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من: Ruben1919  (الرسالة الأصلية) مبعوث: 25/09/2012 13:03
Hemos vivido un sueño

Hoy, en el vertiginoso salto atrás a la pobreza, paro y ladronería bancaria, cuando los españoles vuelven a emigrar, dependemos enteramente de la Dama de Acero alemana
Juan Goytisolo 22 JUL 2012
Hace poco más de un decenio, el llamado milagro español nos exaltaba y provocaba la admiración del mundo entero. Nuestro presidente del Gobierno, el héroe de la reconquista del islote de Perejil y miembro del famoso trío de las Azores que emprendió la noble y fructuosa (¡cifras cantan!) cruzada de liberación de Irak y la neutralización de sus armas mortíferas, aseguraba a quien quisiera oírle que España se había zafado de la funesta influencia francesa y había recuperado la grandeza perdida desde la época del emperador Carlos V. Los hechos o, por mejor decir, la información de los hechos, le daban la razón. España era la octava potencia mundial en términos económicos, los mercados alentaban nuestro imparable crecimiento y la marca España no era solo, como hoy, la de Nadal, el Real y el Barça, sino la de todo un país que caminaba con paso firme y resuelto por la recta vía del progreso y de la prosperidad.

Eran los tiempos del ladrillo y del crédito fácil, de la feliz llegada del euro, de la culminación gloriosa de una transición democrática que servía de modelo urbi et orbi, de proyectos y obras faraónicas y de dinero derramado a espuertas.

Pero los milagros —con excepción de los científicamente demostrables por cámaras ultrasensibles en Lourdes y Fátima, según su Santidad Benedicto— no existen y en 2008, tras la quiebra de Lehman Brothers, inesperada para los accionistas crédulos, pero no para sus directores ni para las hoy célebres agencias de notación, aquellos apresuraron a privatizar los beneficios de la venta de sus activos tóxicos en favor de los responsables de la bancarrota y a “socializar” las ingentes pérdidas a costa de los estafados. Después de una sarta de noticias funestas a los largo de 2009 y 2010, abrimos finalmente los ojos y, como dicen en Cuba, “caímos del altarito”. El sueño se había desvanecido y el despertar fue amargo.

Lo de un país rico pero pueblo pobre es una constante de nuestra historia. En la época imperial evocada por José María Aznar, el oro de las Indias recalaba en España. No obstante, lo que no era invertido en la construcción de palacios e iglesias y en gastos suntuarios pasaba directamente a manos de los negociantes y banqueros de Génova y Ámsterdam. A diferencia del pragmatismo luterano, calvinista o anglicano forjador del moderno capitalismo según señaló Werner Sombart, el catolicismo hispano acumulaba sin medida fincas rústicas y heredades inmobiliarias y rechazaba por razones de hidalguía el comercio y la fabricación de bienes útiles. España, pese a los esfuerzos de los ilustrados y regeneracionistas y las actividades productivas de los llamados indianos, se descolgó del progreso europeo y quedó rezagada en su furgón de cola. A fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta del pasado siglo, la conjunción de la salida masiva de emigrantes a una Europa a la que política y económicamente aun no pertenecíamos, con la entrada igualmente masiva de turistas procedentes del todo el Viejo Continente, y la llegada al Gobierno de los ministros tecnócratas del Opus Dei, cambiaron las cosas. Estos últimos fueron nuestros calvinistas: desculpabilizaron al catolicismo de sus siempre ambiguas relaciones con el sistema de producción y espíritu de empresa del capitalismo, y asumieron el lema de “por el dinero hacia Dios”. Como previmos algunos en fecha tan temprana como 1964, el régimen franquista se desplomaría a la muerte del Caudillo no por la acción de una izquierda aferrada al recuerdo de su lucha heroica durante la Guerra civil, sino por la transformación de una sociedad que nada tenía que ver con la que se había alzado a poder por la fuerza de las armas 25 antes.

Estamos al cabo de un ciclo histórico y una crisis de civilización. Habrá que exigir responsabilidades

Los logros de la transición que acabó con el ciclo de revoluciones, guerras civiles y dictaduras de espadones están a la vista de todos y recibieron el aplauso unánime de una Unión Europea que no tardaría en acogernos con los brazos abiertos y favorecernos con sus fondos de ayuda para el desarrollo. Pero sus limitaciones no tardarían en manifestarse mientras los sueños de grandeza se nos subían a la cabeza. Hubo una transición política de “borrón y cuento nuevo”, pero no educativa ni cultural. Los hábitos mentales creados por la rutina y el temor a las ideas frescas pero desestabilizadoras de las verdades consagradas se perpetuaron. Los sucesivos gobiernos de las tres últimas décadas no tuvieron unos la voluntad y otros el valor de denunciar el Concordato, de abolir las exorbitantes partidas presupuestarias y privilegios fiscales eclesiásticos y de crear un Estado verdaderamente laico, liberándose así de las recurrentes presiones y chantajes de una jerarquía ideológicamente retrógrada. Convertidos ya en nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos, nuestra clase política, surgida al socaire de la bonanza económica y de un optimismo sin mácula, fundó sus criterios de la gestión pública en el clientelismo con el aplauso de unos ciudadanos que, confortados por el acceso a un crédito fácil, asumieron que este era un pozo sin fondo. El paso de una pobreza real a una riqueza ficticia no se produjo gradualmente sino con una brusquedad que no permitió la creación de una cultura amortiguadora de tan vertiginosa mutación. De ser un país de emigrantes en busca del pan que no ganaban en casa nos convertimos en otro que acogía a millones de fugitivos de la pobreza oriundos de Iberoamérica, Magreb y África subsahariana.

El ejemplo más extremo pero sintomático de lo que ocurría en nuestras “enladrilladas” costas mediterráneas, lo hallé en El Ejido. El país misérrimo que visité hace poco más de medio siglo saltó de un brinco a ser uno de los municipios más ricos de Europa. En medio del mar refulgente del plástico de los invernaderos bajo el que se apiñaban en condiciones indignas millares de magrebíes y subsaharianos, la ciudad improvisada sin planificación alguna albergaba según un informe del Foro Cívico Europeo que cito de memoria, una cuarentena de agencias bancarias, ciento y pico prostíbulos y una librería a todas luces superflua a ojos de una comunidad para la que la educación era algo inútil de cara al logro y al manejo del dinero. ¿Quién iba a decir en 1997 que esta sociedad derrochadora y caciquil, fruto de la megalomanía de especuladores de toda laya a cargo de las Autonomías y Diputaciones —verdaderos reinos de Taifa— iba a convertirse de pronto en el nuevo “hombre enfermo de Europa”, como lo fue hace un siglo el imperio otomano?

Los ciudadanos no distinguen ya entre el partido que originó la ruina y el que la tapó

Al despilfarro y delirio de grandeza de la época de Aznar —el de la boda principesca en El Escorial, con un yernísimo que a diferencia del esposo de la infanta Cristina ha dejado misteriosamente de ser noticia— sucedió para alivio de muchos la llegada al poder de un joven y prometedor José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Sabía este en marzo 2004 la envenenada herencia que recibía en manos? Quienes creíamos que no, dado su tenaz optimismo y negación obstinada de la crisis que se nos venía encima después de la quiebra fatídica de Lehman Brothers, nos equivocamos de medio a medio. Un reciente artículo de Francesc de Carreras (La razón moral del indignado, La Vanguardia, 29-5-2012) me puso sobre la pista del libro de Mariano Guindal, El declive de los dioses, cuya lectura aconsejo vivamente, en la que su autor entrevista a quien pronto sería ministro de Industria de Zapatero en vísperas de las elecciones de 2004, y en la que Miguel Sebastián declara: “Menos mal que no vamos a ganar porque la que viene sobre España es gorda […]Tenemos una burbuja inmobiliaria y es inevitable que estalle y cuando esto ocurra se lo va a llevar todo por delante incluyendo los bancos”. Si, como admite el entrevistado, Zapatero y su equipo no estaban preparados para empuñar el timón en la tempestad que se avecinaba, cabía esperar al menos que dieran a conocer la “tremenda” situación que heredaban. La culpa no era suya, y lo razonable hubiera sido coger el toro por los cuernos y afrontar con urgencia la previsible catástrofe.

Por desgracia no lo hicieron y al desmadre especulativo y saqueo del erario público sucedió su incomprensible ocultación. Todo iba bien, seguíamos en el mejor de los mundos, hasta el momento (abril 2011) en el que ya resultó imposible negar la vorágine en la que nos anegábamos y, con dicho reconocimiento tardío, Zapatero cavó su propia tumba.

Hoy, en el vertiginoso salto atrás a la pobreza, paro y ladronería bancaria, cuando los españoles vuelven a emigrar a Inglaterra, Norteamérica, Suiza o Alemania y másters en mano se ven obligados a asirse al empleo que sea en medio del naufragio; cuando liberados de la influencia francesa (¡ah, el sublime Aznar!) dependemos enteramente de la Dama de acero alemana y de las voraces agencias de notación; cuando los mineros de Asturias en huelga marchan a pie hasta Madrid y sacuden con sus justas reclamaciones los fundamentos éticos de un Estado presuntamente democrático, ¿que hacen Rajoy y su flamante Gobierno? Negar ya no la crisis sino el rescate hasta el último momento y presentar luego la capitulación como una victoria; aclarar que “donde digo digo, digo Diego”; sostener que si accedió a agarrarse al salvavidas fue cediendo a las súplicas de quienes se lo arrojaban; imponer los recortes brutales a la educación y asistencia sanitaria y dejar impunes a los causantes de la ruina y a quienes se aprovecharon desvergonzadamente de ella.

El rechazo casi general a la clase política e instituciones estatales, incluido el Poder judicial encarnado por el Dívar de los fines de semana marbellenses —por cierto, ¿por qué y por quién fue nombrado a tan alto cargo en tiempos de Zapatero?— traduce la perplejidad de unos ciudadanos que, desbordados por la magnitud de los problemas que les acucian, no distinguen ya entre los dos partidos políticos, el que originó la ruina y el que la tapó y, a falta de expresar su cólera a gritos, se refugian en la fatalista resignación. Estamos al cabo de un ciclo histórico y una crisis de civilización, y habrá que exigir responsabilidades como claman los indignados. Como se pregunta Josep Ramoneda en un reciente artículo en estas mismas páginas (Poco pan y peor circo, EL PAÍS, 14-6-12), “¿hasta cuando aguantarán los ciudadanos que nadie defienda sus intereses?”

Juan Goytisolo es escritor.



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من: Ruben1919 مبعوث: 25/09/2012 19:45
 
El Deber de todo Revolucionario es hacer la Revolución
Jueves, 21 de Junio de 2012 17:37
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A medida que el proceso avanza, que se desarrolla la industria incipiente, que se socializa la propiedad de los medios de producción, va naciendo una clase obrera nueva, socialista, que trabaja para toda la sociedad, que deja de ser explotada, entonces, se dan las condiciones para que la clase obrera se encuentre con su ideología, supere la fase de economicismo, de reivindicaciones que caracterizaba las luchas anteriores contra el capitalismo.

No es posible la Revolución sin la participación de la clase obrera. En estos países de poco desarrollo, la formación de la clase obrera motor de la Revolución , es tarea de la Revolución , en el proceso de su formación va impregnando de su ideología, de su ética al resto de la sociedad.

El deber de todo revolucionario es hacer la Revolución … siempre.

El deber de la clase obrera es hacerse conciente, encontrarse con su ideología y contribuir a transformar a la sociedad capitalista en sociedad socialista, participar activamente en la salvación de la humanidad.

Los procesos revolucionarios en países de poco desarrollo tienen características no previstas por los clásicos: la ideología de la clase obrera que es la guía de la Revolución anticapitalista puede encarnar primero en otros sectores sociales, así nos lo demuestra la historia, en la vanguardia, que en los primeros tiempos son encargados de motorizar el proceso revolucionario.

A medida que el proceso avanza, que se desarrolla la industria incipiente, que se socializa la propiedad de los medios de producción, va naciendo una clase obrera nueva, socialista, que trabaja para toda la sociedad, que deja de ser explotada, entonces, se dan las condiciones para que la clase obrera se encuentre con su ideología, supere la fase de economicismo, de reivindicaciones que caracterizaba las luchas anteriores contra el capitalismo.

La Revolución al avanzar forma una clase obrera que tiene una nueva relación con el trabajo. No ya de explotación, como es en el capitalismo, sino de cooperación como es en el Socialismo. Entonces surge una nueva clase obrera que trabaja para toda la sociedad, y de esa manera libera al trabajo, rescatando a la sociedad toda de su enajenación.

La clase obrera es la única que puede establecer una nueva relación de la sociedad con el trabajo, es decir, es la única que puede concretar la Revolución.

Esta transformación de la clase obrera, de clase explotada en clase liberada es la Revolución.

Esta clase obrera nueva, imbuida de su ideología, pasa a ser el motor de la Revolución , que así se fortalece. No es posible la Revolución sin la participación de la clase obrera. En estos países de poco desarrollo, la formación de la clase obrera motor de la Revolución , es tarea de la Revolución , en el proceso de su formación va impregnando de su ideología, de su ética al resto de la sociedad.

Le transmite su disciplina, su sentido de la organización, su comprensión de la crueldad capitalista, la necesidad de superarlo, su capacidad de establecer relaciones de armonía, de cooperación.

Es así que la Revolución combate las desviaciones surgidas del egoísmo capitalista, las acciones individualistas de pequeños burgueses y marginales.

Esta liberación del trabajo sólo es posible construyendo la hegemonía de la Propiedad Social de los medios de producción administrados por el Estado, única manera de sentar las bases para la hegemonía de la Conciencia del Deber Social, esencia del Socialismo.

Para avanzar es necesario dotar a la Revolución de una base material que sustente la nueva conciencia revolucionaria, es necesario formar una nueva existencia.

Esa nueva existencia tiene como base la Propiedad Social de los medios de producción. Sólo de esta manera, trabajando para la sociedad toda, y no para una fracción de ella, los capitalistas: esta es la única manera de acabar con la explotación, porque cuando el trabajo se transforma en riqueza de Propiedad Social, todos los miembros de la sociedad son beneficiados de esa riqueza, y por supuesto también el trabajador que la produce, de esta manera lo que antes enriquecía al explotador ahora enriquece a la sociedad y a todos sus miembros.

En Venezuela, con la Revolución Bolivariana , la responsabilidad de la clase obrera es mayor que cualquier clase obrera del mundo. Es aquí donde existe la posibilidad de abrir camino al Socialismo, de impulsar la transformación socialista de la humanidad, de salvar al mundo de la demencia capitalista. Es aquí donde está la esperanza.

La Revolución Bolivariana , más allá de los errores, de las confusiones, es una Revolución camino al Socialismo ¡es Socialista! no tiene sustitutos.

El Comandante Chávez es el líder y corazón de esta Revolución. No tiene sustitutos.

La clase obrera tiene el deber de participar activamente en este proceso, para eso debe encontrarse con su ideología, transformarse en clase liberada, elevar la vista hacia las grandes metas estratégicas. Debe servir de eje a la incorporación de las otras clases a la construcción del Socialismo.

La clase obrera está en la obligación histórica de defender a la esperanza, de proteger a la Revolución Bolivariana.

Ahora, en las proximidades de una batalla: las elecciones regionales, en la que se decide el futuro de la Revolución , del Comandante, la suerte de la posibilidad socialista, la clase obrera no puede permanecer imperturbable en sus remansos reivindicativos, confinada a sus problemas internos, dividida en sus objetivos, viéndose el ombligo. Mientras en el país se escenifica la más importante batalla desde los días de la independencia.

La clase obrera debe participar, debe ser ejemplo y llamado a la unidad de los revolucionarios, al apoyo de los candidatos del Comandante que son los del PSUV, que son los del Socialismo en contra de los candidatos de la oligarquía.

Hoy nada es más importante que la Revolución y el Comandante Chávez salgan fortalecidos de las elecciones regionales.

Que estas elecciones marquen el encuentro definitivo de la clase obrera con su papel histórico, con la conducción de la Revolución Bolivariana.

La clase obrera, como clase debe, a partir de sus organizaciones, diseñar una participación política en las elecciones.

Es necesario que sus organismos se pronuncien en la contienda electoral, sus sindicatos, federaciones, frentes proclamen su posición en las elecciones, al lado de los candidatos de Chávez, que son los del PSUV.

Es necesario que expliquen porque es un deber revolucionario votar por esos candidatos:

La Revolución Bolivariana ocurre en medio de una profunda lucha de clases que tiene una batalla en noviembre, allí se enfrentan las fuerzas de la restauración externa, con el campo revolucionario, el centro de esa confrontación, el objetivo es el Comandante Chávez, el enemigo quiere debilitarlo, y así debilitar el aliento socialista, si eso ocurre les será fácil truncar la Revolución. La batalla principal se escenifica alrededor del Comandante Chávez, los bandos en pugna son el capitalismo y el Socialismo, esa es la batalla principal, la ubicación de la clase obrera es al lado del Socialismo, del Comandante , eso no tiene discusión.

Entonces, por sobre cualquier otra consideración, de allí debe salir fortalecido el Comandante, líder de la opción socialista. Lo contrario, que el Comandante salga debilitado en noviembre, que por razones subalternas pierdan sus candidatos, traería como consecuencia un fortalecimiento de las opciones conciliadoras internas, y aumento de la posibilidad de un pacto restaurador, o un envalentonamiento de las opciones violentas.

Esa es la gran tarea: concientizar al pueblo, y la clase obrera es fundamental para explicar porque los mejores candidatos son los del Comandante:

La evaluación de un candidato no se debe hacer de forma aislada, con consideraciones puramente locales. Lo primero que debemos ver en un candidato es si contribuye a la construcción del Socialismo o a la restauración del capitalismo.

Un candidato que contribuya a la causa oligarca, a la restauración capitalista, es en el fondo enemigo del pueblo, porque está ayudando a regresarnos a la situación de la cuarta república, cuando los capitalistas tenían encajadas sus garras en el alma popular y sembraron al país de miseria material y espiritual. Recordemos el desamparo, desamor, descuido hacia el pueblo: no había misiones, la educación no llegaba a los humildes condenados al analfabetismo, la salud no llegaba a los desamparados. Estaban a punto de vender a PDVSA, y lo que es más grave, no había esperanza para nosotros ni para nuestros hijos, la represión a los humildes era cotidiana así controlaban las protestas populares.

El voto debe considerar el entorno, lo local y lo nacional, puede que lo que veamos como solución a lo cotidiano, nos haga retroceder a las linderos de la cuarta, entonces en el fondo no resolveremos nada.

Si nos paseamos un poco por la posibilidad de que la Revolución se pierda comprenderemos mejor la importancia de la Revolución :

Si la Revolución se pierde, el capitalismo, los empresarios privados se apoderarán de la sociedad, y volverán los oscuros días de la cuarta, el reino de la miseria espiritual y material, se perderá la esperanza, la sociedad tomará rumbos de desintegración.

Por sobre toda consideración el deber de los honestos es defender a la Revolución y al Comandante Chávez, nada puede estar por encima de este objetivo.



 
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