Rafael del Pino, EEUU | 14/11/2011
El escuadrón de MIG-21 se encontraba listo para el combate. La orden del Comandante en Jefe: “No emplear la aviación hasta que el enemigo sudafricano lo hiciera primero”. Habíamos terminado de armar el escuadrón en Luanda. Me traslado en un pequeño avión de enlace al poblado de Santa Comba, 500 kilómetros al sur, para coordinar con el jefe de ese frente las posibles variantes de apoyo y cobertura aérea en caso de ser necesario. Los sudafricanos habían volado el puente sobre el río Queve y nuestras tropas se agrupaban próximas a sus márgenes en la región de Cela. Esa misma tarde se recibe en el puesto de mando del jefe del frente una comunicación radial de uno de los grupos de exploración, comandado por el teniente Artemio Rodríguez Cuza, que había sido infiltrado en la profundidad del territorio enemigo para transmitir sus movimientos: “Hemos sido localizados por el enemigo, estamos cercados y combatiendo a muy corta distancia”. El jefe del frente me mira y pregunta: — ¿Qué tú crees? Se trató de sacarlos con los helicópteros pero fue imposible, están combatiendo casi cuerpo a cuerpo. — Ellos están a más de 500 kilómetros de Luanda, prácticamente en el límite de las posibilidades por el radio de acción de los MIG-21. Además la orden que tengo es no realizar ninguna acción combativa hasta que los sudafricanos lo hagan primero. No obstante está la alternativa de darles un pase rasante para asustarlos y que los helicópteros los saquen en medio de la confusión, sin usar el armamento. — Haz lo que creas que debas hacer, me respondió el jefe del frente. Despegué antes del amanecer en la pequeña avioneta de regreso a Luanda. En la base aérea ya preparaban el MIG-21, quería estar sobre el objetivo con los primeros rayos del sol. No había tiempo para pedir autorización a La Habana, ni tiempo para preparar con todos los detalles a otros pilotos para su cumplimiento y mucho menos perder un segundo cuando estaba en juego la vida de dieciséis compañeros. Debía volar yo mismo. Un solo tropiezo y muy grave. Al llegar sobre el objetivo, el enemigo me confunde con uno de sus Mirages y en lugar de huir del caza, saludan. “Cojones”, me digo, y no sin cierta alegría —lo confieso ahora—, “parece que no queda otro remedio que hacer uso del armamento”. El jefe de ese frente era el comandante Leopoldo Cintra Frías. Y en ese tenso episodio fue donde comenzó nuestra amistad. Despues de los saludos desde tierra, pasé sobre ellos como un bólido, hago contacto con los tenientes Hazel y Quintana los pilotos de los dos helicópteros con quienes planificamos extraer a los combatientes y me comunican que es imposible acercarse pues les están haciendo fuego con todo lo que tienen desde emplazamientos en la ladera sur de la colina donde nuestros muchachos están cercados. Realizo un recobre violento, invierto el avión en plena trepada al mismo tiempo que conecto el interruptor para abrir el circuito que conduce al gatillo empotrado en mi bastón de mando. Esta vez no habrá confusión. Enfilo directo a la posición principal desde donde me volvían a saludar, 1.600 metros, 1.500, 1.300, 1.200 metros de distancia y 300 metros de altura sobre el terreno. Ahí les van 32 cohetes C-5M. Salgo violentamente de la picada, no puedo resistir la tentación de mirar por el espejo retrovizor para ver los efectos del ataque. No me conformo con el desconcierto y el pánico creado. Conecto ahora el interruptor de los cañones y vuelvo al ataque en dirección contraria para golpear a diferentes grupos que se han refugiado en una cuneta del camino. Consumo todos los proyectiles en el tercer pase y pongo rumbo de regreso a Luanda. “Cojones”, me digo ahora, “¿un tercer pase? ¡Me he jamado todo el combustible!” Después del aterrizaje, antes de llegar a la rampa de estacionamiento, se apaga el motor al agotarse el combustible en el taxi way. Los helicópteros nunca pudieron penetrar al cerco, pero la confusión creada y la probable preocupación de que el avión pudiera regresar desarticularon el cerco desde donde pudieron salir el teniente Artemio Cuza y sus hombres. El resto de su historia es bastante conocida para volver a relatarla. Los sudafricanos tuvieron que retirarse y las tropas dirigidas por Cintra Frías llegaron hasta la frontera con Namibia. Polo permaneció en el sur de Angola como jefe de aquella agrupación de tropas hasta que regresó a Cuba varios meses después. Posteriormente viajamos juntos acompañando a Raúl Castro a Polonia, donde conocimos al General Jaruselski y poco tiempo después sale al cumplimiento de su segunda misión africana en Etiopía, donde jugó un decisivo papel en derrotar al Ejercito somalí junto a los generales Arnaldo Ochoa y Julio Casas. Sus cualidades de jefe y organizador se ponen de manifiesto cuando el Gobierno cubano decide ponerlo al frente de la MMCA (misión militar cubana en Angola) después de algunos años de incompetencia y costosísimos errores cometidos por los otros jefes que le precedieron en esa responsabilidad. En la etapa final de nuestra intervención militar en Angola, cuando todo parecía que se volvía contra nuestras fuerzas, en los momentos más difíciles de los 14 años que permanecimos allí, fue la certera dirección de Cintra Frías la que frenó en seco a las envalentonadas tropas sudafricanas infligiéndole en Cuito Cuanavale la derrota decisiva de la cual no pudieron recuperarse. Cintra Frías llevaba todo el peso de la contienda decisiva en el teatro de operaciones militares. Una de las razones que me ha movido a hacer este recuento sintetizado son todas las tonterías y sandeces que se han publicado últimamente respecto al nombramiento de Cintra Frías como ministro de las FAR. Es tan grande la ignorancia de todos esos politólogos o cubanólogos o como se quieran catalogar que no vale la pena ni mencionar tantas boberías. Algún día se cansaran de argumentar disparates. O aprenderán quizás que para juzgar a un general acostumbrado al tronar de los cañones hay que haber escuchado por lo menos el eco de esos retumbos. El Ministerio de las Fuerzas Armadas no tiene nada que ver con la represión, la Seguridad del Estado, la policía política y otros órganos represivos. Esas son tareas del Ministerio del Interior. Nadie sabe si el estancamiento y fracaso de las reformas anunciadas puedan conducir a protestas populares que sobrepasen las posibilidades del MININT para sofocarlas. Si este escenario llegara a suceder habría todavía que ver si el Gobierno cubano decide utilizar al Ejército para reprimirlas. Y lo que es más importante, habría que ver si éste está dispuestos a cumplir esa orden. Ya no serían 16 vidas en juego, serían centenares o quizás miles. Solo podrá saberse cuando llegue el momento de la verdad. Y como me dijo Polo aquella noche en su puesto de mando de Santa Comba, yo le repito ahora que también creo que él hará lo que crea que deba hacer. Por su historia, su idoneidad y su competencia, no hay otro general cubano que tenga las cualidades militares y la capacidad que tiene Cintra Frías para ocupar el cargo de ministro de las FAR. Se los digo yo, que estuve con Polo, hombro con hombro, cuando de verdad había que jugársela.
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