TeleSUR vive y depende de la indulgencia de sus usuarios y usuarias. Esta es una realidad dolorosa para todos los que vivimos el momento histórico en que se cumplió una de las grandes utopías de nuestra revolución: generar un medio de comunicación con nuestros propios códigos, destinado a contrarrestar la canalla mediática que continuamente busca ensombrecer la voluntad y las luchas de nuestros pueblos, hoy destinados a protagonizar el cambio en el orden social y político al que nos han sometido históricamente.
TeleSUR se configuraba como el proyecto mediático que nos apoyaba en la recuperación de nuestra dignidad como latinoamericanos, que nos contenía canalizando nuestras rabias para llevarlas a la pantalla, para hacernos visibles, primero ante nosotros mismos y luego al resto del mundo.
TeleSUR comprendía la necesidad de presentarse como un lugar de encuentro, un lugar de identificación, donde todos y todas nos reflejábamos no solo en la programación sino en quienes día a día nos acompañaban a través de la pantalla, rompiendo con los paradigmas y los arquetipos estéticos impuestos por las grandes corporaciones de la información, que en vez de reforzar nuestra identidad se han dado a la tarea de mellar la confianza en nosotros, negando nuestras raíces ancestrales.
Eso era TeleSUR. Eso y la reunión de voluntades, el lugar para el debate de altura, el análisis profundo y la producción y discusión de ideas en torno a nuestras realidades, a nuestras necesidades sentidas y a un proyecto de unificación que solo puede entenderse y realizarse en revolución: Nuestramérica.
De un proyecto así, que buscaba transformar de forma y fondo la realidad comunicacional de América Latina se esperaba que ese mismo ímpetu transformador definiera una nueva forma de relación laboral, que no funcionara como las maquilas informativas, mercantilizadoras de la información y de talentos. Pero mientras en la pantalla vemos un despliegue tecnológico impresionante, la realidad dentro de la planta es muy diferente. TeleSUR funciona como una empresa que mantiene las mismas prácticas esclavizantes y denigrantes hacia sus trabajadores iguales o peores a a las de cualquier corporación capitalista. A veces se hace mucho más con menos, es la realidad histórica de nuestros pueblos y lo que ha permitido el desarrollo de nuestro potencial transformador. De qué sirve todo el despliegue tecnológico y la modernización del canal, si su fuerza laboral está siendo golpeada todo el tiempo, si no se le permite opinar, pensar, debatir y mucho menos cuestionar las decisiones editoriales que muchas veces difieren de la Misión y la Visión del canal.
Un grueso de informes de supuestos colectivos por la defensa de TeleSUR, otros elaborados por trabajadores y ex trabajadores dan fe de algunos abusos y otras irregularidades a los que hemos estado sometidos y sometidas en una institución que debería caracterizarse por cumplir cabalmente los acuerdos contenidos en la Ley del Trabajo, sumando a esto la humanización del trato hacia quienes nos hemos sudado ese nuevo paradigma comunicacional. Pero ese respeto a la legalidad y a las personas que trabajan en TeleSUR ha sido transgredido una y otras vez y nos ha tocado ser testigos de dolorosas pérdidas profesionales, humanas y revolucionarias.
Varias personas sentenciaron las pruebas y documentos que han ido apareciendo a lo largo de estos años como una arremetida mediática de la contrarrevolución, que busca desestabilizar al gobierno nacional a través de uno de sus puntos neurálgicos. Sin embargo, ninguna de las personas que salieron a defender de manera vehemente a quienes fueron denunciados a través de todos esos documentos tomó en cuenta –por desconocimiento u omisión- que la contrarrevolución está dentro de nuestros medios, forma parte de sus nóminas y que en especial, el trabajo contra TeleSUR ha sido un debilitamiento sistemático de la línea editorial –y del chavismo- a través de la contratación de personal que profesa abiertamente su oposición al Presidente Chávez y en otros casos -los peores y más peligrosos- no se identifican con nada, asumiéndose “apolíticos” y por ende son perfectos para realizar cualquier tipo de trabajo sin contenido o reflexión política de ningún tipo. Todo esto amparándose en la necesidad de tener “equilibrio informativo”, en la “imparcialidad de la noticia” y en el “profesionalismo” que le permite a estos individuos trabajar “donde sea” sin asumir ningún tipo de compromiso con el proyecto, en este caso, con un canal que es nada más y nada menos que la punta de lanza de un proyecto continental de comunicación.
Si bien es cierto que se deben visibilizar las dudas que hay sobre la administración del canal y el descontento generalizado que existe en cuanto al trato hacia los trabajadores (persecución del chavismo, prohibición de un derecho legítimo como lo es la organización de la fuerza laboral, maltratos, despidos injustificados, altísima rotación de personal, arbitrariedad con los horarios –o como ellos mismos dicen “el juego de la silla” haciendo referencia a las exigencias de ciertos jefes a los que les gusta cambiar a los trabajadores de horario y funciones como a ellos mejor les convenga y sin ningún criterio de organización aparente- paranoia, instalación del método del miedo, etc) es mucho más grave que el canal haya perdido completamente su génesis y presente un conflicto IDEOLÓGICO de tal magnitud que hoy se asemeje más a CNN y que mucho dista de su concepto inicial; que se ampara en constantes cambios de forma, resintiendo, impunemente, el fondo. Esta observación la han hecho muchísimos usuarios y usuarias al rededor del mundo, periodistas, intelectuales y movimientos sociales. Basta con buscar en internet y redes sociales las duras críticas que desde nuestros propios sectores se han hecho hacia TeleSUR y hacia varias de sus coberturas.
De “Nuestro Norte es el Sur” pasamos a ser “La señal informativa de América Latina” un slogan que dice tanto como un retrovisor. Y aquí retomamos la idea que abre este escrito: El canal sobrevive gracias a la indulgencia de sus usuarias y usuarios, que a pesar de ver cómo se encadenó con la convención republicana de los EEUU perdona “porque es el único medio que tenemos”.
En TeleSUR la izquierda perdió los espacios mientras la derecha vestida de rojo los ha ido ocupando gracias a la disminución metódica del personal que disiente de las injusticias, que apela a la discusión de las ideas, a la no imposición de esquemas mercantilistas en el trato y el manejo del personal y que apoya, más allá de las franelas rojas y las frases de rigor, el proceso revolucionario venezolano y a los gobiernos de izquierda del continente.
Como trabajadores y trabajadoras de TeleSUR, aspiramos a una participación activa en las decisiones que se toman dentro del canal a través de asambleas permanentes donde todas y todos podamos ser constructores de una comunicación verdaderamente revolucionaria, tanto en las relaciones internas del canal como en la programación diaria. Y esperamos que estas reivindicaciones no sean objeto de más persecución, señalamiento y acusaciones de “contrarrevolucionarios”, sino que, por el contrario, se acojan como lo que realmente son, un interés sincero de que nuestro Norte vuelva a ser el SUR.
Por quienes anhelamos recuperar la alegría, la mística, la entrega y la profunda conciencia de estar cambiando la forma de hacer periodismo y de informar a nuestros pueblos sobre lo que pasa en nuestros pueblos celebramos con profunda esperanza el nombramiento de Ernesto Villegas como nuevo Ministro de Comunicaciones.
Por todos nuestros compañeros que están dando la lucha desde adentro a pesar de las persecuciones y difamaciones y por los que fueron desterrados luego de entregar su corazón y vida en beneficio de ese hermoso proyecto, esperamos ver el sol después de una larga tormenta.
Frente en formación de Trabajadores y Trabajadoras de TeleSUR