El autobús se adentra en la Autopista Nacional tras atravesar el barrio de Siboney/Cubanacán, antigua residencia de la burguesía de La Habana. Tras superar la provincia de Artemisa, entra en la zona tabaquera de Pinar del Río, conocida como el jardín de Cuba. La carretera discurre entre palmas reales (el árbol nacional) y junto a la cordillera de Guanacahalibes, donde se encuentra la sierra del Rosario, reserva de la biosfera para cuya visita hay que solicitar permiso. En La Moka, un escondite privilegiado, se encuentra un bohío junto a un cafetal en ruinas donde se puede comer a la cubana entre gallinas y pavos semisalvajes.
Tiene mucho encanto transitar por Pinar del Río, una población con aires coloniales. El bullicio entre los soportales y los puestos callejeros es constante. En la entrada y la salida se repiten los carteles revolucionarios y el trasiego de gente. Algunos en bicicleta, otros en motocicletas y muchos en camiones que van cargados de transeúntes camino de Vuelta Abajo, casi en el extremo oriental de la larga isla de 1.250 kilómetros. En La Habana denominaron así esta comarca en contraposición con Vuelta Arriba, al suroeste, donde también se cultiva tabaco.
Vuelta Abajo tiene fama de cultivar el mejor tabaco del mundo. En Cuba fue donde los españoles lo descubrieron hace 520 años. Alguno de ellos, como Rodrigo de Jerez, fue incluso encarcelado en España por la creencia de que estaba endemoniado, ya que al fumar, como hacían los indios taínos, echaba humo por la boca. La mezcla de terreno arenoso y arcilloso hace el terreno especial para esta planta. Pero de nada serviría sin el trabajo de los vegueros, que cuidan las plantaciones con mimo durante largas jornadas y, a veces, con temperaturas extremas. “Al tabaco hay que amarlo”, dice con el típico deje cubano Yosvani Concepción, responsable de la finca Los Leones.
De sol o tapado
En la plantación se aprende a distinguir los secretos del tabaco, las diferencias de las hojas, que luego van a ser tripa, capote o capa. Para ello el tabaco se cultiva de dos formas diferentes, en función del destino que va a tener: “de sol” si es para tripa y capote, y “tapado” si es para capa. Las hojas de estas plantaciones son más grandes, finas y suaves al no recibir directamente los rayos del sol. El capote envuelve las hojas de la tripa y a su vez es envuelto por la capa, que es la que da la apariencia final al habano.
El cultivo empieza en los meses de julio y agosto. Se trasplanta en octubre y unos tres meses después la recolección está lista. Las hojas son recogidas manualmente y se llevan a las casas de tabaco, típicas edificaciones de madera de palma de una sola planta, donde se curan las hojas colgadas en unas varas que se llaman cujes. Estos almacenes guardan entre el 75% y el 80% de humedad, con ventanucos estratégicamente colocados que se cierran o abren dependiendo de los vientos. La orientación es de norte a sur: los vientos del Norte son secos; los del Sur, húmedos. En las 65.000 hectáreas de la comarca (aunque se mide en caballerías, 13,5 hectáreas) hay 10.000 casas de tabaco, y aunque el Katrina devastó 3.500, se han vuelto a levantar. También se han vencido, gracias sobre todo al trabajo del Instituto de Investigación del Tabaco, las plagas del moho azul (una espora que se desplaza con facilidad) y la “pata prieta” (una planta parásita de efectos devastadores).
Vuelta Abajo es distinto. Los niños, que al salir de la escuela van a esperar a sus madres a los ingenios tabaqueros donde despalillan las hojas (quitan las venas centrales), no conocen a Messi ni a Cristiano Ronaldo y reaccionan con extrañeza, quizá afortunadamente para ellos, ante su mención. Aquí se seleccionan las hojas antes de llevarlas en pacas a las fábricas de la capital, donde se elaboran los puros (los llaman tabacos) a mano. Hay un total de 27 marcas, integradas en Cubatabaco y comercializadas por Corporación Habanos.
La visita a las fábricas, ya en La Habana, completa el periplo tras recorrer Vuelta Abajo. Algunas son antiguas mansiones. En El Laguito está la de Cohiba, en estos momentos la marca de más prestigio y de más venta. Se creó en 1986 y tiene al behike como producto estrella. En El Laguito, antigua residencia de la familia Foule entre 1920 y la revolución, y posteriormente sede de la Marina de Guerra, hay 240 trabajadores, el 55% mujeres (antes de la revolución solo eran hombres). Se hacen 1,7 millones de puros al año.
Humedad y tono claro
Una vez que el tabaco ha llegado del campo, se somete a un proceso casi sagrado. Arnaldo Ovalle, director de El Laguito, lo explica con un cigarro en la mano (es como una liturgia). Primero pasa por la “moja” en una cámara de humectación que puede ser manual o mecánica. No se mojan, se humedecen, porque si se mojan se oscurece la hoja, y el Cohiba cuida mucho su característica de tono claro. Luego se hace un nuevo despalille y se clasifica; el siguiente paso es la “liga”, donde destaca la figura del maestro ligador, encargado de preparar la ligada y la mezcla de los distintos tipos de hoja que le dan el aroma, el sabor y la fortaleza. Las sobras no se tiran, se destinan a cigarrillos.
Los siguientes pasos ya consisten en la elaboración del puro, que corre a cargo de los torcedores. Donde se tuerce se llama galera, el corazón de la factoría. Se hacen 10.000 diarios, 75 por torcedor. Luego pasan por el control de calidad o escogida, donde se mide el cepo (grosor) y largura. Ya elaborados, unos operarios agrupan los puros por la mayor o menor intensidad del color, que es de 8 básicos y tiene 68 matices y van de doble claro (amarillo pajizo) a oscuro (negro). Lo único que queda es el anillado, que se hace con goma vegetal inodora, y por último, el fileteado o terminado para meterlos en las cajas perfectamente alineados.