En Cuba hay un refrán: "La necesidad hace parir hijos machos"
Creo que cualquier año de la década de los noventa fue difícil, como cualquiera de los de ahora. Pero 1993 fue extremadamente difícil. Al menos yo lo recuerdo así, gris con pespuntes negros. No se había legalizado el dólar y el hambre, la miseria y la decadencia alcanzaron un acmé inimaginable. Los gordos bajaban de peso a una velocidad vertiginosa, la gente sufría síncopes esperando la guagua, las casas se caían a pedazos, se derrumbaban, la neuropatía hizo estragos. En fin el Apocalipsis.
En medio de esta debacle hubo quien se las ingenió para sobrevivir. Uno de esos fue mi amigo Teodoro, cirujano general. Este hombre es admirable. Para cada medida de Fidel él tenía la respuesta adecuada. Un genio, un inventor, un creador, un buscavidas. No sé que calificativo le vendría bien. Eso sí, es un tipo eminentemente práctico. No como yo, que siempre ando en las nubes.
En un reducido apartamento, de un solo cuarto, y sin balcón; llegó a tener casi un parque zoológico.
Yo lo vi. Lo comprobé con estos ojos que se van a comer la tierra. En la pequeña salita de cinco por cinco metros, tenía cuatro canarios, dos tomeguines del pinar, cinco cotorras, seis gallinas ponedoras, y otras tantas aves de corral que no voy a mencionar. En el dormitorio había cuatro peceras repletas de pececitos de todos los colores y especies. Para completar, comprobé que en el exiguo bañito, criaba dos cerdos bastante voluminosos. Casi no podían moverse, pero me explicó que era mejor así, porque engordaban más rápido.
Aquello se acabó cuando la esposa, Hortensia, le puso la precisa, << ¿O te deshaces de todo este arsenal de pestes y cagazones, o lo nuestro se va al carajo? ¡Escoge!>>
Hablando a lo cubano, le había puesto la cosa feísima. Trató de convencerla. Le explicó lo ya ella sabía: Que su trabajo de cirujano no daba para vivir, que las cosas se pondrían peor en un futuro, que allí tenían garantizada una buena entrada para no sucumbir de hambre, etc.
--Mi vida, mi amor comprende, las cotorras los turistas las pagan muy bien, al igual que los canarios y los tomeguines por eso es que están aquí, ¿sabes? Además mira, estas gallinas ponedoras son un fenómeno, cuando tú salgas embarazada, con par de huevos diarios que te tomes no te da anemia, tú verás, déjame a mi, que yo arreglo este potaje muy bien...
No lo dejó terminar. La mujer no transigía:
--No jodas Teodoro, si vivir en esta casa se ha hecho insoportable, dime ¿dónde coño se ha visto que una tenga que bañarse con dos puercos metidos en el baño? Dime tú, ¿DÓNDE?
--No me grites Hortensia, porque eso no te lo voy a permitir, eso no...
No lo dejó terminar la frase. Cuando se dio cuenta ya la otra no estaba. Se había marchado.
Se sintió derrotado. Nunca antes se había sentido de esa manera. Ninguna medida gubernamental habría podido amedrentarlo, hacerlo sentir un inútil; sin embargo aquella mujer de un manotazo verbal lo tenía reducido a cero. Estuvo un rato largo meditando, reflexionando. Tenía la mirada perdida en la pared desconchada del saloncito. Unos toques en la puerta lo hicieron sobresaltarse, ¿Será ella, habrá regresado arrepentida?
Se alisó un poco el pelo con la mano, se arregló algo la ajada camisa y abrió. No era la ausente. Era Liudmila, la presidente del CDR de la cuadra.
No saludó.
--¿Y esos gritos Teodoro?, ¿Con quién discutías?
--No discutía, hablaba en voz alta, no es lo mismo, ni se escribe igual, ¿Qué quiere? ¿No me irá a decir que ha subido cuatro pisos por eso nada más?, porque cuando Cheo arma sus bronquitas y sus borracheras aquí en la cuadra nadie le dice nada, y eso que a veces despierta a media Víbora.
--Deja ahora eso… No subí por lo de los gritos, vine por los cerdos.
--¿Por los cerdos, qué pasa con ellos? Coño déjame ir hasta el baño a ver si se escaparon.
--No te hagas el gracioso, y escúchame bien, pon atención a lo que te voy a decir porque te conviene. El otro día vino un inspector de Salud Pública. Parece que algún vecino se ha quejado de la peste y de los chillidos de esas bestias. A mí en lo personal no me importa que metas en tú casa, hasta un león, si te parece bien. Tú sabes que yo soy la presidenta del comité, pero me importa un pepino lo que la gente hace pa buscarse los frijoles, pero no puedo permitir que me llamen la atención de gratis, Así que ponte pa las cosas y mira a ver como resuelves ese problema.
Ahora si estaba entre la espada y la pared. Dos desgracias en un solo día, perdería los puercos y la mujer. Tenía que hilar fino.
--Está bien, ya veré que hago.
--Me dieron un plazo de tres días para resolver el asunto, así que movilízate.
--¿Cuánto dijiste, tres días?
--Oíste bien. Tú no eres sordo. Y me voy que ya deben haber empezado a cantar la bolita por la radio y esta semana la gente ha apostado duro.
Aprovechó para tirarle una pullita a la vieja Liudmila:
--Tu ves, eso si es delito, lo mío es subsistencia.
--¡Ah, no jodas más! Pero lo que yo hago no apesta, ni hace bulla como lo tuyo... Ahora si voy echando.
Se quedó a solas. De improviso todo se iluminó en su mente, dos palabras resonaban: ¡BULLA Y PESTE!
Coño como no se le había ocurrido antes, carajo, ahí estaba la solución. Tenía que eliminar la bulla. La peste era un elemento secundario.
II
Un día, a media mañana, pasó por mi consultorio. Estaba empapado en sudor. Llegó con la lengua afuera. Él trabajaba en el hospital "La Dependiente" (Clínico Quirúrgico de "10 De Octubre"), de cirujano. Si estaba aquella hora por allí, en mi consulta, y en aquél estado significaba que se escapó del trabajo, eso por una parte; y por la otra que no se había apeado de la bicicleta para subir la empinada pendiente de Jesús del Monte. De pinga, aquello si me dejó asombrado, porque aquél viejo trasto de engendro chino necesitaba un turborreactor para ser impulsado. Conclusión: "Algo extremadamente importante se traía entre manos"
---Compadre vine hasta aquí porque tengo un negocito de primera entre manos...
--Me lo imaginaba...
--¿Por qué?
--Tú y yo no nos conocimos ayer, mi socio, llevamos batallando desde la Primaria y cuando se te mete algo en la cabeza no paras hasta que me lo dices...
--Está bien, está bien, inventa algo para escaparte que tenemos que hablar de algo muy importante, importantísimo…
La voz, las manos, los brazos, todo le temblaba. ¿Eran los nervios, la emoción o el esfuerzo físico realizado? En unos minutos lo sabría. Despedí a los cuatro pacientes que esperaban por recetas para comprar aspirinas, colgué un viejo cartel en la puerta donde informaba que estaba haciendo terrenos (Visitas domiciliarias) y nos largamos. Cada cual en su medio de locomoción. Dos antiguallas, dos "Forever".
Nos sentamos en un desolado placer, detrás de unas matas de Marpacífico.
--Vamos vomita tu fabuloso plan.
Captó la ironía que envolvían mis palabras.
--Cógelo a bonche, deja que tengamos los bolsillos repletos de varos pa que tú veas como te van a llover todas las jevitas esas buenas que van por tú consulta.
--Dale, dale, que no tengo mucho tiempo. En este barrio los chivatones están a la que se cae. Termina que cuando regrese voy a tener una cola tremenda esperándome…. ¿Qué quieres?
--¿Tú tienes las Fichas Familiares al día?
Aquello si era una sorpresa de marca mayor. Se me escapó un grito.
--¿EL QUÉ DIJISTES?
--Coño no grites, habla bajito chico, la gente nos va a oír.
--Mi hermano, pero es que me has tirado una bola rara, suaviza, explicotea el asunto. No te entiendo.
--Yo te pregunté si eso que ustedes los Médicos de Familia llenan con los datos de cada familia, y que se llama historia familiar tú lo tienes al día
--Yo sé de que me hablas. No soy comemierda. Lo que no entiendo para qué cojones has venido tan temprano desde tú hospital a preguntarme por esa estupidez, pero te voy a responder: Si, las tengo todas llenitas.
--¿Y son fiables los datos?
--¿Ven acá compadre, estás trabajando de Inspector Municipal, o te metiste a Chivatiente? Avísame, porque si la paga es buena me meto en eso y dejo la pinga esta de consulta.
--Ni me metí a chiva, ni a inspector, ni nada de eso… Lo que te voy a proponer es un negocito redondo. Mamey de Santo Domingo.
Me estaba aburriendo.
--Dale, dispara, "el tiempo pasa y me estoy poniendo viejo". Le canturreé la canción de Pablito, para joderlo un poco.
--¿Ha venido alguna inspección de Salud Pública en esta semana por tú consultorio? -Me preguntó.
--Casi todas las semanas pasan una- Le respondí.
--Pero yo te pregunto acerca de una relacionada con la tenencia de cerdos en las casas.
--Esta semana hubo dos. Dieron orden expresa de sacar a todos esos bichos de los apartamentos. Hasta hicieron una reunión en el policlínico para eso. Me da mucha pena, pero se lo dije a mis socios en la población, que tenían que deshacerse de ellos. Pusieron el grito en el cielo, pero son los puercos o yo, y mi familia, ¿me entiendes?
Bajó la cabeza y habló muy lentamente. Midiendo cada palabra, cada frase que me decía:
--Por eso estoy aquí. Censa, pero fíjate bien, muy seriamente cuantos animalitos de esos tienes en lo que abarca tú consultorio. No puedo decirte más. Cuando lo tengas hecho, y eso tiene que ser entre hoy y mañana, me lo llevas a mi casa. La dirección bien clara y el nombre del propietario. Después te digo que vamos a hacer. ¿Me entendiste? Confía en mí, siempre lo has hecho.
--Está bien. No te pongas solemne.
Este cabrón se traía algo entre manos, y gordo.
Fueron dos días de intenso trabajo. Visité casa por casa. La gente estaba asombrada. Por si acaso, censé hasta las gallinas. Terminé exhausto, pero cumplí la tarea asignada. Estaba hecho un médico ejemplar. Le entregué a Teodoro un file con todos los datos (los auténticos). En el policlínico entregué un informa falso: Todo muy bien, nadie tiene puerquitos, solamente perritos y gatitos, ¡Ah, se me olvidaba! Cucarachas, ratoncitos, mosquitos, etc., pero como esos no interesaban (al Sistema Nacional de salud), no me molesté en censarlos. Además pululaban por aquellos sitios desde el principio de los tiempos, y nadie movía un dedo para hacerlos desaparecer, sin embargo la tenían cogida con el ganado porcino ¡Qué injusticia Señor!
III
Transcurrieron unos cuantos días, y lo único que noté fue que la gente al pasar, me miraba de un modo diferente; a veces se sonreían con picardía. Llegué a pensar que eran ideas mías. Uno se pone tan paranoide en Cuba, que rompe con lo que te rodea, y en ocasiones confundes imaginación con realidad, y viceversa.
Como a la semana de mi encuentro con Teodoro mi mujer vino a buscarme al consultorio. Entró como una poseída. No saludó al entrar, era una tromba marina. Me agarró por un brazo y me sacó para afuera, se explayó detrás de una mata de mangos que hay sembrada en el placer de al lado. Los ojos se le querían salir de las órbitas.
--¿Se puede saber en qué negocio te has metido con tú amiguito el cirujano?
--¿YOOOOOOOOO? ¿Negocios yo con Teo?
--Si tú mismo, no te hagas el bobo, tú y Teo, Teo y tú. Los dos andan metido en algo gordo y turbulento.
Repliqué.
--A ver, ¿a qué viene eso? Cálmate y explícame.
--Hoy trajo esto a la casa, hace un rato…
Me agitó delante de los ojos un mazo de billetes. Alcancé a ver algunos de a cinco, de a diez y hasta unos cuantos de a veinte. Ahora el sorprendido era yo.
--¿Y ese dinero?
--¿Ah, y me lo preguntas a mi?
--Es que no sé. Te lo juro por los muchachos, créeme.
Parece que me creyó porque suavizó la embestida. Comenzó a explicarse, a medias.
--Trata de verlo y que te lo explique, porque me dijo que esto era una pequeña comisión por tú ayuda inicial, y estoy preocupada. Ten cuidado en lo que te metes. Esta gente está que no cree en nadie. Hay policías en todas las esquinas. Están por la goma.
--Tranquila, tranquila. Hoy, cuando cierre esta mierda de consultorio voy hasta el hospital a verlo. Así que no me esperes temprano que me voy en el camellote, porque la bicicleta está media ponchada y no quiero arriesgarme hasta la Dependiente.
--Ve sin apuro, y que te explique bien todo. Dile que es por mí.
Esa misma tarde mi amigo Teodoro me explicó todo en detalles.
Con el listado que le entregué en su día, el hombre había hecho maravillas. Iba al directo. Sin pérdida de tiempo. Como la zona donde estaba ubicada mi población tenía muchos edificios, solares, casuchas, etc., llegaba por las noches, recomendado por mi, a cada una de las viviendas donde criaban un cerdo. Y como sus dueños estaban amenazados por las autoridades sanitarias de la expropiación del animal por una cuestión de salubridad, veían el mundo abierto con su propuesta:
<< Dejar al berraco mudo, ¿cómo? Muy fácil>>. Allí mismo, en servicio a domicilio, les hacía la intervención quirúrgica (extirpación de las cuerdas vocales porcinas) y cobraba una no muy alta suma por hacerlo. Ya el tema de la peste que exhalara el animal no era cuestión de él. Su intervención impediría la bulla, y con ello, la posibilidad de ser denunciado a las autoridades el dueño del animal.
Abandonó la cría de canarios, tomeguines, pececitos, gallinas y hasta de cerdos. Con esto recuperó definitivamente a Hortensia.
Lunes, 10 de Mayo del 2004