
Mi perro ha muerto. Lo enterré en el jardín junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo, ni más arriba, se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje, su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree en el celeste cielo prometido para ningún humano, para este perro o para todo perro creo en el cielo, sí, creo en un cielo donde yo no entraré, pero él me espera ondulando su cola de abanico para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra de no tenerlo más por compañero que para mí jamás fue un servidor. Tuvo hacia mí la amistad de un erizo que conservaba su soberanía, la amistad de una estrella independiente sin más intimidad que la precisa, sin exageraciones: no se trepaba sobre mi vestuario llenándome de pelos o de sarna, no se frotaba contra mi rodilla como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria la atención necesaria para hacer comprender a un vanidoso que siendo perro él, con esos ojos, más puros que los míos, perdía el tiempo, pero me miraba con la mirada que me reservó toda su dulce, su peluda vida, su silenciosa vida, cerca de mí, sin molestarme nunca, y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola andando junto a él por las orillas del mar, en el Invierno de Isla Negra, en la gran soledad: arriba el aire traspasando de pájaros glaciales y mi perro brincando, hirsuto, lleno de voltaje marino en movimiento: mi perro vagabundo y olfatorio enarbolando su cola dorada frente a frente al Océano y su espuma. alegre, alegre, alegre como los perros saben ser felices, sin nada más, con el absolutismo de la naturaleza descarada. No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros. Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
Dicen que te vas ir y me pregunto si quieres tú... que de ser así, para ir contigo.
Ya tantas horas tú me has seguido, déjame seguirte yo por esta vez, tiene sentido.
Que sólo con tu anuncio de partir el corazón se me ha partido.
Perro, mi amigo, aún sin hablar supiste amarme como pocos conmigo.
No morirá tu mirada en mi recuerdo, no morirá la compañía tuya pese al vacío de tu cuerpo.
Comprendías mucho de mí, aunque poco entendías... pero así se es amigo, en fin, tú de amor bien sabías, y te llevas do quiera que vayas un trocito de mi pecho y puñado de mi alma.
Y sé que nunca entenderás esto, como yo nunca entenderé un ladrido, pero este es mi "Hasta pronto"... ¡Hasta pronto amigo!
Nos veremos... en algún lugar donde sepan amar a los ateos y a los perros, porque los perros no van al cielo, ni los ateos como yo... y si te sirve de consuelo allá nos veremos... y dormirás bajo mi cama y yo, conciliaré mi sueño.
Era joven y era viejo; por más que yo lo cuidaba, el tiempo malo pasado lo dejó medio sin alma. Y fueron muchas las hambres, mucho peso en sus tres patas.
Con una pata colgando, despojo de una pedrada. pasó el perro por mi lado, un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros, pobres de sangre y estampa. Nacen en cualquier rincón, de perras tristes y flacas. destinados a comer basuras de en plaza.
Cuando pequeños, qué y ágiles son en la infancia. baloncitos de peluche, tibios borlones de lana. los miman, los acurrucan, los sacan al sol, les cantan.
Cuando mayores, al tiempo que ven que se fue la gracia. los dejan a su ventura, mendigos de casa en casa. sus hambres por los rincones y su sed sobre las charcas.
Qué tristes ojos que tienen, que recóndita mirada. como si en ella pusieran su dolor a media asta. Y se mueren de tristeza a la sombra de una tapia. si es que un lazo no les da una muerte anticipada.
Yo le llamo: psss, psss, psss. Todo orejas asustadas. todo hociquito curioso, todo sed, hambre y nostalgia. el perro escucha mi voz, olfatea mis palabras. como esperando o temiendo pan, caricias... o pedradas. no en vano lleva marcado un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psss, psss. Dócil a medias avanza. moviendo el rabo con miedo y las orejitas gachas.
Chasco los dedos; le digo: "Ven aquí, no te hago nada. vamos, vamos, ven aquí". Y adiós la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies, a tiernos aullidos habla. ladra para hablar más fuerte, salta, gira; gira, salta. llora, ríe; ríe, llora; lengua, orejas, ojos, patas. y el rabo es un incansable abanico de palabras.
Es su alegría tan grande que más que hablarme, me canta. "¿Qué piedra te dejó cojo? Sí, sí, sí, malhaya".
El perro me entiende; sabe que maldigo la pedrada. aquella pedrada dura que le destrozó la pata. y él, con el rabo, me dice que me agradece la lástima.
Pero tú no te preocupes, ya no ha de faltarte nada. Yo también soy callejero, aunque de distintas plazas. y a patita coja y triste voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron me dejaron coja el alma. Entre basuras de tierra tengo mi pan y mi almohada. Vamos, pues, perrito mío, vamos, anda que te anda. con nuestra cojera a cuestas, con nuestra tristeza en andas. yo por mis calles oscuras, tú por tus calles calladas. tú la pedrada en el cuerpo, yo la pedrada en el alma. y cuando mueras, amigo, yo te enterraré en mi casa. bajo un letrero: "Aquí yace un amigo de mi infancia".
Y en el cielo de los perros, pan tierno y carne mechada. te regalará San Roque una muleta de plata.
Compañeros, si los hay, amigos donde los haya. mi perro y yo por la vida: pan pobre, rica compaña.
Era joven y era viejo; por más que yo lo cuidaba. el tiempo malo pasado lo dejó medio sin alma. Y fueron muchas las hambres, mucho peso en sus tres patas. y una mañana, en el huerto, debajo de mi ventana. lo encontré tendido, frío, como una piedra mojada. un duro musgo de pelo, con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro muerto de las cuatro patas. Hacia el cielo de los perros se fue, anda que te anda. las orejas de relente y el hociquillo de escarcha.
Portero y dueño del cielo San Roque en la puerta estaba: ortopédico de mimos, cirujano de palabras. bien surtido de intercambios con que curar viejas taras.
"Para ti... un rabo de oro; para ti... un ojo de ámbar. tú... tus orejas de nieve; tú... tus colmillos de escarcha. Y tú, (mi perro reía), tú... tu muleta de plata".
Ahora ya sé por qué está la noche agujereada: ¿Estrellas... luceros...? No, es mi perro cuando anda... con la muleta va haciendo agujeritos de plata.
y recuerden cuiden y quieran a su mejor amigo, asi como el nos cuida a nosotros.
Hacen socio a su perro para que pueda ver a su equipo
"Lecquio", un perro terrier Yorkshire de 7 años, es ya abonado oficial del San Roque de Lepe (Huelva), medida por la que sus propietarios han optado para que pueda ir con ellos a ver los partidos del conjunto lepero en el grupo IV de Segunda División B.
De esta forma, Manuel Contreras y Lola Romero, sus propietarios, pueden entrar legalmente con el perro en el estadio del San Roque cada fin de semana, al estar regulada la entrada de animales a los recintos deportivos, y así disfrutar del fútbol sin dejar al animal.
Contreras ha explicado que contactaron con la directiva del equipo lepero, les propusieron que el perro se hiciese socio, y finalmente así fue: "Lecquio" es, desde ayer, el socio 1.600 del CD San Roque de Lepe para la presente temporada, y ayer estrenó su carné y su silla oficial en tribuna, en el partido que el San Roque ganó por 4-1 al CD Loja.
Curiosamente, no fue un estreno fácil, ya que los porteros del club pusieron ciertas reticencias a la entrada del animal en el estadio y hubo que echar mano de su carné y "picarlo" en la puerta, como el de cualquier aficionado, para hacer oficial su entrada en el estadio.
Ya en la grada, verlo era todo un espectáculo: "se sienta en su silla, sigue el movimiento del balón, y hasta levanta las orejas y mueve el rabo cuando hay una jugada de peligro y la gente grita", explica su propietario.
De momento, Lecquio no tendrá problemas para seguir los partidos de casa de su equipo como socio oficial en el estadio Ciudad de Lepe, aunque otra cosa será cuando viaje como visitante