En junio de 1916, un grupo de estudiantes granadinos llegó a la monumental ciudad de Baeza acompañado por el profesor Martín Domínguez Berrueta, amigo del poeta Antonio Machado. El sevillano, que en aquel tiempo daba clases de francés en la localidad jiennense, recibió a los muchachos en el Casino de Artesanos, donde tuvo la oportunidad de conocer a un jovencísimo Federico García Lorca.
"En aquel momento, Machado no podía suponer en lo que iba a convertirse más tarde aquel chico, que entonces no era más que un lector voracísimo cuyas fuentes eran todo aquello que tenía a mano", cuenta a ELMUNDO.es el profesor de la Universidad de Salamanca Ricardo Senabre, que esta semana ha participado en el Congreso Internacional 'Antonio Machado y Andalucía', cierre de la conmemoración del centenario de la llegada del literato a Baeza.
"Hay un segundo encuentro, en la primavera 1917, en el que se conocen un poco mejor, y Lorca interpreta incluso algo al piano en una sesión de música y poesía", explica Senabre sobre un episodio que el granadino recogerá en su primer libro, 'Interpretaciones y paisajes'.
"En Baeza, –continúa el profesor– Machado llevaba una vida intelectual, bastante personal. Participaba en las tertulias en la rebotica de la farmacia Almazán, pero no cultivó relaciones más allá de eso, y de encuentros puntuales como el que tuvo con el joven Lorca, que sentía devoción por el que era el gran poeta de momento junto a Juan Ramón Jiménez".
"Juan Ramón era más minoritario porque tenía más enemigos, mientras que Machado tenía esa imagen de persona bondadosa", añade Senabre sobre dos poetas que mantuvieron una relación "estrecha y conflictiva", como apunta Miguel Ángel García, profesor de la Universidad de Granada.
Renovación poética
"Rubén Darío, en una carta escrita en 1903, dice que los dos poetas que prefiere dentro de la renovación poética que quiere acometer en España son Juan Ramón, al que considera el más sentimental, y Machado, el más intenso", apunta García sobre el nexo de unión de dos personajes que, a principios del siglo XX, intercambian poemas y reseñas.
"Luego, con 'Campos de Castilla', empiezan a separarse", agrega el ponente, para quien la base del distanciamiento es un conflicto estético. "La vuelta al tema castellano no le convencía a Juan Ramón, que había decidido apostar por la poesía pura, en la que no tiene cabida la realidad cotidiana", asegura.
"Ambos autores están comprometidos con su tiempo, pero Machado tiene una conciencia política más clara", comenta el profesor de la UGR, explicando que existen huellas de esas diferencias en el epistolario entre Jiménez y el sevillano, como hay testimonios fundamentales también en cartas que este último intercambió con Miguel de Unamuno.
"En una que le escribió al poco de trasladarse le dice literalmente 'a veces pienso que la puedo recobrar', hablando de su esposa, que acababa de fallecer", cuenta Senabre, para quien Machado sufrió una auténtica enajenación en su período baezano, en el que lucha por olvidar un pasado que le causa un tremendo dolor.
Se refugia entonces en sí mismo, recupera su afición por la filosofía y empieza a escribir prosa. "Hay gente que lo ve como si se le hubiera ido el genio, pero yo lo veo más bien como una reflexión sobre la poesía", señala el profesor en la Universidad de Málaga Enrique Baena, que ve en esa etapa vinculaciones con Goethe y Hegel.
"Decide recuperar el siglo de los románticos europeos, traer el eco de todo aquello sacando fórmulas de esa corriente como son la espiritualidad y la respuesta a lo vivido", dice el especialista en Literatura Comparada, según el cual el andaluz toma también ejemplo de Hegel, para quien el humor es fundamental para entender la realidad.
"Machado juega mucho con el humor, con la ironía, como puede verse en el espíritu burlón de su Juan de Mairena", apunta Baena, para el que Baeza, un espacio donde el poeta se sentía "a salvo", tiene un papel fundamental en la vida y la obra del maduro Antonio Machado.