“Por la mañana llegamos fritos, asados y hervidos…”
Lo cierto es que aquel calor tropical debió resultar “insufrible” —al decir de Vladimir Mayakovski (1893-1930)— para los 593 pasajeros del vapor francés Espagne, que atracó en el puerto de La Habana el sábado 4 de julio de 1925, en escala de 24 horas para continuar viaje el domingo hacia el puerto mexicano de Veracruz.
Pero, aún así, el poeta ruso —quien también describe las lanchas llenas de piñas, que se acercan al barco para ofertar su mercancía— no pierde la oportunidad concedida a los pasajeros de primera clase de visitar la ciudad caribeña, donde lo sorprende justo al bajar a tierra un descomunal aguacero, lo que le motiva esta ocurrente observación: “¿Qué cosa es la lluvia? Es el aire cargado con un poquito de agua. Pero la lluvia tropical es un chorro poderoso de agua con un poquito de aire”.
Le maravilla el “lindo cementerio con los innumerables señores López y Gómez en mármol blanco”, traza una colorida estampa: “Sobre un fondo de mar verde, un negro con pantalones blancos ofrece al transeúnte un pescado rojo, alzándolo por la cola por encima de la cabeza”, y se asombra ante el prodigio de dos frutos exquisitos de la Isla: el mango y el aguacate.
Es largo el camino que recorre el autor de “La nube en pantalones” durante su rápida estancia en la Capital, y, sin embargo, nadie repara en él a pesar de que es una de las figuras más importantes de la poesía rusa de principios del siglo XX. No es de extrañar. En los avisos de los periódicos de la ciudad que registraron la llegada del vapor francés, —lo contó el poeta y ensayista Ángel Augier— solo reseñaron por sus nombres a dos de los 232 pasajeros que viajaron con destino a La Habana: un ingeniero cubano que dirigía una conocida revista de la época y un embajador panameño; de los otros 361 que seguían en tránsito, —entre ellos, Mayakovski— solo mencionaron a un biólogo francés que fue agasajado por sus colegas del patio.
Además, también en esa etapa inicial de la Revolución de Octubre había un gran desconocimiento en Latinoamérica —y Cuba no era la excepción— del desarrollo de la cultura soviética y de sus máximas figuras. “En esas circunstancias, —como dijo Augier— resultaba difícil que los periodistas cubanos pudieran dar algún significado al nombre de Vladimir Maiakovski, en el caso improbable de que hubieran tenido acceso a él”.
Tan extenso es el andar de aquel extranjero solitario que se le complica regresar al Espagne pues, curiosamente, recuerda la calle por el letrero “Tráfico”, y todas las esquinas de La Habana lo tenían para señalar la dirección del tránsito de los vehículos.
Ya en la quietud de su camarote, escribirá un poema, titulado “Black and White”, que es la marca de un whisky a la que hace referencia en sus andanzas habaneras, y es —como bien dijera el colega Leonardo Depestre— una alegoría de la imagen con que el poeta rojo parte del país: la de una sociedad dividida según la raza y la riqueza.
Gracias a este poema y a su costumbre de escribir sus impresiones de viaje, —que en esta ocasión conforman luego su conferencia “Mi descubrimiento de América”—, se pudo tener evidencia de este breve y anónimo encuentro del gran poeta y dramaturgo revolucionario ruso con el trópico.
Lamentablemente, sobre Vladimir Mayakovski solo se conocerá en Cuba después de su muerte, cuando “un notable escritor y avezado periodista”, José Antonio Fernández de Castro, publica en la edición de mayo de 1930 de la Revista de La Habana unas notas sobre este importante intelectual ruso, donde destaca su estancia en el país cinco años atrás e incluye dos de sus poemas. El material se acompaña con un retrato de Mayakovski.
Por cierto, en sus escritos sobre La Habana, cuenta el anónimo viajero que le salió al paso, en los muelles, un desempleado que le hizo preguntas en varios idiomas. Para evitarlo, él respondió en inglés que era ruso. El hombre se entusiasmó y agarrándole de las manos le gritó a todo pulmón: “¿Usted es bolchevique? ¡Yo también soy bolchevique!”
El 14 de abril de 1930, a las 10:15 de Vladimir Maiakovski se pegó un tiro en el callejón de Lubianski con el revólver que le había servido doce años antes para su papel en la película "No nací para el dinero".
Militante bolchevique, a los 13 años lo detienen por primera vez acusado de formar parte de la imprenta clandestina del Partido Comunista. Luego, será detenido otras dos veces, la última en 1909 por organizar una fuga de mujeres encarceladas, por lo que cumple un año de prisión: tenía 17 años.
Editó poesías, escribió obras de teatro, guiones cinematográficos, canciones para el Ejército Rojo y para las instituciones del Estado obrero. Participó en las batallas teóricas de los formalistas, compuso el "Manifiesto Futurista Ruso", diseñó afiches y otros objetos molestos. Fue amigo de Shklovski y enemigo de Gorki y Marinetti. En 1948 los estadounidenses prohibieron la reedición de los poemas de Maiakovski en Alemania, que estaban ya traducidos, editados y dispuestos para la venta.
Contínuamente perseguido por la burocracia revolucionaria, el 9 de marzo de 1930 el diario Pravda realiza una dura crítica titulada "Sobre los caprichos del izquierdismo" en contra de su obra teatral Los Baños. Decía: "la intelectualidad pequeño-burguesa revolucionaria, que se unió al proletariado cuando ya se había definido y establecido firmemente su victoria, comienza a sentirse la sal de la tierra. Desconectada del pasado proletario, de su tradición de lucha, la intelectualidad tiende a considerarse como más a la izquierda, más revolucionaria que el proletariado mismo. No cabe duda de que oímos una falsa nota izquierdista en Maiakovski".
«Soy poeta. Eso es lo que me hace interesante.» Escribe Maiakovski en 1922. Veintiocho años antes nacia en un pueblo transcaucasiano, Bardad, que hoy lleva su nombre. Su padre era guardia forestal y solía llevar al pequeño Vladimirovich en sus rondas a caballo por el distrito. El trato íntimo con los campesinos, el conocimiento de sus problemas y de las injusticias que tenían que soportar, desarrolló en el niño sensible y apasionado que era entonces Maiakovski, un desgarrado amor por el pueblo, que llegará a convertirse en la nota dominante de la sinfonía multicolor de sus futuras composiciones literarias. Una tarde, la bruma se abre a los pies del jinete para dar paso a un «un brillo más claro que el cielo»: la electricidad. Padre e hijo estaban en las inmediaciones de una fábrica de duelas. Tras descubrir la electricidad -Sigue contándonos-, la naturaleza perdió interés, no le pareció lo bastante perfeccionada. La precisión aplicada, la invención técnica es el puente que, más tarde, le lleva al mundo moderno y lo vincula con el movimiento literario acaudillado por el italiano Marinetti y llamado Futurismo. La familia Maiakovski se muda a un pueblo más importante, Kutaissi, y Vladimir es admitido, tras los exámenes correspondientes, en la escuela local. También data una anécdota que, respetada muchos años después por la memoria autobiográfica, pone de relieve la índole iconoclasta y modernista de aquel iluminado por la electricidad, que, más adelante, le permitirá tutearse con la vanguardias literarias y politicas. Durante uno de los exámenes de admisión, un examinador le pregunta por el significado del vocablo «oko», a lo que el candidato contesta que es una medida de peso georgiano. Aunque correcta, su respuesta no es completa. En efecto, «oko», en antiguo eslavo religioso, significa ojo. Desde aquel momento -recuerda Maiakovski-, «odié todo lo que es viejo, todo lo que es eslavo, todo lo relativo a la iglesia». Es posible -agrega- que ello esté en el origen de mi futurismo, de mi ateismo y de mi internacionalismo.
Entre los confines de su enorme país, donde la noche es también blanca, y particularmente la Georgia natal, patria chica, por lo demás, del entonces activista Stalin, se propaga la agitación revolucionaria. En la casa Maiakovski se reciben algunas revistas (Noticias rusas, La palabra rusa, la riqueza rusa) cuyo contenido y efervescencia, simultáneamente nacionalista y revolucionario, soliviantaban el espíritu ya brioso de Vladimir. Una de sus hermanas trae de sus viajes a Moscú ejemplares de octavillas antizaristas.
Estamos en 1905. Vladimir ya no tiene la cabeza para meras tareas escolares. Sus ojos le revelan los hechos que llaman a la acción. De pronto, descubre que todo es desafío y que habita un terruño sojuzgado por el centralismo moscovita. «Para mí -escribe-, la revolución empezó de la siguiente manera: mi compañero de escuela Isidoro, ayudante de cocina de la casa del cura, saltó de contento al frente al horno: habían matado al general Alikanov, jefe de la represión unitaria en Georgia. Manifestaciones y mitines. También yo asistía. Era algo hermoso de ver. Conservo impresiones de carácter pintoresco: los vestidos de negro, son los anarquistas; de rojo, los ess-er (social revolucionarios); de azul los ess-de (socialdemócratas); los otros colores correspondian a los federales...» Maiakovski pasa de la lectura de novelas (Cervantes, Julio Verne) a la de opúsculos de contenido político: Abajo los socialdemócratas. Charlas sobre economía, etc. Se siente atraido por la figura del socialista alemán Ferdinand Lassalle «probablemente porque no lleva barba. Parece más joven. Lassalle y Demóstenes se mezclan en mi mente. Pronuncio arengas ásperas y provocadoras». Como vemos, no es precisamente humor lo que le falta al joven agitador.
En 1906 muere el jefe de la familia y la señora Maiakovski, tras vender los pocos y modestísimos bienes que poeen, emprende viaje a Moscú con sus tres hijos, adonde llegará no sin pasar por algunas vicisitudes. La pensiñon de viudedad que recibe no es suficiente para alimentarlos a todos. «Mamá se vio obligada a aalquilar los cuartos restantes y a preparar comidas. Los cuartos son tristes. Los estudiantes que los alquilan son pobres. Socialistas. Todavía me acuerdo de uno de ellos, el primer bolchevique que conocí.» Para aumentar los ingresos familiares, Vladimir se inicia en la pintura decorativa, concretamente huevos de Pascua de madera. Sigue estudiando, a pesar de todo, y sus lecturas paralelas lo consolidan, políticamente, en su elección ética primitiva. «Ninguna obra de arte me apasionó tanto como el Prefacio de Marx y los escritos de Hegel.» Escribe por entonces sus primeros versos pero, un día, considera que eso es incompatible con su dignidad social.
En 1908 se adhiere al Partido socialdemócrata (bolchevique). Poco después es elegido miembro del comité juvenil moscovita. Acusado de redactar octavillas, lo arrestan y encarcelan en el penal de Presnia. Sale en libertad, aunque no lo estará por mucho tiempo. Unos huéspedes de su madre cavan un túnel para propiciar la evasión de unas mujeres detenidas en la prisión de Novinsk, cosa que logran. Vladimir es arrestado por supuesta complicidad con los autores del hecho y pasa once meses en la cárcel de Beutirki (que sin duda tienen relación con el paródico poema de la Cárcel de Reading que escribirá años después). Libre una vez más, Maiakovski se vuelve hacia la literatura y lee con avidez: la poesía de los simbolistas rusos, algunos «clásicos» como Byron, Shakespeare, Tolstoi y Puschkin. «La novedad formal me excitaba -recuerda en su autobiografia-. Pero lo sentía ajeno. Los temas, las imágenes de esos autores no pertenecían a mi vida. Sin embargo, traté de escribir del mismo modo, pero sobre otra cosa. Muy pronto comprobé que del mismo modo, pero sobre otra cosa era algo imposible de hacer.» A Vladimir le pesa, pura y simplemente, la falta de una base cultural «sólida»; le pesa su falta de «experiencia del arte». «Soy ignorante -confiesa-. Tengo que buscarme una escuela seria. Si me quedo en el Partido, deberé pasar a la ilegalidad.» En aquellos momentos le parecía que en la ilegalidad no podría aprender nada. ¿Qué le hubiera quedado entonces? Escribir octavillas toda la vida, exponer ideas extraidas de «libros justos» pero cuyo autor no era él mismo. «¿Qué me quedaría si me vaciasen de lo que leí? El método marxista. ¿Pero no había caido esta arma en manos de un chiquillo?» El problema tenía, por supuesto, su trasfondo vital para un espiritu artista como el suyo: «¿Qué puedo oponer a la estética de las antiguallas en circulación?» En definitiva está convencido de que la Revolución le exigirá haber pasado por una escuela seria; en consecuencia, da por terminado su trabajo de militante y se pone a estudiar. Maiakovski no está encandilado por sus dones; no se escatima la autocrítica: como los textos que escribe le parecen pobres comparados con los poemas de los autores que admira, decide intentar la pintura, el dibujo (para lo cual muchos contemporáneos coinciden en que estaba dotado). Tras frecuentar los talleres de un paisajista y un realista, y siempre con la certidumbre de que es imprescindible «dominar el trazo» (cosa que puede también entrelíneas), ingresa en la Escuela Superior de Bellas Artes de Moscú, único establecimiento educativo donde no se exigía al alumno un certificado de «lealtad política». En esas aulas conoce un buen día a David Burliuk, un joven algo mayor que él, atrevidamente vestido, burlón, iconoclasta e inteligente, sino brillante. Congenian pronto. Juntos se aburren escuchando una tarde, por obligación, un concierto de Rachmaninov; juntos vagabundean por las calles y avenidas moscovitas; juntos critican y se mofan de la rigidez académica de la Escuela, «David, con la ira del maestro que ha superado a sus contemporáneos; yo, seguro de que el pathos del socialismo demolerá todas esas antiguallas.» De esta estimulante y osada camaradería nace, en opinión de Maiakovski, el futurismo ruso. ¿Curioso? A primera vista lo es. Pero a sólo a primera vista. La tecnología y sus creaciones, el aerodinamismo y la fascinación burbujeante del proceso rápido, musa del futurismo italiano, por un lado, y la insurrección reivindicatoria bolchevique, tenían un origen común: la certidumbre de que el progreso sacaría a la masa humana de su alienación animal y al individuo civilizado de su anacrónica torre de marfil. Claro está que Marinetti y otros vanguardistas no hacían mucho hincapié en la condición social del hombre ultrajada por las variadas formas del despotismo; pero se alzaban contra el pasado, en bloque: el continente de la opresión; su rebeldía positiva entroncaba insidiosamente con ciertas energías optimistas del naciente siglo XX. La nueva belleza de las formas nuevas entrañaba una modificación de sus contenidos sociales. El optimismo y el arrojo. El manifiesto para los unos, la cárcel para los otros. Pero ambos estaban luchando por la supervivencia de su juventud en marcha, de sus ideales rápidos, genuinos y filosos. El dios interior es el impulso, ese movimiento hacia afuera que, como el pelñicano, se alimenta de sus entrañas. En fin, de esa camaradería nace también la celebridad prematura de maiakovski. En efecto, un día, tras haberle leído a Burliuk un poema de reciente data, Vladimir le oye exclamar: «¿Eres tú quien ha escrito esto? ¡Pero eres un poeta genial!» Al día siguiente, Burliuk presentaba a Maiakovski a uno de sus conocidos de esta manera: «¿No lo conoce usted? es mi genial amigo, el célebre poeta Maiakovski». Y después, una vez a solas con él, le dice con la delicadeza soberbia de su exigencia: «Ahora, tienes que ponerte a escribir. O me pondrás en una situación absurda». Así pues, Burliuk resulta un visionario, un futurista en el sentido menos comprometido del término. Pero Burliuk no se limitó a tamaña desmesura; leía a los poetas franceses y alemanes de su elección, le hablaba sin cesar con la voz inolvidable y aguijoneante del que no necesita pararse a pensar en lo que desea. Y, por si fuera poco, le daba 50 kopeks cada día, para que pudiese escribir sin morirse de hambre... Poco más tarde publican juntos un manifiesto en el que exponen sus planteamientos futuristas «sui generis», La bofetada que quiere el público. Vladimir Maiakovski pasa a ser pues un personaje en el ambiente literario juvenil moscovita; no tanto por lo que escribe, todavía poco seguro de su expresión, como por sus modales y declaraciones, producto de la influencia de su amigo pero también de su genio personal. Su ancha camisa amarilla, su desparpajo y su fluidez verbal producen un impacto que hará historia, y dará paso a los calumniadores de siempre. Pero Vladimir se ha tomado en serio a si mismo. Aquellos años -escribirá- estuvieron dedicados a trabajar la forma, a dominar el lenguaje.
A principios de 1914, Vladimir se siente literariamente seguro, capaz de «dominar un tema», tema que, claro está, debe ser revolucionario. La consigna puede ser una fuente de inspiración. De aquél período ha quedado su poema La nube en pantalones.
En 1915, es enrolado en el ejército soviético, pero se las arregla para no ir al frente. Conoce a Ossik y Lili Brik, una pareja que tendrá un papel protagonista en su vida. Ossik, bnuen amigo y mecenas, le compra los poemas que escribe y publica La flauta de las vértebras y La guerra y el universo, textos que Maiakovski escribiera entre 1915 y 1916. Lili se convertirá en su amante.
Estamos en 1917. La revolución toma el poder. El partido bolchevique se afianza. Como tantos otros intelectuales y artistas, Vladimir exalta y anima los nuevos viejos valores de la cruzada humana. Cree poder consolidar, ahora a la luz del día, una estética revolucionaria. En esa época empieza sus giras de conferenciante y recitador, ininterrumpidas hasta el fin de su vida. En el podio alterna charlas del estilo Los bolcheviques y el arte con poemas ofensivos como Orden nº 2 al ejército del arte, dirigidos tanto a los literatos todavía aferrados a las tablas de la salvación de la retórica aceptada como a la muchedumbre de anarquistas y semi-místicos tan abundantes en la vieja Rusia, todos ajenos al torbellino polifacético entonces, pero cada vez más embridado, de la revolución social:
¡Acabad de una vez! ¡Olvidad!, haced a un lado rimas y romanzas, roseledas y tantas otras merdancolías ....................................... Hoy necesitamos maestros, no predicadores melenudos... Camaradas, haced un arte que saque del fuego a la República.
Claro está, ningún verdadero poeta necesita de tales exhortaciones, sencillamente porque son pronunciadas por los labios empeñosos del irrealismo de fondo. Pero también es cierto que un hombre dotado como Maiakovski pueda haber creído vivamente que su arenga ayudaría a conjurar una vez por todas las diversas formas de tradición y de sabotage literarios que años después serían radicalmente substituidas por el monumentalismo estaliniano. Por el momento, la revolución se kerenskisa. Maiakovski no tiene necesidad de preguntarse si debía o no adherirse al partido: lo que está viviendo «es su propia revolución» (cosa que también se sienten los otros futurustas soviéticos). ¿Qué diferencia hay entre la mágica textura de un aeroplano y la imagen granítica de un obrero pisando fuerte y mirando al horizonte? El futurismo y la revolución rusa tienen, ya se ha dicho, un enemigo común: el inmediato pasado. En la capital proliferan todavía los cafés literarios, los salones ddonde Vladimir fascina con su ardiente oratoria e ilustra con imágenes rápidas, leves y optimistas aquellas jornadas que poco a poca entrarán en las sombras de su personalidad. Escribe su primera pieza de teatro, Misterio, representada en una sala céntrica y en muchas fábricas con el éxito suficiente para aumentar su prestigio, sobre todo entre los intelectuales comunistas... pero también le granjea nuevos impugnadores.
En 1920 termina de escribir 150.000.000. Un año después, abriéndose paso «a codazos a través de la burocracia, la envidia, el papeleo y las estupideces», logra llevar a la escena una variante de Misterio, que será representada durante el III Congreso del Komintern.
En 1923 funda, con otros colegas, la revista Lef (Frente Izquierdista del Arte), que dirigirá hasta 1925. su propuesta estética está impregnada de la ética revolucionaria: tratar un tema social con los medios del futurismo. Una de las consignas del grupo que se nuclea en torno a Lef, una de las «grandes conquistas de esa publicación, es la de desestización de las artes aplicadas, el constructivismo. Su suplemento poético es el poema de agitación económica... La técnica europea, el industrialismo, y las tentativas de unirlas con la vieja Rusia todavía encenagada, tal ha sido siempre la idea primordial del futurismo-lefovista.» La revista tira pocos ejemplares pero se lee y comenta. El problema mayor parece ser el de su distribución, dada «la simple y burocrática falta de interés por determinadas revistas de parte del gran plácido mecanismo de las Ediciones del Estado». Maiakovski viaja al exterior. En París vuelve a encontrarse con su antigua amiga, Elsa Triolet -hermana de Lili-, conoce a Luis Aragón, el pintor Robert Delaunay. Lo triste del caso es que la comunicación con varios de los principales vanguardistas europeos debe hacese medianamente un intermediario, ya que Vladimir no habla otro idioma que el suyo. Para una persona tan oral como él, fue una prueba muy dura. Su ira callada al sentirse incapaz de expresarse le confiere, a los ojos de los extranjeros, un aire atractivamente bárbaro. Además no olvidemos, los europeos estaban ávidos de noticias sobre la revolución de octubre, sobre todo de boca de un auténtico soviético. En efecto, escribe en las Izvestias, su aparición causaba sensación, «una sensación matizada por la sorpresa, la admiración y el interés... Uno es de inmediato blanco de la curiosidad y del interés de la gente: he notado cierta tendencia a hacer cola delante de mi persona...» Pero no todos se interesaban de esa manera por el viajero moscovita. Más de un comunista le preguntó por qué no se había afiliado al Partido. En realidad, la pregunta era plausible desde el punto de vista político, ya que, dentro y fuera de su patria, Maiakovski actuaba en nombre de la revolución institucionalizada por el Partido. Es evidente que, a pesar de las declaraciones citadas más arriba, mantenía en reserva una decisión que un «arribista» o un espíritu gregario no hubieran vacilado en tomar desde un principio. Todo lo que se mueve, paree pensar Vladimir, pertenece a la vida; pero lo que se mueve sin soltura, es peligroso. ¿Por qué no estoy en el Partido?, se pregunta por fin. «Los comunistas trabajaban en diversos frentes. En arte y educación eran conciliadores. Me habrían mandado a pescar a Astrakán.» Recuerda quien nunca comprendió que arte y educación no tuviesen que ser la vanguardia de la revolución. Pero tampoco se trataba de echarse atrás porque unos cuantos burócratas y fiscales voluntarios le mirasen con creciente desconfianza.
En el año 1924 Maiakovski comienza un nuevo ciclo de conferencias a través de la URSS, cuyo tema es Lef. Escribe y luego lee en público "Aniversario", dedicado a Puschkin. Termina su "Lenin", que lee en varias reuniones obreras; tema delicado, si lo hay, sobre todo por la facilidad con que podía caerse en la mera narración política. Pero «la reacción de los auditorios obreros me reconfortó y me afirmó en la certidumbre de que ese poema era necesario». El futurismo imaginista que, aparente o soterrado, estaba en la base del poema maiakovskiano no era fácil de ser transmitido a un público inculto. Ese poema, sin embargo, tenía la peculiaridad, en boca de su autor, de presentarse eficazmente a su oralidad. Y oral era el conocimiento que esos auditorios tenían de la cultura autóctona, tradiciones y leyendas; en una palabra, un público familiarizado con la audición. «La tribuna y el estrado serán continuados, desarrollados por la radio. La radio es el camino (uno de los caminos) de la palabra, de la consigna, de la poesía. La poesía ha dejado de ser solamente eso que se ve con los ojos. La revolución ha dado la palabra que se oye, una poesía que se oye... Con todo, la dificultad de «comunicación» habría persistido de no ser que en los textos la expresión directa de estados de ánimo e ideales alternan sabiamente con imagenes más creadas. No es nada curioso, puesto que Maiakovski ejercía su inspiración también en el periodismo, en la octavilla. «En mi trabajo me encauzo intencionadamente en el periodismo. El articulo, la consigna. Los poetas aúllan, pero no saben hacerlo y la mayor parte de ellos colaboran en publicaciones irresponsables. A mi, sus elucubraciones líricas me dan risa, ¡es tan fácil y tan poco interesante para cualquiera que no sea tu esposa!» La poesía debía ser como el viento: oírla y sentirla; un acto verbal público, claro, rico -¡en la medida de lo posible!- que diese ese placer justo que merecían sus fuentes de inspiración: la revolución, el pueblo en marcha, los trovadores y los ministriles. Voy de ciudad en ciudad y digo mis versos.» Y esas ciudades no son pocas ni siempre soviéticas: Novotcherkas, Karkov, París, Rostov, Tifflis, Berlín, Kazán, Tula, Praga, Leningrado, Yalta, Eupatoria... Maiakovski tiene un público que cada vez se parece más al que quiere. Un nuevo viaje, en el que pensaba dar la vuelta al mundo, le lleva a los Estados Unidos, en el enemigo fascinante. Naturalmente, le reciben con euforia y con espanto. «Tengo la impresión de que, embrujadas por mi acento, arrebatadas por mi ingenio, conquistadas por la profundidad de mi pensamiento, las mujeres, con sus piernas kilométricas se quedan pasmadas, mientras que los hombres enflaquecen a ojos vista y se ponen pesimistas ya que les resulta imposible rivalizar conmigo». De este viaje data, entre otros textos su "Puente de Brooklin" donde, bastante sumariamente, se admira y se conduele del país de los rascacielos.
Lef, que había dejado de ser publicada en 1925, reaparece dos años más tarde con el nombre de Nuevo Lef. Su posición es considerada fundamental por Maiakovski: contra la ficción, contra el esteticismo y la psicología del tres al cuarto; a favor de la obra de agitación, del periodismo de calidad, de la crónica. Mi trabajo principal está en el Komsomolskaia Pravda (diario del Komsomol (Juventudes Comunistas), en él colaboró hasta su muerte); hago horas suplementarias para escribir ¡Qué bien! Vladimir está convencido de que este poema es un manifiesto. Su método de composición: limitación de los procedimientos poéticos abstractos (hipérboles, imágenes en viñetas válidas de por sí) e invención aplicada a un material de crónica y agitación. Otro elemento: la ironía patética para describir detalles que en sí mismos son insignificantes, pero que representan un paso en la buena dirección... Casi a continuación de ¡Qué bien! (entre varios guiones cinematográficos y libros para niños), Maiakovski escribe otro poema cuyo título no es ni más ni menos que la contrapartida del anterior: ¡Nada bien! Además, prepara un nueva pieza de teatro y su biografía literaria. Como siempre a lo largo de su corta vida, la canalla oficial y semioficial le salen al paso: «Su biografía no es muy seria que digamos» amenazan. Vladimir tiene una respuesta coherente con su vida pública: «Todavía no me academicé, y no tengo por costumbre tratarme con damasiado respeto. Por lo demás, lo que hago me interesa cuando encuentro en ello un poco de alegría.»
Por eso, quizá, para no verse obligado a trabajar sin ganas, dos años después, exactamente el 14 de abril de 1930, Vladimir Maiakovski se dispara una bala en el corazón. Su extraordinaria fibra vital, cuenta Elsa Triolet, le impedía estar en un movimiento entre comillas cuando éste tendía a estancarse o a degradarse; así por ejemplo, el antiguo constructivista, hoy poeta proletario, critica duramente a los constructivistas de 1930. Sobre todo, lo que más le enervaba era ver cómo por distintos caminos, los reaccionarios, los unos adoradores de la técnica, los otros de la burocracia literaria y política, intentaban a toda costa separar su poesía de la revolución, su voz tonante del pueblo. El suyo era un idealismo encarnado.
Antes de suicidarse escribió:
¡A todos! No se culpe a nadie de mi muerte y, por favor, nada de chismes. Lili ámame. Camarada gobierno, mi familia es: Lili Brik, mi madre, mis hermanas y Verónica Vitaldovna Polonskaya. Si se ocupan de asegurarles una existencia decente, gracias. Por favor den los poemas inconclusos a los Brik, ellos los entenderán. Como quien dice la historia ha terminado. El barco del amor se ha estrellado contra la vida cotidiana Y estamos a mano tú y yo Entonces ¿para qué reprocharnos mutuamente por dolores y daños y golpes recibidos?
Su obra poética, aunque vinculada a la Revolución Rusa, supera con creces el estigma de la poética revolucionaria que, algunos críticos, le asignaron por esta relación emotiva y por la búsqueda de una nueva forma de poetizar, henchida de impresiones y emociones sensuales.
En su obra teatral La chinche (1929), ridiculizó la falsedad de la burguesía de su época, sin embargo su Hablando a gritos (1930), la gran obra épica que dejó sin concluir, se califica como su legado idealista.
Al final de su vida se desengañó de la vida soviética, los pequeños burgueses soviéticos no le comprendieron y le acosaban con crítica acerada.
Maiakovski se suicidó de un disparo en el corazón el 14 de abril de 1930 sin que se hayan podido dilucidar, con claridad, las causas de esa determinación; probablemente intervinieron factores emocionales, así como algunas críticas severas por su expresivo «individualismo».
En 1918, Maiakovski escribió el guión de la película "Закованная фильмой" (Atrapada por la Película) e interpretó el papel del gamberro en la película Bárishnia i juligán (Una señorita y un gamberro).
Las obras más destacadas
* Yo mismo, colección de versos, 1913 (Я!) * ¡Vea Ud.!, 1913 (Нате!) * Vladímir Maiakovski, 1914 (Владимир Маяковский) * La Nube en Pantalones, 1915 (Облако в штанах) * La Flauta Vertebral, 1915 (Флейта-позвоночник) * Guerra y paz, 1917 (Война и мир) * Hombre, 1918 (Человек) * Misterio bufo, 1918 (Мистерия-буфф) * 150 000 000, 1920 * Amo, 1922 (Люблю) * Acerca de Esto, 1922 (Про это) * Vladímir Ilich Lenin, 1924 (Владимир Ильич Ленин) * ¡Bien!', 1927 (Хорошо!) * La chinche, 1928 (Клоп) * El baño, 1929 (Баня) * Hablando a gritos, 1930 (Во весь голос)
Obras traducidas
* Misterio bufo, Cuadernos para el Diálogo, 1971 * Yo mismo, Alberto Corazón, 1971 * El baño: Drama en tres actos, con circo y fuegos artificiales, Escelicer, 1972 * La rebelión de los objetos, Fundamentos, 1972 * Poemas 1913–1916, Alberto Corazón, 1972 * Poemas 1917–1930, Alberto Corazón, 1973 * La chinche; El baño, Edaf, 1974 * Poesía y revolución, Península, 1974 * Hoja tras hoja, un elefante o una leona, Progreso, Moscú, 1978 * Vladímir Ilich Lenin, Akal, 1978 * Poesía, Akal * Poemas (1912–1920), Laya, 1984 * La nube en pantalones, Mondadori, 1999 * ¿Qué está bien y qué está mal?, Hiperión, 1999 * Poemas, Ediciones 29, 2002 * España; Dos monjas, Editorial Límite, 2004 * Mi descubrimiento de América: 1925: en 12 poemas, Euskoprint, 2005 * Yo mismo. Cómo hacer versos, Traducción Agustín García Tirado y Eulalia Soldevilla, Editorial Alberto Corazón * Conversaciones con el inspector fiscal y otros poemas, Ediciones 29, Barcelona, 1997
Poemas
EL POETA ES UN OBRERO
Se le ladra al poeta: «¡Quisiera verte con un torno! ¿Qué, versos? ¿Esas pamplinas? ¡Y cuando llaman al trabajo, te haces el sordo!» Sin embargo es posible que nadie ponga tanto ahínco en la tarea como nosotros. Yo mismo soy una fabrica. Y si bien me faltan chimeneas, esto quiere decir que más coraje me cuesta serlo. Sé muy bien que no gustáis de frases vacías. Cuando aserráis la madera, es para hacer leños. Pero nosotros qué somos sino ebanistas que trabajan el leño de la cabeza humana. Por supuesto que pescar es cosa respetable. Echar las redes. ¿Quién sabe? ¡Tal vez un esturión! Pero el trabajo del poeta es más beneficioso: la pesca de hombres vivos, esto es lo mejor. Enorme, ardiente es el trabajo en los altos hornos, donde se forma el hierro chisporroteante. ¿Pero quién se atrevería a llamarnos holgazanes? Nosotros bruñimos las mentes con áspera lengua. ¿Quién es más aquí? ¿El poeta o el técnico que procura a los hombres tantas ventajas prácticas? Los dos. Los corazones son también motores. El alma es también fuerza motriz. Somos iguales. Camaradas de la clase trabajadora. Proletarios del cuerpo y del espíritu. Solamente unidos solamente juntos podremos engalanar el universo, acelerar el ritmo de su marcha. ante una oleada de palabras, levantemos un dique. ¡Manos a la obra! ¡Al trabajo, nuevo y vivo! Y a los que discursean que se les mande al molino. ¡Para que el agua de sus discursos haga girar sus aspas!
CONVERSACIÓN CON EL INSPECTOR FISCAL SOBRE POESÍA
Ciudadano inspector, perdone la molestia. Gracias, no se preocupe, me quedaré de pie. Quiero tratar un asunto bastante delicado: qué sitio ha de ocupar el poeta en las filas obreras. Igual que los que tienen tiendas y terrenos también yo debo pagar impuestos. Usted me pide quinientos al semestre más veinticinco por no declarar a tiempo. Mi trabajo es igual a cualquier otro. Mire cuántas pérdidas, cuántos gastos invierto en materiales. Usted sabe naturalmente eso que llaman rima. Si la primera línea termina en "ajo" entonces, la tercera, repitiendo las sílabas debe poner algo así como "cascajo". Si utilizo su lenguaje la rima es un cheque, hay que cobrarlo alternando los versos y buscas con detalle sufijos y prefijos en el cofre vacío de las declinaciones, de las conjugaciones. Coges una palabra y quieres meterla en la estrofa pero si no entra y aprietas, se rompe. Ciudadano inspector: le juro que el poeta paga caras las palabras. Hablando mi lenguaje la rima es un barril de dinamita, y la estrofa es la mecha. La estrofa se consume, y estalla la rima, y por el aire y la ciudad la estrofa vuela. ¿Dónde hallar, y a qué precio, rimas que estallen y de golpe maten? Quizá sólo sean cinco las rimas increíbles y sin estrenar, perdidas más allá de Venezuela. Me voy a buscarlas, haga frío, haga calor, atado por anticipos, préstamos y deudas. Ciudadano, tenga en cuenta el pago de los viajes. La poesía toda es un viaje a lo desconocido. La poesía es como la extracción del radio -Un año de trabajo para sacar un gramo. Sacar una sola palabra entre miles de toneladas de materia prima verbal. Pero ¡qué ardiente el calor de estas palabras comparado con la humeante palabra bruta! Esas palabras mueven millares de años, millares de corazones. Claro que hay poetas de distinta calidad. Muchos de hábil mano, como prestidigitador, sueltan estrofas de la boca, suyas y de otros. Y para qué hablar de los castrados líricos. Meten un verso ajeno y están felices. Eso es robo y despilfarro uno más entre los que azotan el país. Esos versos y odas aplaudidos hasta la saciedad entrarán en la historia como gastos accesorios de lo hecho por dos o tres buenos versos de nosotros. Muchos kilos de sal habrás de comer como suele decirse, y fumar cien cigarrillos hasta sacar la palabra preciosa de las honduras artesianas de la humanidad. Rebaje por eso los impuestos, quítele una rueda a los ceros. Uno noventa cuestan cien cigarrillos. Uno sesenta la arroba de sal. Demasiadas preguntas su formulario tiene: Ha viajado o no ha viajado? Y si le respondo que en estos quince años he reventado decenas de Pegasos, ¿qué? Póngase usted en mi sitio, piense en el servicio y propiedades. ¿Qué ha de contestarme si le digo que soy caudillo popular y al mismo tiempo trabajo a su servicio? La clase obrera vibra en nuestras palabras, somos proletarios motores de la pluma. La máquina del alma se gasta con los años. Dicen entonces: estás gastado, fuera. Cada vez amas menos, te arriesgas menos y mi frente desgastada por el tiempo no arremete. Entonces llega el desgaste mayor, el desgaste del alma, del corazón. Y cuando este sol, grande y redondo se alce en el futuro sin lisiados ni tullidos, ya me habré podrido, muerto en una cuneta junto a decenas de mis colegas. Hago mi balance final. Afirmo, y no miento: entre los vividores y actuales fulleros seré el único con deudas impagables. Nuestra deuda es aullar como sirenas de bronce, entre la niebla filistea y el fragor de la tormenta. El poeta siempre adeuda al universo, paga con su dolor las multas, los impuestos. Adeudo las calles de Broadway, los cielos de Bagdad, el ejército rojo, los jardines de cerezos del Japón, todo aquello sobre lo que aún no pude cantar. Al fin y al cabo ¿para qué tanto jaleo? ¿Para disparar rimas y atronar con el ritmo? La palabra del poeta es su resurrección, su inmortalidad, ciudadano inspector. Dentro de cien años, en un pliego de papel cogerán una estrofa y resucitarán este tiempo Y ese día surgirá con fulgor de asombros, y olor a tinta le envolverá en su vaho, señor inspector. Usted, habitante convencido del día de hoy saque en el Comisariado de Caminos un pasaje para la eternidad, calcule el efecto de mis versos, divida mi salario en trescientos años. Mas la fuerza del poeta no estriba en que le recuerden a usted en el futuro y se asusten. No. Hoy la rima del poeta es caricia también, consigna, látigo, bayoneta. Ciudadano inspector, pagaré cinco quitando los ceros que van detrás. Por derecho yo reclamo un hueco entre las filas de los obreros y campesinos más pobres. Y si usted piensa que todo consiste en saber utilizar palabras ajenas, entonces, camaradas, aquí tienen mi pluma, y escriban ustedes cuanto quieran.
VLADIMIR ILITCH, LENIN (FRAGMENTOS)
Es tiempo- comienzo el relato sobre Lenin. No porque no haya pena más grande, es tiempo porque la honda tristeza sea ya dolor claro y consciente. Tiempo, vuelve a flamear los lemas leninistas. ¿Es justo derramar lágrimas y lágrimas? Lenin sigue siendo el hombre más vivo entre los vivos. Es nuestra sabiduría. nuestra fuerza y el arma que blandimos. Los hombres son como barcas, aunque sin agua. Mientras vivimos se nos pegan a los costados muchos caramujos sucios. Y después, sorteada ya la tempestad furiosa, te sientas bajo el rayo del sol y te quitas la barba verde de las algas y la barba lila de las anémonas. Yo también me limpio para semejarme a Lenin y seguir remando por la revolución. ---------------------------------------------- De noche dormimos. De día hacemos las cosas. Nos gusta lo ilusorio. Cuando alguien es capaz de poner las cosas en su lugar, le llamamos «profeta», lo llamamos «genio». No tenemos grandes ambiciones, si no nos llaman no acudimos. Agradar a nuestra esposa ya es bastante. Pero cuando alguien diferente avanza con su cuerpo y su alma juntos, murmuramos «majestuosa figura», nos admiramos «don divino». Eso es lo que dice la gente ni demasiado ingeniosa ni demasiado imbécil. Las palabras aparecerán y desaparecerán como el humo. De esas cabezas huecas no sacarás nada más... Pero ¿cómo medir a Lenin con la misma vara? Lo vio todo y todo el que quiso ese «tiempo» no tuvo que agacharse para pasar bajo el dintel. ---------------------------------------------- Ayer, a las seis y cincuenta murió el camarada Lenin. Este año ha visto lo que no verán muchos otros. Este día entrará en la leyenda triste de los siglos. El horror hizo brotar un estertor de acero. Una ola de sollozos pasó sobre los bolcheviques. ¡Terrible peso! Nos arrastrábamos como una masa extraviada. Saber- ¿cómo y cuándo? ¡Saberlo todo! En las calles, en las callejuelas boga como una carroza fúnebre el Gran Teatro. La alegría es un caracol que repta. La desgracia es un corcel indómito. Ni sol ni brillo de espejo, todo tamizado por los diarios, salpicado con negra nieve. La noticia asalta al obrero delante de la máquina. Una bala en el alma. Y es como si se derramasen lágrimas sobre cada instrumento de trabajo. Y el mujik que ha pasado por todas y que, más de una vez, miró la muerte a los ojos, se aparta de las mujeres, pero se traiciona por los regueros negros que enjuaga con el puño. Aun los hombres más duros -de silex- se mordían el labio hasta sacarse sangre. Los niños quedaron serios como viejos, y los viejos lloraban como niños. Por toda la tierra el viento llevaba el insomnio sin pensar, soplando y volviendo a soplar, que allá en el hielo de un pequeño cuarto de Moscú, estaba el ataúd del padre y del hijo de la revolución. El fin, el fin, el fin. ¡Qué difícil creerlo! Un vidrio- y vemos lo que está abajo... Es a él a quien traen de la estación Paveletzki y llevan por la ciudad que arrebató a los amos. La calle parece una herida abierta... Aquí cada piedra pisada por los primeros ataques de octubre, conoce a Lenin. Aquí todo lo que cada bandera ha embellecido, fue comenzado y ordenado por él. Aquí cada torre ha oído a Lenin y lo habría seguido a través del fuego y del humo. Aquí cada obrero sabe quién es Lenin- exponed los corazones como ramas de abetos. Nos llevaba al combate, anunciaba las conquistas, y así el proletario es dueño de todo. Aquí cada campesino ha inscrito en su corazón el nombre de Lenin con más ternura que en las calendas de los santos. Ordenó devolverles las tierras con que sueñan los abuelos muertos bajo el knut. Y los comuneros -los de la Plaza Roja- parecían murmurar: «¡Tú, a quien tanto queremos! Vive pues tal es el más bello destino al que aspiramos- cien veces nos lanzaremos al ataque dispuestos a morir!» Si apareciese ahora un hacedor de milagros, y nos dijese: «Para que él se levante debéis morir vosotros!»- La esclusa de las calles se abriría y los hombres se arrojarían a la muerte cantando. Pero no hay milagros; inútil es soñar. Está Lenin, el ataúd, las espaldas encorvadas. Fue un hombre humano hasta el fin. Ahora, soporta el suplicio del dolor de los hombres. Nunca hubo flete más valioso llevado por nuestros océanos que ese ataúd rojo bogando hacia la Casa de las Uniones, sobre la espalda de sollozos y peldaños. Mientras hombres del temple de Lenin montaban guardia de honor, la muchedumbre esperaba desde hacía un rato apiñada a lo largo y Dimitrovka. En en alo diecisiete, el mismo con su hija en la cola para el pan- ¡mañana comeremos! Pero en esta glacial y terrible cola, todos se alineaban niños y enfermos. Las villas se alineaban al lado de las ciudades. El dolor tintineaba, infantil o viril. La tierra de trabajo desfilaba, vivo balance de la vida de Lenin.