Parado sobre tierra roja caucana, un campesino con cara arrugada y de español a medias recorre con los ojos el terreno que su familia había comprado dieciocho años atrás por 450.000 pesos y en el que desde hace tiempo vivía su hijo. La misma casa que el 4 de noviembre del 2011 entró en la historia colombiana por haber sido la última posada de 'Alfonso Cano', el máximo líder de la guerrilla de las FARC.
Un año después, el hombre observa lo que queda de la propiedad de su hijo: cuatro paredes de madera que resistieron al ataque y que servían de cocina; matas de café; algunas plantas silvestres de lulo; y cientos de orificios de metralla que perforaron los árboles. Con cierta resistencia empieza a contar lo que pasó los días previos al bombardeo.
"Unos señores le pidieron a mi hijo que se fuera de la casa por dos días. Nosotros qué íbamos a saber que se trataba de 'Cano'", asegura de manera tajante. "Sólo supimos de quién se trataba unos días después, cuando ya estaba muerto y hablaban de eso en las noticias".
Este terreno se ha convertido, no solo para su familia sino para la comunidad, en una preocupación. El miedo a la estigmatización, ha impedido que los indígenas nasa de Chirriadero ayuden a reconstruir esta casa.
"Mire, si algunos de la comunidad pusiéramos 100.000 pesos cada uno podríamos volver a construir la casa, pero la gente no quiere. Nos van a decir que colaboramos con la guerrilla, que nosotros sabíamos que era 'Cano' y pues no. Lo que pasa es que también es difícil saber que él (el dueño de la casa) está pasándola mal porque no tiene donde dormir", comenta un chico que no supera los veinte años.
Con prudencia, y motivado por la franqueza con la que habla el joven, el campesino mayor añade detalles sobre las incomodidades que vive su hijo. "Después de los ataques duerme en una pensión en Popayán, con sus tres hijos y su esposa, a la espera de que el Estado le dé alguna indemnización y pueda reconstruir su casa".
La guerrilla, de manera fantasmal dicen, vigila lo que sucede en Chirriadero y ese es el motivo por el que las historias se evitan. Cuando se pregunta por lo ocurrido hace un año la gente se cuida antes de responder y cuando se utiliza la palabra guerrilla el tono de la voz baja; ahora bien, si se pregunta por la presencia del grupo en la zona, las miradas revisan quien está cerca.
Ellos dicen que viven marcados por el estigma y prefieren el silencio para que no se les relacione equivocadamente con ser parte de la base social de la guerrilla.
Coca, oro y guerra
El cultivo de coca y en menor medida el comercio del oro, son el principal sustento de esta región. El café y el plátano que crecen con facilidad no terminan de convertirse en una alternativa viable y las comunidades reclaman carreteras que conecten las veredas y que permitan tener acceso a mejores condiciones de mercado.
El recorrido hasta la cabecera municipal debe hacerse primero a lomo de mula durante tres horas, hasta un parador conocido como Puerto Limón. Desde ese punto, donde empieza una carretera destapada, hay que viajar en carro por dos horas para llegar a Morales. El trayecto es más complicado si se trata de llevar a un enfermo.
"La situación es alarmante. Para los niños no hay casi escuelas, hay desnutrición, analfabetismo y tenemos muchas enfermedades", comenta Célimo Zambrano, indio nasa y alcalde del cabildo indígena de Chirriadero.
"Desde hace 20 años se nos prometió que tendríamos carreteras y postes de luz y hoy somos más de mil habitantes que seguimos haciendo este viaje a lomo de mulas", cuenta un muchacho acuerpado y de manos grandes que acaba de llegar de Morales después de haber caminado por cuatro horas y se prepara para trabajar en algunos arreglos de la escuela.
Durante estos días la desconfianza de los habitantes de Chirriadero ha aumentado y se encuentran más prevenidos de lo normal. Uno de los profesores que había llegado hace poco desde Morales para ayudar con la enseñanza de los más de cuarenta chicos que asisten a la escuela de la vereda, fue víctima de una amenaza. Aunque se desconoce al autor se sospecha que pudieron ser las Águilas Negras, grupo que de manera silenciosa empieza a hacer presencia en la zona, señala uno de los habitantes.
El alcalde del cabildo ordena una reunión inmediata con toda la comunidad con el objetivo de organizar una minga y confrontar a los hombres armados que están detrás de estas intimidaciones. Sin embargo, la reunión termina con una mala noticia. El profesor que había sido amenazado tomó sus maletas y abandonó Chirriadero para volver a Morales.
Desde hace un año la guerra entró de lleno allí y en sus veredas vecinas: Matecaña, Altamira, El Diviso, o Galilea, son algunas. Desde la operación militar Odiseo que terminó con 'Cano', la ofensiva militar del Ejército contra las FARC entró en terrenos a los que antes no tenía acceso.
Los hostigamientos se han duplicado; los frentes Manuel Cepeda Vargas y Jacobo Arenas, grupos que operan en este lado de la cordillera, han aumentado su presencia; los ataques a las cabeceras municipales de Morales o Suárez empezaron a sucederse con una habitualidad inédita; y algunas comunidades han sufrido desplazamientos masivos.
De la escuela a la mina
"La mayoría empieza a trabajar en la minería o en los cultivos de coca. Muy pocos empiezan el bachillerato ya que son contados los padres que registran a sus hijos en el corregimiento de Tierradentro, la escuela con bachillerato más cercano y que se encuentra a dos horas de distancia", cuenta Edwin Salazar uno de los dos profesores que enseñan a los 42 estudiantes de primaria que hay en Mate Caña.
Salazar no sólo se encarga de enseñar sino que ejerce como principal autoridad de la vereda. Sus funciones van desde organizar el campeonato de fútbol entre las veredas hasta la de enfrentarse con la guerrilla para decirles que sus discursos a la comunidad no corresponden a la realidad. Y lo sabe por experiencia, cuando joven fue reclutado por algunos meses. Hoy ya lleva más de veinte años dedicado a la enseñanza.
"Ningún niño de estas veredas ha puesto un pie en una universidad. Los menores suelen dejar la escuela después de quinto de primaria y empiezan a dedicarse a la mina, son muy pocos los padres que registran a sus hijos en Tierradentro donde hay una escuela que ya tiene bachillerato, para llegar hay que caminar hora y cuarenta minutos, son más de tres horas al día", relata Salazar.
Olber, Darwin, Yamit, Nolber, Yohan, Alexis, Yuly, Zuly, son ocho niños de la vereda de Matecaña. Estos chicos entre los cinco y los diez años de edad comparten varias cosas: el miedo al ruido de los helicópteros; la zozobra por la presencia de hombres armados que aparecen y desaparecen en la cancha de fútbol; y la certeza de que cuando terminen la primaria tendrán que dejar los estudios y empezar a trabajar.