Las venas abiertas de América Latina
Andrés Rodríguez*
América Latina es una región exuberante.
Su riqueza es tan grande, que a pesar de su historia de saqueo y explotación desde que los europeos la descubrieron en 1492, sigue siendo una región llena de recursos naturales y belleza inigualable.
Ayer fue víctima de los mercaderes y empresarios europeos y después norteamericanos. Hoy es víctima de la voracidad de las empresas multinacionales que buscan extraer sus tesoros, escondidos en bosques y selvas ricos en biodiversidad.
“Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha transmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder.” Estas palabras de Galeano, en la introducción de su libro Las venas abiertas de América Latina, dan la pauta para pensar serenamente en el por qué del subdesarrollo de nuestros países.
Afirmaciones que desnudan el carácter indiferente y conformista de nuestro pueblo.
¿Por qué dejamos que nuestros representantes políticos, por intereses personales o de grupo, sigan saqueando y contaminando nuestro suelo?
Durante generaciones nuestra indiferencia a esta clase de abusos ha sido condicionada por una fuerte desinformación. La ignorancia y la codicia se aliaron para dejar pasar y dejar hacer.
Y por falta de un amor al suelo que nos ha visto nacer.
España en tiempos de la Conquista y la Colonia sentó las bases y condicionó el desarrollo de nuestra economía.
Han pasado los siglos y de parte de España nunca hubo una disculpa por los genocidios para poder saquear nuestros recursos. El oro y la plata de América sigue en Europa y nunca hubo un resarcimiento.
El desconocimiento de nuestra propia historia, de cómo y por qué fuimos conquistados por los españoles, qué sucedió bajo el amparo de la Iglesia en el tiempo de la Colonia, son datos que se nos enseñaron muy superficialmente y desde el punto de vista del vencedor.
No conocemos nuestra historia.
No tenemos conciencia de que esa riqueza nos pertenece. El desarraigo a nuestro suelo es el que ha permitido que otros se enriquezcan con nuestros recursos.
El desconocimiento ha hecho que generación tras generación se tornara indiferente y no nos preguntáramos por qué seguimos siendo tan pobres, con tantas carencias que no han sido resueltas por siglos. Por qué el desarrollo y la tecnología no llegan a los pueblos que cada día son más pobres?
Si somos una región de riquezas, ¿qué ha pasado?
¿Por qué la brecha entre países ricos y pobres es cada día más ancha cuando contamos con tantos recursos naturales?
Galeano, en su libro Las venas abiertas de América Latina, da un grito para que despertemos de ese sueño que nos mantiene en el subdesarrollo. Tenemos que despertar.
Desde su descubrimiento por los europeos América ha sido explotada y saqueada.
La historia que se nos enseñó en las aulas escolares ha sido escrita por los vencedores y no por los vencidos.: los hechos se presentan parciales y cercenados; y al pasar el tiempo se le han hecho tantos retoques a esa historia según la influencia política del momento, ocultando la realidad de los hechos.
Desconocemos la verdadera causa del descubrimiento de América y qué motivó a Cristóbal Colón el lanzarse a romper los mitos y leyendas del hombre de la Edad Media para cruzar los mares desconocidos.
Desconocemos qué sucedió en las guerras de la Conquista y sabemos poco de la verdadera explotación de la época colonial. Hemos repetido la historia oficial haciendo héroes apasionadamente, sin permitirnos una revisión objetiva de los hechos. La conquista y la época colonial se han mitificado en una época idílica.
Pero al revisar la historia se presenta una realidad diferente. Mario Antonio Sandoval dice en la página de opinión, en su columna Catalejo, del periódico Prensa Libre,”la historia del país simplemente no se conoce, y la poca conocida está afectada por la interpretación ideológica excluyente, o por la emotividad, cuya primera víctima es el análisis sereno. Conocer la historia permite comprender mejor las causas de los hechos de este momento”.
Eduardo Galeano, en su libro Las venas abiertas de América Latina, en los primeros capítulos presenta un panorama de la historia del Viejo Mundo en la época del descubrimiento de América.
La España medieval estaba desgarrada y en aprietos económicos por los ochocientos años de guerras que significaron la Reconquista. La recuperación de Granada, el último reducto de la religión musulmana en suelo español, se logró en gran medida, por la rivalidad de los dos últimos gobernadores musulmanes. Los reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que habían logrado unir sus reinos para evitar el desgarramiento de sus dominios, en 1492 logran vencer a Hassán y recuperar Andalucía.
Pero para guerrear, los monarcas necesitaban dinero. El tesoro real estaba agotado. La corona estaba en ruinas y endeudada con los acreedores de esta guerra que había sido librada en nombre del Cristianismo en contra del infiel Islam. Había sido patrocinada y bendecida por la Iglesia. Esta fue una guerra santa. La espada y la cruz estaban unidas. La reina Isabel se hizo madrina de la Santa Inquisición y en ese mismo año, 1492, son expulsados del reino ciento cincuenta mil judíos. Muchos de ellos, banqueros y prestamistas de la corona, hábiles comerciantes de sedas y especias, además de muchas manos expertas en diferentes oficios.
Pero no solamente los hábiles artesanos judíos fueron expulsados, con la Reconquista las prósperas plantaciones del sur de España se quedaron sin los laboriosos brazos que las hacían producir al ser expulsados los moros. Los campos perdieron sus cosechas y los tributos no ingresaban a las arcas reales.
En esta ruina económica, los Reyes de Castilla y Aragón vieron en Cristóbal Colón, el iluminado aventurero que podía llegar a Cipango y conquistar las montañas de oro y perlas, además de las codiciadas especias que describía Marco Polo, la posibilidad de una recuperación económica si llegaban a las fuentes de tantas riquezas. “Los Reyes Católicos de España decidieron financiar la aventura del acceso directo a las fuentes, para librarse de la onerosa cadena de intermediarios y revendedores que acaparaban el comercio de las especias y las plantas tropicales, las muselinas y las armas blancas que provenían de las misteriosas regiones del oriente. El afán de metales preciosos, medio de pago para el tráfico comercial, impulsó también la travesía de los mares malditos.” (Galeano, pag.6)
Los viajes de Colón fueron una empresa estatal, financiada con dineros de la corona. Y como a la Iglesia le interesaba la expansión del reino de Castilla porque ampliaba el reino de Dios, dio “carácter sagrado a la conquista de las tierras incógnitas del otro lado del mar” (Galeano, pag.6)
Los conquistadores buscaban metales y piedras preciosas. Buscaban las costosas especias y todo aquello que les representara hacerse de riqueza. Y para ello gente aventurera, sin educación, pero si con mucha ambición, fue financiada por los propios conquistadores o por banqueros y mercaderes que exigían buena parte del botín, para lanzarse sobre América.
La conquista de América fue una empresa comercial que pedía grandes retribuciones económicas.
La exuberancia de las nuevas tierras, la inmensa variedad en flora y fauna, la nobleza y la mansedumbre de los nativos con rasgos tan extraños, los deslumbró. Pero no los conmovió ni los detuvo en su voraz búsqueda del oro. La verdadera esencia de los españoles como de los portugueses estaba en apoderarse, por medio de las armas, del oro y de cuanta riqueza nativa encontraran en estas tierras. Empresas que estaban siendo bendecidas por la Iglesia para la propagación de la fe cristina porque representaban un gran negocio. “En 1530, una nueva bula concedió a la corona española, a perpetuidad, todos los diezmos recaudados en América: el codiciado patronato universal sobre la iglesia del Nuevo Mundo incluía el derecho de presentación real de todos los beneficios eclesiásticos.” (Galeano, pag.8)
América fue conquistada por las armas y por la cruz. Los indios, como se les llamó desde entonces, fueron fácilmente vencidos porque no conocían los adelantos de la civilización del Renacimiento. No conocían la pólvora ni el hierro. Ni todas las armaduras de guerra que les tapaban todo el cuerpo y que reviraban los dardos y las flechas, y donde las piedras rebotaban. No empleaban la rueda ni conocían el vidrio.
El gran desnivel de desarrollo es el causante de la facilidad con que sucumbieron las civilizaciones americanas.
También facilitaron la conquista el asombro y el miedo.
Los caballos fueron una fuerza mágica atribuida a los hombres blancos. Los caballos y los perros de ataque ayudaron a la rendición del gran Moctezuma en México y a la toma de la imperiosa Tenochtitlán. El caballo y el jinete rubio, blanco como la cal y con barba de oro, fueron vistos como el retorno a la tierra del gran dios Quetzalcóatl.
El inca Atahualpa cayó de espaldas cuando vio a los primeros soldados montados a caballos. Francisco Pizarro entró en Cajamarca con relativa facilidad, porque los ruidos de los cañones y las balas enloquecieron a los guerreros incas. También blanco y barbudo era Huiracocha, el dios bisexual de los incas.
Si bien es cierto que la lucha fue desigual con respecto al armamento, los conquistadores tuvieron otros aliados que les facilitaron la victoria: las enfermedades.
Las bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces. El primer contacto con el hombre blanco significó la contaminación. Los europeos traían la tuberculosis, la sífilis, enfermedades intestinales, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre amarilla y la viruela, que fue la epidemia que exterminó pueblos enteros. Durante siglos siguió siendo y es, la causante de gran mortandad entre la población indígena.
Los conquistadores entraron relativamente fácil a las grandes ciudades de los imperios americanos. Sobre Guatemala, Pedro de Alvarado mató tantos indios que se hizo un río de sangre y “el día se volvió colorado por la mucha sangre que hubo aquel día.”(Galeano, pag. 10)
Usaron la intriga y la rivalidad entre los pueblos para separar y vencer.
Ya tomadas las ciudades y destruidas sus castas gobernantes, los conquistadores se dedicaron a saquearlas de sus riquezas materiales: oro y plata y cuanta piedra preciosa encontraran.
Los conocimientos filosóficos, astronómicos, matemáticos o los grandes avances en cirugía de esas cultas civilizaciones se perdieron por esas matanzas indiscriminadas: nada importaban de estas grandes civilizaciones que los españoles no comprendían y que no tenían interés en conocer.
Al matar a las clases privilegiadas, nobles y sacerdotes, el resto de las poblaciones fueron reagrupadas y entregadas a los encomenderos para la explotación de las minas y los yacimientos de oro y plata. Y para trabajar en los trabajos forzados en los latifundios o como cargadores.
Habían sido siempre obedientes y sumisos a sus soberanos, y lo siguieron siendo bajo los nuevos amos, que se quedaron para hacerse ricos. Y para siempre.
Todas las guerras son sangrientas y los perdedores llevan la peor parte. Pero con el tiempo, hay resarcimientos y ayudas para recuperar lo perdido y avanzar en el desarrollo.
¿Y el desarrollo de América Latina?
América era muy rica en oro y plata. Los españoles buscaban volverse ricos en pocos años, y así empieza una estructura de dominio y exterminio de pueblos americanos. Los recursos naturales de toda clase se fueron de nuestros suelos para desarrollar Europa. Pero lo nefasto de la estructura económica ha quedado hasta nuestros días.
Durante el tiempo de la Colonia las fértiles minas de plata de Potosí, en la actual Bolivia y las de Zacatecas y Guanajuato en México, proporcionaron un flujo gigantesco de plata para España.
Esta inmensa riqueza servía para pagarle a los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, ya que la Corona estaba hipotecada con los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles. Las arcas de La Casa de Contratación de Sevilla estaban siempre vacía, pues servía para pagar los constantes frentes de guerra por las guerras religiosas en su afán de expulsar al demonio del protestantismo de toda Europa. Felipe II puso en funcionamiento la terrible máquina de la Inquisición y abatió sus ejércitos sobre la herejía. Las deudas papales con los banqueros alemanes por la construcción de la catedral de San Pedro tenían que ser pagadas, y fueron canceladas con la plata americana.
El clero se multiplicaba y exigía su diezmo.
La plata también tenía otro camino: se sacaba clandestinamente y se quedaba en manos de los contrabandistas y comerciantes.
La aristocracia española recibía grandes ganancias de los préstamos que recibía de la Corona y con el dinero fácil, pues no había sido producto del esfuerzo del trabajo, se consagraba al despilfarro. Los nuevos ricos se dedicaron a comprar títulos de nobleza y latifundios que no les interesaba hacer rentables. La población crecía y “la enferma economía española no podía resistir el brusco impacto del alza de la demanda de alimentos y mercancías que era la inevitable consecuencia de la expansión colonial.” (Galeano, pag. 13)
Se despertó una lucha entre los países vecinos de España por hacerse de la conquista del mercado español, pues esto significaba la plata y el mercado de América. España era un reino con la plata, que podía comprar lujo y bienes suntuosos. Pero no podía abastecerse ella misma. No tenía industria ni manufacturas. Todo lo compraba: su lujo y opulencia la compraba con la explotación de sus colonias americanas.
Los vecinos europeos florecieron con esa rica vecina que tenía un gran impulso de compra y una sed de lujo y ostentación. El poder de compra de España era poderoso. Para abastecer esta creciente demanda española de mejores y más mercancías, los países vecinos y laboriosos empresarios, empezaron a invertir sus grandes ganancias en la investigación y en la nueva tecnología. Se industrializaron. De América venía todo el dinero, por medio del monopolio de la Corona en el comercio, para desarrollar los nuevos adelantos. Y con la riqueza de América las sociedades europeas se desarrollaron rápidamente. El capital formó sociedades prósperas que avanzaban rápidamente. El oro y la plata de América nutrieron esa expansión.
Lejos estaba España de este auge tecnológico, ya que no se invertían los capitales en el desarrollo industrial.
Galeano escribe en su libro “Mandel hace notar que esta gigantesca masa de capitales creó un ambiente favorable a las inversiones en Europa, estimuló el “espíritu de empresa” y financió directamente el establecimiento de manufacturas que dieron un gran impulso a la revolución industrial” (Galeano, pag. 15)
Esta concentración de riqueza y de capitales que provenían de América en beneficio de Europa impidió en las regiones de América que se formara el capital industrial.
Ni industria, ni comercio, ni cultivos. España limitó y condicionó el desarrollo de América a sus propios intereses. Y esos intereses estaban regulados estrictamente por monopolios comerciales.
Sembramos y producimos lo que la Corona y Europa demandaban.
El monopolio del comercio en manos de la Corona no permitía el desarrollo de nuevas industrias en sus colonias y el comercio se centró en la importación de esclavos, sal, vino, aceite, armas, paños y artículos de lujo.
La Corona condicionó nuestro desenvolvimiento económico a su servicio y a las necesidades del mercado europeo.
Así se centralizó el mercado en torno al sector exportador, creando una clase privilegiada. La economía colonial estaba regida por los mercaderes, los dueños de las minas y los grandes terratenientes. El poder económico estaba concentrado en pocas manos. La renta y el poder estaban en esas pocas manos.
La vida colonial en las ciudades ricas de América prosperó rápidamente. Las ganancias eran tan inmensas que se derrochaban en fiestas suntuosas, en la construcción de palacios e iglesias con altares de plata y oro, en el lujo y la opulencia de palacios y residencias.
Todo se compraba a la Madre Patria para satisfacer ese creciente deseo de ostentación.
Nacen ciudades alrededor de los centros mineros del cerro Potosí, que tenían vetas magníficas de plata. Durante la época de la explotación minera, Potosí floreció y fue una ciudad tan rica, que dejaba sin aliento a los recién venidos, por su inmenso lujo.
La sociedad del rico Potosí solo dejó a Bolivia la vaga memoria de su esplendor.
Junto con Potosí, Sucre y Huanchaca, que disfrutaron en su época de las riquezas del cerro, Sucre, que fue la capital cultural de dos virreinatos, la ciudad más ostentosa y culta de América, donde floreció una rica artesanía con un sello único del mestizaje, es hoy una ciudad pobre y triste. Como toda Bolivia
Gracias Rubén por aportar este hermoso texto sagrado para nosotros.
Albi