Por encima del muro que divide nuestros patios, el vecino me llama y me dice que sus hijos adolescentes le reclaman porque no tienen nada que comer en su casa.
Se lamenta de los altos precios. Dice que no tiene dinero porque tuvo que llevar al suegro al hospital y gastar en un carro de alquiler para traer al anciano de regreso. Entonces, con qué va a comprar comida. Prefirió llevarle cinco huevos que quedaban en el refrigerador a los hijos, nacidos de su anterior matrimonio. Para ellos, les quedó una sopa de cubitos de pollo con tomate y pan. Ya se arreglarían con eso. Lo escuchado no me causó mayor sorpresa, aunque quien me lo dijera fuese uno de los miembros más combativos del CDR. Pero es que las consignas y las orientaciones no se comen.
El viernes entré en un puesto de ventas agrícolas, a comprar miel de abejas. El producto estaba envasado en canecas de ron, de 350 ml. Pero ahora costaba treinta pesos; y hace unos diez días me costó la mitad. Mientras, la botella de ron llena de miel cuesta cincuenta pesos.
Pregunté la razón del aumento, y el vendedor, que me conoce porque en otras ocasiones le he comprado miel, respondió que la miel de abejas había subido de precio porque quien se la suministra la vende ahora más cara.
Barbarita pasa a saludarme y me como regalo una barrita de maní molido. Se lo agradezco porque además me gusta, pero no le digo que la barrita de maní en realidad me sabe a gofio ligado con un poco de maní y azúcar. Porque, en La Habana, es difícil ya encontrar una barrita de maní molido que sea realmente hecha con maní.
A Pancho, el de la esquina, me lo encuentro en la Calzada de Managua, en camino a la panadería, donde va a comprar sus dos panes diarios. El zapato izquierdo deja ver los dedos del pie cubiertos por una gruesa media gris. En jarana, le pregunto si está cogiendo fresco en los pies. Me responde que sí, porque hace mucho calor y, con las aceras rotas, para qué se va a poner el único par de zapatos que tiene sano. Entonces inicia una descarga acerca del precio de los zapatos, pues, los más baratos, dice, cuestan más de cien de pesos.
Camino unos metros y, junto a una carretilla con vegetales y ristras de ajo, frijoles negros y colorados, envasados en bolsitas de náilon de una libra, está el vendedor, un muchacho que se cubre del sol con un sombrero y me responde que cada cabeza de ajo vale 2 pesos, a pesar de ser pequeñas.
En la acera de enfrente observo un grupo de personas aglomeradas en la antigua carnicería, donde ya solamente venden carne de puerco. Es que hay picadillo condimentado (una masa rojiza y pastosa con trozos de tendones). Los clientes se la llevan porque vale a 10 pesos la libra, mientras que la libra de bistecs de cerdo cuesta 40 pesos. Así que la diferencia de los precios decide.
Numerosos son los testimonios que escucho a diario, en boca de personas desconocidas que necesitan comunicar a cualquiera su desesperación y desencanto. Los máximos dirigentes los convencieron de que habría para ellos un futuro promisorio bajo el socialismo tropical. Y ahora, a medida que su extraño modelo económico recibe la "actualización", se dan cuenta de que han sido engañados una y otra vez.
La denominada actualización del modelo económico cubano sólo está sirviendo para acentuar la miseria de los habitantes de la isla.