Como cada dos años y medio, ayer 21 de octubre, se celebraron en Cuba elecciones a delegados -concejales- a las Asambleas Municipales del Poder Popular. En medio de tanto silencio para con las mismas o de escandalosas tergiversaciones por parte de los poderosos y reaccionarios medios de comunicación, bien vale la pena recordar algunas de las virtudes del sistema electoral cubano.
El voto en Cuba es un derecho que se puede ejercer al acceder a la edad de 16 años. A diferencia del multipartidista -que, en realidad, de multi no tiene nada-, en el sistema cubano no postula el Partido Comunista -éste no participa para nada en la selección de los postulados- sino los propios electores en las asambleas públicas de las diversas zonas vecinales tras largas y entusiastas deliberaciones. Y lo hacen los electores libremente, como digo, presentando candidatos -entre dos y ocho por cada circunscripción- que, independientemente de sus condiciones ideológicas, ellos consideren oportuno.
Presentados los candidatos, estos celebran numerosas reuniones y encuentros con los electores de sus respectivos distritos, pero lo hacen todos juntos, excluyendo toda forma de promoción individual y, por supuesto, sin gastar un solo centavo.
Lógicamente, los delegados elegidos son los que más votos reciben, debiendo sacar, estos, más del 50% de los mismos. En el caso de que dicho porcentaje no sea alcanzado por ninguno de ellos, se repite de nuevo la votación entre los dos candidatos más votados.
El pueblo es, pues, el principal y activo participante desde el principio hasta el final del proceso electoral. Además, la democracia cubana no se limita solamente al proceso de elección, sino que realizado este, consumada la elección de los representantes del pueblo por el propio pueblo, la ciudadanía sigue muy activamente participando en las propuestas y decisiones de sus elegidos, controlando a estos mediante los mecanismos -inexistentes en otros sistemas- de “rendición de cuenta” y “revocación”. Cada equis tiempo, los elegidos deben rendir cuenta de su labor ante sus electores, quienes mediante asamblea pueden revocar sus mandatos en cualquier momento si consideran que no se les representa adecuadamente.
El voto en Cuba no es obligatorio, no existe ley alguna que sancione a quienes decidan no ejercer su derecho al voto; sin embargo, habitualmente se supera el 95% de participación. Y es que la cubana es una “democracia participativa”, muy alejada de la engañosa “democracia representativa” donde, como dijo Ricardo Alarcón de Quesada, la autoridad la ejercen los ricos y para el pueblo reservarán el engaño de imaginarse representados.
Hoy el pueblo cubano, de manera consciente y entusiasta, está eligiendo a sus delegados para un período de dos años y medio, y, por mucho que los medios de la reacción se empeñen en hacernos creer lo contrario, Cuba está impartiendo al mundo una nueva lección de democracia.